POIESIS / 76

Por Sebastián Rivero Scirgalea

El río, de marrón calma, reconcentra su impulso contra las rocas y en los días de sudestada abate los endebles árboles del parque. La poeta Elena Lafert, argentina pero desde hace décadas residente en Colonia del Sacramento, suele contemplar desde la ventana de su casa los vaivenes de este paisaje. El río no solo muestra estas alternativas del clima y las estaciones, sino que trae memorias de otras tierras, recuerdos de la infancia. El paisaje y la memoria son la materia a partir de la cual Lafert va creando su obra, desenvolviéndola como el espiral de un caracol. Una enunciación breve, que propicia un cambio natural a la prosa, es el sostén de un mensaje enigmático, a caballo entre el sueño y fragmentos de memorias familiares.

Su poesía, con un decir íntimo y despojado, portando una “simpleza profunda”, abarca historias de familia y una mística celebración de la naturaleza, la cual asume en ocasiones las formas de la denuncia ecológica. Al modo de un laberinto, desde un centro constante se despliegan diversas capas temáticas y simbólicas, haciendo que su mundo poético sea compacto. Ese centro, donde podría ubicarse una voz poética personalísima, ya se encuentra presente desde su primer poemario La hora violeta.

El laberinto es una imagen reiterada en este universo poético. Desde el mismo, en sus meandros, aparecen personajes, como Madame Z, o elementos mínimos, tejidos con materia onírica (los animales, o la figura de la casa, pueden asumir estos símbolos). La poeta, en su último libro, reconduce el laberinto hacia las aguas del sueño. Desde ese “interior de la casa”, que habla de lo íntimo, alejado de las miradas del afuera y los otros, es que se elabora la voz poética, siempre en tono menor y confidente. Porque el espacio del poema, en la vigilia o el sueño, es un refugio: “Pequeño universo mi casa/ las casas donde habito”. En el sueño el yo, a lo Rimbaud, se convierte en un otro: “en mi sueño/ la voz me pertenece/ el paquistaní soy yo/ y la sed”. Los sueños, noche tras noche, se viven como un viaje, ameritan llevar una bitácora que marque como, desde lo inmóvil, se los surca. A veces ese registro se limita a olores, a fragancias que quedan en el cuerpo: “el aroma de ese sueño/ evaporándose así/ del río que es la mente”.

La poesía, desde el ámbito de la ambigüedad y lo imprevisto, puede adentrarse en esos márgenes del sueño, traducirlo en las formas más variadas, verlo como un paisaje, o como un espacio de la memoria. Así es que aprehende el deseo, aquello que falta, aunque sea un sabor en los labios: “Frutos rojos no había/ pero hubo un sueño/ donde los frutos rojos/ deslumbraban/ de ausencia”. Finalmente el sueño es un laboratorio poético, lugar donde se experimenta con la obra: “Toda la noche trabajando/ en sueños/ Esta mañana: tres líneas”.


Poemas-ELafert


SEBASTIÁN RIVERO / POIESIS-76 / El río, de marrón calma, reconcentra su impulso contra las rocas y en los días de sudestada abate los endebles árboles del parque. La poeta Elena Lafert, argentina pero desde hace décadas residente en Colonia del Sacramento, suele contemplar desde la ventana de su casa los vaivenes de este paisaje. El paisaje y la memoria son la materia a partir de la cual Lafert va creando su obra, desenvolviéndola como el espiral de un caracol.

Elena Lafert (Buenos Aires, 1949). Vive desde hace más de treinta años en Colonia. Publicó los libros de poesía La hora violeta (Civiles Iletrados, 2003), Un mundo diferente (Civiles Iletrados, 2010), El filo de la luz (Civiles Iletrados, 2013), El laberinto de Madame Z (Perroverde, 2016), Z (Yaugurú, 2017) y El interior de la Casa (Hurí Arte y Edición, 2022). Junto a su hija, Melina Draper, docente y poeta que reside en EE.UU, publicó Lugar de Origen-Place of Origin (Oyster River Press, 2008), con poesía bilingüe. Su obra integra las selecciones poéticas Munanaku: 8 poetas miran a Bolivia (Ediciones Aldebarán, 2009), Tierra, cielo y agua (Yaugurú, 2016) y Confiado a un amplio aire (Yaugurú, 2019).