POIESIS / 56
Por Jorge Cadavid
El título del último poemario de Federico Díaz-Granados alude a las relaciones entre velocidad, fugacidad e instante poético (efímero paraíso perdido en la infancia). Este oxímoron, paradójico y antitético, es capaz de unir contrarios: hace compatibles lo fugaz (contingente) y lo eterno (que solo permanece inmutable en el poema). Entre estos dos polos dialécticos se mueve claramente la escritura del poeta bogotano.
Esta poética transita por una sólida vía deliberadamente prosaica, conversacional, cotidiana y antipoética que algunos han dado en llamar como “poesía de la experiencia”, frente a una “poesía esencialista y purista”, que ha dado a luz una de las polémicas más interesante en la poesía española del siglo XX y que señala el curso contrario entre los poetas peninsulares del sur y los del norte.
“La otra sentimentalidad” o “la nueva sentimentalidad”, incluso la “poesía de la experiencia”, es un concepto nacido en el sur, en Granada (España), en el año 1983, de la mano de tres poetas: Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador. En la antología publicada bajo el título Poesía ante la incertidumbre (2011), ocho poetas hispanoamericanos, menores de cuarenta años –incluido Federico Díaz-Granados-, definen esta propuesta que va en contravía de la Torre de Marfil del arte de élite.
Esta cartografía no tan novedosa tiene sus raíces en las teorías del profesor de retórica Don Juan de Mairena, heterónimo de Antonio Machado, quien a finales del siglo XIX (pleno noventayochismo), defendía una nueva escritura acorde con los tiempos, una historia del sentimiento unida a una nueva sensibilidad, heredada por los maestros Rafael Alberti (en el 27) y, más adelante, Jaime Gil de Biedma (en los 50). Estas poéticas experienciales abogan por un lenguaje sencillo que facilite al lector ideal su comprensión.
Así, la poesía de Las prisas del instante resplandece “dejando un tanto de lado la espesura de la forma”, volcándose más hacia el mensaje, rechazando los estilos ya cristalizados y automatizados, evitando el sentimiento estereotipado. Este volcarse hacia el significado, dejando de lado los significantes, es un reto a la “función poética” propuesta por Roman Jackobson en 1916, en su ya canónico libro Lingüística y Poética.
En la poesía de Díaz-Granados, el lector ideal sufre un “efecto de creencia”, es decir, se siente partícipe de los hechos versificados, narrados prosaicamente, antipoéticamente. Poesía parricida que sacrifica a los paradigmas (Mistral, Nervo, Chocano, Neruda) y que escoge el camino trazado por Nicanor Parra, Mario Benedetti, Cristina Peri-Rossi, Blanca Varela y, por supuesto, José Emilio Pacheco.
(…)
Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo
y la vida en tener sus afanes
para quedarse acá
con todas las prisas del instante.
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LAS PRISAS DEL INSTANTE (Pág. 11)
Esta poesía autocrítica ocurre en la ciudad moderna, convirtiendo buena parte del discurso lírico en “poesía urbana”, recuperando a los ciudadanos anónimos, lejos del elitismo y del antiguo establecimiento con toda su retórica. Esta poética intenta volver a la “normalidad” del hombre común, cotidiano, sumergido en la marisma de la gran urbe. El desconsuelo del poeta es pudoroso y, al igual que su ironía y su módico entusiasmo, deriva en una visión esencialmente trágica.
(…)
A quién darle cuenta de este tiempo:
acaso unos recortes de prensa
algunas fotos que caen de un sobre
o un signo dibujado en el vaho sobre el espejo
y que desaparece.
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NOTICIAS DE ESTE TIEMPO (Pág. 13)
La poesía de Díaz-Granados, es austera, meditativa e irónica. El escritor ficcionaliza lo vivido con un lenguaje deliberadamente emotivo, sutilmente literaturizado con un estilo de corte narrativo. Aquí, la intertextualidad, los episodios autobiográficos denuncian entre paréntesis al sujeto alienado –enajenado- en la vida cotidiana. Para esto, el poeta recurre a la parodia, el tono coloquial, los titulares, los obituarios, los eslogans y, por último, a la ironía antialegórica que lo mina todo.
(…)
Para matar el tiempo
recuerdo algunos fulgores de la infancia,
lleno crucigramas
para que tu nombre encaje donde debe decir olvido
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PASATIEMPO (Pág. 14)
No es extraño en esta escritura encontrar textos donde la reflexión metapoética doblega la intención moralista. El escepticismo surge de la mano con este estilo meditativo y burlesco que lo cuestiona todo: la incomunicación humana, la soledad urbana, lo mediático y el agnosticismo filosófico y religioso.
(…)
Acaso estos poemas son fragmentos de una vida que nunca
debió ser contada
(…)
BORRADOR DE UNA POÉTICA (Pág. 27)
El programa ético y el constructo político se toman esta poesía aun sometiendo al lenguaje a los embates románticos. El yo existencial es fragmentado, minando la inflación del egotismo, bien visible en las construcciones elegíacas que vehiculan el poemario. El tono liviano, antivanguardista, el elogio al fracaso, el tono acanallado y el adelgazamiento de la referencialidad sustentan esta escritura.
El ejemplo perfecto nos lo ofrece la diosa blanca de la poesía hispanoamericana, la peruana Blanca Varela –sin duda uno de los referentes de Díaz-Granados-, en su antipoema memorable, encabezado sarcásticamente con el verso de Gertrudis Stein: “Una rosa es una rosa…”
Inmóvil devora luz
se abre obscenamente roja
es la detestable perfección
de lo efímero
infesta la poesía
con su arcaico perfume.
Después de la estrofa de Varela, los poemas a la rosa son innecesarios y ridículos. Estos versos juntan la diatriba y el humor, lo burlesco y lo sublime, en palabras que funcionan en efecto contrastante, así:
devora/luz
obsceno/roja
detestable/perfección
infesta/poesía
arcaico/perfume
El efecto final es la muerte de una experiencia prototípica, de un lugar común, de un sentimiento estereotipado, de una falta retórica. En esta clave tendríamos que leer el libro de Díaz-Granados, para quien el sentimiento es una forma de denunciar una falsa retórica. En Las prisas del instante, las dicotomías, alegoría/ironía, serían:
prisas/instante
casas/vacías
hospedaje/mundanzas
lapiceros/vacíos
destino/azar
Si la tristeza o la inquietud asoman ocasionalmente en este libro, resultan, paradójicamente, signos de vitalidad, en tanto el vínculo con las circunstancias se da también a través de la manifestación de una carencia o de una tribulación. Estas otorgan también pruebas de una existencia real (histórica), no de una experiencia prototípica o estereotipada, las que podrían minar esta propuesta.
Este conjunto de poemas requiere de versos precisos y de adjetivación más bien parca, manteniendo los signos de admiración bajo control. Ya lo había expresado el poeta creacionista: “el adjetivo, cuando no da vida, mata”. Díaz-Granados construye un universo mínimo, cotidiano y paciente, que pese a los sentimientos diversos y hasta contradictorios, presentan a la alegría y la serenidad como componentes decisivos de la existencia y los invierte, los transgrede, los desvía, sin ser nunca complaciente consigo mismo (autor implícito) ni con el otro (lector in fábula).

LAS PRISAS DE INSTANTE Tenía razón el tiempo en llevar su afán en instalarse donde le pareciera y en tener sus rituales y hostilidades. Ahora entiendo sus tardanzas y balbuceos y su prontitud para los aciertos, de esta terquedad de fijar unas cuantas palabras en un extremo de la infancia y otras tantas en un rincón de esta calle ronca que se parece tanto a la vida, llena de sorpresas y de silencios. Por eso perdóname por tantas deshoras. por convocarte en noches de rencores y presagios por amontonar en la misma gaveta ruinas y asuntos cotidianos entre el cansancio de los días y la terca música de los silencios. Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo y la vida en tener sus afanes para quedarse acá con todas las prisas del instante. Por eso perdóname por estas premuras por no saber la gramática y las palabras de una lengua olvidada por haber perdido libretas, las llaves y la vieja canción de exactos compases y cenizas como si en el afán del tiempo cada día, sin importar la hora, se extraviaran los sueños. ETIQUETAS PARA COSER Marca tu ropa porque el amor o la muerte nos pueden tomar por sorpresa además porque mis amigos siempre se ponen mis vestidos y mis camisas y esculcan los bolsillos buscando verdades de a pulso, fantasmas, motas de algodón y papeles arrugados o algún dulce perdido entre las llaves. Qué saben ellos de tantas direcciones escritas al reverso de recibos y postales, qué saben ellos de cartas devueltas y estampillas arrancadas. Ellos que, a cambio de mis tristezas, no dejan santo y seña ni trazos de sus sueños y se llevan mi pañuelo lleno de lágrimas y ausencias. Por eso esta manía de marcar la ropa y dejar signos o iniciales de mi nombre porque sin previo aviso llegan ellos con sus dichas y perdones con sus talismanes y apuntes de cosas desdeñadas a dejar algún boleto o alguna tarjeta de bienvenida para asistir a la urgencia de las despedidas que se acumulan en todos los bolsillos y solapas como viejas monedas en un tarro de galletas. LA OTRA ORILLA De este lado de la palabra está el hombre con el silencio y la soledad del mundo, siempre del lado donde se añeja el amor y anochece el azar. Es de este lado de la palabra que arde aún por los recuerdos donde se respira al hombre y sus asuntos olvidados, sus ángeles del hambre, sus ropas de posguerra. Acá se intuye al hombre que golpea puertas que no se abren las truncas señales de nunca haber llegado a puerto seguro. Afuera están los rostros, las palabras amontonadas que rinden cuentas de las cosas rotas y las imágenes descoloridas de ciudades que no conocemos. Está la música y el arte de caminar hablando a solas mientras se pisan restos de hojas secas. Allá están las gramáticas y las hogueras que nos aguardan con paciencia para reiniciar, de una vez y para siempre, la fiesta. GOOD BYE LENIN De niño algunas veces jugaba a ser cosaco. Otras veces retozaba como Konsomol o cosmonauta. Así transcurrió la infancia: guerras del Zar en un patio sin nieve ni abedules, ni estepas ni pueblos incendiados. A veces era Kasparov o el osito Misha y recreaba historias de amor en el transiberiano. La voz del padre, daba cuenta de Matrioskas y samovares y del mausoleo de Lenin bajo una luz ultravioleta. de los monumentos a Puskhin y Máximo Gorki y de las noches blancas de Leningrado. Era el verano de 1985 y por onda corta hablaron de la perestroika. Cambiaron los coros del ejército rojo por canciones de U2 relatos de pioneros por un incendio en Chernobil. Y no volvieron los cosacos, ni los konsomoles, ni los cosmonautas a mi cuarto en aquella noche en que mi madre me daba las buenas noches en voz baja para no despertar a toda la casa mientras apagaba para siempre la última luz de mi infancia. LA NUEVA CASA Al fondo de su cuerpo la casa nos espera y la mesa servida con las palabras limpias para vivir, tal vez para morir, ya no sabemos, porque al entrar nunca se sale. Eugenio Montejo El amor como esta casa se construye con piedras y con arenas y algunas maderas de fácil remoción porqué desde allí la tierra se ve plana y vieja colmada de insomnios y periódicos de ayer. Al final uno se acostumbra a vivir entre esas paredes y esos muebles y es fácil habituarse a sus nuevos ruidos, sus fantasmas a los cortes de luz y las goteras. Algo de ti tiene este cuarto de ventanas empañadas y ropas arrumadas en el piso algo de ti tienen mis libros amontonados y la vida guardada en gavetas y carpetas de ocasión. Porque en el amor como en esta casa el corazón parece un corcho lleno de razones y de fotos y paredes llenas de manchas y agujeros cuando bajan un cuadro o cambian un retrato de lugar. Y si me buscan mis miedos que suben en fila vestidos de despedida habrá que dejarles recados y signos entre la luz para que no se tropiecen en la escalera cuando se topen de frente con tantos rostros y sitios ya perdidos con los viejos talismanes y rencores. Acá la música suena en compases diferentes y siempre habrá un vecino que se lamenta en la noche y una fiesta a la que no estás convidado. No se dónde poner las cosas viejas, los muebles en desuso y la ropa de los muertos. No se dónde cubrir el corazón con cartones por si hay goteras, Porque en el amor como en la casa si enciendo la luz o abro las cortinas se deshace el barro del que estamos hechos. ENCUENTROS Si te estrellas de frente con mi corazón no huyas y no intentes borrar tus huellas dactilares tampoco lo dejes por ahí a merced de algún desprevenido transeúnte y no lo escondas, como al hijo torpe, de las visitas. Si lo ves mordido en los bordes como un viejo borrador de la primaria somételo a una calle de lluvias y remates. Alguien se encartará con tan pesado encargo lleno de canciones incendiadas y viejas vajillas en desuso Alguien lo agitará queriendo oír alguna voz como quien golpea durante horas la puerta de una casa vacía. O si lo llegas a ver entre mis ruinas déjalo en la calle. que este corazón de prisas y tardanzas siempre se acomodó mejor a la intemperie. RETORNOS No creo en retornos pero este amargo corazón de casas viejas y calles rotas late en cada regreso sin gestos ni ademanes y sabe que el mundo es un mal lugar para llegar. Y se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha en un aeropuerto que espera un avión de quién sabe dónde o escribir sobre la carta que nunca recibí aquel sábado escuchando el mismo disco de las nostalgias perpetuas o sobre los versos robados a Salinas, Borges, Walcott y las tardes de sol en el estadio de fútbol. No creo en los regresos pero este seco corazón de otros días canta a destiempo sobre el cielo que calcina el nombre de una mujer que amé. No creo en retornos pero mi vocación de viajero hace, cuando parto hacia la intemperie en el mundo que deje, como en mis días de boy scout, piedritas y migas de pan para no perder el camino de regreso a tu cuerpo. NOTICIAS DE ESTE TIEMPO A quién darle cuenta de este tiempo: acaso unos recortes de prensa algunas fotos que caen de un sobre o un signo dibujado en el vaho sobre el espejo y que desaparece. A quién si son cada vez menos los amigos si los que tienen hábitos y apegos se marchan hacia destinos inconclusos o países sin mapa. A quién dar cuenta si los únicos que oían con atención los miedos de repente huyeron sin explicaciones ni recados. No hay a quién darle cuenta de un tiempo envejecido y a quién narrarle los adioses o las preguntas que nos hacen fugaces. A quién darle cuenta si no hay quién deje su aliento en la ventana viendo cómo se aleja un Zeppelín que lleva tu nombre en mayúsculas y cómo se deshace la vida entre los dedos como si fuera arena de una playa o ceniza de un cigarro. EN MI CALLE En esta calle estará toda la nostalgia humana en esos rostros en esas limosnas en ese alfabeto extraviado. Es aquí donde trazan mapas al azar mientras camino con el aire de quien hereda la ropa de los muertos con los azules recuerdos de aquel mundo que ya no vive en las repisas ni en los armarios a esta hora en que las ruinas son andamios de rencores y en que el mundo se ve desteñido a través de una persiana a medio cerrar. Es esta mi calle, la misma que veo alejarse por el retrovisor del auto cada vez que me despido y que se empaña cuando tus ojos cambian de música. Si pudiera escoger la calle de mi muerte escogería esta calle que me regaló la mujer que inventaba las palabras y el color de ese fugaz instante. SALA DE ESPERA No importa dónde esté la casa alguien espera temeroso o impaciente a que llegues a la hora convenida. Porque allí está todo intacto entre telarañas y escombros de un tiempo y de un mundo que enmudece. Allí están las postales y las viejas cartas de ciudades nunca visitadas y de puntos cardinales extraviados porque esta casa se parece a todos sus moradores en sus grietas, en sus manchas, en tantas cosas perdidas y olvidadas en gavetas. Hay que llamar si nos demoramos un poco no sea que se inquieten los víveres y los retratos los abrigos y las cobijas preparados para el frío Hay que avisar porque los niños de entonces ya no somos niños y afuera está el carnaval y la cuaresma las gentes agolpadas en los quioscos y los estadios llenos, la algarabía y el canto de los hombres en refranes o estribillos repetidos. No importa dónde esté la casa alguien espera temeroso o impaciente a que llegues a la hora convenida no sea que llamen a dejar recados de la muerte.

FEDERICO DÍAZ-GRANADOS: nació en Bogotá en 1974. Poeta, ensayista y gestor cultural. Es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. De igual forma, dirige Valparaíso ediciones. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015). Han aparecido las antologías de su poesía: Álbum de los adioses (2006), La última noche del mundo (2007), Las horas olvidadas (2010), Adiós a Lenin (2017) y Tiempo lleno de canciones (2018). Preparó, entre otras, las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz (2001), Resistencia en la tierra (Antología de poesía social y política de nuevos poetas de España y América) y en 2017 compiló para Editorial Planeta el libro Cien años de poesía hispanoamericana. En 2012 se editó su libro de ensayos La poesía como talismán y en 2016 El oficio de recordar (Escritos sobre poesía y otras prosas reunidas). Compiló y prologó para Seix Barral la Poesía Reunida de José Asunción Silva y Preludio de primavera (antología) de Rafael Pombo.
Su poesía ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y se destacan las ediciones italianas de Le ore dimenticate (Raffaelli editore, traducción de Emilio Coco, 2015), Le urgenze dell’istante (Edizioni Fili d’Aquilone, traducción de Alessio Brandolini, 2017) y La soglia dei sogni (Raffaelli editore, traducción de Gianni Darconza, 2017), Sortie de secours (Ladrones del tiempo, traducción de Stéphane Chaumet, 2017) y Roadhouse (Valparaíso USA, traducción de Jason Ehrenzeller, 2017). En 2021 es nombrado Distinguished Visiting Professor en la Universidad de Virginia en los Estados Unidos. Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.