ENSAYO

Por Fernando De Lucca

Hoy vamos a hacer una suposición. 

Vamos a suponer que el ser humano tiene tres dimensiones fundamentales.

A – La primera es la dimensión personal, o sea estaríamos hablando de que todo individuo posee un “yo” que produce su identidad en el tiempo. Cada ser humano tiene un cuerpo que le proporciona información constante del exterior obteniendo así un dentro y fuera. Tiene un psiquismo que le brinda funciones tales como percepción, memoria, imaginación, creatividad, inteligencia general, etc. Es influido por su educación tanto académica como familiar en relación a sus valores morales y éticos. Tiene deseos y elije su vida por lo menos en vínculo con aquello que le rodea. Su estado de conciencia y su búsqueda de conocimientos y de sentido le impone su condición humana. 

B – Una segunda dimensión que es su condición de ser un individuo comunitario lo cual es sutilmente diferente de ser un individuo social. Es social en el sentido de que su condición de contacto vincular es fundamental frente a necesidades primarias y de procreación. La tesis de que la condición social está en la naturaleza humana ha sido discutida a lo largo de la historia del pensamiento europeo. Quienes más abiertamente la impugnan son los padres del liberalismo clásico. “El liberalismo político moderno inaugura una tradición alternativa a la de Aristóteles. Hasta el siglo XVIII ha tenido mucho vigor esta última. Pero a partir de entonces el liberalismo político y económico viene a proponer lo contrario, a saber, que la socialidad no es nativa o natural del ser humano, sino más bien una condición adoptiva y postiza. La sociedad es un constructo, algo que no está hecho en nosotros, sino que nosotros hacemos; no es de constitución natural, sino más bien un producto, un artefacto que el ser humano hace surgir. Es, en fin, resultado de la iniciativa de asociarnos: el «pacto social». Aristóteles no ignoraba que muchas sociedades brotan de nuestra iniciativa, pero no la naturaleza social misma del hombre. Hay configuraciones sociales que son el resultado de la asociación de individuos que buscan un fin común y que, en la prosecución de ese objetivo, hacen convergen sus esfuerzos, se ponen de acuerdo en colaborar, en ayudarse para lograrlo mancomunadamente. En esa ayuda estriba lo más formal de la socialidad. Al advertir un individuo que en el objetivo que se propone está acompañado por otro u otros que se proponen lo mismo, decide aliarse con ellos en su tentativa, busca cooperar para un mutuo beneficio. ¿En qué consiste, entonces, la sociedad? En ayuda mutua (subsidium). Muchas sociedades, en efecto, se constituyen así, sobre todo aquellas que los sociólogos denominan secundarias (partidos políticos, sindicatos, asociaciones religiosas, peñas taurinas, o futbolísticas, sociedades de cazadores, etc.), las establecen sus miembros en tanto que persiguen un objetivo común. Mas eso no da razón completa del ser social humano; toda vez que las sociedades a las que el hombre pertenece por virtud de una iniciativa asociativa suya se articulan e insertan en el seno de una sociedad anterior, ninguno de sus miembros siente que pertenece por haberlo elegido él. Y esta última es la familia y la polis” (Extracto de José María Barrio Maestre). 

La condición comunitaria del ser humano es en cierto sentido más aristotélica pues es una necesidad primaria vinculada primariamente con su salud bio-psico–social. Podría asumirse –aunque de manera inicial y embrionaria- que el trabajo social ha sido la primera disciplina científica que ha identificado la comunidad como un ámbito de intervención; al mismo tiempo en que identificaba otros dos ámbitos: el individual y el grupal. “El hecho de que a lo largo del tiempo –por diferentes motivos que no vamos a analizar ahora- la praxis del trabajo social se haya cristalizado casi exclusivamente en el ámbito individual (al mismo tiempo que en la dimensión asistencial, más que en la promocional y preventiva) no elimina ni puede hacer olvidar que este ámbito forma parte de su aportación al conjunto de las ciencias humanas y sociales. Otras disciplinas han ido incorporando este ámbito paulatinamente aunque siempre desde una visión o mirada sectorial (la medicina, la psicología, la antropología, la sociología, la política, etc.), mientras que para el trabajo social el ámbito comunitario es, por definición, inespecífico por ser cada comunidad diferente de cualquier otra –igual que las personas- y por ser el itinerario comunitario también único y diferente de cualquier otro. Dicho de otra manera: las ciencias humanas y sociales asumen la comunidad como un ámbito de intervención sectorial y actúan en este ámbito con «enfoque y proyección comunitarios», es decir como objeto de intervención; mientras que el trabajo social asume la comunidad como sujeto de los procesos de cambio, mejora, avance, etc. que la comunidad misma identifica y que la misma produce contando, esto sí, con el aporte profesional del trabajo social”. “Pero en un proceso comunitario será la comunidad misma quien establecerá sus propias prioridades a través de un diagnóstico participado por todos los actores. En ese momento se concretizará lo específico de la comunidad. En el ámbito comunitario solo vale lo que una sociedad en su conjunto pone a disposición de la ciudadanía. Y con esto cuenta el trabajo social. No tiene prestaciones propias, sino las que la sociedad tiene para todo el mundo, por lo menos en sociedades democráticas, ya que en situaciones de dictaduras y totalitarismos evidentemente esto cambia y el trabajo social comunitario no puede existir sino como forma de lucha para un cambio político. De allí la importancia del contexto (económico, institucional, social, político, etc.) en el que se desarrolla el trabajo social comunitario y la valencia política que lo caracteriza, no porque los trabajadores sociales transmitan su visión ideológica a las comunidades en las que intervienen, sino porque su trabajo toca los ganglios y los centros nerviosos de la sociedad” (Reflexiones críticas de Marco Marchioni).

Desde mi propio punto de vista el ser humano necesita de la comunidad tanto cuanto de su alimento y tan importante es cuanto su propia vida lo es. Su desarrollo es absolutamente correlativo a su comunidad y viceversa. Es en la frontera entre él y su comunidad donde todo ocurre. No puede vivir sin ella y nunca podrá. Si el ser humano se aísla de sus pares y de la construcción de su identidad colectiva perderá su salud mental y con ella su condición corporal se debilitará a tal punto que podrá morir. 

C – Una tercera que es la dimensión transpersonal o espiritual.

Stanislav Grof uno de los fundadores de la psicología transpersonal considera que la psicología transpersonal es una rama de la psicología que integra los aspectos espirituales y trascendentes de la experiencia humana con el marco de trabajo e investigación de la psicología moderna. El término transpersonal significa “más allá” o “a través” de lo personal, y se refiere a las experiencias, procesos y eventos que transcienden la habitual sensación de identidad, permitiendo experimentar una realidad mayor y más significativa. ​Sus investigadores estudian lo que consideran los potenciales más elevados de la humanidad y del reconocimiento, comprensión y actualización de los estados modificados de consciencia, unitivos, espirituales y trascendentes. ​La psicología transpersonal surge como “cuarta fuerza” tras la Psicología Humanista, que estudia el Desarrollo Personal y el Potencial Humano. Constituye una comprensión diferente del psiquismo, la salud, la enfermedad y el desarrollo personal y espiritual. Es la única escuela de psicología que estudia directamente y en profundidad, el funcionamiento del ego y la dimensión espiritual del ser humano. 

Los orígenes de la Psicología transpersonal se pueden rastrear hasta 1901-2 cuando el psicólogo estadounidense William James (1842-1910) de la Universidad de Harvard impartió las llamadas “Gifford Lectures” en la Universidad de Edimburgo. En estas clases, que luego se publicarían en formato libro titulado The Varieties of Religious Experiences, James enfocó el estudio de las experiencias religiosas desde una perspectiva psicológica basada en el estudio de las experiencias directas de personas individuales. Fue James quien por primera vez utilizó en estas clases el término transpersonal. Esta escuela considera a Richard M. Bucke (1837-1902), Carl Gustav Jung (1875-1961) y Roberto Assagioli (1888-1974) como los que asentaron las bases de lo que posteriormente se convertiría en la Psicología Transpersonal. La psicología transpersonal considera temas como: las experiencias cumbre (que —según el psicólogo estadounidense Abraham Maslow (1908-1970)— son estados de interconexión y unificación espiritual), experiencias místicas, trances sistémicos, y experiencias transcendentes y metafísicas de la vida, expansión de la consciencia individual, conocimiento interior profundo, encuentro del sentido de vida personal y último, identificación colectiva con las demás personas y el entorno, estados amplificados de amor, compasión y fraternidad universal.

Si bien los caminos que se pueden tomar a partir de esta síntesis son varios (dependiendo de las concepciones psicológicas y espirituales que se integren), el objetivo principal de la psicología transpersonal sería que los seres humanos transciendan el sentido de sí mismos, para lograr identificarse con una consciencia mayor y colectiva omniabarcante. 

Ken Wilber, otro de los principales autores en el campo de la psicología transpersonal distingue tres niveles en el desarrollo de esta conciencia: El nivel prepersonal: es el momento del desarrollo en que los seres humanos aún no tienen conciencia de su propia mente (bebés que todavía no tienen una teoría de la mente ni han forjado su personalidad). El nivel personal: que se alcanza cuando el individuo toma conciencia de que es una persona que piensa, diferente a otras. El nivel transpersonal: el nivel que se alcanza por medio del desarrollo espiritual, y que consiste en transcender la identificación con el cuerpo y la mente, para alcanzar un nivel de consciencia social, ecológica y espiritual mayor. Lajoie y Shapiro (1992) en un artículo publicado en el Journal of Transpersonal Psychology titulado “Definiciones de Psicología Transpersonal: los primeros veintitrés años”, hacen una investigación de la literatura transpersonal y recogen doscientas dos definiciones de las cuales publican cuarenta. Entre ellas la dada por Antony Sutich en 1968, uno de los padres de la psicología transpersonal. A lo largo de otras definiciones que hace esta escuela se pueden encontrar también, referencias a experiencias místicas, experiencias cercanas a la muerte, memorias de supuestas vidas pasadas, estados no ordinarios de consciencia, sentimientos de mística fusión con los otros, guía interior, proceso creativo, sincronicidad, capacidades psíquicas, etc. Uno de los principales objetivos de la Psicología Transpersonal es la construcción de una mirada integradora de las diferentes escuelas de Psicología, que permita transcender las lecturas parciales de la realidad humana, accediendo a una disciplina de síntesis que reúna lo más valioso de todas las corrientes psicológicas desarrolladas hasta el presente. Lejos de un mero eclecticismo, este intento está siendo fundado sobre una rigurosa epistemología integrativa y una clínica empíricamente justificada. De acuerdo con sus autores, la psicología transpersonal ha hecho contribuciones al mejor entendimiento del desarrollo humano y la conciencia. Los psicólogos transpersonales también han argumentado a favor de una mejor diferenciación entre los problemas de ciertas patologías psiquiátricas y su relación con los estados prepersonales/transpersonales. La posible confusión de estas dos categorías de problemas (según el modelo, los provenientes de un nivel prepersonal no serían del mismo tipo que los provenientes de un nivel transpersonal) se dice que conducen a lo que la teoría transpersonal denomina la confusión entre lo pre/trans de los estados de conciencia, y la problemática asociada a cada estado de conciencia, que proviniendo de distintos niveles de conciencia son tratados sin embargo por la psiquiatría del mismo modo. Dentro de la psicología transpersonal, los psicólogos transpersonales afirman que técnicas como la respiración holotrópica desarrollada por Stanislav Grof. permiten adentrarse a estados no ordinarios de conciencia para poder acceder a información que está en dos niveles previos al transpersonal; en el nivel prepersonal y en el personal. Con esta técnica de hiperventilación, los psicólogos transpersonales aseguran que se pueden hacer conscientes ciertas formas de pensar y de actuar, que influyen en el comportamiento actual del individuo, pues son un bagaje que afecta de manera inconsciente a la persona. En algunas culturas prehispánicas, el uso de sustancias favorecían el proceso de adentrarse a estos estados no ordinarios de conciencia para conectarse con una sabiduría mayor. Una vez en este estado, afirman que se podía tener información que permitía predecir o curar a los consultantes a través de estos “maestros”. Estos procesos se tomaban tiempo y en algunas culturas como la maya, la astrología o astronomía, era usada para buscar los momentos más propicios para llevar a cabo estos rituales. 

El Dr. Claudio Naranjo dice al respecto de la espiritualidad: ya he hablado de una “contaminación patriarcal de las religiones” y tal expresión implica el sentir que sería deseable tener una espiritualidad no contaminada por el poder o la política. Me parece que las religiones han nacido de una fuente pura, pero han entrado en el correr del tiempo en un mundo psico-cultural que dista mucho de constituir una encarnación de la sabiduría y la compasión. En tal mundo la verdad no sólo no es reconocida, sino que generalmente resulta victimizada, y por ello se puede esperar que un grupo de seres espiritualmente despiertos tenga que hacer algo especial –diferente- para sobrevivir y prosperar. La actitud de Buda ante la condición invertida del mundo respecto a la verdad fue la de predicar una retirada monástica; un vivir la verdad lejos de la aberración psico-social imperante. La respuesta del taoísmo, en cambio, ha sido el ocultamiento, que le ha permitido ser a la vez la más esotérica de las tradiciones espirituales y una en que sus ocultos iniciados se han mezclado con la vida de todos. Pero las tradiciones abrahámicas han sido más bien diplomáticas: han hablado el lenguaje de la cultura en que surgieron, y para triunfar en un mundo autoritario se volvieron autoritarias. Es una cosa para una enseñanza espiritual comunicar una visión de las cosas, otra cosa es dictaminar lo que la gente deba pensar, bajo pena de persecución o incomunicación. Y lo mismo vale respecto a la esfera de la acción: hay una gran diferencia entre el consejo y la obligación o la prohibición. Pero en la tradición judeo-cristiana estamos ya acostumbrados a la concepción de la religión como ley: una ley que manda castigar la transgresión no sólo en la tierra, sino que, presumiblemente, en el más allá. Y no sólo la religión comprende prescripciones relativas a las prácticas religiosas, sino que la autoridad de la ley se extiende en ella especialmente a prescripciones morales, que dictan cómo se debe vivir a cada momento. Desde los días míticos de Moisés, estamos acostumbrados a los mandamientos. Supuestamente, existen para nuestro propio bien. El problema sin embargo es que nuestras creencias, que se dicen inculcadas por una autoridad temible, se tornan en obstáculo para la verdadera comprensión de su contenido, de modo que la moral compulsiva se torna en moralismo, y ello implica la institución de un estado policial intra-psíquico que puede muy bien controlar la conducta pero interfiere con un desarrollo ético profundo o superior. Tan acostumbrados estamos a que el moralismo nos diga que debemos ser morales que ya no nos damos cuenta de cómo ello entraña una maniobra de poder que declara a las personas malas o buenas e impera sobre ellas desde una posición de implícita superioridad. No sólo es secretamente inmoral el moralismo al poner el menosprecio al servicio del dominio, sino que también es una enfermedad cuando lo volvemos hacia nosotros mismos –por más que éste constituya un mal tan generalizado e idealizado en el todo el mundo civilizado que no lo percibimos como tal. Pero procedamos ahora a un “experimento en el pensamiento”: imaginemos que un mundo sano en que la religión dejara de ser autoritaria y dogmática. ¿Acaso no anticiparíamos que una vez desaparecidas las paredes artificiales que se han erigido entre las distintas tradiciones, naturalmente ocurriría lo que ya ha ocurrido en la ciencia y en el arte, dando lugar así a una integración entre las muchas corrientes históricas de creatividad espiritual? Es normal que todas las contribuciones creativas a una esfera determinada de la cultura vayan integrándose, sólo que en el campo de la religión un ecumenismo natural ha sido interferido por las tendencias hegemónicas de cada una de las propuestas espirituales en competencia. Y es claro que las religiones comparten las propuestas de que tratemos de ser mejores personas y que descubramos la dimensión contemplativa de la existencia. Pero también tienen en común, desgraciadamente, el subrogarse la supremacía. Pero si imaginamos un futuro en que la religión haya sanado del mal patriarcal que se manifiesta en el espíritu hegemónico de supremacía y conquista, ello nos lleva a anticipar una integración natural de las diversas contribuciones válidas a la vida religiosa que han surgido en distintas culturas, lugares y tiempos. Y así como en el mundo de la ciencia han cundido la interdisciplinariedad y la transdisciplinareidad, se esperaría que en el mundo espiritual también surgiese un espíritu más intercultural y transdisciplinario, no sólo entre religiones sino entre los ámbitos de la religión y la psicoterapia. La psicoterapia parece algo pequeño comparado con la religión que ha dominado el mundo durante milenios. Además, el hecho de que a veces los psicoterapeutas no son tan buenos contribuye a nuestro sentir que estos dos ámbitos no pueden ser comparados. Pero el espíritu de la psicoterapia es el de un camino: un camino interpersonal, o para usar la expresión hindú, un yoga interpersonal; y aunque nuestra cultura nos ha condicionado a llamar ciertas cosas espirituales y otras no, creo que ya es hora de que reconozcamos nuestra parcialidad, y que nos percatemos de las dimensiones espirituales ocultas pero importantes de la psicoterapia.

Entonces desde lo que puedo aportar en todo este camino, entiendo que hay tres dimensiones del ser y esta última, la espiritual ha de considerarse como fundamental para un desarrollo comunitario que respete a su vez a cada individuo de la comunidad en relación a la vida que eligió y en lo que cree así como la forma que utiliza para llevar adelante su credo. 

Somos buscadores de la verdad de nosotros mismos. Empecé diciendo que hoy haríamos una suposición. Esta suposición debe ser aún más desarrollada en el próximo ensayo. Me gustaría expandir aún más esta  tridimensionalidad humana. Podríamos vernos a nosotros mismos como un punto central en una esfera que nos circunda, nuestra comunidad, y todo esto dentro de una esfera que abarca lo anterior y nos conecta con luz y sombras que estimulan nuestro autoconocimiento. De esta manera podríamos sentir como vamos amplificando nuestra conciencia haciéndonos vivir en el presente más inteligentemente. En 15 días nos volveremos a ver.