CARTAS de los LECTORES
Piriápolis, 24 de Noviembre del 2021
Desde que empezó la pandemia sigo sin ver a nadie. Antes por miedo ahora también, pero el miedo era mío y ahora es de los demás por no estar vacunado. Antes porque me cuidaba, ahora porque no me dejan… Así que sigo solo, tan sano como solo…
El viernes pasado fue la reunión de 30 años de los ex-alumnos del liceo y estuve invitado hasta que me “desinvitaron” por no estar vacunado. Fue Extramuros, digo, extra duro, porque con mucha alegría pague la entrada y me uní al grupo de WhatsApp donde estábamos todos tan contentos del inminente re-encuentro que a nadie se le ocurrió decir que el salón exigía estar vacunado. Tres días antes del evento llegó el primer mensaje privado: “No recibimos tu certificado, ¡mandálo!”. Le explique a la persona que las vacunas que tenga son tan secretas como mi voto, credo, orientación sexual o cualquier otra cosa que no afecte a los demás –porque como sabemos, está comprobado que el Covid-19 se contagia igual, vacunado o no- así que no es un tema de (falta de) solidaridad como tantos todavía creen.
También agregué que el Ministerio de Salud Publica no lo exige, es “la Cosse”.
Esa primera persona dijo “ta, pongo como que si la tenés y listo!”. Al siguiente día otra persona del grupo me llama (también con muy buena onda y entusiasmadísimo de vernos pronto) para pedirme el maldito certificado porque estaba “encargado de imprimir todos los certificados para el salón” a lo cual le respondo –también con muy buena onda- lo anteriormente mencionado. No hubo caso, no pude ir y me quedé con las ganas, viviendo la fiesta vicariamente por fotos y videos casi en tiempo real, en casa, solo, sano y salvo…
Dos días después fue el casamiento de mi sobrina, al cual ya sabía desde hace más de un mes que no iba a poder ir por la misma razón: “El salón lo exige, que lástima, nos encantaría que estuvieses –¡vacunado!- pero ta, que lástima!”.
Y acá sigo, solo, sano y salvo, viviendo mi realidad que cada vez me parece tan irreal como enferma, basada en el miedo de los demás, temiendo al prójimo, separando familias a la Bosnia de los noventa, chupando la teta come-cabeza de los medios masivos, poniendo brazo, sacando pienso, cero corazón, a toda condena al que no piensa como ellos, trabando trabajo, investigando nada, siguiendo al doctor semi-Dios porque el miedo funciona, enceguece, divide y conquista. Yo prefiero seguir la intuición hasta la muerte porque al final, el que sabe sabe y el que no, es jefe.
Pedro Graseras