PORTADA
Mientras la elección sigue disputándose en los estrados judiciales de algunos estados clave como Pennsylvania, Michigan, Georgia, Arizona o Wisconsin, los medios “mainstream” tradicionales norteamericanos –CNN, Washington Post, New York Times, Fox News, las principales agencias de noticias como AP o Reuters, las principales redes sociales, Facebook y Twitter, además de los grandes medios no estadounidenses, y los centenares y miles de medios locales o provinciales de todo el mundo que esencialmente funcionan como repetidores de lo que esos grandes medios publican, establecen y mantienen una narrativa sin grietas, que se había establecido ya antes de la elección: Joe Biden será el nuevo presidente de los Estados Unidos.
Por lo que puede observarse al momento de cerrar esta nota, esa afirmación será confirmada cuando, en el correr de las próximas dos semanas, los estados certifiquen oficialmente sus resultados, y proclamen ganador al candidato del partido Demócrata.
El proceso, sin embargo, está lejos de estar siendo tan simple como esa narrativa unificada intenta mantener. Para fijar su discurso, los medios y las redes sociales están recurriendo de modo sistemático a empresas, conocidas como fact-checkers o “verificadoras de datos”. Al igual que muchas industrias tercerizan parte de su producción, la gran prensa ha pasado a tercerizar la esencia de su tarea: la investigación directa de los hechos. El procedimiento desplaza la fiabilidad de una información a una tercera entidad, cuya neutralidad se da por sentada sin necesidad de demostración. El problema es que muchas de estas terceras entidades, que posan de imparciales, son institutos promovidos, abierta o veladamente, por los mismos grupos ideológicos que sustentan las narrativas pretendidamente “verificadas de modo independiente”
El mecanismo de pasar a estas entidades la verificación de una narrativa es meramente un argumento de autoridad, que no prueba ninguno de los hechos alegados, sino que simplemente aleja el problema de la confiabilidad un escalón más lejos del lector, sin resolverlo. Ante ese panorama, es verdaderamente difícil saber exactamente cuáles han sido los hechos, especialmente durante el día de la elección y la madrugada que lo siguió. Esta nota intentará, de todos modos, explorar también ese otro lado del fenómeno, hasta ahora creemos que territorio no explorado por la prensa local.
Por Aldo Mazzucchelli
Es posible que lo más alarmante de la situación que vamos a describir no sean tanto las alegaciones de fraude del lado de la campaña de Trump, que aun están por ser probadas ante la justicia -y por lo que se vislumbra, difícilmente lo sean-, sino la insistencia de todos los grandes medios norteamericanos -y de sus repetidores-, de que no hay nada que reportar, ni nada que investigar al respecto.
Si no hubo ninguna irregularidad, ¿por qué entonces no permitir que se investigue, informar claramente todos los detalles y posiciones de ambos candidatos, y reforzar así la confianza de la ciudadanía en la democracia?
Esta es una época en la que incluso las más tontas de las preguntas, como la anterior, parecen preguntas importantes, debido a la aparente incapacidad de los grandes medios para siquiera planteárselas.
1. Una noche inesperada
Antes de la elección, las encuestadoras empleadas y divulgadas por los grandes medios predecían que Biden ganaría por una “avalancha” [landslide] de votos, anticipando una ventaja general de entre 7 y 12% para el candidato del partido Demócrata. En particular, anunciaron que ganaría con facilidad estados tradicionalmente demócratas que excepcionalmente se habían volcado a Trump en la elección de 2016, y que Biden reuniría aproximadamente 380 votos electorales. El pronóstico general de los mainstream media era que los demócratas aumentarían su mayoría de diputados en la cámara baja, y que tomarían la mayoría del Senado.
La noche de la elección, 3 de noviembre 2020, a las 11 de la noche hora del Este, Trump había ganado por buen margen los aparentemente imposibles para él Ohio, Iowa y Florida, y, con porcentajes que oscilaban entre 60 y 80% del conteo terminado, llevaba ventajas apreciables en Pennsylvania (800.000 votos), Michigan, y Wisconsin -es decir, tres de los estados clave de la “blue wall” que los demócratas han considerado casi inexpugnable desde los años 90. En Georgia, estado tradicionalmente conservador, también la ventaja era para el actual presidente, igual que en North Carolina, al tiempo que perdía un estado que consideraba seguro, como Arizona -donde el establishment republicano, liderado por la viuda de John McCain, trabajó duramente en contra de la reelección.
A las 2:33 AM del 4 de noviembre, Trump ganaba en Wisconsin por 4.1%, con 91% de los votos contados, ganaba Georgia por 2.6% con 93% de los votos contados, Michigan por 8.4% con 71% de los votos contados, y Pennsylvania por dobles dígitos, alrededor de 830.000 votos.
Tales resultados contradecían bastante fuertemente las expectativas creadas por las encuestadoras.
Entrada la madrugada, luego de sendas apariciones de los dos candidatos, el conteo se suspendió en varios de los estados mencionados. Otros estados siguieron contando y terminaron esa noche, como es costumbre.
A la mañana siguiente, en los estados antes mencionados las relativamente pequeñas cantidades de votos aun por contar habían ido mayoritariamente a Biden, y todos ellos habían revertido la diferencia, presentando a Biden en el liderazgo. Ante tal disminución significativa o reversión de las ventajas que Trump llevaba en los estados clave cuando los norteamericanos se habían ido a dormir, una guerra desigual de narrativas se instaló.
2. El discurso o narrativa principal de los grandes medios
En 2016, a Donald Trump lo votaron, para bien o para mal, unos 63.000.000 (62.98 millones, para ser preciso) de norteamericanos. Este año 2020, hasta donde el conteo ha procedido, recibió unos 73.7 millones de votos. El aumento es significativo luego de cuatro años de gobierno, y nueve meses de crisis sanitaria.
Ese aumento de votantes es relevante, entre otras cosas, debido a que una parte abrumadora de esa nueva “base social” del trumpismo está ahora convencida de que hay grandes problemas con la elección. De acuerdo a un relevamiento dado a conocer hace menos de una semana por Politico (un medio anti Trump) para la segunda semana de noviembre un 70% de los votantes republicanos creía que la elección había sido un fraude.
Sin embargo, si uno se informa, como la mayoría de quienes se informan, en CNN, New York Times, Washington Post, BBC, Deutsche Welle, Associated Press, France Press, The Guardian, etc., uno no verá prácticamente ningún conflicto de narrativas validado. Todos esos medios y muchos más emiten en cambio un mensaje unificado: Joe Biden es el presidente electo, cualquier acusación de fraude o irregularidades es absurda, y es cuestión simplemente de comenzar la transición.
Al menos hasta el momento en que escribo esta nota, cada vez que uno busca información sobre las elecciones en los medios más comunes -o en las primeras páginas que arroja el motor Google de búsquedas-, uno encontrará probablemente algo como lo siguiente.

Traduzco: “El Fiscal General republicano de Arizona rechaza las afirmaciones infundadas de fraude electoral de Trump: ‘No hay evidencia’“
Este titular es representativo de la mayoría del tratamiento dado por los medios masivos al problema de la elección norteamericana: incluye el adjetivo “unfounded“, “infundadas“, el que, siendo manifiestamente una opinión, va incrustado sin embargo allí como si fuese cosa juzgada. El ejemplo es simple pero generalizable. El tono general de la cobertura de la elección en toda la prensa grande, sea televisión, prensa escrita, agencias de noticias, o redes sociales, incluye la afirmación “infudado” ante toda y cualquier denuncia, acusación o comentario, de cualquier tenor, que ponga en duda el carácter de pureza del proceso electoral este año 2020.
A la hora de escribir esta nota, más de dos semanas pasado el día de la elección, la campaña de Trump ha interpuesto centenares de recursos ante la justicia en los estados en donde ha habido denuncia de irregularidades. Por lo tanto, aun falta que se ventilen e investiguen esas denuncias, y se procesen esos reclamos, antes de que puedan, cada uno de los Estados, declarar ganador y, con él, proclamar a los electores correspondientes.
Pese a este escándalo potencial, el lector puede hacer su propio experimento respecto de la consolidación de una narrativa única que suprime a uno de los puntos de vista (que, equivocado o no, corresponde a 72 millones de votos), escribiendo en su buscador “US 2020 elections fraud”, o similar: durante páginas y páginas, Google le dirigirá a páginas de esos grandes medios y a artículos, el 100% de los cuales negarán toda alegación o discusión respecto del resultado electoral proclamado el 7 de noviembre por los medios de comunicación.

El carácter extremo de ese lado de la cobertura -ya veremos los extremos del otro- puede resumirse en la siguiente primera página del New York Times -uno de los medios líderes de tal narrativa absoluta-, tomada el día jueves 19 de su sitio web:

De arriba abajo, el periódico neoyorquino dice:
“Resultados electorales: rastreando la desinformación viral.
El presidente electo Joseph R. Biden ha ganado la elección presidencial, pero hay esfuerzos para sembrar dudas sobre el resultado.
He aquí lo que usted necesita saber:
– Oficiales locales rechazan tres reclamos por voto de personas muertas hechos por la campaña de Trump.
– Oficiales del partido Republicano se niegan a certificar papeletas en Michigan por problemas que son bastante comunes.
– La desinformación sobre la elección a menudo eludió los esfuerzos de YouTube de frenarla.
– Giuliani intenta divulgar teorías conspirativas y falsedades acerca de la elección
– No, el ejército no tomó posesión de un servidor en Alemania que mostraba una victoria terminante de Trump.“
4. Los dos discursos alternativos
Al elaborar esta crónica, me ocupé de ir a ver qué es lo que dicen medios no pertenecientes a ese bloque tradicional. Entré, primero, en canales de noticias alternativos que a lo largo de los últimos seis u ocho años han generado caudales millonarios de audiencia fuera de los grandes medios -como el canal YouTube de Ben Shapiro (no votante de Trump en 2016, votante de Trump con reticencias en 2020), el de Tim Pool (liberal demócrata, crítico de la cultura woke y del “neoliberalismo de izquierda” del actual partido Demócrata), el de Joe Rogan -el entrevistador de mayor audiencia del país, también en YouTube– o el Daily Wire -también con participación de Shapiro, pero con un equipo más amplio de periodistas de excelente nivel. También revisé, por ejemplo, publicaciones como The Federalist -críticos jóvenes de la dictadura narrativa y la cancel culture-, Technocracy News -denuncia del avance de la tecnocracia y la censura de Big Tech con el pretexto de la pandemia- National Review -una voz más tradicional del Partido Republicano-, el ascendente en audiencia Just The News, o The Epoch Times, un periódico también de creciente lectoría fundado por disidentes chinos en Estados Unidos, así como otros sitios similares, varios de ellos críticos del “establishment” pero con periodismo de cierta calidad.
Estos no son medios o canales necesariamente “trumpistas” -pese a que es probable que Wikipedia, otro medio hoy ya controlado por el “discurso único”, los describa así- sino canales de opinión y entrevistas, en ello en general de aceptable calidad periodística, y que han tenido una visión crítica del establishment político norteamericano -tanto demócrata como republicano-, y especialmente una postura agudamente crítica del sesgo y la censura generalizadas, implementadas por los grandes medios y las redes sociales, respectivamente, intensificadas hasta el paroxismo a fines de este año 2020. Hay decenas de ellos, aun sobreviviendo entre la censura de las redes y la de internet en general.
Lo que básicamente este tipo de canales y medios dice es “permítase que se presenten los recursos legales; infórmese de lo que dicen las dos partes; una vez terminado el proceso legal, proclámese al ganador. Esta es la única forma en que se mantenga la fe de la ciudadanía en el proceso electoral y en la democracia”. Esa posición parece sensata e inatacable. Sin embargo, estos medios son normalmente calificados, por los medios mainstream, como prácticamente nazis y golpistas.
Además de ello, entré en los canales de noticias ya directamente del movimiento trumpista, como el de Steve Bannon, el de Alex Jones, o el sitio de Bill O’Reilly, un viejo periodista de derechas de Fox hoy convertido 100% al trumpismo. Salvo un par como los mencionados y poco más, la mayoría de otros canales pro Trump son poco más que ciudadanos hablando desde sus dormitorios por un canal casero de YouTube. Estos últimos oscilan, entre algunos que piden que se permita tramitar con limpieza las demandas judiciales, a otros que están en una cruzada fanática manteniendo la postura espejo a la de los grandes medios: Trump ganó, le robaron la elección, y no hay más que hablar. El que no lo crea es un fanático aliado a los grandes poderes globalistas.
En los últimos días a esto se ha agregado un tipo de noticias que refuerzan lo anterior y blindan aun más la narrativa, interpretando de antemano todas las decisiones de Trump como indiscutibles, y todos los cuestionamientos a las afirmaciones de irregularidades, como afirmaciones insensatas -mezcladas con una fe digna de mejor causa en que al final Trump ganará, pese a todo.
3. La naturaleza de las denuncias del lado de la campaña Trump
¿Por qué Trump simplemente no concede que perdió la elección? ¿Cuáles son los argumentos de esa parte trumpista, presunta y probablemente perdedora, que según la narrativa oficial directamente no existen? ¿Qué irregularidades reclaman, y qué indicios hay, si es que hay alguno, de lo que alegan?
Las denuncias presentadas por la campaña de Trump -bajo el liderazgo del ex alcalde de New York, Rudy Giuliani y de la abogada Sidney Powell- pueden clasificarse en dos tipos diferentes.
Acusaciones de tipo 1: La validación masiva de papeletas dudosas
En el fondo, y acaso lo más general que hace de marco a lo que ese bando percibe como irregularidades, son los cambios provocados este año en las reglas establecidas para votar, y la baja de los estándares de control, todos cambios impulsados fundamentalmente en estados controlados por oficiales demócratas, bajo el pretexto de “facilitar el acceso al voto bajo la pandemia”. Se dio así una expansión sin precedentes del voto por correo. El problema con esto es que el método de voto por correo debilita sustantivamente los controles, y hace estallar todas las ya escasas garantías electorales del sistema norteamericano.
El mecanismo hace que, en primer lugar, se envíen masivamente papeletas de votación a domicilios de personas que pueden haberlas solicitado o no, que pueden vivir en ese domicilio o no, que pueden estar vivas o muertas -debido a que los registros electorales no están actualizados y al día en la mayoría de los estados. El control y recogida de esos votos, la cadena de custodia de los mismos, así como el control de firmas, fue dejado de lado o debilitado. Ciudades como Detroit y Pennsylvania tienen un frondoso historial de fraude electoral por haber usado, entre otros, el método de “cosecha de boletas” en base a militantes que recorren buscando sobres abandonados, o no recogidos aun, en las casillas de correo en las puertas de residencias particulares, llenando esas papeletas y sumándolas luego al conteo general. En esta elección esos son precisamente las dos ciudades más denunciadas por este y otro tipo de irregularidades más graves.
En general, las papeletas que llegan por correo son muy difíciles de verificar, y la mera semejanza de firma queda a merced de la discusión en las mesas de conteo, mientras que el criterio del matasellos que demuestre el envío a tiempo tampoco se aplicó en algunos estados en este mes de noviembre.
De todos modos, las papeletas claramente fraudulentas pueden ser rechazadas, y en tiempos de controles medianamente normales, lo son. Por ejemplo, en las últimas elecciones primarias del partido Demócrata hubo alrededor de 500.000 papeletas de voto por correo rechazadas por irregularidades, según informaba en agosto de este año el propio Washington Post -pilar de la narrativa dominante. Observadores independientes han señalado con extrañeza que, en cambio, en esta elección, que tuvo un número de electores muchas veces mayor, aun no se haya informado de ningún número significativo de papeletas rechazadas.
La modificación de las reglas a última hora llegó a extremos en el estado de Pennsylvania, por ejemplo. Allí, la Corte local -esto es, del estado- aprobó una modificación excepcional del plazo de recepción de votos por correo, extendiéndolo tres días más allá del día de la elección. Esta modificación se hizo tan sobre la fecha de las elecciones, que la Suprema Corte se abstuvo de intervenir, porque para esa fecha ya estaban llegando votos por correo -en Estados Unidos se puede enviar el voto mucho antes del día de la elección-. Pero esa misma Suprema Corte -que hoy tiene mayoría de jueces conservadores- dio la orden de que se segregasen en el conteo estos votos llegados luego del cierre, para la eventualidad de que deba intervenirse luego en caso de verificarse la irregularidad, en cuyo caso podría ocurrir que ninguno de esos votos tardíos puedan ser contabilizados.
El juez Samuel Alito, de la Suprema Corte, declaró entonces, el 28 de octubre, en nombre de los jueces conservadores del órgano, que la decisión de Pennsylvania “probablemente viola la constitución federal”, y que “podría acarrear problemas post-electorales serios”. Este episodio sería relativamente importante si al fin esos votos se eliminan.
Las declaraciones juradas
En el estado de Michigan, entre otros, delegados de control de conteo del campo de Trump han dejado registradas declaraciones juradas (“affidavits“) en donde afirman que decenas de miles de papeletas fueron contabilizadas fraudulentamente para Biden. (En Estados Unidos presentar una declaración jurada falsa ante la corte equivale al delito de perjurio, castigable con penitenciaría).
Para intentar dar una idea del tipo de irregularidades que alega el campo de Trump, nos detendremos en los detalles de una de las denuncias. Los abogados Cheryl A. Constantino y Edward P. McCall Jr han llevado a juicio a la Secretaria de Estado de Michigan Jocelyn Benson -quien tiene a su cargo el proceso electoral- y otros, y denunciado formalmente -adjuntando testigos oculares y documentación especificada en la denuncia-, una serie de irregularidades, entre las que se puede mencionar:
– que los oficiales a cargo del conteo “fueron instruidos por los acusados -oficiales electorales de Michigan- para que no verificasen las firmas en las papeletas de ausentes, para que fechasen retrospectivamente las papeletas de ausentes, y para que procesasen tales papeletas independientemente de su validez”;
-“durante la elección… los acusados trajeron papeletas oficiales sin etiquetar, y de origen no asegurado, de la puerta trasera del Departamento de Elecciones”;
-“los acusados sistemáticamente procesaron y contaron papeletas de votantes cuyo nombre no apareció ni en el Registro Calificado de Votantes ni en las Hojas Suplementarias. Cuando el nombre no aparecía, el empleado de la elección asignaba la papeleta a un nombre al azar existente ya en el Registro, que no había votado”;
-“Los acusados sistemáticamente usaron información falsa para procesar las papeletas de ausentes, tales como fechas de nacimiento incorrectas. Muchas veces, los oficiales electorales y los trabajadores electorales insertaron nuevos nombres en el Registro Calificado luego de la elección, y registraron a esos votantes como con la fecha de nacimiento 1/1/1900”;
-“antes de decidir como tratar una papeleta, esta era retirada del sobre que mantenía en secreto el voto”;
-“papeletas de ausentes sin seguridad de origen llegaron al garage de descarga del Centro TCH sin ninguna cadena de custodia, fuera de urnas selladas, y sin sobres”;
-“luego de que los oficiales electorales anunciaron que se habían recibido las últimas papeletas de ausentes, llegó otra tanda de papeletas en contenedores, sin seguridad y sin sellar, sin sobres. Eran aproximadamente 40.000, y cada una fue contada oralmente y asignada solamente a candidatos demócratas”;
-“los acusados instruyeron a los oficiales electorales y a los trabajadores a que procesasen las papeletas de ausentes que aparecieron después de cerrada la elección, y que reportasen falsamente que tales papeletas habían sido recibidas antes del 3 de noviembre 2020, plazo límite”;
-“los oficiales y trabajadores electorales se rehusaron a registrar las protestas a sus procesos, y retiraron a los delegados que, educadamente y con buenas formas, presentaron protestas”;
-“luego de que los delegados comenzaron a descubrir el fraude que estaba teniendo lugar en el TFC Center, los oficiales electorales y trabajadores acusados sacaron a los delegados del cuarto de conteo, de modo que no pudiesen observar el proceso”;
– “los oficiales electorales y trabajadores electorales acusados permitieron que las papeletas de ausentes fuesen duplicadas a mano sin permitir a los delegados verificar que la duplicación fuese exacta. De hecho, los oficiales electorales y los trabajadores electorales acusados repetidamente impidieron a los delegados que observasen. Miles de papeletas fueron llenadas a mano en el sitio mismo sin vigilancia de los delegados”.
En particular el delegado Andrew Sitto presentó una declaración jurada que dice “Aproximadamente a las 4 AM del 4 de noviembre, 2020, decenas de miles de papeletas fueron ingresadas de golpe al cuarto de conteo a través de la puerta de atrás… por parte de vehículos con matrículas de fuera del estado (Prueba C). Se observó que todas estas papeletas fueron para John Biden”. La declaración jurada de Sitto agrega que a las 4:30 AM de ese mismo día, justo antes del cambio de observadores que debía producirse a las 5 AM, uno de los hombres a cargo del conteo “tomó el micrófono y dijo que estaría llegando otro embarque de papeletas de ausentes, y que deberían ser contadas. Aproximadamente a las 4:30, decenas de miles de papeletas se trajeron y se colocaron en ocho mesas largas. A diferencia de las demás papeletas, estas cajas fueron ingresadas por la parte trasera del cuarto. […] Noté específicamente que cada una de las papeletas que yo observé, fue para Joe Biden. Mientras se estaban contando esas papeletas, al menos cinco o seis veces escuché a los funcionarios de conteo decir que todas iban para Joe Biden. Cada papeleta de muestreo que escuché y observé, fue para Joe Biden“.
Además de este testimonio, existe otra declaración jurada firmada por Robert Cushman, que atestigua que el 4 de noviembre 2020, aproximadamente a las 9 de la noche, “se sorprendió de ver que había numerosas cajas nuevas de papeletas que llegaron al TFC Center al anochecer. Estimo que esas cajas contenían varios miles de papeletas más cuando aparecieron.” Declara que ninguno de los nombres en esas nuevas papeletas correspondían a votantes registrados, lo que los funcionarios del conteo se suponía debían verificar.
“Vi a los operadores de las computadoras, en distintas mesas de conteo, agregando manualmente los nombres y direcciones de estos miles de papeletas al sistema QVF (Registro Cualificado de Votantes)“, dice su declaración jurada. “Cuando pregunté por la posible justificación para contar papeletas de ‘personas’ desconocidas, no verificadas, se me dijo por parte de los supervisores que la Clerk Office del Condado de Wayne las ‘había aprobado’ [“had checked them out“].
Se supone que lo que los funcionarios de conteo deben hacer, es encontrar la coincidencia entre el nombre en la papeleta y el nombre de un votante registrado en el Registro Calificado de Votantes. En lugar de hacer eso, declara Cushman, “los oficiales del del condado Wayne instruyeron a los trabajadores de conteo para que agregaran [subrayado en el original] los nombres que aparecían en esas papeletas al registro en ese momento, dándoles a todos una falsa fecha de nacimiento el 1/1/1900.”
Otra denuncia distinta y complementaria fue presentada en Michigan, y existen otras denuncias presentadas en varios lugares, pero el estado de las mismas no es fácil de determinar. Si uno lee la mayoría de los medios, las denuncias habrían sido retiradas o descartadas por la justicia. En cambio, si uno atiende a las declaraciones de los abogados a cargo de las reclamaciones, Lindsey Powell y Rudy Giuliani, el mensaje es el contrario. En una conferencia de prensa el día jueves 19 de noviembre, sobre el cierre de este reporte, Powell afirmó que “Trump ganó por una avalancha de votos, existió un fraude masivo y vamos a demostrarlo. No nos dejaremos intimidar ni vamos a retroceder“.
Reuters ha lidiado parcialmente con este tipo de denuncias, y ha publicado su versión fact-checked que los lectores pueden consultar aquí, en donde, respecto de lo sustancial, explica que es verdad que los votos aparecieron masivamente de madrugada, pero dice por un lado que fueron a ambos candidatos, y luego dice que los votos eran abrumadoramente para Biden debido a que se trataba de zonas de voto abrumadoramente demócrata.
Finalmente, entre lo último significativo en términos políticos que ha aparecido en este sentido son las declaraciones de James Trainor, el principal de la Federal Election Commision (Comisión Federal Electoral, vinculada sobre todo a aspectos de financiamiento de las campañas), diciendo que las elecciones no habían sido constitucionales, en base a múltiples irregularidades, y a evidencia matemática presentada por el prof. Steven Miller -quien también presentó su declaración jurada y su caso ante la corte en Pennsylvania, donde alega que “papeletas correspondientes a unos 165.000 votos republicanos” no fueron tenidas en cuenta. El diario USA Today dedica una larga nota a presentar las declaraciones de Trainor como infundadas, remitiendo a verificadoras de datos y fuentes como el New York Times el Washington Post o PolitiFact. Para quienes puedan tener interés en un análisis alternativo al de USA Today y los grandes medios citados, pueden escuchar cómo el mencionado Tim Pool analiza el asunto -y el panorama general de este uso generalizado de las “verificadoras de datos”- en este video (en inglés).
Acusaciones de tipo 2: Software electoral fraudulento
La otra área -conceptualmente hablando- en la que se concentran las denuncias del campo de Trump tiene que ver con el software empleado en la elección en algunos estados -gobernados tanto por republicanos como por demócratas. Especialmente una de las compañías principales, llamada Dominion Voting Systems está envuelta en este momento en toda clase de acusaciones y argumentos cruzados, que sería demasiado complejo transcribir aquí. En este artículo aparecen los argumentos de la parte denunciante. Los argumentos contrarios pueden ser encontrados haciendo cualquier búsqueda online y leyendo los resultados.
En este caso, las denuncias involucran el argumento de que las máquinas fueron intervenidas y programadas para dar vuelta una cantidad difícil de determinar de votos.
Un ingeniero indio del MIT, el Dr. Shiva Ayyadurai, quien fuera en su momento candidato a senador por Massachussets, dice haber estudiado en detalle el caso de cuatro condados de Michigan en esta elección presidencial 2020. Lo que alega haber descubierto lo expone junto a dos colegas más, con datos y gráficos, en su video “Un estudio de cuatro condados en Michigan….“
Lo que afirman puede resumirse como sigue: En los cuatro condados estudiados se toma el resultado de cada distrito de votación (precinct) y se analiza cuántos votos hubo para los candidatos de un partido (a cargos distintos de presidente), y cuántos para el presidente correspondiente (por ejemplo, cuántas papeletas con votos a candidatos republicanos, y cuántos a Trump; cuántos a candidatos demócratas, y cuántos para Joe Biden). Luego, se obtiene la diferencia en más o menos en cada circuito, y se da una representación numérica a esa diferencia. Por ejemplo, si hay en un circuito 100 votos para los republicanos, pero de ellos solo hay 97 para Trump, la diferencia es -3 votos, o en el ejemplo, -3%. (Debe recordarse que un votante puede votar al presidente pero no a los demás cargos, o viceversa, pues cada cargo en juego se llena por separado. Por tanto una papeleta puede tener toda clase de combinaciones de votos).
Luego, representaron esto en un gráfico clásico de dos ejes. En el eje X, se representa el porcentaje de votos para el partido republicano dentro del precinct (cuantos más votos republicanos, más a la derecha el punto), y en el eje de las Y se pondera la diferencia pro o contra Trump en ese circuito, que se representa con un punto en el gráfico (cuanto más arriba el punto, más gente votó a Trump más que a los republicanos, o viceversa).
El resultado obtenido en los cuatro condados estudiados, es como sigue (mostramos uno de los gráficos solamente, correspondiente al condado de Macomb, con fines de ejemplo).

En el Estado de Michigan hay 86 condados. Los gráficos muestran que, cuanto más votos republicanos hay en un circuito, menos votos hay para Trump, en una pendiente inversamente proporcional perfecta.
Es posible argumentar que es normal que Trump haya sacado menos votos que los candidatos a otros cargos del partido republicano, en el caso de algunos votantes. Pero incluso aunque fuese así, argumentan los autores, nunca podría ser posible que el descenso de los votos para Trump siguiese una pendiente perfecta. Lo que Ayyadurai y sus asociados dicen, es que ese tipo de pendiente solo puede responder a un algoritmo matemático, es decir, a manipulación directa del software de conteo: según Ayyadurai, este procedió cambiando los votos para Trump hacia Biden de manera inversamente proporcional a la cantidad de votos republicanos de cada circuito.
Los autores analizaron además un condado particularmente demócrata (Wayne County, donde está Detroit, ciudad de voto abrumadoramente demócrata), y concluyeron que en este condado no se había usado el algoritmo. Lo extraño es que en este lugar -único en que ocurre el fenómeno dentro de los casos estudiados-, los votantes republicanos eran proclives a votar a Trump por encima del partido republicano. El gráfico siguiente corresponde a ese condado:

El lector puede consultar aquí un análisis independiente que contesta parcialmente a este estudio, y juzgar por sí mismo lo que pensar.
La suerte de las denuncias
Como comentario general, el equipo de la campaña Trump no parece estar teniendo ni suerte con sus juicios, ni mucho tiempo por delante, en la medida en que estados clave como Georgia se aprestan a declarar oficialmente la elección para Biden. Además, aunque en algunos estados tuviesen andamiento los reclamos, los márgenes de diferencia actuales de Biden son demasiado grandes como para ser revertibles en base a recursos aislados que cambiarían, presumiblemente, una cantidad pequeña de votos. Esa reversión solo podría lograrse si lo que se presentase fuese una acusación generalizada de fraude sistemático en muchos lugares importantes a la vez. En Georgia, luego de un reconteo ya culminado -y que la campaña republicana también denuncia, por no haberse permitido más que un observador republicano cada diez mesas de conteo- se descubrió algo más de cinco mil votos que habían sido erróneamente asignados a Biden, y se cambiaron a Trump, pero aun así Biden mantiene una diferencia, que si bien es estrecha, le alcanza para triunfar. En otros estados la situación es más difícil aun, puesto que las diferencias actuales, por ejemplo en Pennsylvania, son de 83.000 votos para Biden.
Hay otras dimensiones del asunto que son tan sombrías y confusas como las anteriores. Por ejemplo, las alegaciones de parte de los abogados de la campaña Trump de que están sufriendo presiones y amenazas. Una abogada de nombre Linda Kerns, de Pennsylvania, denunció el 16 “haber sido objeto de acoso continuo bajo la forma de emails abusivos, llamadas telefónicas, amenazas físicas y económicas, y aun acusaciones de traición por representar a la campaña del Presidente de los Estados Unidos en este litigio“. El juez a cargo, Matthew Brann, permitió a la abogada que se retirase de la causa, y la policía quedó a cargo de su protección. Giuliani dijo, más en general en una entrevista con Steve Bannon, que le estaba resultando difícil encontrar estudios de abogados que quisiesen representarlos a nivel de los estados, debido a las amenazas que sufren todos los estudios que aceptaron hacerlo.
Un caso bastante más grave de este tipo es el que se está dando -pues al momento de escribir este artículo aun no se había terminado de desarrollar- en Michigan, en particular en el condado Wayne, que es el que incluye a la ciudad de Detroit, donde las acusaciones más graves alegadas por la campaña de Trump tienen lugar, como se ha mencionado antes. Allí, un diputado del partido demócrata electo, Abraham Aiyash, amenazó en una reunión de zoom que tuvo lugar el martes a una de las jefas del comité de delegados del condado del lado republicano, cuya función es votar la aprobación del conteo. Monica Palmer participaba junto a Aiyash y otros oficiales de una discusión relativa a la certificación del conteo en Wayne, cuando Aiyash intervino y dijo: “Usted, señora Monica Palmer, de Grosse Pointe Woods, que tiene una historia de racismo, está decidiendo permitir y continuar perpetuando la historia racista de este país, y quiero que considere lo que eso significa para sus hijos“, y a continuación nombró la escuela a la que concurren los hijos de Palmer y habló del impacto que esa decisión tendría en sus compañeritos de clase.

El video de la conferencia se filtró y es posible verlo aquí. Como resultado inicial, los dos delegados republicanos cambiaron su voto y aceptaron la certificación de los conteos oficiales de Wayne pese a las denuncias en curso. Pero luego se retractaron alegando que votaron bajo presión, y está por verse cuáles son las consecuencias de la situación, si es que tiene alguna.
En la más reciente conferencia de prensa del equipo de Trump, ocurrida el 20 de noviembre al momento de cerrar este informe, Giuliani y Powell insisten en que tienen evidencia y no parecen dispuestos a interrumpir la estrategia que han definido; Giuliani insiste en que hubo “un plan, y uno tendría que ser tonto para no darse cuenta“, porque el mismo tipo de acciones se realizaron del mismo modo “en diez grandes ciudades controladas por el partido Demócrata“. Powell, por su parte, hizo centro en Dominion Voting System, el sistema de software acusado de las irregularidades, insistiendo que se usó por todo el país para invertir los votos de Biden a Trump. “Personas pueden entrar y cambiar la ratio de voto… Pueden decir que un voto para Biden cuenta 1.25, y uno para Trump 0.75, y eso podrían ser los números que se han usado en este caso“. La abogada denunció que el mecanismo según ella empleado sólo fue descubierto debido al “número abrumador de votos para Trump en los estados estrechamente en disputa (“swing states”), que hizo que las máquinas debiesen ser apagadas, para que pudiesen ser reprogramadas y agregar votos“. Powell agregó que tienen “testimonios de diferentes trabajadores de Dominion que dicen haber sido entrenados para eliminar votos para Trump“, y agrega finalmente que tiene “evidencia matemática en una serie de estados de que se eliminaron votos por Trump y se agregaron votos a Biden“.
Por su parte Rudi Giuliani ha denunciado, luego de avanzar la revisión de la elección en Michigan, que en un 2/3 de los circuitos de la ciudad de Detroit ha votado una cantidad de votantes superior a los registrados en el circuito. En algunos, explica, votó más de el doble de los habitantes del circuito, incluidos niños. Estas afirmaciones no han sido -al menos todavía- demostradas ante la justicia.
¿Dónde están las pruebas finales de esas declaraciones y cómo es que, de ser así, esto no parece estar teniendo ninguna consecuencia judicial? En el curso del desarrollo de este reporte me he preguntado varias veces lo anterior, y no tengo una respuesta clara. O bien Giuliani y Powell mienten, igual que todos sus testigos, documentos probatorios y demás, o bien la justicia está presionada o no funciona adecuadamente en ninguno de los lugares en los que las demandas se han presentado, puesto que ninguna de ellas parece estar teniendo, por ahora al menos, mayor andamiento. Quizá los plazos para ello aun no hayan corrido. Giuliani y Powell han respondido indirectamente a esto diciendo que no pueden dar a la prensa las pruebas debido a que los testigos serían acosados y correrían riesgo, y que “la verdad la presentaremos ante la corte”.
Tribalismo y radicalización se profundizan
Mientras tanto, la radicalización en la que se ha sumido el país los últimos años solo se profundizará. Así como reportábamos antes que un 70% de los actuales votantes republicanos creen que hubo fraude pese al discurso en contrario de la mayoría de la prensa, un 80% de los votantes demócratas creyó en 2016 -y siguió creyendo luego- que Trump había ganado debido a una intromisión rusa en las elecciones de ese año. Una suerte de maccartysmo al revés se desarrolla a esta hora en todo el país.
Un factor no menor de esa radicalización es la larga construcción, durante los últimos cuatro años, de la figura de Trump como un Hitler contemporáneo. Esa imagen se repite, por parte de sus mismos creadores, en estos días. Christianne Amanpour, una presentadora veterana de la cadena CNN, por ejemplo, en una de sus habituales apariciones, dijo: ”Esta semana, hace 82 años, ocurrió la Noche de los Cristales [Kristallnacht]. Fueron los tiros de advertencia a nuestra civilización humana por parte de los nazis, que llevaron al genocidio de toda una identidad, y en esa torre de libros incendiados, a un ataque a los hechos, al conocimiento, a la historia y a la verdad. Luego de cuatro años de un asalto moderno contra estos mismos valores por parte de Donald Trump, el equipo Biden-Harris promete un retorno a las normas, incluida la verdad. Y cada día Joe Biden hace anuncios presidenciales de buen gobierno, salud y seguridad para el pueblo americano, mientras la gran figura sombría de su oponente derrotado anda lleno de furia, efectuando purgas de enemigos percibidos, e impidiendo la transición“.
Bajo este clima general, la campaña de la prensa genera algunas reacciones en masa, que pueden ser ejemplificadas de muchas formas. Tomemos el caso de lo que le está ocurriendo a la actriz Gina Carano, de Star Wars, y del show The Mandalorian, de Disney. La actriz twitteó lo siguiente: “Tenemos que limpiar el proceso electoral, de modo de no quedarnos con las sensaciones con las que nos estamos quedando hoy. Aprueben leyes que nos protejan contra el fraude electoral. Investiguen cada estado. Filmen los conteos. Eliminen los votos falsos. Requieran identificación. Hagan que el fraude electoral termine a partir de 2020. Arreglen el sistema“.
Debido a este twit se armó una campaña entre los fans del show, los que le están exigiendo a Disney que la cancele. “Gina Carano promueve activamente las visiones de odio, ha twiteado desinformación y teorías conspirativas acerca de la elección norteamericana, no apoya el usar máscara/trata al Covid como una farsa… esta mujer no es parte de la Rebelión“, twiteo uno de los fanáticos, entre decenas de mensajes del mismo tenor.
Una marcha trumpista en Washington el fin de semana pasado que contó, según algunos reportes, con decenas, según otros con centenares de miles, según otros con “un millón” de asistentes, fue comentada así por David Frum, un periodista importante de The Atlantic en su twitter:

El mensaje de Frum, que implica que la marcha pro Trump en Washington es lo mismo que las movilizaciones nazis de los años treinta en Alemania, no fue censurado por Twitter, ni considerado “una afirmación discutible” ni una “fake news” por la red de Jack Dorsey.
Alexandria Ocasio-Cortez, representante demócrata por New York conocida por sus posturas extremas, llamó en Twitter a elaborar “listas de personas que hayan participado del gobierno de Trump” con el fin abierto y declarado de perseguirlas luego. El tweet no fue del todo bien recibido por muchos sectores y el tema fue relativizado luego, pero es claro que representa el espíritu de muchos.
En el mismo sentido, un grupo de estudiantes de la Universidad de Harvard ha llamado a expulsar e impedir a cualquier partidario de Trump asistir o dar clases en la universidad. El argumento fundamental es que los partidarios de Trump, al cuestionar lo que consideran irregularidades en la elección, están “minando la fe en el proceso electoral”. La acusación suena excesivamente parcial considerando que entre 2016 y 2020 los demócratas han repetido de todas las formas que la elección de 2016 también fue fraudulenta.
Del otro lado, los canales trumpistas dan por hecho -sin que aun se haya probado las denuncias que levantaron- que la elección fue un fraude absoluto, echando nafta al fuego.
Las reacciones de algunos actores revelan el tipo de concepciones que se vuelven aceptables públicamente. Twitter no ha cuestionado el siguiente mensaje del profesor Ibram Kendi, Director del Centro para la Investigación Antiracista de Boston University, que abiertamente llama a no respetar la ley en lo que respecta a la legitimidad de las elecciones: “El término “voto legal” es tan ficticio y funcionalmente racista como los términos “extranjero ilegal” y “neutral respecto de la raza” y “reina de los planes sociales” y “limosna” y “súper depredador” y “hijo de la pasta base” (crackbaby) y “responsabilidad personal” y “post racial“.

4. Sea quien sea el presidente, los resultados son inesperados
Mientras tanto los resultados oficiales, con todos los paréntesis que se les quiera poner, muestran en este momento que Joe Biden habría recibido 79.68 millones de votos, y Trump 73.70. Esto representa una elección absolutamente extraordinaria en número de votos totales, una elección extraordinaria para los demócratas, que sería la primera vez que ganan el estado de Georgia desde 1992, y una elección también extraordinaria para Trump, que luego de cuatro años de ejercicio del poder y en el año del coronavirus aumenta unos 11 millones de votos respecto de 2016.
Sin embargo, dejando de lado el sillón presidencial y pensando en el período que se abre, las cosas no rodaron tan bien como se esperaba para el partido Demócrata.
Hasta la noche de la elección, la expectativa generalizada era que el partido Demócrata ganase de 5 a 15 sitios en la cámara de Representantes -en la que ya tiene mayoría desde las elecciones de medio término de 2018- y que obtuviese mayoría en el Senado, hasta ahora con mayoría republicana.
Esto no funcionó tal como se esperaba. Por un lado los candidatos al senado republicanos que parecía perderían decisivamente en Maine, North Carolina, Iowa, South Carolina, Montana y Alaska, todos fueron reelectos. Por otro lado, los republicanos en lugar de perder, ganaron una cantidad significativa de puestos en la Cámara de Representantes –hasta el 16 de noviembre, habían asegurado 8 sitios más-, lo que los coloca con serias posibilidades de recuperar la mayoría en esa cámara, y pone a la speaker demócrata de esa cámara, Nancy Pelosi, en difícil situación respecto de sus proyectos políticos de futuro.
Por el momento el conflicto interno que se suscitó en la interna Demócrata en los dos días posteriores a la elección -cuando aun las narrativas eran inestables, y muchos demócratas consideraban que su campaña y los resultados obtenidos habían sido un fiasco en varios sentidos- se han acallado bajo la instalación del discurso de la victoria. En una mirada de mediano plazo, sin embargo, es seguro que la lucha interna por revisar la estrategia que condujo a este extraño y paradójico resultado electoral se hará presente de nuevo.
Esta viene resultando una elección extraña y paradójica, en la que mientras que un candidato a presidente pierde y su rival gana, los cargos electivos que fueron bajo las papeletas del candidato perdedor han ganado terreno en todos lados.
Hoy, a la vez que la mayoría de los medios, en base a la diferencia de votos a nivel total, hablan de que finalmente sí se dio el predicho landslide demócrata, el partido Republicano -que no debe de todos modos ser confundido con el movimiento de los trumpistas, aunque votaron bajo su nombre- además de los 8 diputados ganados depende, en cuanto a la cámara de senadores, del resultado de la elección complementaria para ello a realizarse en Georgia. Por el momento los republicanos se han asegurado 50 senadores, pero en el contexto de una presidencia demócrata precisan 51 para retener la mayoría. En Georgia hay aun dos puestos de senadores en juego. Si los republicanos ganan, mantendrán la mayoría. Si, en cambio, pierden, la cámara alta pasará a tener una estrecha mayoría demócrata. Todo el panorama político de los próximos cuatro años depende, pues, de esa elección en Georgia en enero.
Otro elemento a tener en cuenta es que Trump mejoró sustancialmente su apoyo entre las minorías –latinos y negros, sobre todo, dos grupos tradicionalmente votantes de los Demócratas. Esto en cierto modo cuestiona la línea fundamental de la campaña demócrata basada en el discurso sobre el racismo y las minorías: estas minorías en lugar de acercarse más al partido Demócrata, se alejaron de él.
En resumen
El escenario a esta hora del contencioso es muy malo, diríamos desesperante, para la campaña Trump, en materia de poder revertir la victoria de su rival. Pero es malo también para Biden en la perspectiva de una presidencia con dudas de legitimidad, y escasa mayoría legislativa.
Dado el clima instalado, hay dos conclusiones bastante seguras. Primero, el resultado -el triunfo de Joe Biden- será percibido, con o sin razón, como ilegítimo por algo así como la mitad de los norteamericanos. La “democracia”, ya cuestionada con razón por su evidente paso a plutocracia sin control, habrá dado un paso más hacia su propia destrucción.
En segundo lugar, el autoritarismo en el que se han embarcado Twitter, Facebook, los grandes medios, la maniobra transparente de atribuirse “la verdad” absoluta en base a empresas verificadoras fraudulentas, así como la soberbia autocomplaciente de las burbujas elitistas yanquis -y las que las imitan repitiendo sus consignas y modos de ver el mundo en todos lados, Uruguay incluido- se fortalecerá aun más, generando acaso a su tiempo una reacción también más fuerte, y profundizando el espiral de radicalización tribal del planeta.