ENSAYO
Por Mariela Michel
La prevención no solo es mejor que la cura, la prevención
ES la cura. Dr. Robert Lustig
Apenas escribo el título, escucho una voz interior que me contradice un poco: “¿no se te habrá ido la mano con la palabra ‘heroicos’? Recién nacieron, no han tenido tiempo aún de llevar adelante actos tan admirables.” Además, si tomamos en cuenta la época en la que nacieron, no han podido hacer mucho más que sobrevivir.
Pero ahí está la clave, para los ‘bebés de pandemia’ el solo hecho de vivir se ha vuelto un acto heroico llevado adelante minuto a minuto, sin tener aún la autoconsciencia necesaria para darse cuenta de eso. Para estos bebés, ese mero acto significó tener que remar contra la corriente. Casi literalmente, porque tuvieron que nadar a pesar del gran caudal de cortisol que circulaba por el torrente sanguíneo de sus madres que, a su vez, estaban inmersas en un ambiente cotidianamente estresante. El estrés ambiental incide indirectamente sobre el feto y obstaculiza su desarrollo normal:
¿qué ocurre cuando el estrés perdura en el tiempo actuando como estímulo crónico? Los estudios analizados hablan de una pérdida de algunos de estos mecanismos de protección y de una alteración de la normal respuesta fisiopatológica al estrés. (Elia, 2017)
Cuando esa alteración sucede no solamente se afecta la vida prenatal:
…los estresores durante el período gestacional (e. g., estrés físico, nutricional, hormonal, psicológico, interacción con drogas exógenas, entre otros), agrupados en el concepto de estrés prenatal (EP) y entendidos como el conjunto de factores que durante el período gestacional puedan alterar la homeostasis y de este modo el desarrollo del nuevo ser. (Cáceres, Martínez-Aguayo, Arancibia y Sepúlveda, 2017)
Este año, por diversas razones, pude conversar con algunas educadoras de primera infancia sobre su tarea. Al escucharlas fue imposible no ver sus expresiones de angustia, imposible no percibir su casi desesperación cuando hablaron de los “bebés de pandemia”. Ese es otro acto que, con justicia, puede ser calificado de ‘heroico’, el de aquellas personas que se desempeñan como educadores en Centros CAIF, en hogares de INAU, y en diversas instituciones públicas y privadas, que se dedican a acompañar su desarrollo en estas épocas adversas. De esta tarea tan poco reconocida, con sobrecarga de horario y número de niños a cargo, con escaso apoyo social y económico, depende hoy, en gran medida, la recuperación de estos pequeños recién llegados al mundo. Su angustia es nuestra esperanza, porque es un signo de que los están mirando, los conocen, los entienden y sufren con ellos. En esa unión de sentimientos, se constituye un vínculo de apego que puede ser salvador.
En esas conversaciones, su atención estaba focalizada en resolver cómo enfrentar la dificilísima tarea de compensar los déficits en el desarrollo comunicacional, lingüístico, cognitivo y emocional que están observando en muchos integrantes de esta generación que, en algunos espacios de internet, es designada con el triste epíteto de ‘cuarentenials’. Las carencias no fueron observadas en todos ellos, por supuesto, pero la experiencia laboral de estas personas muestra que son muchos los bebés que están sufriendo, y que no es menor su padecimiento. No se trata de datos estadísticos, pero sí de testimonios que no deberíamos ignorar.
Los representantes de las instituciones médicas saben que el estrés y el aislamiento social prolongados causan enfermedades. Y aquí enfatizo el término ‘causan’ porque la relación causal entre el ‘estrés tóxico’ (Levitt) y daños emocionales, neurológicos y fisiológicos es un hecho reconocido por todos los médicos, psicólogos, psiquiatras y profesionales actualmente. La prueba está en que el potencial daño forma parte del concepto porque incluye la palabra ‘tóxico’.
En la página web de la Facultad de Psicología titulada “Las secuelas de la pandemia: los efectos en la salud mental y sus desafíos”, se puede leer el testimonio de una madre que relata el estrés sufrido durante su embarazo y sus efectos posnatales. Voy ahora a citar algunos fragmentos (testimonio completo aquí)
Uruguay no había cumplido el primer mes bajo la emergencia sanitaria y la incertidumbre, el miedo y el desconcierto pululaban, aunque los contagios diarios de covid-19 se contaban con los dedos de la mano…
Aquel momento que habían soñado compartir con sus seres queridos se transformó en un periplo solitario que a Álvarez le generó miedo, enojo y frustración…
Su historia de dificultades con la lactancia, crisis de ansiedad y taquicardias, a su juicio, no fue de las más dramáticas y de hecho es una más entre tres millones que sufrieron las consecuencias de una situación desconocida que barrió con mucho de lo que conocíamos como normal.
Lo primero a señalar es que, de acuerdo a este testimonio, no fue la “pandemia” lo que en este caso dejó secuelas posnatales. No había aún indicios de una pandemia, porque los “contagios se contaban con los dedos”. Y precisamente, lo que define una pandemia son los muy numerosos contagios. Alguien puede pensar que las medidas fueron preventivas, es cierto. Pero, lo que no puede tergiversarse es que no fueron los contagios los que causaron las secuelas, al menos no en este caso, sino que fueron las medidas de distanciamiento social o físico, como decidieron llamarlo. Y no debemos pasar por alto que esta declaración aparece en la página web de la Facultad de Psicología, como un caso paradigmático que, además, “no fue de los más dramáticos”.
El testimonio termina con una frase que señala el efecto duradero de “una situación desconocida que barrió con mucho de lo que conocíamos como normal”. Para que las vivencias de ansiedad y estrés gestacional disminuyan sería necesario que se restituyera aquello que “conocíamos como normal”, porque esas son las condiciones necesarias para una gestación normal. Le corresponde a quienes llevaron a cabo el acto de “barrer”, dar marcha atrás y reparar el daño.
Más allá de la necesidad o no de las medidas sanitarias impuestas, a causa de su potencial de generar estrés, esos protocolos, en sí mismos, tuvieron un efecto anti-sanitario. Este efecto se mantiene hasta el presente, porque, si bien la normalidad de los encuentros sociales se ha retomado parcialmente, su potencial efecto nocivo no ha sido desmentido aún por las autoridades sanitarias. Esto produce un temor latente y permanente con respecto al contacto y a la cercanía. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza, por eso actualmente buscamos y tememos el contacto al mismo tiempo. En ese sentido, el ambivalente discurso médico actual por su confusión tiene un elevado potencial de ser enloquecedor.
Un ferviente impulso vital en una cultura tóxica
Ya antes de la época de la “emergencia sanitaria”, en muchos países existía un aumento de la ansiedad y de la depresión en niños y adolescentes que algunos psicólogos del desarrollo atribuyen a un cambio cultural relativamente reciente. Las estructuras tribales y las comunitarias, en las que la crianza de los niños era compartida con otros miembros del grupo (aloparental), dieron lugar a organizaciones sociales marcadas por un progresivo distanciamiento social. Las estructuras laborales, de los barrios, etc., apuntan a una pérdida gradual del funcionamiento social en grupos. El factor tóxico no se puede atribuir exclusivamente a carencias económicas, sino a una alteración de los sistemas de apego:
“…las familias pobres no necesariamente conducen a sistemas de apego dañados; a través de redes vinculares en las familias extendidas ‘‘aloparentalidad’’ y otros apoyos sociales, muchas familias son resilientes, a pesar de las adversidades (económicas)” (Dekoven Fishbane, 2007)
En la actualidad, las culturas saludables, las que jerarquizan la grupalidad, están siendo sustituidas por estructuras sociales caracterizadas por un mayor aislamiento o distanciamiento social. El médico canadiense Gabor Maté especializado en el trabajo con adictos graves considera que, en el marco de las nuevas organizaciones sociales, se están generando problemas de salud mental y física. Por ese motivo, se puede inferir que actualmente estamos inmersos en una “cultura tóxica”. El término ‘cultura’ es usado en ámbitos científicos para denominar el ‘caldo’ o líquido con nutrientes en el que se colocan los macroorganismos para ser estudiados en un laboratorio. Si la observación muestra que comienzan a enfermar o morir, los investigadores concluyen que esos organismos están inmersos en una ‘cultura tóxica’. Del mismo modo, cuando se observa que en las sociedades actuales comienzan a aumentar los índices de depresión, ansiedad, adicciones, y otras enfermedades, se puede concluir que se trata de una ‘cultura tóxica’. El distanciamiento social impide que se lleven a cabo procesos de alivio del estrés asociados al encuentro social y físico que impiden que se transforme en tóxico por su cronicidad. Hace ya tiempo que los estudios vinculan causalmente el estrés crónico no solamente a la génesis de trastornos de salud mental, sino también de enfermedades físicas como el cáncer o el asma:
“ha sido estudiado y está bien documentado que los hijos de padres que están estresados tienen más posibilidades de desarrollar asma (…) en otras palabras, los estados psicológicos y emocionales de los padres afectan los pulmones de sus hijos.” (Maté, 2012)
Anteriormente, la medicina tendía a atribuir las causas de las enfermedades a la dotación genética con la que llegamos al mundo. Estudios recientes en neurociencia muestran que los genes no son inmutables y que su expresión es regulada por la experiencia (Levitt & Eagleson, 2018). En otras palabras, el entorno, el ambiente, es decir, la cultura en la que vivimos influye en el desarrollo de enfermedades mucho más que lo que se sospechaba, e incluso mucho más que la dotación genética. Por eso, es lícito preguntarse: ¿qué tipo de entorno generó la actual vulnerabilidad de los ‘bebés de pandemia’?
El Síndrome de Munchausen en las instituciones sanitarias
También es lícito suponer que las instituciones sanitarias son las primeras en recibir los resultados de estudios sobre el efecto del aislamiento en la génesis de trastornos de la salud mental y física a causa del aumento del estrés crónico también llamado ‘tóxico’. Entonces, ¿cómo pueden estas instituciones recomendar enfáticamente a través de mensajes mediáticos conductas patógenas y, al mismo tiempo, acompañarlas de mensajes explícitos sobre su intención de ‘cuidar de la salud de la población’? ¿No es acaso ésta la descripción de lo que se conoce como el ‘Síndrome de Munchausen por poder’?
Una vez más la voz de la consciencia se hace oír: “¿no se te habrá ido la mano? … lo que llaman ‘Síndrome de Munchausen por poder’ se refiere a un comportamiento abusivo.” Y ahí está nuevamente la clave. La promoción de conductas patógenas continúa hasta el presente, porque aún no han sido contradichos esos mensajes mediáticos. Al menos deberían mencionar los probables e importantes efectos adversos del distanciamiento. El hecho de no hacerlo es un abuso de la confianza depositada en los cuidadores de la salud. Pero esa vocecita interior algo temerosa vuelve al ataque: “Pero en el caso de los bebés de pandemia, ¿qué abuso pueden haber sufrido si no fueron separados de sus madres durante sus primeros años? Esa hipótesis la vas a tener que demostrar con argumentos fuertes.” De acuerdo, en lo que sigue trataré de hacerlo.
Primero, hay que definir el ‘Síndrome de Munchausen por poder’, y lo haré a través de una definición extraída de la página de información médica Medline Plus: “es una enfermedad mental y una forma de maltrato infantil. El cuidador del niño, con frecuencia la madre, inventa síntomas falsos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo.”
Si los síntomas de los bebés de esta generación fueron provocados, estaríamos ante el fenómeno así descrito, porque este síndrome no implica solamente falsear síntomas, sino también “provocar” trastornos reales e incluso la muerte. La hipótesis es que en este caso “el cuidador del niño” no es la madre, sino las instituciones sanitarias y sus representantes a través de la madre. Al seguir las indicaciones sanitarias las mujeres embarazadas pasaron a habitar un entorno fuertemente medicalizado, que antes estaba reservado a ámbitos hospitalarios por períodos breves. Este ambiente generado artificialmente, en última instancia, habría provocado síntomas que, a su vez, son hoy estudiados para ser tratados por las mismas instituciones que los generan.
¿Qué síntomas fueron provocados? En esta nota voy a concentrarme en los síntomas que revelan déficit cognitivos, comunicacionales y emocionales en los bebés de pandemia asociados a la depresión materna.
Antes de describir cómo los síntomas fueron provocados, es necesario mencionar las características de las personas a quienes se les atribuye este comportamiento, las que extraigo de la misma página de información médica:
- Los cuidadores a menudo trabajan en atención médica y saben mucho sobre el cuidado médico. Pueden describir los síntomas del niño con mucho detalle médico. Les gusta estar muy involucrados con el equipo de atención médica y son apreciados por el equipo por el cuidado que le dan al niño.
- Estos cuidadores están muy involucrados con los niños. Parecen devotos al niño. Esto dificulta que los profesionales de la salud lleguen a un diagnóstico de síndrome Munchausen por poderes.
Recientemente, en ocasión del Día Nacional del Bebé (6 de octubre, 2023), se llevó a cabo un evento, por iniciativa de la Comisión del Día del Bebé de APPIA, con el objetivo de comunicar su importancia, sobre todo en función de la gradual reducción del número de bebés que nacen actualmente. Este emprendimiento recibió apoyo del MSP y de las Intendencias Departamentales. Esta celebración abre un espacio para observar las prácticas que fueron llevadas adelante durante estos últimos años y evaluar sus resultados.
El evento incluyó la presentación de ponencias que, sin dejar de lado su interés por el nivel de sus contenidos, confirman la hipótesis que intento desarrollar aquí. Si no se extraen las conclusiones necesarias para que los representantes sanitarios puedan retractarse, y así quitar la carga negativa que han asociado a conductas saludables, la cultura seguirá aumentando su potencial tóxico. El círculo vicioso anti-sanitario continuará, porque cuando las patologías son constatadas, no se modifican las causas que las provocan, sino que se intenta remediarlas, literalmente, aplicarles ‘remedios’ fármacos, psicoterapias.
Discursos que aluden y eluden el tema de la prevención en salud
Otra forma de transmitir el mensaje del Dr. Lustig citado en el epígrafe de este ensayo, es decir, que la prevención es la única cura posible. Los tratamientos generalmente terminan por perpetuar la cronicidad de las enfermedades, porque no abordan las causas que las generan.
¿Por qué afirmo que los discursos médicos y académicos eluden el tema de la prevención? Comencemos por la informativa ponencia titulada Depresión durante el Embarazo y Oxitocina a cargo del Prof. Dr. D. Olazábal. Él describió su presentación como un resumen de los resultados de un estudio publicado este año en la revista Psicobiología del Desarrollo. Ésta comenzó con una afirmación relevante:
“Ustedes probablemente están muy familiarizados con el concepto de depresión posparto. Sin embargo, me animaría a creer que no están tan familiarizados con la existencia de depresión prenatal que es tanto o más común que la depresión posparto. (Un concepto que) está asociado a consecuencias sobre el embarazo mismo (…) y a que (surjan) problemas en el neurodesarrollo una vez que el niño nace”.
Este estudio destaca la incidencia de la “alta adversidad temprana” en el desarrollo de la madre, como uno de los predictores de depresión prenatal, debido a su capacidad de afectar “el gen de la oxitocina”. Habló también sobre los efectos dañinos provocados por el abuso emocional y los traumas experimentados en la infancia de algunas mujeres embarazadas, lo que causa un desequilibrio en la secreción de oxitocina.
Dos conclusiones pueden extraerse aquí con respecto al tema de mi texto. Por un lado, que la variable precursora de la depresión materna no es la presencia o ausencia de un gen, sino la regulación de su expresión por factores emocionales. En otras palabras, el riesgo de depresión no está asociado a una dotación genética específica, sino a su afectación por experiencias traumáticas. Otra conclusión a extraer es que la reducción de oxitocina desempeña un rol importante en la depresión prenatal.
¿Y esto qué tiene que ver con el Síndrome de Munchausen aquí propuesto? La oxitocina es conocida como “la hormona del abrazo”, porque su secreción es estimulada por el contacto físico. Esto es un hecho constatado científicamente, al igual que el hecho de que su disminución se vincula con la depresión en general. El contacto físico fue fuertemente desestimulado por las medidas sanitarias, e incluso prohibido por algunos médicos. En el momento de la gestación de estos bebés, se amplificó mediáticamente la idea de una amenaza viral con el consecuente aumento de cortisol que el temor a la enfermedad inevitablemente genera. Por otro lado, se redujo en todo lo posible el efecto hormonal protector de la oxitocina. Esta combinación aumenta muchísimo el riesgo de depresión. Eso es algo que las instituciones sanitarias saben desde hace ya muchos años, pero en su presentación este médico no lo mencionó.
Alguien puede pensar, ¿Qué necesidad habría de extraer esa conclusión una vez que la emergencia sanitaria ya pasó? Es cierto que la emergencia ya pasó, pero la conexión conceptual entre el abrazo y el peligro de enfermedad no se desarticula fácilmente, y menos aún si no se produce un reconocimiento público de que esta asociación puede tener consecuencias iatrogénicas. No solamente el abrazo recibió una connotación negativa; todo contacto físico, todas aquellas conductas asociadas al afecto que producen oxitocina fue estigmatizado. También se desestimularon comportamientos que se asocian con la generación de la “hormona de la felicidad”, la serotonina, que alivia el estrés. Su acción sobre el organismo se diferencia de la ‘dopamina’ – la hormona responsable de las sensaciones placenteras puntuales – en que la serotonina genera un sentimiento positivo duradero. Esa sensación beneficiosa es promovida por los encuentros con amigos y familiares, por encuentros con “grupos sociales como por ejemplo las fiestas de cumpleaños” (Robert Lustig, 2021).
Por eso se puede decir que las medidas sanitarias terminaron por ‘contaminar’ semióticamente los rituales sociales protectores de la salud, porque asociaron connotaciones confusas o contradictorias a su significado convencional. Si bien actualmente se retomaron parcialmente estas ceremonias, los mensajes mediáticos sobre el potencial nocivo de prácticas sociales tales como los encuentros cara a cara y las expresiones físicas de afecto no han sido contrarrestados aún. No es difícil encontrar personas que aún saludan con un golpe de puño, o que no han abandonado el uso del tapabocas, para reducir en todo lo posible el contacto corporal, y, en última instancia, sin saberlo, disminuir el caudal de las hormonas generadoras de sentimientos asociados al amor y a la felicidad.
No nos debe llamar entonces la atención que durante la gestación de los bebés de pandemia algunas madres en ese momento de elevada sensibilidad, frente a mensajes mediáticos y a las recomendaciones de sus médicos tratantes, no tuvieron otra alternativa que generar dentro de su propio vientre condiciones adversas para el desarrollo de sus bebés.
En otra de las ponencias del Día del Bebé, las cifras de incidencia de la depresión perinatal fueron presentadas por la Prof. Agda Dra. S. Viroga, quien se refirió al elevado impacto de la depresión prenatal (15%) y posparto (10%), las cuales se suman a otros síntomas de problemas de salud mental perinatales. Ella también habló de las repercusiones sobre el vínculo materno infantil, enfermedades crónicas, nacimientos pretérmino, con bajo peso, además de las alteraciones del desarrollo cognitivo-emocional, motor, de la expresión, del lenguaje, y de las repercusiones infantiles a largo plazo.
Justamente, éstos son los problemas que preocupan a quienes están actualmente trabajando con la generación de bebés que hoy tienen aproximadamente dos años. Su recomendación para evitar el “círculo vicioso” generado por la depresión materna es el tratamiento psicoterapéutico y/o farmacológico. Este último, según la Dra. Viroga está obstaculizado en parte por “un miedo popular” a medicar a embarazadas, para no causar malformaciones. Según su criterio, no se justifica este temor por la baja incidencia de malformaciones atribuibles a los medicamentos. La doctora recomienda “sacarle un poco el mito a este miedo, son pocos los medicamentos que usamos para la patología mental que dan alguna malformación”.
De su presentación, se extrae una conclusión que la doctora dejó muy clara: la depresión pre y posparto debe ser tratada a tiempo para evitar las consecuencias descritas. Eso es plausible, pero si unimos esta segunda ponencia con la anterior, podemos concluir que la depresión podría también ser prevenida si tenemos en cuenta que existen hormonas con efecto protector como la oxitocina. Podemos también agregar la serotonina. Se trata de productos químicos que se generan naturalmente. Sin embargo, deberían reconocer que, en los últimos años, su producción normal está siendo artificialmente alterada por la estigmatización social de conductas saludables. El concepto de prevención fue sustituido por el de “tratamiento temprano”. Esto no puede ser considerado una prevención.
Las ponencias posteriores de ese evento desarrollaron esta temática en la misma dirección. El Dr. M. Moraes destacó la incidencia de la depresión materna sobre los trastornos del lenguaje y la comunicación.
Finalmente, la Dra. Canessa enfocó el problema que estamos abordando aquí sobre la incidencia de lo que llamó el “contexto socioambiental histórico cultural epocal, como dicen algunos, pensemos en los bebés de pandemia”. Al escucharla, pensé que afortunadamente alguien por fin iba a abordar el tema de la prevención. Parecía que su discurso se dirigía en esa dirección, cuando se refirió a un proyecto para la implementación de un programa de capacitación en conjunto con CENFORES, el centro de formación de INAU. Este programa se concibe como una respuesta a quienes trabajan con esta población. Al menos ellos parecen haber sido escuchados por alguien vinculado a las instituciones sanitarias, cuando la doctora relató que:
“(estos trabajadores) nos manifiestan gran preocupación por las dificultades que encuentran en estos últimos años en el desarrollo de habilidades lingüísticas y comunicacionales de los pequeños (…) niños muy pequeños que solo logran volver a la calma o realizar actividades cotidianas de alimentación y sueño a través del uso de una pantalla. Esta realidad nos apela y nos convoca a la reflexión….”
No podría estar más de acuerdo con sus afirmaciones. Sin embargo, la reflexión que efectivamente siguió no volvió a considerar la situación específica de los bebés de pandemia. Tampoco extrajo conclusiones que podrían aplicarse a la prevención para futuros bebés. Para responder a la preocupación, es necesario entender y explicitar cuáles fueron las condiciones que generaron los trastornos que los trabajadores están registrando. Pero no hubo ningún tipo de revisión del “contexto socioambiental histórico cultural epocal” que dio lugar a la “gran preocupación”, que la expositora había mencionado pocos minutos antes. Su presentación continuó con una serie de pensamientos relacionados con el desarrollo infantil, aún si compartibles, demasiado generales como para ser aplicado a la generación que nos preocupa, y lo que es más importante para entender las causas de los males que la aquejan.
Un agujero negro en el discurso académico
La emergencia sanitaria creó, de modo involuntario, lo que podría ser una suerte de estudio científico en el que se comparan dos grupos compuestos por participantes de una misma población, y en el que se modifica una variable. Un grupo estaría compuesto por el conjunto de bebés con los que las educadoras trabajaron antes de la emergencia sanitaria, y el otro grupo por los bebés con los que están trabajando actualmente. La única variable independiente identificable sería entonces, en este caso, el conjunto de medidas sanitarias que se aplicaron a la población general durante la pandemia.
También se puede considerar otra posible incógnita que sería el fenómeno de la “pandemia” en sí. Dejemos este asunto sin resolver. De todos modos, hay que constatar, que la discusión que llevaría a deslindar estas dos variables no se ha dado aún. Más allá de esa discusión pendiente, hay que destacar su ausencia, porque precisamente es lo que debe ocurrir, para aclarar las confusiones entorno a este tema aún no resuelto. Si fuera la pandemia en sí misma, no habría nada que pudiéramos hacer con relación al futuro. Pero, si fueron las medidas sanitarias, hay mucho que podemos hacer para evitar que esto vuelva a suceder, e incluso para evitar que siga sucediendo, y prevenir las secuelas que producen en la sociedad en general.
En este evento, como en tantos otros, hubo una gran omisión. Si los médicos y los organizadores de las políticas públicas no se preguntan sobre la causa de los trastornos que se proponen curar, ellos siguen perpetuando lo que aquí describo como el síndrome de Munchausen por poder. Las educadoras con las que conversé y otros trabajadores con escaso apoyo siguen siendo los únicos que buscan una solución efectiva, porque también están sintiendo estas secuelas.
En relación al futuro, no se incluye en ningún discurso institucional asociado a la infancia y a la adolescencia la explicación de cómo fueron generadas las patologías que se están observando hoy, no solamente en los bebés sino también en la infancia y la adolescencia. Son problemas de salud mental y física que están siendo estudiados, cuantificados, y descritos, para ser tratados con fármacos o psicoterapia por las propias instituciones que los generan. La prevención cayó en el agujero negro de sus discursos académicos y políticos y con ella la posibilidad de una auténtica reparación.
Nota
1 Asociación de Psicopatología y Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia
Bibliografía
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