UCRANIA

Los resultados de Ucrania constituyen una prueba del método de guerra norteamericano frente a un oponente convencional ¿Cómo va marchando eso?

Por Christopher Roach

La muy promocionada contraofensiva de Ucrania no va bien. En los meses previos a su lanzamiento, sus defensores decían que sería “decisiva“. El ex general estadounidense David Petraeus predijo que “los ucranianos [conseguirían] avances significativos y lograrían mucho más de lo que la mayoría de los analistas predicen“.
Pero, en lugar de eso, las líneas del frente apenas se han movido, y Ucrania ha perdido enormes cantidades de hombres y equipos.
Esta debacle ofrece importantes lecciones a Estados Unidos y a los estudiosos de la guerra en general.

La doctrina de la OTAN se da contra la realidad

Ucrania está utilizando nuevas tácticas, equipos y planes operativos para sus brigadas de choque tras meses de entrenamiento intensivo por parte de la OTAN. La OTAN creó estas unidades a su imagen y semejanza, dando prioridad a las tácticas ofensivas, de maniobra y de armas combinadas.
Por desgracia, lo que parece bueno sobre el papel no siempre funciona sobre el terreno.
Los extensos campos de minas, la artillería avistada por drones y los defensores atrincherados hacen que las fuerzas ucranianas apenas puedan avanzar en “tierra de nadie”. Están siendo detenidas en la línea de escaramuza, y no se han acercado ni de lejos al segundo y tercer escalón de defensores rusos. Decenas de tanques Leopard II y vehículos de combate de infantería Bradley -el equipo de guerra terrestre más avanzado de la OTAN- han sido volados e incendiados por minas, drones kamikazes y artillería durante la estancada ofensiva.
A pesar de lo mucho que han alardeado en los últimos meses de su superior adiestramiento, equipamiento y arte operativo, las brigadas entrenadas por la OTAN no han rendido especialmente bien. Se suponía que unas tácticas de armas combinadas bien coreografiadas proporcionarían una ventaja significativa, pero descuidaron la limpieza de minas y la defensa antiaérea. Así, los helicópteros de ataque rusos han hecho su agosto volando blindados ucranianos a placer. A juzgar por el incidente de fuego amigo apenas evitado que se muestra aquí, los ucranianos no están maniobrando su equipo con mucho garbo, ni siquiera cuando no están siendo atacados por helicópteros. Muchas cosas están saliendo mal.
Aunque la OTAN dedicó mucha energía y dinero al adiestramiento, tiene poca experiencia reciente en este tipo de guerra. El adiestramiento de la OTAN se basó en una elaborada teoría sobre cómo se desarrollarían las guerras convencionales, pero la experiencia es necesaria para refinar y modificar tales doctrinas. Resulta revelador que la única brigada que realizó algún avance significativo durante la contraofensiva no fuera una de las nuevas, sino una formada por soldados ucranianos veteranos que utilizaban material ex soviético.
Por último, al igual que en las fases iniciales de la invasión rusa, los ucranianos han descuidado el principio de la masa. Sus brigadas avanzan aquí y allá, pero la única forma de conseguir algo es concentrar una docena o más de brigadas en una parte estrecha y vulnerable del frente.
Todo el asunto se ha sobrevalorado. Imagino que Ucrania y la OTAN pensaron que la blitzkrieg a través de la mal defendida región de Kharkov en otoño de 2022 se repetiría, pero en Kharkov se dieron circunstancias únicas -la más importante, la falta de mano de obra rusa-. De hecho, esa derrota tuvo mucho que ver con la decisión de Rusia de movilizar 300.000 hombres adicionales poco después.
Después de tanto bombo y platillo, a nivel estratégico parece que Ucrania se está limitando a esperar. Quizás sus líderes saben que la guerra ha terminado, saben que sus financiadores occidentales han estado exigiendo acción, y creen que un rápido asalto fallido permitirá un giro hacia la fase de negociación.
Por supuesto, llevar a cabo una ofensiva en estas circunstancias sería un comportamiento escandalosamente cínico, ya que los hombres sobre el terreno están yendo a por todas y pagando el precio.

¿La guerra moderna favorece al defensor?

La desafortunada ofensiva parece ilustrar un cambio más amplio en la guerra. Si la Primera Guerra Mundial fue un punto muerto, y la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por importantes cantidades de maniobras, cabe preguntarse si las condiciones actuales favorecen al atacante o al defensor.
La Guerra de los Seis Días israelí y la Guerra del Golfo estadounidense sugirieron que las guerras modernas serían rápidas, con un gran peso de la aviación y los tanques, y caracterizadas por ofensivas de “gran flecha”.
Para ambas campañas existen contraejemplos aún más recientes. Las guerras de Israel en Líbano, tanto en 1982 como en 2006, se estancaron considerablemente. En la primera, los requisitos del combate urbano favorecieron al defensor. En la segunda, los misiles antitanque de Hezbolá causaron muchas bajas e interfirieron en el impulso del atacante. No se trataba de un problema totalmente nuevo; las dificultades con los misiles antitanque soviéticos tierra-aire y guiados por cable causaron importantes problemas a las IDF durante la Guerra del Yom Kippur de 1973.
Aunque la Guerra del Golfo fue una victoria impresionante -y se pareció a la Guerra de los Seis Días en su rapidez- los norteamericanos lucharon contra un enemigo extremadamente desmotivado. Desde entonces, los líderes militares estadounidenses han tratado la guerra como una reivindicación de la doctrina occidental y el presagio de una “revolución en los asuntos militares” basada en la tecnología.
Esto ha resultado prematuro y arriesgado, porque los iraquíes no podrían haber sido más cooperativos al negarse a maniobrar, rendirse en masa y llevar a cabo una defensa aérea de mínimos. El ejército iraquí se mostró igualmente desmotivado, desorganizado e incapaz durante la invasión estadounidense de 2003. En ambos casos, el enemigo no puso a prueba las doctrinas y la tecnología estadounidenses.
Estados Unidos no ha tenido una lucha convencional significativa contra un oponente cercano desde la guerra de Corea. En Corea, a pesar de algunos grandes movimientos en los primeros años, la guerra se empantanó en una guerra de desgaste de baja movilidad entre oponentes fuertemente atrincherados.
La guerra de Ucrania también ilustra la dificultad de llevar a cabo una guerra de maniobras. Durante las fases iniciales de la invasión, Rusia se desvió de su propia doctrina conservadora y llevó a cabo profundas incursiones en las regiones de Sumy, Kherson y Kiev, y evitó a los atrincherados defensores que se oponían a Donetsk. Estos asaltos con escasa dotación, aunque penetraron profundamente en Ucrania y causaron cierto pánico, demostraron ser muy vulnerables a las emboscadas de sus unidades de apoyo. Estas emboscadas, a su vez, dejaron a los tanques y a los vehículos blindados de transporte de tropas que lideraban el asalto varados, sin gasolina ni otros suministros, lejos de las líneas amigas.
Las imágenes de equipos destruidos y abandonados alimentaron una avalancha de propaganda occidental que tachaba al ejército ruso de incompetente e incapaz. Las tácticas rusas de “conmoción y pavor” resultaron ser un grave error o una apuesta fallida. Desde entonces, Rusia ha vuelto a una estrategia de desgaste más conservadora y pausada a lo largo de la línea del frente, fuertemente fortificada.
Estos cambios sugieren que los dirigentes rusos se han adaptado a la dificultad de la ofensiva. Estas adaptaciones también refuerzan el concepto más amplio de las operaciones rusas: mientras que Ucrania está muy preocupada por maximizar el control territorial, Rusia prioriza la destrucción de la mano de obra, el equipamiento y la moral ucranianos como el verdadero centro de gravedad de su campaña.

¿Puede alguien llevar a cabo hoy en día una guerra de maniobras?

Tras la larga y costosa victoria rusa en Bajmut y la aparentemente fallida ofensiva ucraniana en la región de Zaporozhye, se plantea una importante cuestión: ¿cómo puede utilizarse eficazmente el poder militar en la ofensiva? Esta pregunta es especialmente importante para Estados Unidos, porque toda nuestra política exterior está dedicada a la proyección de poder, y Ucrania está utilizando nuestro equipamiento, munición, doctrina e inteligencia. Dicho de otro modo, los resultados de Ucrania constituyen una prueba del método de guerra norteamericano frente a un oponente convencional.
Si Ucrania es incapaz de imponer su voluntad de forma ofensiva -o sólo puede hacerlo tras largas y agotadoras campañas de desgaste- es de suponer que eso también se aplicará a Estados Unidos, tanto en una confrontación directa de la OTAN con Rusia como en cualquier guerra futura contra China, Irán o cualquier otro oponente convencional.
La guerra de Ucrania es el mayor conflicto convencional desde la Segunda Guerra Mundial. Se parece muy poco a las guerras de guerrillas de baja intensidad que caracterizaron los conflictos norteamericanos, de la OTAN y rusos durante los 75 años anteriores. Queda mucho por aprender.
La lección más importante que se desprende de esta guerra es que el defensor está fuertemente favorecido, porque las estrategias defensivas aprovechan la tecnología moderna -especialmente la tecnología de drones, minas y misiles- mejor que las estrategias ofensivas. Como observó Clausewitz, “la forma defensiva de la guerra es en sí misma más fuerte que la ofensiva”.
Sin embargo, ésta no es una condición permanente. Es probable que alguna nueva tecnología proporcione a los atacantes una ventaja y permita reanudar las maniobras. Así ocurrió en guerras anteriores, cuando el tanque permitió atravesar las trincheras de la Primera Guerra Mundial y el helicóptero permitió el envolvimiento vertical en Corea y Vietnam.
Pero, en la actualidad, no ha surgido el antídoto contra las cantidades masivas de artillería, minas, trincheras, misiles tierra-aire y antitanque, salvo las armas nucleares. Y si cualquiera de los dos bandos recurre a ellas, todos pierden.

Publicada originalmente aquí