CONTRARRELATO

Por Jorge Helft (*)

Para nosotros, que hemos sufrido algunas de las nefastas consecuencias del antisemitismo generalizado que dominaba en gran parte del mundo en los años anteriores y durante la Segunda Guerra Mundial, una de las teorías descabelladas más peligrosas difundidas hoy es la negación del holocausto.

Deseo aclarar de entrada que ni yo ni mi familia directa fuimos víctimas de la barbarie nazi: gracias a que mi padre había leído Mein Kampf en los años 30 y tenía claro que la “noche de los cristales rotos” era un mero ensayo para lo que pronto vendría, supimos escapar de Francia a tiempo, dejando atrás nuestra casa con todo su contenido, incluyendo el inventario total del negocio de mi padre como anticuario especializado en obras de arte francesas del siglo XVIII y demás pertenencias personales, aunque aclaro también que cuando afirmo “a tiempo” debería escribir “justito a tiempo” ya que cruzamos la frontera española el 19 de junio de 1940, es decir tres días antes de que Francia fuera cerrada del todo. 

Ya ese día, sin embargo, los hombres franceses mayores de 17 y menores de 45 años tenían prohibido salir por el motivo que fuera y, aunque papá tenía 49 años y mi hermano mayor, Etienne, iba a cumplir sus 17 el 22 de junio, mis tres primos varones —François y Jean Helft y Alexandre Rosenberg, que tenían 18 y 19 años— no fueron autorizados a irse y debieron quedarse, tras rogar a sus padres que esa prohibición no los demorara y prometer que encontrarían la vuelta para juntarse con ellos en Portugal pocos días después, cosa que no hicieron sino cinco años más tarde y tras vivir episodios novelescos, que inlcluyeron la lucha en África y en Medio Oriente y su participación en el desembarco en Normandía, pocos días después de D-day.

No puedo dejar de mencionar que la providencia de poder escapar la debemos en buena parte al cónsul de Portugal en Bordeaux, que otorgó 30.000 visas a refugiados de toda proveniencia (entre los cuales había unos 10.000 judíos), acción que el dictador Salazar le hizo pagar caro a él, su esposa y doce hijos, motivo por el que luego el presidente Chirac elevó su memoria a uno de los “Justes”, que actuaron según su conciencia con generosidad y abnegación, a pesar de tener que afrontar penosas represalias.

Tambien debo agregar que nuestra “suerte” o “clara previsión” de las consecuencias que viviríamos de quedarnos no fue compartida por unos treinta y cuatro primos, que fueron enviados en diversas fechas, hasta fines de 1943, a mal llamados campos de concentración, que en realidad eran campos de exterminación, de los cuales salieron, luego de sufrir humillaciones aberrantes durante los cortos tiempos en que pudieron sobrevivir, “por la chimenea”, como se decía entonces para describir lo ocurrido en las cámaras de gas, que era seguido por los crematorios. Por su parte, y como la familia de papá era muy extensa, otros treinta primos pudieron escapar al extranjero o sobrevivir en situaciones de permanente pánico durante los años siguientes. Hoy, a pesar de esto, vuelven a brotar, como toda mala yerba, los negacionistas. Después de 75 años y a pesar de que el costo total en vidas humanas fue de unas 60.000.000 de personas, estos antisemitas se atreven a negar la existencia misma del holocausto, con sus 6.000.000 de víctimas. 

Por otra parte, no es el propósito de esta nota entrar en las motivaciones de esta estrategia asquerosa: sólo quiero mencionarla para compararla con la de lo que niegan, ciertamente por otros motivos menos bochornosos, la pandemia actual, que por suerte son una ínfima minoría en relación a los centenares de millones que sufrimos los efectos del virus.

Frente a los más de 600.000 muertos que se cuentan hasta el día de hoy, los abanderados de la negación sostienen que estamos ante al mismo fenómeno invernal de la gripe común. Sus argumentos, en cambio, no resisten ningún análisis científico, porque todas sus argumentaciones son puramente ideológicas, lo que corta de cuajo toda discusion racional del problema, ya que creen en ciertos escritos que comprueban sus ideas pero descartan otros, que las contradicen. 

Si bien la política de lucha contra el virus es similar en China y África, en USA y Noruega, en Argentina y México, etc., y los dirigentes políticos actúan en forma coordinada a pesar de ser de derecha o progresistas, socialistas o Republicanos, de conformar gobiernos democráticos o dictaduras despreciables, he oído las versiones más descabelladas, como que una de las metas (no comprobadas) es destruir la posibilidad de reelección de Trump, aunque él mismo ha

recientemente decidido unirse a la estrategia de la mayoría, ya que todavía no existe otro camino mejor. Lo cierto es que el intento de hacernos creer que hay un complot mundial para no se sabe bien qué propósito es menos creíble que la venida de Papá Noel por nuestras chimineas la noche del 24 de diciembre.

Cuando aparecen cifras aterradoras, los negacionistas las acusan de no ser reales: los muertos han pasado a mejor mundo por “otros” motivos, dicen, que eran todos “viejos”, que el virus no ataca a la gran mayoría de los seres humanos y no quieren ni oír hablar de las secuelas graves que sufren muchos de los “curados”, pero agregan pronósticos terroríficos sobre los alcances de la crisis económica, sin tener la menor noción de cómo se ajustará el mundo y cada país a las consecuencias finales y reales de la crisis sanitaria.

A su vez, atribuyen los fracasos en el manejo sanitario a intereses espurios de algunos gobernadores o de algunas grandes empresas, que dominan el mundo a través de docenas de jefes de estado, bajo la idea de que todos los jefes de gobierno son marionetas del poder económico.

En estos días, en este sentido, hemos escuchado que hay un acuerdo secreto o tácito entre todos los grandes diarios del mundo para publicar las idénticas “fake news” (a esto se agrega la mayoría de otros medios, la televisión, la radio, internet, etc.) y castigar a sus colaboradores prestigiosos cuando osan desviarse de las lineas trazadas por sus directivos. (Supongo que esta gravísima acusación incluye a un ex-presidente del Uruguay que escribe con cierta frecuencia tanto en La Nación o en El País de Madrid como en diarios locales). 

Pero a mi entender, más grave aún es no aceptar las opiniones terminantes de los más grandes especialistas del planeta, de hombres y mujeres de ciencia que no sólo conocen lo relativamente poco que se sabe de este virus novedoso, sino que han dedicado sus vidas a salvar a otros. Así, los negacionistas reemplazan el conocimiento científico con obtusos cálculos aritméticos que no llegan a convencer a nadie. Con solo mirar los resultados de sus campañas, de ese modo, se puede llegar fácilmente a la conclusión de que menos del 10% de la población mundial (incluyendo un alto porcentaje de completos ignorantes) ni siquiera escucha estas teorías bizantinas. 

Volviendo por un instante a los 60.000.000 de muertos por la Segunda Guerra Mundial, estos fanáticos de la aritmética podrían enseñarnos que dicho flagelo le costó la vida a “sólo” el 2.5% de la población mundial y, en ese caso, ¿para qué darle importancia?

Los negacionistas, para volver al tema central, deciden escribir que el confinamiento no sirve para frenar la pandemia, los barbijos tampoco mientras no proponen alternativas. Vuelven una vez más a aducir que el mundo entero está dopado por un gigantesco operativo de “fake news”, pero hasta ahora son las cifras que ellos proponen las que se demuestran como falsas o exageradas. Confrontados varios médicos de distintos países — de Francia, Suiza, Alemania, Austria, Italia, España, Reino Unido, USA, Argentina, Uruguay — a las notas tranquilizadoras en las que negacionistas arguyen que no hay ningún mal, que todo es un mito, etc., los profesionales contestan “que vengan al hospital antes de opinar. Los autores de estas “fuentes” están viviendo en otro planeta”. Debe ser que el complot mundial, aparte de a todos los gobiernos y los medios de comunicación, ha copado también a los únicos que deben saber de lo que se trata.  

Intentando volver a poner los pies en la tierra, ¿cómo explicar (no dije justificar) tal ceguera, obviamente desinteresada salvo desde la ideología? Porque, por un lado, estoy convencido de la buena fe y del convencimiento de los negacionistas, aunque con salir a la calle en cualquier ciudad afectada (son casi todas) verían lo absurdo de negar la realidad. 

Pienso que una posible explicación de esta manera de pensar es que es similar a la de los niños que niegan la muerte temprana de su propia madre. Para ellos, su madre sigue existiendo: no puede haber muerto, simplemente porque eso no existe. Ella está y estará siempre con ellos. 

El mundo que nos espera es desconocido. ¿Cómo será? Nadie lo sabe. Las explicaciones son tan numerosas como sus autores, pero lo que es cierto es que no podemos evitar tener que vivir lo que vendrá, porque la única alternativa es morir. Ante el temor de lo que puede ser ese desconocido mundo, mejor intentar convencerse de que no pasa nada. De que se trata de una gripe mal manejada, en eso está la solución. Requiere solo un poco de buena voluntad. Creerlo.


(*) Jorge Helft es curador y crítico de arte