ENSAYO
Por Dr. Miguel Pizzanelli (*)
(*) El autor es Prof. Adjunto del Depto. de Medicina Familiar y Comunitaria, Facultad de Medicina UDELAR. Coordinador del Grupo Nacional y Mundial en Prevención Cuaternaria
Probablemente este período desde fines de 2019 hasta 2020 (y tal vez 2021) será reconocido como el verdadero inició socio-cultural del siglo XXI. Este pensamiento no es nada original. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos ya lo ha expresado. Él también habla y expresa otros conceptos radicales y estimulantes: “capitalismo universitario”, “optimismo trágico”, “neoextractivismo”. Atrevidamente, desde mi perspectiva agregaré otros: “anosmia global”, “conciencia nublada”, “distopía vital”. Les propongo aceptar que estamos viviendo una distopía.
Mi amigo Ricardo firma sus correos con una frase suya que dice así:
El problema de ser medio inteligente es que uno se da cuenta de que es medio estúpido
Pensar puede ser algo muy constructivo, pero también lacerante. Ignorar determinados elementos de la realidad puede ser un buen anestésico para la conciencia. Esto que nos está ocurriendo me ha provocado una serie de búsquedas, más interiores que externalizadas, que no me han conducido a respuestas, sino ante todo a muchas preguntas. Algunas de ellas son torpes, otras incompletas, muchas innecesarias o confusas.
Demás está decir que no es mi vocación dar consejos y es menester advertir que acepto no poseer ni atisbo de la verdad revelada. Este fragmento surge para compartir mi humanidad y mi incoherencia hechas pedazos por algo que intento entender, pero creo, finalmente no podré y que además ni sé si me importa lograrlo.
¿Cómo reaccionamos ante una experiencia vital de distopía?
Ricardo, mi mencionado amigo, llamó mi atención sobre las distopías [i]. Una distopía es una anti – utopía.
Veamos una definición:
Las distopías a menudo se caracterizan por la deshumanización, los gobiernos tiránicos, los desastres ambientales u otras características asociadas con un declive cataclísmico en la sociedad.
Los que hemos tenido la experiencia de emprender en grupo una aventura física exigente (competencia de equipo extenuante, una caminata de varias decenas de kilómetros al día con mucha carga) sabemos que cuando estamos en los extremos de las fuerzas físicas, sale de adentro todo. Todo aquello esencialmente somos aflora. Lo mejor y lo peor. Entonces vemos como aparece el malhumor en el simpático del grupo, o cómo la lideresa, esa que nunca falla, se derrumba. Y la compañera más tímida y bajo perfil saca de adentro una capacidad de solidaridad que desconocíamos de antemano.
Así esta tensión que ha generado este mega-evento, una suerte de patético gran hermano con conteo de muertos, que estamos viviendo y que voy a considerar una distopía vital, nos pone en un escenario semejante. Debemos aceptar lo que aflora como expresión de nuestras grandezas y de nuestras mezquindades humanas. De eso estamos hechos.
¿Hemos creado las condiciones para que esta distopía se vuelva real?
Hay algunos ingredientes que han alimentado en silencio a este monstruo, esta entelequia, que se sienta a nuestro lado cuando la familia se reúne a mirar una película para sedar el hastío, o cuando nos ponemos ante la pantalla de la computadora, que es la cara visible y polimorfa de un nuevo tirano: el teletrabajo (la mayoría de nosotras no conocíamos aún tan de cerca a este tirano, hablo del teletrabajo).[1]
La masividad es uno de los ingredientes con los que se nutre la entelequia. Podría decirse que este concepto no existe y se trata de un neologismo. Me refiero al exceso de aglomeración humana o sobrepoblación. Sin embargo, llamarle “masividad” me resulta mucha más elocuente, evocador, provocador, ya que insinúa algunas imágenes que con la palabra sobrepoblación no se logra trasmitir. No es lo mismo someterse a la aglomeración de una pista de baile de rancheras, o asistir a un concierto de rock, que vivir la realidad en la que están cientos de miles en Uruguay y millones de personas en el mundo. Vivir en condiciones indignas de hacinamiento hace muy difícil el aislamiento social que nos solicitan o imponen cumplir. He aquí dos caras de la masividad. Dos caras de una misma moneda: una burguesa que se permite tener una habitación por persona de la familia. La otra silente, dolorosa, precaria con un monoambiente en el que coexisten personas de diferentes edades. Una faz de oro, la otra de cartón. Así es la moneda de la “masividad”. A las dos caras les exigimos por igual aislamiento y nos exhortamos a repetir el fallido mantra “quédate en casa”.
Junto con la “masividad” o si se prefiere la sobrepoblación tenemos otro ingrediente. El fenómeno demográfico del envejecimiento poblacional. Con pirámides poblacionales claramente “regresivas” muchos países de Europa han sido castigados por la “pandemia”. Cabría preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí o porqué, pero estas preguntas son vanas o a lo sumo tienen obvias respuestas. La “civilización” nos enfrenta a este tipo de dilemas éticos en los que prima la visión utilitarista (que hermosamente dolorosa suena en tiempos de crisis): ¿apagamos el respirador del octogenario y en su lugar a quién colocamos? Y para esta pregunta respondemos utilizando el criterio de “años ajustados por calidad”[ii]. Las dos caras de la moneda del envejecimiento poblacional: el aumento de la expectativa de vida en el mundo desarrollado. La otra el exceso de mortalidad por estar envejecido el mundo desarrollado.
Cómo hemos llegado a pensar que no tiene precio el pertenecer a una cultura occidental hedonista que rinde culto al mantenimiento insostenible de la vida, incluso planteándose el escenario de la eternidad humana
-vaya contradicción semántica- como algo posible. Una cultura que sostiene, con ignorancia espiritual extrema, que el fin de la vida es la muerte en lugar de asumir que es parte de un proceso: una transformación.
Es que hemos alterado la dinámica poblacional bajo el efecto del “desarrollo” y en contra de los equilibrios Malthusianos[iii], a los que sí están expuestos los demás compañeros seres vivos del planeta. Y este “desarrollo” es realmente una falacia que se la creen muchos de los que están de un lado de la raya de la sostenibilidad y el uso y abuso de bienes que sustentan determinados estilos de vida y que por otra parte anhelan muchos, que estando del otro lado de la invisible raya (y que por cierto son muchísimos más que los primeros) aspiran a pasar de lado en cuanto sea posible, sin mirar atrás, ni siquiera con desdén. A esta altura del siglo XXI queda claro que la sostenibilidad de este paradigma de consumo nos lleva al agotamiento de los recursos globales.
Y afortunadamente las generaciones jóvenes sacuden este maldito statu quo[iv] y se plantan con ejemplos ante un sistema político mundial congelado por la inoperancia que le provoca sus propios intereses, volviéndolo incapaz de enfrentar las profundas y multifactoriales causas del calentamiento global. Como corolario de que “esta bestia ande suelta”, los cielos del planeta lucirán increíblemente cristalinos, al menos por un tiempo.
Este último párrafo nos lleva al otro ingrediente de la sopa nutritiva con la que el monstruo ha medrado. Y la hemos servido en occidente, al menos inicialmente. El modelo económico hegemónico imperante, del que no se salva ni el Gigante de Asia (perdón Mao), ha desencadenado acumulación, desigualdad, y formas de relacionamiento económico global totalmente incomprensibles e insanas que generan distorsiones sensibles en la economía y tensiones entre la sostenibilidad de recursos y la consecución del estado de bienestar general.
A tal punto que ahora los albaceas del modelo se preocupan por cuanto no vamos a crecer en los próximos[v] años, cuando el movimiento decrecionista[vi] lo plantea y sustenta desde hace bastante tiempo como estrategia planificada y consciente, no reactiva a una crisis.
Por cierto que la crisis económica mundial será para muchos caída, pero para unos pocos (aunque cuántos) oportunidad de engrosar cuentas. Nada nuevo en la historia de las crisis.
Existen proyectos sustentables[vii] por doquier en Uruguay y en el planeta que plantean otras formas de cooperar, distribuir bienes y compartir pero por considerarse anti sistémicas o bien son denostadas o no cuentan con difusión de los medios masivos que ahora dan cuenta pormenorizada de los muertos cada día. Las dos caras de la moneda del neoliberalismo salvaje: el crecimiento sostenido de las economías y la desigualdad creciente en condiciones de reparto y de calidad de vida y confort. Estas desigualdades que se dan entre continentes y países, pero que también ocurren en el interior de los países con las economías más poderosas como un estigma visible e irresoluble.
Síndrome de Titanic
El exceso de Ego y la soberbia individual y grupal, que mostramos muchas veces los humanos pueden explicarse a través de una metáfora que llamo Síndrome de Titanic.
Este famoso y emblemático barco no se hundió por chocar contra un témpano. Se hundió por exceso de autosuficiencia, por exceso de ego, vanidad y soberbia.
El propio hecho de haberlo considerado inhundible fue el causante de la célebre catástrofe. Exceso de ego de los armadores y de los auspiciantes del proyecto. Exceso de autosuficiencia del capitán y la tripulación. Todo eso cegó la capacidad humana de prever daños y actuar en consecuencia, lo que llamaríamos hoy gestión de riesgos.
Si la ignorancia es potente sedante de la conciencia, el exceso de ego puede ser mortal anestésico de la razón.
La humanidad se ha expuesto a infinidad de Pandemias y catástrofes destructivas y altamente mortales y así como en el Titanic todos sabemos que estas crisis dejan secuelas imborrables y daños colaterales en cascada de entidad. Y esos daños no se distribuyen de forma aleatoria. Es conocida como causa de muerte en el hundimiento del Titanic, la dificultad en el acceso a botes de salvataje, no por carencia de botes, sino por discrecionalidad (gestión de riesgo y grupos de riesgo).
Estamos en un escenario de Titanic y ahora mismo estamos corriendo por los botes.
Unos en cubierta, otros luchan por subir y no les dejan. Y la banda sigue tocando.
El caos es necesario. Sin caos no existiría la vida en la Tierra.
Es asimismo una oportunidad para pensar. Una oportunidad para hacernos preguntas.
En esta distopía vital real, intentemos hacer el ejercicio de sacar fuera lo mejor de cada cual.
¿Cómo hemos llegado hasta esta distopía real en la que no podemos reconocer al agresor con claridad?
¿Tenemos responsabilidad en los resultados de esta pandemia o solamente es una cosa del destino que debemos aceptar?
¿Qué lugar tiene cada cuál?
¿Cómo responderemos como grupo?
¿Cómo asumiremos los daños de la cuarta ola? (la ola de la crisis después de la crisis: el burnout, la falta de trabajo, la caída salarial, los impactos intangibles en la salud mental, por citar unos pocos ejemplos).
Referencias
[i] Definición del concepto “distopía”: https://es.wikipedia.org/wiki/Distop%C3%ADa
[ii] Esto está pasando en España
[iii] Malthusianismo: ¿qué es esta teoría política y económica? https://psicologiaymente.com/cultura/malthusianismo
[iv]De la protesta personal al grito colectivo: Cinco jóvenes del mundo que luchan contra el cambio climático. https://www.20minutos.es/noticia/4029723/0/cinco-jovenes-mundo-luchan-cambio-climatico/
[vi] Decrecimiento. Salir de la adicción jerárquica, poner en el centro la vida http://www.decrecimiento.info/2014/07/decrecimiento-sostenible.html
[vii] Alternativas al consumo salvaje :