POIESIS / 34

Por María Helena Giraldo González

Abordar la poética de Hernando Guerra (Colombia, 1954) exige una mirada amplia, al menos en tres niveles. En un primer nivel, una mirada evocativa de la infancia y la naturaleza, hasta podría decirse contemplativa; imágenes impregnadas de un lirismo y una simbología enraizadas en ese mundo febril de sus primeros años: La musicalidad del viento y del poema se dejan oír en su rumor de río.

Un segundo nivel, la devastación de los referentes, solo bruma y silencio, ni el canto de un pájaro en lo alto de una rama, ni el resplandor de luciérnagas en la opacidad de la noche. Un tercer nivel, intimista, introspectivo, devela sus infiernos y paraísos. Y el paraíso puede ser la casa de infancia recurrente en sus libros. Paraíso perdido que quiere recobrar con la palabra que lo abriga en los días oscuros. La casa como lugar evocador de la tierra y la madre. “Casa donde el fuego se enciende para abrigar el sueño / ahuyentar los fantasmas…es la casa en la que la madre teje / los vestidos del viento / mientras canta en voz alta / la canción del silencio” 

La naturaleza insiste en su permanencia, refugio en el que transcurre su infancia. El canto del pájaro, el bramar del viento, el cielo, son ese refugio en la noche oscura: “El árbol se prende del cielo, /ebrio de luna / y de lluvia…”. No es posible despojarlo de esa vivencia que toma cuerpo en su poesía. Nos recuerda al poeta Aurelio Arturo en su capacidad evocadora. Santiago Espinosa en la conferencia Infancia y naturaleza en Morada al Sur, sostiene que la poesía de Aurelio Arturo, la infancia y la naturaleza se funden en una sola: la segunda es siempre vista a través de los ojos del niño. 

Siguiendo este ánimo evocador sembrado en la infancia, otro poeta inmenso, que se pierde en los ríos iluminados de los primeros años, es Dávila Andrade. Hernando Guerra también pertenece a los poetas prendidos a la exuberante naturaleza que se abre en su infinitud incendiando los ojos de hermosura, desvaneciéndose las distancias para confluir en una autentica musicalidad, con imágenes fértiles como la misma tierra. Su poesía es contención de lluvia. 

La poética de Hernando Guerra tiene alto vuelo, y en un hombre habitan otros hombres, otras nostalgias. En 2016, fue publicado en el Periódico Confabulación mi ensayo Una ciudad fantasma en la poética de Hernando Guerra, fue el primer acercamiento a su obra y a ese segundo nivel al que me referí en su poesía; esta vez, atravesada por el desarraigo. Su aldea natal se puede rastrear en su poemario Sombra embestida. Esta obra, llena de imágenes, nos muestra una ciudad parecida a un diluvio de barro después de la tragedia. Rilke decía, la infancia es nuestra patria. Y de aquella pequeña patria solo quedó lodo moldeando una ciudad fantasma. Nada verde, nada azul, tanto dolor desgarrando la piel, la magia, la vida. 

La poesía de Hernando Guerra Tovar se escapa a través de los laberintos del ser como impronta en la que se juega un insondable dolor frente a experiencias extremas como la de Armero. La ciudad permanece en el corazón del poeta, en su poesía, faro para alejar la bruma, exorcizar la herida. Ha aprendido a convivir con los abismos, a conjurar los fantasmas que lo asaltan. No es fácil contemplar el horror de una noche llena de avalanchas, gritos, desvarío de los vivos, buscando a los muertos. Se necesita coraje para que la huella de lo bello perdure en medio de las cenizas. Sería mejor cerrar los ojos y no herirlos. 

Aún, en medio de la orfandad de patria, la palabra de Hernando llevada por el viento se deposita en cualquier lugar que nombre lo que es ilusión en los territorios del hombre. Y es aquí donde podremos apreciar ese tercer nivel, su veta más intimista, que no deja de estarlo en sus otros muchos poemarios. Luis Hernando Guerra se adentra en ese universo que es él mismo, explora lo que viene del Otro que sirve de espejo, allí nos miramos. 

Octavio Paz en el prólogo de su obra completa La casa de la presencia (1994) va a decir… cada poética se resuelve en una visión filosófica o religiosa. Y Flor de precipicio, su último poemario, la voz del poeta adquiere un tono más filosófico, más metafísico. En su búsqueda el abismo llama y la palabra tiene grietas. Descensos, caídas, también nace el milagro; se palpa en el fruto, en la semilla que contiene el germen de algo La semilla es ciega contiene la luz. Y agregaría, con la venía del poeta, la semilla ciega también contiene la muerte. En esta búsqueda lo oracular, lo breve son elementos recurrentes en la escritura del poeta Hernando Guerra. 


Acecho
Desde algún rincón de la sombra
con sus ojos de gato
el silencio acecha mi presencia 
Presa fácil
en esta comunión del grito

Pasajero
Pasajero de la noche intenta el alba
cumple el destino de tu viaje
no desciendas antes 
que el ave anuncie el retiro de las sombras
en cualquier esquina
alguien acecha el paso nervioso de la hora

La casa
En este lugar del ruido
donde se levanta una ciudad de miedo
tuve alguna vez mi casa
de ventanas abiertas al silencio
de puertas a la luz
Tuve alguna vez mi casa
donde la hamaca cuelga de la sombra
y el pájaro canta canciones de ausencia
Casa de caminos que se alejan
que se pierden más allá de bosques y de arroyos
de veredas que transpiran detrás de las colinas
olor a verde, a esencia vegetal
Casa donde el verano pulsa los hilos del fuego
y en el techo intacto la lluvia sonríe
salta de gozo, repica de alegría
Casa de partos como auroras
de tardes doradas
de noches en que la luna crece
cuando el sueño inventa grandes reinos azules
Casa por donde cruza un río sin orillas
un tren que viaja entre montañas
un viento de alas largas
En este lugar del ruido
donde ahora se levanta una ciudad que hiere
tuve alguna vez mi casa
de patio sombreado

Eclipse
El sol
y un niño que lo toma
lo acaricia
como una bola de cristal
lo lanza a los brazos de la luna
Nadie escucha el roce
la música de los astros que se aman
Sólo el hombre que habita la inocencia sabe
del instante prolongado
en el fuego de la noche
que ardorosa los acogeSólo ese hombre
y el poema
 
Albedrío
				A Andrés Matías
De los escombros elige el que te guste
Hay azules, cielo despejado
para aquellos que sueñan paraísos
donde la luz no alcanza
Hay verdes, como el vientre del bosque
colmados de hojas y de alas
Los hay rojos como la espina, la gota de polvo 
o de fuego en cada verso, en todo vino
De los escombros elige el que te guste
Hay variedad de grises olor a bruma
El negro escondido en algún lugar de la tiniebla
El blanco páramo
El que inventa el calor de la canícula
Puedes llevar los colores del sol y de la flor
acaso el lila el magenta el rosa
Puedes llevar los colores de la luna y la semilla
los oscuros colores de la tierra
Puedes llevar el amarillo dorado
como el alba o la tarde
como fruto maduro
como ese viento que danza en los trigales
De los escombros elige el que te guste
Sólo tú sabes el color de tu miseria

Ciudad iluminada
Escindidos, quizás una ciudad iluminada nos 
mire desde adentro.

Divididos desde el primer abismo.

Desde el primer poema exiliados en esta ciudad
que se desploma.

Fisuras
Todo escombro tiene su precio. Vale lo que mide o pesa y es metal herrumbroso en horas 
de consumo, guerras, holocaustos. Sacrificio en tierra ajena, exilio del sueño que atesora, 
cofre de milagros, historia mancillada como virgen de clausura. Todo escombro tiene su 
precio. Ruina o esplendor en los matices del blanco, acaso ilumine este camino que bordea 
las fisuras de la noche. 

Ningún acusador absuelve 
su paso 
sobre las piedras rojas

Nadie dice la palabra 
pronunciada en la montaña 
antes y después del viento

Todos callan y ocultan la fuente
secreto a medio fuego
silencio de hilo en la red 
vacío suspendido en la curva 
del folio y su registro

Multitud de ojos
todos lo niegan en la salida y en la marcha
en la mancha y en la arruga
en la entrada al lugar que gira y vuelve

El camino y sus tres orillas
invisible gesto gastado en la sangre
en el signo en la página
	
Nadie
ni siquiera el último de la fila lo defiende

Lo condenan al milagro


Hernando Guerra nació en Armero- Guayabal, Tolima, Colombia, 1954. Poeta y ensayista, abogado de la Universidad Libre, obtuvo el Premio Dámaso Alonso Academia Hispanoamericana de Buenas Letras, Madrid 2017. Ha publicado los libros de poesía Pájaro azul, 1994; La noche del árbol, 1998; Ciega luz, 2004; Sombra embestida, 2007; En la curva del río, Antología, 2009; Tríptico de la luz, Antología personal, 2010; El tiempo que nos resta, 2014; Restauración del fuego 2016; Flor de precipicio, 2019. Hace parte de una treintena de antologías nacionales e internacionales. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, portugués, italiano, hindi, mandarín.