POIESIS /9

Acá París es nombre de boliche. Pizzería y cafetería, anuncia el cartel. Barrio popular, de asalariados con dificultades para llegar a fin de mes, vecinas vocingleras, desorden. Un antiguo club de box, mobiliario urbano en estado de abandono, las marcas de la desigualdad donde quiera que uno mire. “A esta altura,/ sé que no escribiré ningún poema memorable.” [1]

Por Luis Pereira

“La construcción de un mundo poético propio no es un fenómeno frecuente en la poesía uruguaya contemporánea”, anota Gerardo Ciancio en el prólogo de Agua enjabonada, el volumen que reúne la poesía de Elder hasta 2012. “Su cosmos poético (…) se erige como un verdadero programa estético.”

Desde Líneas de fuego (1982) hasta  El reloj mide las horas donde tu boca falta(2014), su último libro hasta ahora publicado, Elder ha desarrollado una poesía personalísima, sin antecedentes en el Río de la Plata, una mellange de poéticas contemporáneas habitadas por trayectorias diversas y que todas abrevan en la intención de colocar a la poesía “en el sitio justo de las cosas”.

La poesía es siempre una frondosa conversación. Habitan en ella voces porosas, fronteras endebles, inciertas, que interrogan. Quizás no haya manera de entender la obra de ningún escritor sino husmeando en su biblioteca, averiguando con quién comparte una cerveza, o qué música se encierra a oír. En la literatura de Elder aparecen indicios de estas vecindades, algunos a texto explícito, señales que dan cuenta de compañeros de travesía: Ernesto Cardenal, Ferreira Gullar, Roque Dalton, Juan Carlos Macedo, Antonio Cisneros, para mencionar solo quizás los más reiteradamente presentes.

La escritura de Elder nunca fue torremarfilista, nunca se afilió al “arte por el arte”, no hizo carrera literaria: fue (es)  “papel para envolver huevos” en la feria de los domingos. Es bueno saberlo, en tiempos de pundonor intelectual, de compromiso cliquero, de zozobra televisiva. 

Y la poesía de Elder es popular, en el mejor sentido del término: aquello que la gente común, sin abolengo, hace suyo, y que a la vez recoge los aprendizajes de los que estuvieron antes: escribo esto en la misma semana en la que el Municipio A de Montevideo promovió una maratón poética en la que vecinos del barrio sin apellidos ni oficios notables pusieron su voz a los poemas de Elder.

Marcas de la poesía de Elder: los pájaros que habitaron la infancia del poeta, las regiones populares convertidas en material de la escritura. Asuntos de poco prestigio literario, como una sobremesa, “el higo mordido por mi boca”, “un gato junto al florero”, las seis letras de una marca de aceite, el paisaje rural visitado por la memoria, la ciudad y sus usos y costumbres.

Es deliberada su intención de conectar con el público. Lejos está su obra de cualquier artefacto críptico o para iniciados, tan presente en el Río de la Plata posdictaduras. No hay necesidad de parricidio en su literatura, pero sí conciencia de la obligación de toda poesía de reescribirse. Visita entonces los antiguos templos pero desde otro bucle del río: “las moscas en el borde del vaso/ corrompen la transparencia del poema”.

El poeta habita en el libro, en el poema escrito, y también en el espacio escénico. “Me parece importante la recuperación del sentido trovadoresco de la poesía, ese ir por ahí, llevando las ‘noticias’, el lente de la poesía a través del cual miro la vida cotidiana”. Asistir a una de sus lecturas era apreciar una puesta en escena sobria, alejada de la golosidad performática, de la parafernalia o de la experimentación que desatiende el texto, una fiesta de la oralidad, rítmica y trovadoresca.

Con Cuadernos agrarios (1985) terminó de irrumpir en su escritura el universo rural. Una experiencia de campo no bucólica, ajena a los paisajes de confort ofrecidos por el tradicionalismo, a la construcción de “lo gaucho” como espacio inmóvil. El campo en Elder no es la celebración maravillada del paisaje, el mero recuento de cerros, montes y arroyos, sino el registro de las marcas de lo humano en ese escenario. Novedad rotunda en una reciente poesía rioplatense de temáticas casi excluyentemente urbanas, quizás con la sola excepción próxima de Juan L.

El paisaje habitado de Elder nombra, y al nombrar recupera. Imposible no advertir en esta operación una forma de resistencia a la “pasteurización” homogeneizadora. Mientras esta borra localías, y sitúa como único set la Quinta Avenida de Nueva York, Elder le otorga palabra al perdido norte uruguayo, tan distante de la 5th Av como de Montevideo, Buenos Aires o Madrid. Sequeira, Guaviyú, Pueblo Belén, Yacaré: el norte uruguayo nombrado desde su pasado guaraní, el mismo que persiste y puebla hasta hoy esos territorios.

Lo rural, la frontera, que en Elder es la frontera litoraleña, las costas del Río Uruguay, conviven con la experiencia urbana: el fútbol, los boliches, el transporte público. Y la presencia del cine y sus historias y personajes como parte del elenco. El poeta, quizás descreyendo de toda lírica, de toda visión celebratoria o litúrgica, es radical en su operación de borronear las fronteras del poema, y en su acción de incorporar escenas de la vida cotidiana al texto.

1989: en noviembre cae el muro de Berlín. En Fotonovela, canción de perdedores (1996), la escritura de Elder toma nota: no deja de lado el compromiso político en el que abrevó parte de su generación, pero ya no contiene aquella mirada ine-
luctable, confiada en la promesa del continuo progreso. “Los tiempos se ponen duros/ y uno no tiene donde caerse un miércoles de noche./ Te sentás frente al televisor/ y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin.”

Persiste la voluntad desacralizadora, y el humor, una de las características siempre presentes en su escritura: “el 2,4 por ciento de las mujeres que leen libros/ prefieren libros de poesía”; “Siempre pensé que Bobby Moore era un ministro inglés”…

“Un avión carreteando por la pista/ (…)/ nosotros con una fe ciega en el vuelo/ (…) /en esta fotografía no tengo planes respecto/ a la carretera de regreso”: rasgo procedimental propio de los epigramas cardenalianos, la carga significativa del poema se concentra en los últimos versos. El libro incluye un texto que puede ser leído en clave de ajuste de cuentas con uno de sus antecesores y modélico respecto de las letras nacionales: el Benedetti de la poesía urbana de los sesenta: “Montevideanos & Montevideanas se precipitan/ en medio de la lluvia./ No se quedan en un bar bebiendo café./ Ya no esperan a dios en las esquinas./ Ya no leen poemas en la oficina gris”.

En Mal de ausencias (2002) coexisten los ambientes de provincia y ciudad. La escritura pone en evidencia la materialidad del poema: “Me resisto a la idea de suprimir otras imágenes:/ huyen patos/ un muchacho a caballo arreando unos terneros/ por campos de laureles”. La nostalgia asedia en estos versos: “Hay cartas que nadie ha contestado/ caseríos de adobe, tardes de amor/ campos de girasol, una avioneta Cessna./ (…)/ Casi todo lo perdido”.

Han caído las certezas y los relatos seguros de sí mismos, pero la razón de ser de la poesía sigue siendo la misma: “Latas herrumbradas,/ cartones sucios/ gente calentando su almuerzo en/ envases de mermelada./ Los hijos de los desocupados/ jugando a la bolita en las calles”. “La poesía es un gorrión/ bailando en un cable de 220/ y eso es todo/ ¡no insistan!/ la poesía es un pájaro que tiembla.”

La poesía de Elder celebra el paisaje, pero ya no el paisaje inmutable de los poetas de otras generaciones. La frontera es a la vez metáfora de la contemporaneidad: escenario de pérdida y regreso, donde acontece la épica del siglo que llega. Una épica que ya no tiene héroes, o al menos no héroes infalibles. En La frontera será como un tenue campo de manzanillas (2003) vuelve el poeta a otorgarle estatus poético a mundos que hasta ahora han sido injustamente desplazados de lo poético. Una Caterpillar, un limpiaparabrisas en una carretera del oeste y un grafiti montevideano comparten un mismo escenario. “Anoche me decías que para ser feliz/ hay que cruzar el puente./ Hay que ir más allá del Arapey Grande,/ a la hora en que se van los pájaros/ sin mirar nunca para atrás,/ porque los huesos de los parientes/ pueden pedirte que regreses.”

El acto de nombrar restituye identidades y otorga existencia. Pueblos olvidados por la mano de Dios, ajetreos fuera de toda geografía, historias de hombres y mujeres invisibles aparecen acá en roles protagónicos. Consciente de su papel restaurador, por momentos esta poética sólo adhiere a aquello de “nombrar alcanza”, composiciones casi familiares, de artefactos que han estado desde siempre acá. “Hay chapas herrumbradas,/ plásticos sucios/ y una estiba enorme/ (y caótica)/ de botellas vacías/ con etiquetas de caña Marumbí o Planalto,/ algunas de Bacaxirí”. Hay en la poesía de Elder una aguda percepción del universo fonético de frontera, con sus cruces idiomáticos y la penetración quilómetros adentro del portugués. “El tema del libro es esa zona impalpable que es la frontera, las fronteras. Esa distancia entre el sueño y la realidad, entre una lengua y otra, entre el amor y el desamor.”

La poesía de Elder acontece ahora mismo. No es la del poeta empeñado en la elucubración neobarroca, no es la inocuidad autosatisfecha: (…) las mariposas que se destrozan/ entre el parabrisas a la altura de pueblo Celeste,/ me distraen,/ como una tela encendida,/ una bandera a cuadros”.

“La frontera…” es en cierto modo el fin de un largo viaje: el del poeta hacia su origen. “Conheço meu lugar”, escribe: “Dejo por un momento la lectura de Edgar Lee Masters/ y saludo al conductor/ (…) Por las ventanillas asoman cabezas conocidas,/ (…) que se extrañan de verme en/ casa de mi madre./ Como si hubiera perdido el derecho a estar allí,/ como si no me correspondiera más ese lugar,/ ese diminuto regazo en el planeta”.

Para Rosario Peyrou el libro definitivo de Elder es Sachet (2009), “donde Silva parece haber llevado hasta el límite los rasgos que marcan hasta hoy su poesía: una cualidad comunicativa asociada a una sofisticación compositiva”. En este libro el amor y su contraparte adquieren un tono trágico, terminal, desamparado, con aires de tango montevideano: “Recuerdos de vos:/ No son muchos/ (…) / una foto en Tiatucura / entre el verde del Salsipuedes/ y tus ganas de retorcerle/ el cuello al mundo./ Y esas medias caladas/ que te quedaban sex/ pero que arrolladitas entre/ mis medias/ son poca cosa/ y dan un poco de lástima”.

Para el poeta inglés Niall Binns, Elder es un poeta con pie en dos mundos. El de Colonia Lavalleja, sitio al que siempre regresa, y el de ciudades queridas, Montevideo, Rosario, Madrid o cualquier otra. El viaje como locación principal, y las tomas de lo efímero tras las ventanas de los autobuses.

El reloj mide las horas donde tu boca falta (2014) es su último libro hasta ahora publicado. Poetas vietnamitas, Michael Jackson, un vehículo azul de “Inteligencia” de la dictadura, todo se imbrica una vez más. Y la poesía como máquina de seducir. “En tu boca/ siguen ardiendo los mismos deseos fúlmines/ de acabar con este mundo.” La presencia de los maestros revisitada: “Alimento para polillas y ratones/ serán estos versos/ si es que los olvidas”…

La obra literaria siempre trasciende a sus autores. En cada lectura hay un ejercicio de reescritura. El poema se recrea cada vez, asciende a nuevos paisajes, es atisbado por ojos diferentes. La de Elder es una poética impura, de imbricaciones y contaminaciones mutuas. Acabada bitácora de una época de escasos héroes, poblada en exceso por personajes de pantalla, los géneros, los literarios y los otros se borronean, se multiplican hasta el paroxismo. El poeta persiste en una operación de paleta multicolor, donde vemos trascendidos de su universo original desde un aviso de Wellapon hasta un golero temblando en la cancha de River Plate, y en off una canción de Zitarrosa o un negativo de Norma Jean. La frontera es en sí misma una suerte de ars poetica, también una historia del desamparo, de la desnudez e incertezas de los tiempos que corren.


Notas

1. Elder Silva, inédito, fragmento
2. En torno al 26 de mayo de 2020.
3. “Robert Lowell y las moscas”, en Líneas de fuego.
4. “Las cosas que mueven el mundo”, poemas y entrevista, en El País Cultural, 9-I-04.
5. Idea Vilariño
6. “Las cosas que mueven el mundo”, ibídem.
7. El País Cultural, 21-V-10, pág. 10.
8. https://www.youtbe.com/watch?v=/9XtedIfK69I

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NO MEIO DO CAMINHO

Encontré un carro de un papelero
en medio de la cuadra.
Un muchacho negro,
con la camiseta del Botafogo en medio
de la cuadra.
Tirando de un carro, en medio de la cuadra.
Yo venía en bicicleta por el barrio
y el muchacho subía el repecho con papeles.
Encontré un carro de papelero
en medio de la cuadra.
Con colores del Botafogo
y esperando mejores noticias entre casas
derruidas, en medio de la cuadra.
Carlos Drumond de Andrade en la cantina,
vio al muchacho negro de Uruguay,
en medio de la cuadra,
empujando su carrito con papeles viejos
Y vi en sus ojos,
una película antigua que solo vio Drumond
en medio de la cuadra.


PERFECCIÓN

A cierta hora de la tarde
tengo la certeza de que algo bueno vendrá
desde el bosque cercano.
El 77 cruza por Cabrera
sin detenerse en la parada,
los pájaros ya se han callado
y la luna ni por asomo.
A cierta hora de la tarde
vuelvo a pensar en el poema perfecto,
en la señal precisa cercana a la verdad,
y me quedo con tu pelo en mis sábanas anoche
(ese paisaje en blanco y negro)
y con casi todos los días anteriores de tu boca.


EL “PATA”

Ha muerto el “Pata”,
un negro grande con la pierna de palo
que vivía en el tercero.
Sus hermanos lo han llorado hasta la madrugada.
Han traído cerveza por dos veces
y ha venido el repartidor de pizzas a ayudar al estómago
de los deudos.
Los bomberos salieron tres veces en la noche,
sin apuros,
siempre con el coro al bardo de los perros.
El “Pata” estaba lleno de deudas
y lo asediaban a diario los cobradores sin ventura,
primos hermanos de Shopenhauer.
Anoche, es posible que en el viaje de ida y sin retorno,
mi vecino haya recorrido todos los cajeros automáticos
sin recordar el número de su caja de ahorros.
Y en todas partes el mismo letrero imperativo:
“insert coin”, “insert coin”.


ASDROMELIAS 

En nuestro último encuentro
te regalé asdromelias.
Y cuando nos conocimos,
fresias.
Y así, para celebrar los cuatro cumpleaños
que pasamos juntos,
siempre encargué claveles o dalias.
O unas rosas que te emocionaron
tanto como un vaso de vino.
Cuando estuviste triste
felpillas, marimoñas, nomeolvides,
o flores silvestres
para celebrar nuestro amor junto al Polanco.
¿Qué flores te llevará tu amante
cuando seas apenas un par de medias
tiradas en la alfombra?
¿Será capaz de llevarte flores 
a escondidas de su mujer?


TAREAS DOMINICALES

Atender a los evangelistas.
Sintonizar una radio donde pasen canciones de Joao Do Vale.
Juntar los vasos y las copas. Limpiar los vasos y las copas.
Atender a los evangelistas y hablarles de Trosky y de Lenin
para que no vuelvan.
Tomar mate solo.
Esperar a que despiertes para llamarte
mientras miro a la reina de la primavera en joggin.
Seguir con la mirada a los mormones.
Ver como cambia el bosque en las mañanas.
Ver como el sol se lleva las mejores flores
y prepara un dia sofocante.
Comprar cebollas y pimientos rojos.
Almorzar sin los niños y esperar
a que empiece a rodar la pelota
en la cancha de Rampla Juniors.


“TRIFÁSICO”

Mis circunstancias, Ortega, son estas:
Llueve en la Unión como para que se acabe el mundo,
no tengo dinero de nuevo
Y el “Benedetti” me ha dicho que un camión mató al
perro de “La Chapita”.
Ahí en la calle, a la entrada del bar.
Mis circunstancias, señor, son pésimas se imagina,
por lo que no queda otra que escribir esta literatura
de desgracia.
Si pudiera decirle otra cosa le diría.
Si pudiera salir a pasear el perro de Walter sería bonito,
como un juguete.
Pero mi circunstancia es otra, amigo olvidado.


DIARIO DE SALTO

Para Atilio Duncan Pérez (Macunaíma)

09.02.- Hay demasiadas nubes sobre la parda espalda
del río, anoto
Escribo “espalda” y me sorprendo.
En este hotel estuviste hace un año,
anoto melancólico.
Cuando no tenías auto nuevo, ni las uñas rojas.
Nunca había visto la ciudad desde el cuarto piso.
Qué raras las barrancas del lado argentino,
anoto también.
(Remember Concordia y una poeta de ojos verdes.)
09.45.- Stoicovic, el golero serbio le ataja un penal
al cotizado Podolski.
Fiesta.
Me llaman de una radio
y hablo de poesía con el periodista
y de cómo se pone el sol en esta parte de la patria.
10.05.- Intentos alemanes como en ráfagas.
Frangollos en los puros centros al área.
10.10.- Día perfecto para los primos de Kusturika:
Serbia 1 – Alemania 0.
Me declaro serbio por un rato y salgo al supermercado
A comprar una botella de vodka. 
Salú.


AGUAFUERTES DE LA UNIÓN

Cantina del Canario. Stop. Llueve sobre el barrio
como si se quisiera hacer olvidar el hastío. Stop.
Agua por 20 de febrero sin barquitos. Las boca tormentas
atascadas. Taxis corriendo hacia la Curva. Adentro el vino
aliviando en algo el vientre. Stop.
Y una mujer parecida a Violeta Parra,
aguardando a sus clientes en un esquina sin luz.


IRÉ A MIGUES

Iré de nuevo a Migues
una mañana clara
y escucharé las campanadas de la iglesia
y al cura Miguel esperando a sus fieles
detrás de las ventanas.
Me sentaré en ese bar pequeño
con una grappa de por medio
y allí me quedaré a esperarte.
Vendrá un viento montesino
a llevarse lo poco que me queda de ti
(casi nada)
y me dirá en  el lenguaje de los
árboles de la plaza,
que no fue mentira,
que había una muchacha,
una vez,
sentada en ese sitio.
Iré a esperate
y tendré ganas de quedarme para siempre
a vivir bajo ese cielo amplio
donde la luna es más brillante.
Y miraré mucho hacia la puerta
por donde a lo mejor podés volver
en una bicicleta roja
con el cabello suelto como antes.


CANCIÓN 2 DE PERDEDORES 

                                                     “perderlas no acarrea ningún desastre”

                                                                                        Elizabeth Bishop

Uno se acostumbra a perder.
Es difícil, pero uno se acostumbra,
Y al final del camino
acepta el lugar,
incorpora la postura
que siempre tienen los que pierden.
“Triste es la situación 
del que todo lo tuvo
y lo perdió por un motivo u otro”,
escribió Nicanor Parra.
Y yo agrego:
se pierde la pelota,
la pandorga aturullada
en el alambre del teléfono,
se pierden los dientes,
cierta inocencia en la palabra.
Se pierde el poco dinero que
Uno ganó en la cosecha de algodón.
se pierde la piedad.
y siempre se puede perder más
y no es el fin del mundo.
Se pierde una canción de perdedores,
por ejemplo.
Pero perder aquella mirada tuya
el día en que me enamoraste,
perder aquellos ojos de ese día,
ese velo irresistible
es empresa que pesa en el corazón,
como intentar levantar una secoia
que ha sido tumbada por el viento.


Elder Silva