En cada instante del tiempo, junto a lo que las personas consideran natural hacer y decir, junto a lo que está mandado pensar, tanto en los libros y los carteles del metro cuanto en los chistes, están todas las cosas de las que no dice nada la sociedad, y no sabe que calla, abocando al malestar solitario a quienes notan esas cosas sin poder nombrarlas. Silencio que se quiebra un día de repente, o poco a poco, y brotan palabras por encima de las cosas, al fin reconocidas, mientras, por debajo, vuelven a formarse otros silencios.

Annie Ernaux, Los años 

El problema de la desnudez es, pues, el problema de la naturaleza humana en su relación con la gracia. 

La desnudez, la “corporeidad desnuda”, es el irreductible residuo gnóstico que insinúa en la creación una imperfección constitutiva, y que se trata, en todo caso, de cubrir. 

Giorgio Agamben, Desnudez

ENSAYO

Por Santiago Cardozo

0.

Siempre me ha llamado la atención el modo en que la “educación sexual” es trabajada en la asignatura liceal Biología, particularmente en los casos en que los profesores de esta materia exhiben sus cucardas de “educadores sexuales”. Con este “título” de apariencia científica y de escondido estatus moral, asumen para sí una tarea que no les es exclusiva y que, en no pocas ocasiones, no debería estar bajo su dominio. Este problema o asunto queda especialmente expuesto cuando la vida misma y, también, la literatura ponen sobre el tapete ciertos temas que la sociedad no puede digerir adecuadamente o que le provocan acidez por aquí y por allá, la indigestión de su propia doble moral. De esta manera, finalmente, se revela algo que ya sabíamos, pero que jugábamos a no saber: que los temas de “educación sexual” como la sexualidad y el erotismo despiertan pasiones (progresistas, conservadoras, o progre-conservadoras, como el extraordinario personaje “Padre progresista” de Peter Capusotto, en quien la hipocresía social e individual se esconde tras bambalinas, mientras que en el escenario se maquilla con los polvos de la apertura mental y social).     

En este marco de la situación apenas esbozada, el discurso de la asignatura Biología, en algunos de sus manuales de estudio, presenta, como lo mostré en otro lugar, un solapado moralismo barato cuando habla de sexualidad y erotismo, traficado bajo la forma de la supuesta neutralidad de su enunciación y de la legitimidad que se le atribuye para tratar dichos temas. Por su parte, cuando la literatura se hace cargo ya no de la sexualidad y del erotismo como temas (situación que, a mi juicio, constituye una reducción inadmisible), sino sencillamente de la sexualidad y del erotismo, se prenden diversas alarmas que, más temprano que tarde, levantan el índice acusador: hablan, entonces, de cuál es el mensaje que se les quiere transmitir a los lectores, como si la tarea fundamental de la literatura fuera la transmisión de algo a lo que se le puede llamar mensaje. Estas dos formas del bastardeo de la literatura (la transmisión y el mensaje) revelan que el acusador no entendió qué es y qué hace la literatura, del mismo modo que ponen de relieve que aquel está situado en una notoria posición conservadora, llegado el caso, policial (Rancière).

Entonces, entre la falsa objetividad y el inconsciente que la desgarra, la asignatura Biología muestra una cara que debe ser criticada, en la medida en que se presenta como el discurso más idóneo, cuando no el únicamente capacitado, para hablar de los temas en cuestión, al tiempo que las voces conservadoras referidas cierran filas con aquella a fin de acusar a la literatura del delito de “transmisión de mensaje”.  

1.

La palabra de la Biología (siempre me estoy refiriendo a la asignatura liceal) parece querer apropiarse, con neutral exclusividad, bajo el paraguas de la objetividad de las ciencias naturales, de lo que puede decirse sobre la sexualidad y el erotismo. La Biología sería, así, el terreno más adecuado para hablar de ambos temas. Esta situación aparece notablemente verificada en el hecho de que la mayoría de los “educadores sexuales” o agentes de la “educación sexual” (en nombre de la cual se prescriben recetas para conseguir la tan anhelada calidad de vida o su variante menos mediática, pero más new age: la vida plena, tematizada abiertamente en los libros de la materia en cuestión) son profesoras de Biología. Ahora bien, ¿son la sexualidad y el erotismo temas ajenos a Historia, Filosofía, Literatura e Idioma Español? La respuesta es inequívoca: hay más para decir fuera de la Biología que en su campo, aunque esta haya absorbido, por la vía de los hechos e, incluso, en ciertos aspectos, por la vía del derecho, los aspectos no biológicos de la vida humana, integrándolos a su estructura conceptual como asuntos biológicos o sobre los cuales conviene que la Biología se expida. 

Está claro que la crítica realizada no alcanza necesariamente a los profesores de Biología que ejercen su profesión honestamente. El punto es otro: la lógica disciplinar misma de la asignatura liceal, en la medida en que ha redefinido sus límites como dominio de saber, queda situada en una posición problemática, a caballo entre el conocimiento biológico y otros conocimientos, cuyo tratamiento produce ciertos cortocircuitos al interior de la materia liceal objeto de estas reflexiones. Entre la neutralidad y la objetividad procuradas por el discurso de la biología en general y de algunos “discursos humanísticos” (que no están o no deberían estar sujetos a esta retórica de las ciencias naturales), la asignatura Biología se mueve peligrosamente en un territorio que no domina a cabalidad y que está constituido por un saber que la excede y que, incluso, la niega, fenómeno que muestra sus limitaciones, pese a lo cual ha hecho suyas ciertas prerrogativas sociales respecto de los temas sexualidad y erotismo como el lugar que garantiza su abordaje adecuado, su indudable competencia y legitimidad, el lugar de la ausencia del deseo y del inconsciente.   

2.

En este sentido, cabe preguntarse cuáles son los fundamentos que han permitido que Biología les “arrebate” los temas en cuestión a Historia, Filosofía, Literatura, etc., y que ella misma se arrebate cuando la sexualidad y el erotismo son reclamados por otros dominios del pensamiento). Así, es preciso señalar que esta apropiación, hasta cierto punto indebida, ha simplificado las cosas, al punto de volverlas una caricatura de la vida real de las personas, traficando, como es el caso del libro Biología 3. Educación para la vida (editado por Santillana en 2009), una moral conservadora y religiosa de bajísima estofa, fenómeno que estudié en detalle en varias oportunidades y sobre el cual escribí diversos textos. 

Se me podrá objetar, no sin razón, que una cosa es el libro criticado y otra bien distinta la asignatura liceal, dentro de la cual los profesores trabajan de diversas maneras. Sin embargo, es acá donde vuelvo a mi punto: no estoy poniendo necesariamente entre paréntesis el trabajo honesto de los profesores de Biología, cuya diversidad es como la que encontramos en cualquier otra asignatura. La cuestión es, a mi juicio, que el libro de Biología referido es una clara expresión de la lógica de la materia a la que auxilia; es, si se quiere, el síntoma más elocuente de un estado de cosas específico, legitimado por los enunciados que podemos leer en su interior, enunciados que responden a cierto deseo de la asignatura liceal cuestionada, pero un deseo que se viste con los ropajes de la asepsia ideológica.    

3.

En el libro citado, una moral que prescribe una vida recta y otra torcida se yergue como la guía de una vida deseable, modélica, con relación a la cual una serie de conductas aparecen como socialmente condenables y, llegado el caso, patológicas. Se traza así el mapa sobre el cual actúa el biopoder en la enseñanza biológica en particular y en la enseñanza secundaria en general, haciéndose pasar, sin embargo, como un mapa de contenidos objetivos concernientes a cierto curso del Ciclo Básico. Entonces, bajo el indumentaria de la neutralidad y la objetividad disciplinares, algunos agentes de la “educación sexual” condenan en su nombre las prácticas que no se desarrollan en su campo y con las cuales discrepan, como si su discrepancia reposara en una legitimidad per se, por fuera de la cual cualquier otro profesor debería pedir permiso a o solicitar la legitimidad de un “educador sexual”. 

De este modo, se cierra el perímetro que traza los límites del tratamiento pertinente y adecuado de la sexualidad y el erotismo, dejando ambos temas como pintorescos o anecdóticos cuando aparece un discurso como el de la literatura, lo que no hace sino desconocerla como un saber propio fundamentado en sí mismo, sin deudas ni subordinaciones de ningún tipo. Muy por el contrario: como ya señalara Roland Barthes, si por un exceso de socialismo o totalitarismo se sacaran todas las materias liceales del currículo menos una, la que tendría el derecho a permanecer es la literatura, puesto que esta contiene a todas las otras.

Por otro lado, el saber que ella [la literatura] moviliza jamás es ni completo ni final; la literatura no dice que sepa algo, sino que sabe de algo, o mejor aún: que ella les sabe algo, que les sabe mucho sobre los hombres. Lo que conoce de los hombres es lo que podría llamarse la gran argamasa del lenguaje, que ellos trabajan y que los trabaja, ya sea que reproduzca la diversidad de sociolectos, o bien que a partir de esta diversidad, cuyo desgarramiento experimenta, imagine y trate de elaborar un lenguaje-límite que constituiría su grado cero. En la medida en que pone en escena al lenguaje –en lugar de, simplemente, utilizarlo–, engrana el saber en la rueda de la reflexividad infinita: a través de la escritura, el saber reflexiona sin cesar sobre el saber según un discurso que ya no es epistemológico sino dramático. [1]

Este abordaje de la problemática en cuestión permite observar el modo en que la asignatura Biología borró sus límites al incluir en sus reflexiones diferentes aspectos morales que la erigen en garante y censor de la vida sexual y erótica de las personas. En consecuencia, los diversos contenidos presentes en el referido manual y las formas propuestas para su tratamiento (incluso, en el sentido clínico) se apoyan en una noción de norma que, como le es inherente, separa una vida adecuada de una vida inadecuada, eventualmente homologable a la vida de los impíos por el efecto que el discurso religioso causa en el discurso de la Biología, según se desprende del manual aludido arriba (habría que ver cuál es el alcance de este discurso religioso en toda la extensión de la asignatura Biología, el modo en que el interdiscurso sostiene algunos de sus enunciados, aunque sean revestidos con el revoque de la pura referencialidad). El teórico más sobresaliente de esta noción de norma fue, como se sabe, Michel Foucault, cuya obra parece haber pasado desapercibida en el radar de la asignatura liceal discutida. Como enseña Judith Revel, la noción de norma implica el gobierno de los vivos como la posibilidad de aplicar

[…] a la sociedad entera una distinción permanente entre lo normal y lo patológico, e imponer un sistema de normalización [de naturaleza médica, sanitaria] de los comportamientos y las existencias, el trabajo y los afectos. [2]      

Y este es el punto neurálgico de la cuestión: la patologización de las conductas y los afectos de las personas, definida por el biopoder de la norma, con relación a la cual los aspectos biológicos se toman como referencia y se vuelven capaces de absorber todo ese campo que los trasciende, un conjunto de saberes brutal y radicalmente reducido al saber de la ciencia biológica y al ejercicio docente de los profesores de Biología.   

4.

Volvamos, entonces, a uno de los principales aspectos del problema discutido. El saber biológico como un saber científico, marcado con el signo de la objetividad y la neutralidad, se presenta como la palabra más confiable y, sin duda, más cercana a la verdad, de modo que cualquier discurso que provenga del campo de las humanidades o bien está desacreditado de antemano o bien resulta inmediatamente puesto entre paréntesis hasta tanto no se gane, y lo muestre, el derecho a y la legitimidad de hablar sobre los dos temas en litigio. Sin embargo, más allá de que –se sabe– ningún discurso es objetivo y neutro sino como resultado de un efecto de objetividad y neutralidad, el discurso de la Biología que estoy criticando tiene un condimento añadido nada despreciable: creyendo que amplía la perspectiva de su mira, “biologiza” las temáticas de las que trata, lo que reduce considerablemente la mirada sobre la realidad. De esto se sigue que la “educación sexual” no debe quedar enteramente en manos de la Biología ni de su contracara activa con la que, en ocasiones, establece ciertas alianzas circunstanciales: la familia. 

Veamos un ejemplo, [3] con el que pretendo ilustrar, en rigor, algo que está parcialmente al margen de la materia Biología. El argumento del cuento objeto del comentario es el siguiente: una adolescente es levantada en plena ruta por un camionero que se dirige a realizar la entrega que le encomendó la empresa para la cual trabaja. La adolescente, cuya familia se encuentra en la más profunda de las crisis económicas, psicológicas y afectivas, quiere que la lleven a un prostíbulo –el Ironside– para ejercer de prostituta, a fin de conseguir el pan para sus muchos hermanos menores, que la esperan en su casa, mientras su madre se muere lentamente de cáncer uterino. 

En el viaje, el camionero se niega reiteradamente a llevarla al prostíbulo, con el argumento de que es muy menor para ir a esos lugares y de que, además, tendría que estar estudiando (en paralelo, piensa en sus hijas mellizas, que tienen la misma edad que ella), pero la adolescente, urgida por su penosa situación familiar, le dice que si él no la lleva, la va a llevar el próximo camionero que pase por la ruta. Igualmente, le pide, empleando la misma estrategia, que le enseñe a tener sexo, dado que ella es virgen. Al cabo de un rato, el camionero accede a ambas cosas. Ya en la cabina del vehículo, el hombre, con sus hijas en la cabeza, comienza a penetrar, lenta y paternalmente, un poco contrariado y otro poco no, a la menor de edad que viaja con él. Terminado el acto sexual, siente repugnancia por él mismo y llama a su casa para preguntar por sus hijas, que fueron a un cumpleaños. Como consecuencia, se enoja con su esposa por permitir la salida de sus adoradas e intocables mellizas, que han quedado expuestas al mundo y a los hombres como él, siempre prestos a aprovecharse de adolescentes como las que acaba de dejar en el prostíbulo, después de desvirgarla.

La interpretación que pueden realizar algunas personas, las que suelen preguntar por el mensaje que se quiere dar con este tipo de cuentos (palabra totalitaria como pocas: “mensaje”, y profundamente cargada de moralina conservadora y, en ciertos casos, victoriana; palabra que no se lleva bien con la literatura, como puede verse en la cita de Barthes transcripta páginas arriba), se focaliza en la asimetría del vínculo y en el carácter execrable de la situación. Sin duda que esto es así: a nadie debería parecerle deseable lo sucedido en el relato. Pero, en el afán de realizar una lectura por la vía del mensaje, quienes la ejercen de este modo se olvidan de un punto crucial, que marca la diferencia entre una interpretación conservadora y una interpretación crítica: la reflexión sobre las . 

condiciones históricas, sociales, políticas y económicas que han empujado a la adolescente del cuento a la situación en la que se encuentra. Este es, en mi opinión, el centro mismo del asunto, lo que hace que el cuento esté a años luz de ser, por ejemplo, pornográfico.

La pornografía está plenamente desprovista de sentido, porque carece de trama, de contexto: es solo cuerpo expuesto a la mirada de otro cuerpo, a una mirada que no interpreta, que solo goza; es el movimiento y el gemido mecánicos de la máquina corporal y la eyaculación como el momento en que las máquinas involucradas se recalientan después de una prolongada coreografía insípida. En cambio, la erótica que propone pensar el cuento se inscribe, por ser precisamente una erótica, [4] en una compleja trama histórica, social, política, económica, etc., que suscita toda clase de preguntas sobre las relaciones humanas y las formas en que se llevan a cabo, provocando una interrupción de la simplicidad y la simplificación con las que este tipo de temas es tratado en la sociedad, especialmente en el marco de la televisión y las redes sociales, y proponiendo, en consecuencia, otra estética del mundo. Incluso, llevando el argumento a cierto extremos, provocando también la interrupción del modo en que los temas en cuestión son tratados, generalmente, en la Biología, la que, raramente, emplea a la literatura para plantear su punto de vista. En este sentido, la literatura y la Biología se oponen y, más aun, la primera funciona como un daño en la segunda, como su superación. 

5.

Supongamos, entonces, que adolescentes de una institución educativa cualquiera toman contacto con este cuento, que pertenece a Cristina Peri Rossi. Se escandalizan y, a la vez, se preocupan porque la protagonista del cuento tiene su edad. ¿Alguna vez ellos mismos llegarán a encontrarse en una situación semejante? ¿Algún amigo deberá hacerse cargo de su familia recurriendo a la prostitución? Con toda probabilidad, ni una cosa ni la otra; al mismo tiempo, nunca se sabe. Pero este es uno de los elementos más relevantes para que los adolescentes de Secundaria sean “expuestos” a la vida o la existencia mismas (que son una exposición en sí), con toda la complejidad y la crudeza que las caracterizan. Este es el momento preciso en que la literatura brilla, o debería brillar, con todo su esplendor y poner en funcionamiento toda su “potencia de pensamiento”, para usar una expresión de Giorgio Agamben, potencia que no es otra cosa que la construcción de una estética (una sensibilidad y una inteligibilidad) del mundo que pueda calificarse de crítica. Ahí surgen, entonces, la incomodidad y la vergüenza, que tienen que ser superadas para que la empatía cuaje y el pensamiento dé un salto cualitativo. Y, como corolario ineludible, la vida se complejiza intelectual y afectivamente, en la dirección contraria a la que apunta la pregunta por el mensaje, de tenor inquisitorial: dígase claramente que la literatura solo puede ser literatura si va contra la noción de mensaje.  

Entonces, aparece la pregunta didáctica, que no puede, por lo regular, asimilar sin problemas el asunto político que se ha puesto sobre la mesa: ¿es adecuado el texto para adolescentes de quince años?, ¿tienen estos la capacidad de procesar el contenido del cuento y tomar la distancia necesaria para entender el planteo que se les realiza? 

Varios apuntes sobre la pregunta didáctica por la adecuación, pregunta que, es preciso dejar en claro, constituye en buena medida la justificación de la existencia de la didáctica como tal, como dominio de reflexión. Por un lado, la adecuación presupone la ocupación de un lugar en el que se puede medir la relación entre un texto y su público posible. Así, la conmensurabilidad subyacente suele ir en contra de la dificultad que la enseñanza debe poner ante los ojos de los estudiantes. Por otro lado, se configura, llegado el caso, una posición “totalitaria”, embrutecedora (para emplear los términos de Jacques Rancière), por medio de la cual los adultos se arrogan el derecho a definir qué piensan los adolescentes, cómo lo hacen, generando y verificando así una minoría intelectual tan rechazable como innecesaria (una desigualdad de las inteligencias). Finalmente, cabe señalar lo siguiente: las cosas que se proponen a la reflexión, como cualquier texto que ofrece cierta dificultad a la lectura y, por lo tanto, al pensamiento, no se entienden en el primer contacto que se tiene con ellas, como si el aprendizaje ocurriera instantáneamente, de la misma forma en que este proceso, con todas sus idas y venidas, contiene cierta dosis de angustia, de incomodidad intelectual y afectiva, señal de que algo está ocurriendo.  

6.

En el juego de pensar el campo de acción de las materias liceales Biología y Literatura (o, como me gusta decir, Letras, utilizando un nombre que, para nuestro ambiente, en enseñanza media, implica cierta ajenidad y cierta incomprensión) respecto de los temas sexualidad y erotismo, la ventaja de la primera sobre la segunda parecería evidente. Pero, como han mostrado con contundencia Louis Althusser primero y Michel Pêcheux después, [5] no existe enunciado más ideológico y, llegado el caso, autoritario, que aquel que se respalda en la evidencia primera que invita a medir la realidad a partir del sentido común y en los objetos que tenemos ante nuestros ojos. En la misma dirección, y pensando en el tipo de formulaciones deseadas por la Biología (un decir que se quieren neutros, objetivos, transparentes, desprovistos de valoración o enjuiciamiento), no hay enunciado más ideológico que aquel que se dice no ideológico. [6] 

En efecto, todo parece funcionar, para el ojo desacostumbrado, como si la Biología estuviera ubicada (muy) por arriba de las Letras para tratar los temas sexualidad y erotismo. Sin embargo, el primer problema comienza cuando nos desplazamos de la idea de tratar ciertos temas en el sentido más académico y transparente, en el sentido más habitual y supuestamente aproblemático, a la idea de un tratamiento que parte de la base de considerar el lenguaje como lo hacían los griegos: logos pharmakón, vale decir, medicina y veneno al mismo tiempo. Así, la idea de tratar los temas se concibe desde un punto de vista completamente distinto y se hace lugar a la idea de tratar con los temas, desde una posición problemática, en la que se introducen la historia, la cultura, la política, la tradición, etc. 

Ahora, la relación entre la Biología y las Letras se invierte o, al menos, no aparece tan taxativamente nítida como se había planteado en primer lugar. Pero, es preciso señalar, la visión corriente que abona, tenaz, esta perspectiva simple y simplista, entre otras cosas, porque no entiende la visión opuesta, insiste en reducir las Letras a una función estrictamente instrumental, del mismo modo en que está sujeta a la creencia en que el lenguaje es, ante todo y meramente, una herramienta comunicativa. Esta reducción, asimismo, no solo no da cuenta de lo que es y cómo funciona el lenguaje, sino que bastardea notablemente la propuesta de enseñanza de las Letras. 

Entonces, ante la pregunta de cuál es el mensaje que se quiere dar con la lectura de un texto como el de Peri Rossi, no se puede menos que rechazar la reducción, la simplicidad y la simplificación contenidas en la interrogación y en la propia palabra “mensaje”, como si el texto en cuestión no hiciera otra cosa que propaganda, adoctrinamiento (el desconocimiento de lo que implica cada tipo de discurso es llamativamente desconcertante), como si la literatura fuera homologada u homologable a un panfleto, a la publicidad (no vamos a ser necios: es sabido por todos, para qué negarlo, que el mundo está lleno de mala literatura que ofició y seguirá oficiando de propaganda política, ideológica o religiosa; pero este caso no mancha al propuesto) y como si en ella los temas tratados se abordaran para reproducir el orden social existente y todas las injusticas que lo caracterizan.   

Volviendo, pues, al inicio de este apartado: las Letras se iluminan de una forma radicalmente distinta a la escasa luz que caía sobre ella y se emparejan a la Biología, de modo que, así contextualizadas las cosas, el tratamiento de la sexualidad y el erotismo en manos de la literatura es una tarea, en primer lugar, respetuosa y profunda, compleja y, después, sin lugar a dudas, necesaria.  

7.

Profundicemos en la idea de la complejización de la experiencia intelectual y afectiva de los alumnos “expuestos” a textos como el de Peri Rossi en particular y a la literatura en general, partiendo de la siguiente pregunta, suficientemente fundamentada en lo desarrollado hasta acá: ¿a qué se debe este odio, ya velado, ya explícito, a la literatura?

Quizás la respuesta venga por el lado del rechazo que despierta, en la sociedad (y en las clases que tienen el poder por el mango), el tipo de problemas que la “verdad literaria” [7] de los textos en cuestión pone sobre la mesa, rechazo a las condiciones sociales en que la adolescente se ve forzada a ejercer la prostitución, producidas por la propia lógica de acumulación de la riqueza que define, en buena medida, al funcionamiento de la sociedad y, en ella, a las clases altas. Así, la situación problematizada y, por ende, complejizada por la “verdad literaria” es el lugar más hondamente interpelante del estilo de vida y la moral de dicha clase, por lo cual esta dictamina la inadecuación de los textos eróticos al público liceal al que estuvieron y pueden estar destinados. En el fondo, no se quiere ver la realidad ni la responsabilidad en su conformación.  

En este sentido, la división entre los hombres activos que hacen la historia y los hombres pasivos que la padecen o que, sencillamente, la transcurren, [8] es interrogada por el cuento sucintamente descripto arriba, lo que promueve la reflexión sobre las condiciones históricas, sociales, políticas y económicas a partir de las cuales la adolescente toma la decisión de trabajar en el prostíbulo Ironside, al que se dirige con el camionero. Esta interrogación, que escapa a cualquier pregunta totalitaria e incomprensiva de la literatura acerca del mensaje que se quiere transmitir, toca el hueso mismo de la cuestión, el punto intolerable de la interpelación, que es la forma más acabada de la complejización de la realidad y de los diversos modos de su constitución, y que justifica sobradamente el tratamiento de un cuento como el de Peri Rossi en las diferentes instituciones educativas. 

Como dije, la verdad literaria trabaja en la dirección contraria a la noción de mensaje, por lo cual no acepta el conjunto de presupuestos que acarrea esta variante de la moraleja o de ciertas lecturas alegóricas que, en ciertos casos, funcionan propagandísticamente, como podría ser o es, en ciertos contextos, el caso de la Biblia. Así pues, plantear las cosas en términos de mensaje es el contraataque embrutecedor que se les dirige a la literatura y a la interpelación que suscita, en tanto en cuanto sitúa el problema del lado de las intenciones más o menos espurias u oscuras del autor del texto literario y/o de aquel que lo propone para su lectura. La respuesta de la literatura es inequívoca: no responder, no dejarse subordinar a la pregunta por el mensaje y, además, “hacer lo suyo”, a saber: ser literatura, única manera de resistir la simplicidad y la simplificación que conlleva la noción en litigio. Entonces, a la hipótesis de un mensaje que pretendiera legitimar y naturalizar las relaciones asimétricas entre un hombre adulto y una adolescente, la literatura contesta con una escritura respetuosa y potente, cuyo efecto más importante es el que resulta de la verdad literaria y su interpelación. He aquí la vida, dice la literatura, la imbricación de relaciones y elementos inseparables entre la realidad y la ficción, lo que hace que un libro de cuentos pueda molestar y escandalizar tanto a la sociedad que lo lee y que se ve expuesta en él, y al que debe tapar o anular como sea a fin de esconder su propio rostro detrás de su hipocresía biempensante.

Pero vayamos un poco más lejos con un ejemplo interesante con el propósito de pensar el problema en discusión. Supongamos una publicidad que muestra un culo femenino. El culo está “vestido” con una tanga diminuta que, en el razonamiento que acusa al cuento de Peri Rossi de querer naturalizar las relaciones asimétricas entre adultos y adolescentes, marcaría la delgada diferencia entre el erotismo y la pornografía. De este modo, cuando la tanga se retira, pasamos decididamente de lo primero a lo segundo, por lo cual la literatura objeto de polémica sería o es pornografía. Sin embargo, este razonamiento esta por completo descarrilado, en la medida en que ignora la diferencia entre una cosa y la otra. Así pues, como ya dije, la pornografía no se ofrece a la interpretación, sino a la mirada sin preguntas, desprovista de sentido, como el objeto que la busca y al que ella se dirige. De la misma manera, la pornografía no tiene historia (es un producto, en el sentido estricto del término, descontextualizado), no tiene tramas ni problemas que procuren complejizar las cosas; por el contrario, son la forma misma de la simplicidad de los cuerpos y el sexo, de las eyaculaciones (resulta difícil hablar de orgasmos) y los gestos que miran hacia la cámara rompiendo la barrera de la expectación, la forma misma de la falta de relieve de toda clase, cuya geografía registra el mapa de la carne vuelta máquina de placer y mercancía de un comercio específico. Mientras que, por su parte, lo erótico se inscribe en una trama específica (no siempre fácil de advertir ni de desentrañar), por lo cual pide ser interpretado, comprendido en el complejo tejido de los problemas humanos (se trata, en suma, de un fenómeno contextualizado). De forma paralela, se ofrece opacamente a la mirada del otro, no porque sea una vestimenta real, concreta, porque esté cubierto y, en consecuencia, no deje ver, sino porque tiende preguntas sobre sí mismo (históricas, políticas, filosóficas), produciendo una mediación que es, esencialmente, sentido. De este modo, un cuerpo completamente desnudo (una pintura de Lucian Freud) es infinitamente más erótico que otro enteramente vestido (la obscenidad de cierto tipo de ostentación: joyas, vestidos, autos, entre otros elementos, aunque esta ostentación, en cierto nivel de su consideración, pueda suscitar preguntas políticas para criticarlo. En todo caso, el lugar de la formulación de estas preguntas no es el lugar de la ostentación, sino un lugar enunciativo situado por encima de la ostentación, un lugar, digamos, erótico-político). 

En este marco, los cuentos de Peri Rossi y la literatura de esta clase se ubican, decididamente, del lado del erotismo y, por ello mismo, no deben sucumbir a la pregunta por el mensaje. Así pues, toda simplificación de la realidad es, en cierto modo, una “pornografización” de las cosas. 


Notas 

[1] Roland Barthes, El placer del texto y Lección inaugural, Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2003, p. 125.

[2] Judith Revel, Foucault, un pensamiento de lo discontinuo, Buenos Aires: Amorrortu editores, 2014, p. 154.

[3] Cristina Peri Rossi, “Ironside”, en Los amores equivocados, Montevideo: HUM, 2016, pp. 7-26.

[4] Cfr. Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, México: Siglo XXI editores, 1982. En esta extraordinaria obra, Barthes despliega una erótica de la experiencia amorosa, una estética de los discursos de esta naturaleza que, como es fácil de advertir, están en el extremo opuesto a la pornografía. Uno de los argumentos más fuertes para sostener esta distancia radical está en el hecho de que los fragmentos de Barthes se desarrollan en profundidad, en una sucesión o encadenamiento que se expanden “hacia abajo” o “hacia lo hondo”, a partir de una estructura un tanto rizomática (si le cabe este término) que rehúye toda simplicidad. Las palabras iniciales del libro prueban esta tesis: “La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado, o escarnecido por ellos, separado no solamente del poder sino también de sus mecanismos (ciencias, conocimientos, artes). (p. 11). Por su parte, la pornografía nunca puede “penetrar” en ninguna profundidad: toda ella es pura superficie, ausencia de relieve, una planitud obscena en la que el sentido no tiene cabida. 

[5] Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1974 [1960-1970] y Michel Pêcheux, Las verdades evidentes. Lingüística, semántica, filosofía, Buenos Aires: Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2016 [1975].

[6] Slavoj Žižek, “El espectro de la ideología”, en Slavoj Žižek (comp.), Ideología. Un mapa de la cuestión, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008 [1994], pp. 7-42.

[7] Jacques Rancière, Política de la literatura, Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2011.

[8] Jacques Rancière, Los bordes de la ficción, Buenos Aires: Edhasa, 2019.