Un virus silencioso en la periferia de la palabra poética
POIESIS / 24
Gabriela nació en Floresta, Buenos Aires, en 1985. Gabriela es artista: actriz, fotógrafa, poeta. Gabriela escribe. Con su cuerpo, con sus ojos, con su lengua.
Por Alejandra Boero
Mallarmé le preguntaba a la naturaleza “¿qué quiere decir todo esto?”.
Gabriela también se lo pregunta. Y la naturaleza se hace eco y se tiende como telón de fondo para que el oído transmute una voz que piensa y siente e intente explicar “…un sonido/ todavía sin nombre/ la invención/ de toda posibilidad/ que para siempre/ nunca nos pertenece”.
De lo mucho que escribió y publicó Muta (Nulu Bonsai, 2014) y Tundra (Añosluz, 2018) son libros-puentes que permiten atravesar una geografía sensible, un yo poético que no se esconde en la revelación de la belleza que se preserva del mundo de lo cotidiano y sus contradicciones. Hay una apuesta por el cruce y las encrucijadas, por los bordes y las periferias que se contaminan en lo contingente. El cuerpo poético, político donde “… La verdad/ florece/ y sangra”.
Estamos frente a una poética del compromiso que compromete la búsqueda de una voz propia. Y esa voz se devana como larva, libélula, ninfa. Y es contundente como Hacha, Fuego, Madera, Polvo, Hielo. Formas del tiempo y la materia que miran-escriben para hundirse en lo animal-vegetal. Formas que alumbran imágenes en donde “… El animal en uno recuerda más de lo que puede nombrar”.

De Muta larva Pequeña asfixia ¿Qué son las calles? Un desfiladero de autos. ¿Qué son los cementerios? Un depósito de cuerpos. ¿Qué son los bancos? Un compactadero de futuros. ¿Qué son las oficinas? Un lavarropas de conflictos. Todo a prisa. Tan de prisa. Tanta prisa y tan estáticos los corazones. ¿Y qué es tu cuerpo en la noche? Un aguantadero de sueños. ninfa Deseo Que me basten tan sólo las líneas de la mano para decidir si librar el cuerpo al viento o construirme un puente de papel hacia el ego. Otros demonios Si no las escucho, ¿para qué las decís? A la nada al viento mismo que lleva hojas de papel en sus brazos blancos. Entonces te escucho porque no queremos al viento empapelado como una gran serpiente áurea surcando los cielos. Tus palabras, todo lo tocan como si fueran tentáculos y este cuarto un barco a la deriva. Te pido rescate bandera blanca una bala de plata una estaca en la marea. Entonces te miro porque no quiero perder la vista en el horizonte nublado, cierro los ojos para salvarme las aves vuelan bajo tienen hambre. Tus labios, todo lo mojan como si fueran diluvio. Y esta ventana abierta al desierto no me sueltes veo llegar los días de arena y cal. Al viento empapelado bandera blanca la vista en horizonte nublado no me sueltes. Entonces te miro te escucho tus palabras repetilas otra vez o una estaca bala de plata en el eje, en el centro del pecho. Mis ojos abiertos, tu boca cerrada. La verdad florece y sangra. libélula Desarme 1.32 Niña-águila, mujer-pez adorando a la serpiente alada, un rapto de locura me arrojaría a tus pies. Dejá ya, locura, de caminar por las paredes, dejá ya, inconsciente, de curtirme la piel: estoy en carne viva al tiempo, estoy viva. El mundo visto ha sido devastado ciudades suspendidas, nuevos artefactos al revés, habrá cielos de agua y aire, bajo los dedos. Las horas caminan solas, vástagas hijas sucias de los relojes humanos detrás de los cristales mienten su paso. Perros guardianes del corazón guardianes fieles de la calma, guardan en sus ojos la historia de los tiempos antes de los satélites. Dejá ya, locura, de satisfacer los egos dejá ya, impaciencia, de envenenar los cuerpos desagujame vida del conjuro perfecto. Prefiero el camino nocturno y tenue, prefiero el camino áspero al navío firme porque el óceano es una fauce infinita. Y el viaje no terminó. Dejá ya, locura, no cuentes los días como un rosario pagano de arena déjame la boca abierta, que tengo el sexo incierto. Veo en las piezas inconclusas finales abiertos, amor a destiempo ceguera, no es tiempo aún de andar laberintos sabiendo su centro, la orquesta orgánica la música viva, alimento verdadero. Soltá ya, locura, esta vida va desnuda. De Tundra I. Hacha El lapacho es la imagen de la furia El color de los perros ahorcados se confunde en el perfume del lapacho desde el tren, el campo parece santo de frente partida contra el alambrado -cuántos estigmas puede un cuerpo cuántos cajones de fruta podrida protegen los días de los culpables- de púas que se doblan oxidadas sobre las pasionarias, esperan convertirse en lanzas bajo una lluvia de meteoritos que se anuncia para el final del verano; de noche se apagan desvían los senderos los ciegos doscientos gallos azules pululan tiran a gracia el maíz polvoriento sobre las crías persiguen la estela del tesoro prometido lavando la sangre con los picos. Las manos de las chicas aparecen entre las flores del lapacho desplumadas en la tierra, debajo los ojos ni recuerdan que las últimas estrellas se parecían al canto astillado de las sirenas manchando las sábanas tendidas en los patios, lluvia de meteoritos asteriscos rotos el miedo es pestañeo del latido animal, cruzaré las vías, cruzaré el día si me tocan si me tocan si me queman no somos corderos no somos corderos no seremos res adormecida en el postre de los asesinos si me tocan si me tocan si me queman cuento mis costillas: hay balas para todos. II. Fuego VI En el campo los sapos son estrellas en las noches de tormenta titilan aquí y allá croan agujeros negros en el aire húmedo su manto de piedra invisible en el barro sesenta ojos conté planetas errantes me pregunto -¿será que los sapos sostienen otro orden del universo?- a la distancia de un rayo una vaca muge, afirma. Nunca estuve tan cerca con mis pensamientos de descubrir algo. XI Con la sombra como canto caigo sobre los caminos no soy una mujer cruzando lenta avenida Soy la sangre de mi costado izquierdo alimentando a las yeguas y a los cactus del desierto No soy hija del sol o madre de los que duermen soy la espada de la luna cayendo. XII El amor que siento es un oasis donde la muerte lava su capa después, se va. III. Madera ADN Amaso pan con mis torpes y modernas manos amaso el pan como otros lo han hecho Y otros lo harán Hay algo en la repetición que me cura Amaso pan me siento parte de algo mucho más grande mi nombre no se relame Soy sustantivo de los que puede apropiarse una chica con las manos llenas de harina. IV. Polvo Alud Dueña de un rito propio particular, tamizo los ojos a lo lejos en un vidrio oscuro a las 19.23 en el meridiano de este invierno pienso en mis cenizas algún día la fundación de dónde, viento ser entonces venir bosque que antes de mí y después de todos es fuego dormido en rama seca escama húmeda hoja de hueso musgo que late en un pararrayos Qué dinosaurio llevará mi nombre qué alud profanado será mi casa quién doblará las sábanas de la cama cuando todos se hayan ido y el final de la fiesta el eco de un satélite estrellándose en el agua: un sonido todavía sin nombre la invención de toda posibilidad que para siempre nunca nos pertenece. V. Hielo I No estoy orando ni me entrego si mi frente toca el suelo: espero la señal. A mí sí que me verán de rodillas ante la corte en el estrado frente a los jueces. El fuego crece desde abajo las llamas alcanzarán la altura de los altares de los corruptos. Arriba no tendrán dónde escapar que griten que pidan que el eco sea su última palabra. Las cenizas en el viento una idea de la nieve un invierno sin frío para nosotros, los desterrados. II Tenés que cruzar, tenés que ir donde la montaña no existe donde la bruma es infinita y las estrellas fallan donde los árboles olvidaron su raíz para siempre no hay brújulas ni referencias sos un caballo plateado sobre la tundra tu cara es el relámpago vas a perderte vas a ser tu propio mapa. Nadie va a encontrarte a menos que vos lo quieras a menos que sepan tu verdadero nombre y en el medio de la mañana lo griten con una mariposa en el paladar. Caballo plateado relámpago Vas a relinchar herirte los talones vas a comerte un corazón como ofrenda vas a ser tu mapa una espada suspendida en el aire el filo sobre la cabeza de quien corresponda. Juana de la Tundra
Gabriela Clara Pignataro Agnoli (Buenos Aires, 1985) es escritora, fotógrafa, actriz, pedagoga y educadora social. Publicó La última oleada se llevó todo menos esto (Ed. Subpoesía, 2013), Eso que no se parte en una respuesta (Difusión Alterna, 2014), Muta (Nulu Bonsai, 2014), Floresta (LFS, 2015), Esto pasa: Poesía en Buenos Aires. Antología (Llanto de Mudo, 2015), Formas de lo invisible. El espectro como cuestión estético-política (Karmacorp Ediciones, 2017), Tundra (Añosluz Editora, 2018), Tranco cabelo cai um raio (Benfazeja Editorial, 2018). Dos poemas (Ediciones Arroyo, 2019). Estudia una Maestría en Políticas Públicas en Educación, trabaja como docente y da talleres de escritura creativa en “Bajo la Araucaria”.
