ARTE
El llamado Barrio Reus Norte (o bien Villa Muñoz o bien “de los judíos”) es el fruto de una Montevideo finisecular que se supo abrir al mundo sin pudores. Ello no sólo en sentido formal edilicio, sino también en la escala cotidiana, reproduciendo una estética asociada con lugares identificados del viejo mundo.
Por Fernando Loustaunau
Emilio Reus, inmigrante él, tuvo la peregrina idea de realizar de cero un enorme conjunto de viviendas sólidas, confortables y en cierta manera económicas para una ciudad que amenazaba crecer de forma vertiginosa. Y donde ya se insinuaba el fenómeno de las clases medias, algo que décadas después sería santo y seña laico de la capital de los uruguayos. El lugar escogido fue la llamada chacra de Echeverría, que contaba con 68 hectáreas de superficie y estaba suficientemente distante del centro y otras zonas donde los precios se habían disparado.
Se ha dicho que nunca se verificó en aquella Montevideo un trabajo de tanto aliento. Más de 2 mil obreros (muchos de ellos extranjeros) trabajaban simultáneamente día y noche. Los hornos de ladrillo montevideanos no daban abasto, debiéndose recurrir apresuradamente a los disponibles en el interior.
En poco tiempo el panorama se vio alterado y el nuevo barrio parecía hacerse realidad. Aparecieron casi de forma subrepticia 27 cuerpos de edificios sobre 18 manzanas conformando de ese modo 531 casas. Montevideo ofrecía así el nada desdeñable espectro de un barrio obrero modélico en sentido múltiple. Es que los importantes pabellones edilicios se hallaban separados por calles relativamente anchas y empedradas en perfecta uniformidad. No faltaba el agua corriente ni los caños maestros ni la buena iluminación. Y se tuvo desde el vamos presente el transporte público a través de las líneas de tranvía la Oriental y la del Reducto. Para más de uno se podría llegar a tratar de algo así como la concreción simbólica de los falansterios de Charles Fourier, aquel socialista utópico francés que había sido de arraigo entre las clases intelectuales montevideanas.

Pero claro, las cosas no siempre han sido fáciles. La naturaleza pareció que se ensañaba con el emprendimiento en plena etapa de consumación. En el invierno de 1888 llovió durante casi ochenta días sin ser posible avanzar con las obras. Ello se sumó a una debacle económica que afectó a la compañía de Reus con sus múltiples proyectos, comprometiendo seriamente la idea del nuevo barrio.
Por fin tomó la posta Francisco Piria y se pudo llegar a buen puerto. Poco a poco las angostas residencias familiares fueron ocupándose y el barrio fue paulatinamente exhibiendo sus características más notorias. El propio Presidente de la República, Máximo Tajes, adquirió simbólicamente la primera casa, forma de demostrar así su interés en el proyecto.

El Banco Hipotecario resolvió alterar el nombre del barrio por el de Villa Muñoz, homenajeando así a José María Muñoz, quien había sido Presidente del Banco Nacional y luego del Banco de la República. Pero en la memoria popular el nombre Reus siguió vigente.
Con los años el barrio se fue enhebrando al tejido urbano de la ciudad, hasta estar hoy de algún modo integrado al resto de modo pleno. Sin embargo la experiencia de caminar por sus calles no deja de ser singular y diría intransferible incluso hoy. Es como una suerte de viaje a alguna ignota urbe del viejo mundo antes de los generosos dividendos de la llamada Unión Europea. Una suerte de París con moho o bien una Europa sin Plan Marshall.
Entrado el siglo XX, en su segunda y tercera década más puntualmente, el barrio acaso vivía sus mejores días. Estaba en contacto pleno con el Mercado Agrícola, pero también con el propio Palacio Legislativo, la Facultad de Medicina y hasta la joya art deco del Palacio de la Cerveza (luego Sudamérica). Y una forma de ingresar al Reus era y es por Gral. Flores y Aramburu, donde la insoslayable presencia del alguna vez célebre Café Vaccaro perpetúa aún su impronta vanguardista. Todavía no se habían cometido dislates urbanísticos, tal la esquina de Arenal Grande e Inca, donde se destrozó literalmente la fisonomía edilicia.
Más allá de innúmeros detalles que valdría la pena incluir, debemos decir que dos hechos demarcan concretamente al barrio en esos años y en los siguientes. Por un lado la importancia del tango, expandido en la ciudad toda, pero de particular resonancia en la zona.
En sintonía con ese hecho, el propio nombre del barrio llegó al tango a través de “barrio reo” en el año 1926. Obra de Alfredo Navarrine y Roberto Fugazot, este último nacido en sus calles.
El otro es la histórica presencia de familias de origen judío, concediéndole un perfil en cierto modo universalista.
Paradoja mediante, y no obstante aludir a tantos hechos pretéritos, el barrio puede llegar a tener un enorme futuro si se sabe atender a su arquitectura y hasta la propia concepción de viviendas con sentido comunitario.

También, y ya en otro orden, por su propia metafísica que flota en el silencio al caer la tarde. Sobran razones que obligarían a regirse por una cierta sutileza en el equipamiento urbano, en los colores de las paredes, en una digna austeridad a todas luces innegociable. Un respeto mínimo por aquellos que pergeñaron este lugar especial.
La presencia de las mansardas (hoy suprimidas) coronando las viviendas, era un valor distintivo y aparentemente “motivo de orgullo”. Hoy también corren riesgo las propias viviendas, algunas convertidas en meros depósitos. Es cierto, hay signos alentadores, bienvenidos sean. Pero aún insuficientes.
En síntesis, el Reus merece atención y esa atención no puede de modo alguno soslayar su pasado singular.
BARRIO REO
(1927. Música Roberto Fugazot / Letra: Alfredo Navarrine)
Viejo barrio de mi ensueño,
el de ranchitos iguales,
como a vos los vendavales
a mí me azotó el dolor.
Hoy te encuentro envejecido
pero siempre tan risueño,
barrio lindo. .. Y yo qué soy…
Treinta años y mirá,
mirá que viejo estoy…
Mi barrio reo,
mi viejo amor,
oye el gorjeo,
soy tu cantor.
Escucha el ruego
del ruiseñor
que, hoy que está ciego,
canta mejor.
Busqué fortuna
y hallé un crisol;
plata de luna
y oro de sol.
Calor de nido
vengo a buscar…
Estoy rendido
de tanto amar.
Barrio reo, campo abierto
de mis primeras andanzas,
en mi libro de esperanza
sos la página mejor.
Fuiste cuna y serás tumba
de mis líricas tristezas…
Vos le diste a tu cantor
el alma de un zorzal
que se murió de amor.