ENSAYO
Por Alma Bolón
“Tal vez se juzguen estas páginas demasiado eruditas, demasiado gravadas de deudas en citas. No me disculpo por esto. Uno es lo que debe a los otros. Y mis lecturas cuentan mucho: son las que me hacen escribir.” (Michel Schneider)
“Citar al otro es una de las múltiples maneras de vivir con él.” (Françoise Armengaud)
“No soy solipsista y pienso en sociedad. Inclusive creo que una verdadera búsqueda solo comienza cuando uno se siente en compañía.” (Jean Starobinski) (1)
Con las tres citas que encabezan estas líneas Jacqueline Authier-Revuz cierra La representación del discurso otro. Principios para una descripción (2), obra inmensa por la extensión de su tema y la fineza de su consideración.
1)
Jacqueline Authier-Revuz (1940) inició su vida docente como “agrégée de lettres”, es decir habiendo concursado para enseñar literatura francesa en los liceos y las universidades; en 1994 defendió una tesis de doctorado de Estado en Ciencias del Lenguaje. Tempranamente se había inclinado por la reflexión lingüística, sostenida siempre en lo que la obra literaria instruye acerca de la lengua y su organización. Este proceder, lejos de desentenderse de la singularidad literaria, se apoya en ésta para revelar una materialidad compartida, de naturaleza idiomática.
Esta perspectiva se arraiga en las viejas tradiciones escolásticas que enseñaban a los alumnos el orden gramatical recurriendo a jugosas citas de poetas y de políticos griegos y latinos, antes de presentar para su estudio las figuras que formaban con las palabras esos mismos griegos y latinos, en aras de persuadir, deleitar, enseñar o purgar las almas de sus lectores, espectadores, ciudadanos. Ciertamente, en el trivium escolástico, la sucesión curricular de Gramática, Retórica y Dialéctica nunca supuso un mecanismo de desplazamiento y de remplazo, sino una progresión inclusiva, en la que la gramática ayudaba a pensar la fuerza persuasiva y deleitosa de una pieza oratoria o la justeza de un silogismo.
Esta tradición medieval que la Modernidad supuestamente sofocó, siguió respirando en lo mejor -en lo más revolucionario- de la filología, la lingüística y la poética europea; esta tradición, que piensa el orden lingüístico sin disociarlo de sus obras, en particular, literarias, y que también piensa la obra literaria atendiendo la lengua que la constituye, siguió respirando en Nietzsche, Saussure, Bally, Jakobson, Benveniste, Bajtín, Spitzer, Coseriu. En esta tradición, doblemente revolucionaria -en el momento de constitución del trivium escolástico y en el momento de su crítica moderna- creo yo que se inserta el inmenso trabajo de Jacqueline Authier-Revuz.
2)
Autora de numerosísimos artículos, Authier publicó solo dos libros, que son dos sumas o dos tratados. El primero es su tesis doctoral premiada y editada (1995) por Larousse en dos volúmenes que totalizan 869 páginas, reeditada en 2012; el segundo es la obra que aquí procuro presentar, que consta de 685 páginas y salió en 2020. Estos libros no son recopilaciones de artículos (que sí existen recopilados y traducidos al portugués de Brasil y al español rioplatense) sino que constituyen obras de tesis, en el sentido fuerte de la palabra, obras de planteo y de expansión de una reflexión provista de una organicidad propia, desde el inicio centrada en la enunciación. Dicho de otro modo, centrada en la puesta en funcionamiento de esa entidad abstracta que es la lengua.
Arrancando con su primer artículo publicado en 1978, “Las formas del discurso referido- Observaciones sintácticas y semánticas” (3) (y ya veremos la dificultad que plantea la traducción al español de este título), pasando por su tesis de doctorado de Estado defendida en 1994 y arribando a su libro de 2020, de manera constante, Authier-Revuz ha estudiado e investigado, dentro del campo de la enunciación, cómo los hablantes representamos otros decires, propios (“Ayer te dije que sí”) y ajenos (“Ayer me dijiste que no”), efectivos (“Ayer le dije que lo quiero”) o no efectivos (“Jamás le diré que lo quiero”).
El asunto parece tonto, limitado y mecánico: tal vez lo conozcamos de los ejercicios de traslado del estilo directo al estilo indirecto («Juan dijo: “Voy”» se transforma en «Juan dijo que venía»), por ejemplo cuando se estudia un idioma extranjero. ¿Cómo dedicar una vida entera a tamaña simpleza? Pues porque la simpleza no es tal, sino que la simpleza es el efecto del espejo deformante que nos ofrece la tradición filológica y lingüística hispanoamericana, para la cual ese asunto apenas si existe.
Basta observar la dificultad que plantea la traducción en español de “discours rapporté”: ¿”discurso referido”? ¿”discurso reproducido”? ¿”discurso relatado”? En español, la hesitación e inestabilidad de la denominación -perfectamente estable y reconocible en francés- muestra la poca atención que recibió en nuestra tradición lingüística. Esto es confirmado por las gramáticas hispánicas más recurridas, en las que, de figurar el tema, es tratado con brevedad. Por ejemplo el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, publicado en 1973 por la Real Academia Española, y que con numerosas reediciones ofició justamente de autoridad durante decenios, dedica 5 de sus 589 páginas al tratamiento del “estilo directo e indirecto”. Algo comparable puede decirse de la Gramática descriptiva de la lengua española (1999), en la que 48 de sus 5351 páginas se consagran al “discurso directo y discurso indirecto”. En cuanto a la Nueva gramática de la lengua española, publicada en 2009 por la Asociación de Academias de la Lengua Española, sus 3885 páginas reservan 16 al estudio del “discurso directo y discurso indirecto”. Patentemente, para la tradición lingüística hispanoamericana, el estudio de la enunciación y del discurso referido es marginal, casi invisible.
Poco importa que, como observa Gérard Genette, la pregunta sobre quién habla -habla solo el poeta, habla el poeta y hace hablar a los personajes, habla el poeta haciendo hablar solo a los personajes- permitió a Aristóteles distinguir de una vez para siempre el ditirambo, la epopeya y el drama (tragedia y comedia) (4).
Fuera del ámbito hispanoamericano, la cuestión de la enunciación (y de esa particular enunciación que consiste en representar una enunciación dentro de otra) es crucial. Por ejemplo, es crucial en la tradición francesa nutrida de pensamiento ruso – Jakobson, Voloshinov, Bajtín- en la que se inserta Jacqueline Authier-Revuz; no obstante, ahora, para empezar, conviene arrancar con el inmenso Émile Benveniste, uno de los puntos de partida de nuestra autora.
3)
Benveniste sostiene que lo propio del lenguaje humano, comparado por ejemplo con los sistemas de comunicación de otros animales, es la posibilidad de hablar no solo del mundo (posibilidad que también tienen los sistemas de comunicación de datos de algunos animales no humanos) sino también de hablar de la lengua y, sobre todo, de hablar de otra enunciación. Analizando los estudios de zoólogos que explican cómo las abejas transmiten la información de interés para la colmena -dirección y distancia de la fuente de alimentos- Benveniste observa que la comunicación animal está limitada por la fijeza del contenido y sobre todo por la restricción que impide a una abeja receptora del mensaje transformarse, a su vez, en emisora. Las abejas que reciben el mensaje sobre la dirección y la distancia de la fuente alimenticia, solo pueden reaccionar dirigiéndose hacia ésta, sin poder abocarse a transmitir esa información a terceras abejas.
En el reino animal no humano, no hay lugar para los correveidiles, exclusividad del animal humano, con las incalculables consecuencias que trajo para este género la posibilidad de atesorar conocimiento milenario transmitido oralmente y/o por escrito.
Dicho de otro modo, lo propio del animal humano no es hablar sobre el mundo, sino hablar sobre lo ya dicho sobre el mundo y, al hacerlo, situarse y tomar posición con respecto a la masa infinita de lo ya enunciado. A este respecto, en la obra que aquí comento, Authier refiere estudios cuantitativos que muestran el lugar considerable ocupado por los enunciados que hablan de otros enunciados, enunciados propios (enunciados sobre lo que dijimos, o tuvimos la intención de decir, o lo que estuvimos a punto de decir, o lo que decimos y repetimos a menudo, o lo que lamentamos no haber dicho, o nos arrepentimos de haberlo dicho, etc.) o enunciados ajenos, siendo las líneas que aquí escribo un ejemplo patente de la actividad de representar palabras de otros en un discurrir propio.
En cierto modo, la afirmación de Benveniste acerca de la centralidad antropológica del lenguaje que habla del lenguaje confluye con la afirmación de Mijaíl Bajtín acerca de la inexistencia del enunciado adánico, excepción hecha de los proferidos por el mismísimo Adán. Dicho de otra manera, todos los que vinimos después de Adán llegamos a un mundo ya repleto de palabras, de decires, de enunciados, de discursos otros, y es en ese magma que siempre nos precede que se forja la palabra de uno, desde la más trivial a la más excepcional.
El conjunto de verbos que en francés pueden introducir una cita supera los setecientos, señala Jacqueline Authier al pasar, como para que se tome el pulso del dispositivo en juego en nuestros idiomas. En español, junto con el omnipresente “decir”, surge un listado colorido: “boquillar”, “bocinear”, “versear”, “ladrar”, “aullar”, “vomitar”, “lanzar”, “ronronear”, “descansar”…
En un trabajo temprano, “Heterogeneidad mostrada y heterogeneidad constitutiva: Elementos para un abordaje del otro en el discurso” (1982) (5), Jacqueline Authier sienta las bases de su campo de estudio: suscribiendo la afirmación bajtiniana acerca de la inexistencia del hablante adánico -todo hablante habla sobre lo ya dicho; todo discurso es heterogéneo, es decir, provisto de innúmeros genitores- Authier identifica dos tipos de heterogeneidades. Por un lado, la heterogeneidad constitutiva: ley del discurso, alfa y omega del ser discurso, dimensión irreductible e intratable, instancia imposible de sortear, si no es imaginariamente, creyéndose “origen” o “autor” de su decir. Por otro lado, la heterogeneidad mostrada, dispositivo de marcas lingüísticas gracias a las cuales el hablante representa localmente la emergencia en su discurso de enunciaciones otras. En este punto, surge el diálogo fructífero que Michel Pêcheux y la autora entablan en el marco del Análisis del Discurso: la distinción (y la articulación) forjada por Authier entre una heterogeneidad constitutiva y una heterogeneidad representada es fundamental porque permite reconsiderar críticamente tanto “la muerte del autor” como su contraparte “el autor plenamente dueño de su decir”.
Así por ejemplo, cuando Carlos Gardel canta «Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando», por cierto no es el primero en metaforizar el morir como un dormir (ni lo inverso, el dormir como un morir), ni es el primero en constatar el perenne movimiento terráqueo y terrenal; sin embargo, Gardel no dice «Sus ojos, como dicen algunos/como dice la gente/como prefiero decir/etc. se cerraron y el mundo sigue andando, como dijo Galileo/como avisó Heráclito». Tampoco, cuando más adelante Gardel canta «el carnaval del mundo gozaba y se reía», no agrega «como dice el poeta/como inmejorablemente dice Juan de Dios Peza/etc». (De igual modo, el poeta mexicano en su hermoso «Reír llorando» no dice «el carnaval del mundo, como proclamó el Barroco».)
Estos ejemplos de lo que, afortunamente, no agregaron Alfredo Le Pera ni Juan de Dios Peza solo pretenden ilustrar, por vía grotesca, el carácter irreductible de la heterogeneidad constitutiva: aun la expresividad más lograda y la emoción más intensa y contagiosa está hecha de innúmeros fragmentos discursivos preexistentes, más o menos desarraigados de experiencias singulares, pero disponibles para ser retomados en la singularidad de una nueva enunciación.
(Por cierto, y Authier lo dice explícitamente en su obra de 2020, la heterogeneidad constitutiva no solo involucra la pluralidad de voces -de autores- que hablan en un enunciado, sino que involucra también la equivocidad constitutiva de toda lengua.)
En cambio, en la heterogeneidad mostrada, precisamente se trata de representar en la palabra propia la emergencia de otra enunciación, sea como fuente o sea como objeto del decir propio. Siguiendo con el género canción, véase «Entre los sueños del hombre», en cuya letra Silvio Rodríguez representa el decir de «un poeta»: «Entre los sueños del hombre// hay un hermoso sueño // que es suprimir la noche, // dijo un poeta hermoso // que ya está muerto […]».
Claramente, en estos ejemplos, Le Pera/Gardel y Silvio Rodríguez no ocupan la misma posición de sujeto hablante (o de sujetos porque hablantes); para Le Pera/Gardel, la emoción dolorosa se alimenta y se exalta en la absoluta oposición al «mundo», que deja al “yo” solo, solamente acompañado por «limosnas de alivio» que son «mentiras»: el doliente se representa como única fuente de su decir dolido y veraz. Para Silvio Rodríguez, se trata de presentarse como depositario y transmisor de un decir poético que lo precede.
Siguiendo a Jacqueline Authier, entre ambas heterogeneidades hay oposición absoluta: ausencia de marcas que representen la articulación de otras enunciaciones distintas (heterogeneidad constitutiva) versus presencia de marcas que representan la articulación de otras enunciaciones distintas (heterogeneidad mostrada).
Pero también hay, para esta autora, gradaciones, porosidades, zonas de frontera y de indecibilidad. La oposición simple y tajante (ausencia de marcas versus presencia de marcas) forma parte de la lengua en tanto que sistema finito de marcas opositivas, diferenciales, abstractas; la infinitud de sus realizaciones, incluidas las fronterizas e indecidibles, corresponde con la enunciación, con los infinitos actos de habla habilitados por el sistema rígido y abstracto que es la lengua. Este punto tal vez sea, a mis ojos, el más delicado desde el punto de vista teórico, puesto que se trata de pensar cómo se produce la dialéctica entre la langue (conjunto finito de oposiciones, según suele entenderse) y la parole (conjunto infinito de sus realizaciones). Explícitamente, la autora suscribe la perspectiva de Benveniste que distingue entre el signo en el sistema y el signo en sus usos; por esta vía, creo yo, la autora se inserta también en la tradición del hoy poco recordado Gustave Guillaume. En todo caso, fuera de la discusión teórica, la existencia de una zona fronteriza entre la heterogeneidad constitutiva (no marcada) y la heterogeneidad mostrada (marcada) abre el imprescindible campo de la interpretación.
Así por ejemplo, cuando Jorge Luis Borges inicia «El aleph» escribiendo: «La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó en un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita», ¿resuenan en oídos de Borges «Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando» y «hoy está solo mi corazón»? Imposible decidirlo con certeza, pero la posibilidad de la pregunta ilustra esa vasta zona fronteriza que se extiende entre las dos heterogeneidades.
Planteada la distinción entre ambas heterogeneidades, Jacqueline Authier-Revuz se dedicará al estudio de la heterogeneidad representada, es decir al estudio de los enunciados que portan marcas de su condición alterada, heterogénea. Y, complementariamente, Authier situará su campo de investigación en el inmenso territorio del metalenguaje, del enunciado que habla de la lengua, de la enunciación que reflexivamente (se) vuelve sobre sí misma o sobre otra. Por esta senda, la autora encuentra a Roman Jakobson, quien señeramente advirtió que la función metalingüística no es exclusiva de gramáticos, lingüistas o lógicos, sino que todos los individuos la ejercemos; la autora así también encuentra el trabajo pionero Le métalangage (1978/1997) de la lexicógrafa Josette Rey-Debove.
Bastante antes, en 1929, Voloshinov había explícitamente caracterizado el discurso referido (discours rapporté) como “discurso sobre discurso (otro)” y como “discurso (otro) en el discurso”: el discurso referido como el lugar de la articulación del metalenguaje (discurso sobre el discurso) y de la heterogeneidad discursiva (discurso en el discurso), recuerda Authier.
4)
Imaginar el discurso representado como una enunciación en la que confluyen metalenguaje y heterogeneidad no solo cambió su enfoque -ya no se trata primordialmente de un asunto gramatical- sino que amplió el campo de estudio, yendo más allá del dúo “discurso directo y discurso indirecto”, a veces llevado al trío “discurso directo, discurso indirecto y discurso indirecto libre”.
De entrada, la consideración del discurso referido como conjunción de metalenguaje y de heterogeneidad permitió a Authier afirmar que la “fidelidad” o la “textualidad” no son -contrariamente a lo que suelen afirmar gramáticas y manuales- un rasgo constitutivo del discurso directo. Véase, si no, la abundancia de ejemplos como «Juan nunca le dijo a María: “Qué rico está el helado” » perfectamente análogo discursiva y gramaticalmente a « Juan siempre le dijo a María: “Qué rico está el helado” », solo diferenciables en el mundo extralingüístico, tal como en ese mundo se diferencian la inexistente ave roc y la existente gallina. Igualmente, Authier pudo afirmar que el discurso indirecto libre no era un hijo híbrido del directo y del indirecto, ni era exclusivo de la literatura, sino que forma parte del coloquio más cotidiano y se caracteriza por rasgos propios. Con razonamientos consistentemente sostenidos y con abundante y variada ejemplificación, la autora puede criticar los lugares comunes más sólidos atribuidos al trío “discurso directo, discurso indirecto, discurso indirecto libre”.
Sin embargo, a mis ojos, lo más interesante en la perspectiva de Authier-Revuz consiste en la ampliación del campo de estudio a los casos en que el decir otro no es objeto de la predicación, sino fuente. Esto incluye los infinitos casos en los que, para hablar del mundo, seguimos un decir otro, diciendo que es otro: representando que es otro. Véanse los abismos que se abren en pares como «Ucrania lleva todas las de ganar», enunciación que no representa su heterogeneidad sino que simula una especie de originalidad adánica, versus «Ucrania lleva todas las de ganar, según Zelenski/como declaró Biden/para los periodistas franceses/ etc.» O bien «Juan me quiere» versus «Juan me quiere, dice» o «Juan me quiere, en mi opinión».
Así se abre el extenso campo en el que los hablantes, hablando del mundo, nos detenemos para comentar la expresión empleada, y ese comentario puede consistir en una entonación particular, un cursivado, unas comillas, un “etc.”, una digresión de variable largo sobre la palabra que nos detuvo. Véase: «Hicieron gala de mucha garra charrúa», versus «Hicieron gala de mucha garra charrúa», «Hicieron gala de “mucha garra charrúa”», «Hicieron gala de mucha garra charrúa, etc., etc.», «Hicieron gala de mucha “garra charrúa”, como empezaron a decir los periodistas luego de aquellos gloriosos partidos de fútbol en los que Uruguay tuvo la bravura épica de los primeros habitantes de nuestra amada patria», «Hicieron gala de mucha “garra charrúa”, con lo difícil que es andar de gala y con garras».
El valor apabullante de la investigación de Jacqueline Authier-Revuz radica en haber hecho emerger, gracias a una teorización rigurosa de los conceptos de lengua, discurso y sujeto, una infinidad de enunciados pensables desde esa perspectiva teórica y pasibles de ser agrupados según el doble rasgo de metalingüísticos y heterogéneos. Esa infinidad de enunciados (varios miles) colectados y conservados por la autora durante más de cuarenta años proviene de buena parte de la literatura francesa de los siglos XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, pero también de la narración barrosa y paródica de la novela de espionaje inglesa a la 007, de la prensa política diaria y semanal, de la prensa femenina, de manuales de autoayuda, de prensa dedicada al cuidado de la casa, a la práctica del alpinismo, de revistas sobre el cultivo de plantas y de jardines, de guías turísticas, de folletos publicitarios, de correo familiar, de diálogos hogareños, de diálogos cinematógraficos hollywoodenses, de librillos de instrucciones para padres novatos, de programas radiales, de ensayos filosóficos, literarios, lingüísticos, psicoanalíticos, de actas de reuniones de padres de alumnos, de actas de Consejo Municipal, de defensas de tesis, de conversaciones oídas en el tren que la lleva a su casa en los alrededores de París …
En esta extraordinaria masa de ejemplos se pone de manifiesto la incesante actividad de alterar nuestra enunciación con otra enunciación y de comentar nuestros decires. Jacqueline Authier ilustra así la universalidad de la actividad metalingüística, que abarca desde las meditaciones proustianas sobre lo que los nombres portan en sí y recurrentemente detienen su narración, hasta las bromas de unas jóvenes puericultrices cuando, en una conversación de tren, caen en la cuenta de que, «proprement» (= “propiamente” y “limpiamente”), cambiar pañales todo el día es un trabajo de mierda. Ciertamente, el ejercicio de la función metalingüística es universal, pero ciertamente también no todas las sociedades ni todos los individuos la ejercemos con el mismo interés, con el mismo ahínco o desasosiego; bastaría así recordar el acorralamiento que se impone Gustave Flaubert, al prohibirse en su obra cualquier palabra que fuese de su “cosecha”, obligándose a contar sus historias con las palabras de sus personajes, inaugurando así el llamado estilo “impersonal”.
En 1971, en la lección inaugural que pronunció en el Collège de France, Michel Foucault «denunciaba maravillosamente bien», nos recuerda Authier-Revuz, lo que el filósofo llamaba “una muy antigua elisión de la realidad del discurso”. Cito a Authier, citando a Foucault:
«Del esquema idealista de un sujeto cuyo pensamiento pasa directamente -revestido con las palabras del idioma- al decir, Foucault denunciaba maravillosamente bien, en 1971, en El orden del discurso, su resistencia en el pensamiento occidental, como si fuera una “denegación” o “una muy antigua elisión de la realidad del discurso”, como si el pensamiento occidental hubiera “velado para que el discurso tuviera el lugar más minúsculo posible entre el pensamiento y el habla”».
Sin dudas, la obra de Authier corroe esta «resistencia» y en el lugar de la «elisión» hace emerger un continente discursivo inabarcable y no obstante ordenado. Porque, lejos de ser una florida casuística, la obra de Authier hace emerger un campo al que ordena y clasifica, elaborando sus criterios distintivos, cotejándolos con los de otros autores, poniéndolos a prueba y mostrando sus zonas de inoperancia.
Estos criterios son escasos y tajantes. Unos tienen que ver con las tres operaciones metalingüísticas que ponen en juego las dos enunciaciones, la representada y la que representa. Con la categorización, el acto de habla representado es categorizado gracias a un verbo y/o un sustantivo (decir/dichos; exclamar/exclamación; preguntar/pregunta; sermonear/sermón; mentir/mentira; ordenar/orden; negar/negación; putear/puteada; añadir/añadido; susurrar/susurro; vocinglear/¿?… en francés, dijimos, se han repertoriado más de 700 expresiones con las que se categoriza el acto de habla que está representándose. En español, ignoro si tal repertorio fue establecido.
Con la paráfrasis, la enunciación que representa parafrasea a la representada, lo que significa que el sistema de deícticos espacio temporales organizado por el “yo” (el “yo aquí ahora”) se impone sobre el “yo aquí ahora” de la enunciación representada. La operación de paráfrasis que produce una imagen de unidad a partir de dos enunciaciones se encuentra en casos como «Juan fanfarroneó que podía dejar toda la casa limpia en una hora» y «Mañana hará/haría calor según dijeron ayer en la radio». Con la autonimia, en cambio, no hay paráfrasis, sino que cada enunciación conserva y exhibe su propio juego de “yo aquí ahora”: se habrá reconocido que la operación de la autonimia da lugar al “discurso directo”, el cual queda caracterizado por criterios enunciativos que permiten prescindir de la fidelidad/textualidad tradicionalmente atribuida a este discurso.
Estas tres operaciones se combinan junto con otras oposiciones: la distinción entre representar una enunciación otra versus representar la enunciación en curso (compárese «Ayer te dije lo principal de la historia y no diste corte» versus «Ahora estoy diciéndote lo principal de la historia y no das corte»), junto con la distinción entre representar la enunciación otra como objeto o representarla como fuente (compárese «Juan dijo: “no va a llover en todo enero”» versus «No va a llover en todo enero, según Juan») junto con la distinción entre autonimia y modalización autonímica (compárese «Reverendo es un sustantivo y es un adjetivo» versus «Ese cura es un reverendo veneno, si se me permite la expresión»). La combinación del conjunto de estas oposiciones constitutivas de la lengua sin ser estrictamente morfosintácticas o sintácticas (porque la lengua no es solo su gramática sino que es también su aparato formal de enunciación, como lo llama Benveniste) permite a Jacqueline Authier-Revuz dar cuenta de la inmensidad de los enunciados efectivos o virtuales, incluidos los fronterizos e indecidibles. También permite a la autora dar cuenta de los sofisticados y siempre proliferantes efectos de sentido que la representación del decir produce cuando quienes ponen en juego ese conjunto de oposiciones son los grandes escritores y también cualquiera de nosotros, cuando la palabra es proferida, y captada al vuelo, en el seno de la familia o en la enunciación anónima y fugitiva de algunos pasajeros en un tren de suburbios.
Jacqueline Authier-Revuz, a lo largo de todos sus años de investigación, no ha cesado de dialogar con los autores que la precedieron, con sus colegas, con las nuevas generaciones que trabajan en el campo de la representación del discurso. Constante, apoya su reflexión en ellos, en la coincidencia o en el disenso, por lo que las perspectivas y las argumentaciones de colegas y de discípulos integran la trama de esta obra fundamental. Las tres citas que cierran las páginas de su libro de 2020, y que aquí figuran encabezando estas líneas, con precisión condensan su proceder y su objeto de meditación.
Referencias
(1) « On jugera peut-être ces pages trop érudites et grevées de dettes citationnelles. Je ne m’en excuse pas. On est ce qu’on doit aux autres. Et je tiens à mes lectures : ce sont elles qui me font écrire » Michel Schneider, Morts imaginaires, 2003.
« Citer l’autre est bien l´une des multiples manières de vivre avec lui » Françoise Armengaud, « Devoir citer : citation talmudique et citation poétique », in Citer l’autre, 2005.
« Je ne suis pas solipsiste et je pense en société. Je crois même qu’ une vraie recherche ne commence que lorsqu’on se sent en compagnie » Jean Starobinski, La parole est moitié à celui qui parle », 2009.
(2) La représentation du discours autre.Principes pour une description, Berlin/Boston, De Gruyter, 2020, 685 páginas. Numerosos artículos de Jacqueline Authier-Revuz fueron traducidos y publicados en recopilaciones en España, Brasil, Argentina y Uruguay.
(3) “Les formes du discours rapporté – Remarques syntaxiques et sémantiques” , Revista DRLAV 17 (París), páginas 1-78, 1978.
(4) Gérard Genette, Introducción al architexto, Montevideo, Publicaciones del Ceipa, traducción de Alma Bolón, Andrés Rochón, Yamila Montenegro, 2003.
(5) « Hétérogénéité montrée et hétérogénéité constitutive, éléments pour une approche de l’autre dans le discours ». Revista DRLAV 26 (París), páginas 91-151, 1982 ; en español in Detenerse ante las palabras. Estudios sobre la enunciación, Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria, 2011, traducción, presentación, notas de traducción de Alma Bolón.