ENSAYO

Por Fernando Andacht

¿Qué se puede extraer de la ubicua y nefasta expansión de la ideología woke o despierta que ya no se haya extraido, incluso en esta revista? Sus largos y numerosos tentáculos todo lo invaden: la actividad empresarial, la cotidiana, la educativa, la científica/ académica y, por supuesto, más que nada la política. En este ensayo, revisito algunos textos recientes que analizan esa insidiosa tendencia tan enemistada con la ciencia, con la naturaleza y con el sentido común. Lo hago primero desde una ficción dedicada a ensalzar la vida woke, luego desde un ingenioso ardid académico que expuso la corrupción que crece imparable en el seno de la institución universitaria global a causa del imparable dominio woke. Por último, sugiero que la aplanadora mundial de la política pandémica con sus irracionales protocolos y coronada por la dudosa sanación vacunal se sirvió de lo ya sembrado por la intolerante cruzada neo-religiosa woke para traer justicia social a los oprimidos, pero que irónicamente se basa en silenciar toda opinión disidente, en cancelar la libertad de expresión. Nada más servicial al letal evangelio covidiano de los últimos años que un mundo sumiso, pronto a acatar sin pensar ni criticar mandatos sanitarios estrafalarios y desapegados del cuerpo, sostenidos por un voluntarismo ajeno al impulso vital o la inmunidad natural, pero creyente ciego en la absoluta y omnipotente construcción social que niega la realidad.

Empiezo mi recorrido hacia el universo woke por el camino de una ficción creada para entretener y aleccionar desde su mismo título (Sex Education), continuo con una visita guiada por el andamiaje religioso del credo neo-cristiano woke, la fanática secta de ‘los despiertos’, después me detengo a observar su doctrina teórica formulada en una ingeniosa versión payasesca que no fue advertida por los celosos guardianes de calidad académicos que la publicaron. Al final, llego a algunas conclusiones sobre los efectos tóxicos de una fe que se autopercibe como implacable redentora del mundo marginado, pero sólo consigue marginar lo mejor que el mundo ha producido para iluminar faliblemente las tinieblas que engendran toda clase de injusticia, error y miseria. Me refiero al conocimiento objetivo, basado en evidencia y al método científico, ambos elementos desdeñados por la ideología militante woke, así en pandemia nuevo(a)normal como en la normalidad.

La amena y misándrica lección woke de Sex Education (Netflix, 2019-2023)

“Podríamos señalar, con humor, que es una suerte que exista este hombre blanco, en la medida en que es posible hacerle cargar con el peso de todos los pecados del mundo, como a un perfecto chivo expiatorio. De hecho, la inestable coalición de todos los pueblos dominados del mundo sólo se mantiene unida gracias a él y a su ‘contaminación moral’”. (Braunstein, 2022, p. 92) 

Debo confesar algo ya en el principio de este abordaje de una ficción televisiva. La serie inglesa Sex Education (Netflix) me sedujo desde su comienzo. Quizás fue la admirable creación narrativa de los personajes o tal vez fue el tradicional excelente desempeño de los actores ingleses, lo cierto es que seguí con entusiasmo las aventuras y desventuras de Otis Milburn, el hijo único de la eminente sexóloga e insoportable madre Jean Milburn, las de su mejor amigo, el joven gay Eric Effiong, primera generación inglesa de padres inmigrantes de Ghana y Nigeria, y las del resto de los jóvenes y de algunos adultos imaginados para desarrollar este brioso relato sobre los sinsabores del crecer y aprender, que también incluye convincentes representaciones del mundo adulto. He ahí uno de los problemas sobre los que quiero a escribir ahora.

De modo alegre, encantador diría, entramos en 2019 a la vida cotidiana de un imaginario colegio secundario inglés Moordale, donde el adolescente Otis se dedica a emular el trabajo de su madre. En forma clandestina, abre un consultorio de sexología, para lo que cuenta con el apoyo administrativo de una atractiva estudiante rebelde, Maeve, de quien él previsiblemente se enamora. Pero como planteó Shakespeare, la trama literaria bien sabe que “el cauce del verdadero amor nunca fluyó con calma” (The course of true love never did run smooth). Por eso, tras una muy extensa serie de obstáculos – tres temporadas y 30 episodios – recién confluyen sus afectos y cuerpos, ya muy cerca de la conclusión definitiva de esta ficción juvenil, en la cuarta temporada, que se estrenó en 2023. Pero además de la larga peripecia que transcurre en ese colegio secundario situado en el pueblo también ficticio de Moordale, con amores y desamores, presenciamos consejos admirablemente sensatos, cabe destacar, del muy joven e inexperiente sexualmente sexólogo amateur Otis a sus compañeros.

En la cuarta y última temporada, lo más notable es el ingreso de los personajes principales a un instituto pre-universitario, el Cavendish College. Ese rito de iniciación a la vida adulta ocurre con un notorio cambio de escenario. Ese centro educativo es escenificado como una suerte de alegre utopía de géneros liberados, donde no sólo abundan los jóvenes queer, trans, gay, no binarios, asexuales, sino que algunos de ellos son los más populares. También seguimos las vida amarga de una joven estudiante llamada Cal, quien sufre a diario la demasiado larga espera por la operación llamada “top surgery”, una intervención médica destinada a extirpar sus senos, para que ella pueda convertirse en un hombre trans. Ella no tiene cómo pagar esa operación en una clínica privada, y por eso debe esperar su turno en la muy larga lista de un hospital público.

¿Cuál podría ser la importancia de detenerse en un producto banal de entretenimiento difundida por una plataforma de streaming inequívocamente comercial y repleta de ejemplos de corrección política contemporánea? Si aceptamos con Rufo (2020) que hay una primacía del sentimiento de vergüenza y de culpa en la ideología woke, con mucho de religión neo-cristiana, y de extremo puritanismo (Braunstein, 2022), no debe sorprendernos que haya en la narrativa de Sex Education una cantidad de varones, de jóvenes y de adultos, hondamente villanos y/o gradualmente arrepentidos de su maldad, puntual o duradera. Ese pésimo talante parece ser un rasgo inseparable de su género.

El primer caso notorio es el de Michael Groff, el grotescamente estricto director del instituto secundario de Moordale, quien podría formar parte del elenco de seres malévolos de cualquiera de las novelas victorianas de Charles Dickens. Michael también es el pésimo padre del estudiante Adam, a quien conocemos primero como un maligno y muy masculino bully, pero que se convierte luego en el apasionado y reprimido enamorado del protagonista abiertamente gay Eric. A lo largo de las siguientes temporadas, el desdichado Michael pierde su empleo, su matrimonio, su vínculo con su hijo, y además sufre toda clase de humillaciones, al mejor estilo del bíblico Job, pero en su caso esos males le acaecen como consecuencia obvia de su completa ineptitud como sujeto masculino. A lo largo de las siguientes tres temporadas, Michael tiene varias fallidas oportunidades de redimirse como un fracasado varón. Tras dejar su casa, su esposa y su hijo se sienten liberados de su nefasta presencia. En todo ese tiempo, este hombre intenta dejar atrás sus malas andanzas como docente, padre y esposo mediante terapia y un sostenido esfuerzo por redimirse de sus malos actos, algo que consigue a duras penas, al final de la serie.

Otro personaje masculino nada admirable es el compañero de la sexóloga Jean, quien la abandona, cuando descubre que él no es el padre del bebé que ella espera. Y si hablamos de padres, el de Otis, Remi Milburn, el exmarido de su madre, no sólo no le presta atención alguna casi desde su nacimiento, sino que es sexópata, y por si fuera poco, un celebrado sexólogo cuyos libros son populares en grupos de afirmación de los derechos masculinos. Para completar esta galería de adultos varones disfuncionales, no puedo dejar de describir al “personaje plano” según la clasificación del crítico inglés E.M. Forster, es decir, un ser unidimensional en el relato. El hombre llamado Dan es un empleado bancario cuyo único rasgo saliente es el estar muy apegado a su poderosa moto, y estar disponible para encuentros sexuales casuales, como el que tuvo con Jean, la madre de Otis, quien quedó embarazada de Dan, como le confiesa sin alegría, en el último episodio del final del relato.

Pero si de misandria aguda se trata, es decir, de un claro sentimiento de odio o desdén por al varón, lo más llamativo del segmento final de la trama de Sex Education es observar la caída libre en un charco de narcisismo y de triste necedad de quien en las primeras temporadas fuera el héroe de la sexualidad terapéutica sin un título pero ejercida honestamente, en un baño abandonado del colegio secundario Moordale, por un precio razonable y con efectos positivos en esa comunidad estudiantil. A pesar de esos muy buenos antecedentes, y para asombro del espectador, Otis Milburn pierde de golpe todas sus virtudes como un ser humano prudente, aún si torpe y carente de saber mundano, en la primera persona de la sexualidad. Apenas él ingresa al Cavendish College, la institución pre-universitaria en que transcurre toda la cuarta temporada, Otis actúa de modo inmaduro y caprichoso, lo que previsiblemente desentona en ese reino utópico de género todo-inclusivo, con matices gretathunbergianos, y una decoración que hace pensar más en un refinado centro de recreación que en un centro de estudios terciarios. Allí reinan como los más populares estudiantes una pareja trans y una mujer negra sorda, los integrantes del grupo llamado ‘el Aquelarre’ (the Coven). Estos posmodernos y coloridos hechiceros exhiben además un llamativo buenismo cotidiano: sus integrantes deben poner dinero en un frasco, cada vez que uno de ellos caiga en la tentación de contar un chisme, según una regla decretada por la muy admirada Abbi, una mujer trans, cuyo nombre quizás sea un homenaje a Abbie Hoffman, el fundador del grupo radical yippie en los años 60, en Estados Unidos.

Costaría encontrar una expresión coreográfica más lograda del universo woke que la que contemplamos en el colegio Cavendish: el género marginal, la interseccionalidad (la muy oprimida reunión de raza, género femenino y un defecto físico como la sordera, algo que surge como un agravio intolerable, en uno de los episodios). A ese componente woke, se le suma el acto puritano de reprimir uno de los actos más humanos imaginables: el deseo universal de hablar del Otro, como estrategia discursiva para calmar la ansiedad y favorecer la adaptación a lo desconocido. El tributo a la multipropagandeada estrella ecologista sueca Greta T. ocurre cuando Otis quiere difundir su clínica sexológica con unos pocos folletos impresos, y los estudiantes lo reprenden por haber usado papel, un acto que, en ese lugar, no está nada bien visto. Todo allí es virtual, y junto a la bienvenida, los estudiantes que llegaron del secundario Moordale reciben una ceibalita inglesa, así todo lo que quieran comunicar será únicamente hecho en pixeles no contaminantes del medio.

Con el final de la serie, en su temporada definitiva, se concreta la redención de esa galería de varones muy o bastante objetables, y nada virtuosos. Adam, el estudiante que comenzó como un matón homófobo alcanza la calma, cuando él se acepta como un hombre bisexual. Su padre, el rígido e inexpresivo Michael, retorna quebrado y arrepentido al hogar de donde fue expulsado por su insoportable machismo y su total falta de sensibilidad. Por su parte, Otis, en su condición de casi protagonista – en la cuarta temporada es visiblemente desplazado de ese rol por su carismático amigo gay Eric – se arrepiente y se confiesa en público, micrófono en mano, frente a los estudiantes del centro terciario. Les dice que está arrepentido, porque él nunca debió competir con O, la estudiante que hasta entonces ofrecía un exitoso consultorio sexológico amateur en el Colegio Cavendish. Ella poco antes, y en el mismo foro público, había hecho un acto de contrición: O confesó que ella es una mujer asexual, y pidió perdón por haber terminado toda comunicación con varias jóvenes, posibles parejas frustradas, sin que mediara explicación alguna de su parte.

Pero la frutilla en esta encantadora torta ficcional y didáctica de varios pisos creada como un fervoroso homenaje a la cruzada woke todo-al-género-abajo-el-cuerpo es la kermesse organizada en ese centro educativo, para reunir fondos benéficos que llevan adelante los estudiantes, y cuya donación es rechazada por la comunidad cristiana y rígida afro-inglesa a la que pertenece la familia de Eric. Este colectivo religioso compuesto por inmigrantes africanos no quiere aceptar el dinero porque proviene de un ámbito de sexualidad inclusiva, aunque lo necesita para mantener un comedor popular. Previsible como la salida del sol, para redondear la lección misándrica de esta serie que toma muy en serio la misión pedagógica materializada en su título, la persona que encarna el repudio del estilo de vida woke es un hombre, el pastor de esa comunidad religiosa. Ante ese rechazo, los populares integrantes del grupo de estudiantes el Aquelarre deciden donar el dinero recaudado para pagar la operación de Cal, la joven no binaria, quien así podrá avanzar en su proceso físico de transición desde su cuerpo femenino al de un varón. Cal ya toma testosterona, pero la hormona sólo descontrola su personalidad, y la lleva al borde del suicidio.

Después de la casi totalidad de episodios de la serie, cuando por fin Otis consuma su pasión heterosexual por Maeve, ese primer momento de pasión resulta ser el último. En una clara actitud empoderada, ella se aleja la mañana siguiente, para emprender un viaje hacia su futuro exitoso e independiente como escritora, en Estados Unidos, a un océano de distancia del personaje masculino. Ningún espectador de Sex Education puede tener la mínima duda de quiénes son en este relato los seres más fuertes, buenos, virtuosos y capaces de salir a flote en la vida. Se trata de otra manifestación de misandria, del fuerte desprecio hacia el sexo masculino, aunque en este episodio un poco más leve, aunque innegable. Aún después de haberse redimido de su caída narcisista y arrogante, Otis no vale la pena como pareja estable; la vocación creadora reclama a Maeve, para que ella se consagre a la escritura, tal vez incluso a la fama.

No obstante, el relato le reserva a Eric el final más apoteósico de todo el elenco estable de Sex Education. Tras un gesto escenificado como heroico – su discurso cuando el joven decide ante la congregación religiosa decirles que él no se bautizará, porque no se arrepiente de ser gay, y no considera su sexualidad un pecado al que él deba renunciar – la trama le reserva un desenlace prodigioso a este fascinante personaje, en quien sin duda la serie ha invertido el mayor monto de creatividad. Tras varias apariciones oníricas o inexplicables que lo dejan perplejo, Eric tiene un encuentro cara a cara con Dios; ella es una misteriosa joven negra como él. Y en ese diálogo, Ella le anuncia, como en una escena bíblica adaptada al movimiento woke del siglo 21, que su destino es volverse pastor, para difundir, obviamente, en su labor evangélica la inclusión y el triunfo definitivo de lo no heterosexual. Sin embargo, no es aventurado pensar que Eric será también el apóstol de lo no blanco, y de lo queer/trans, además de promover su propia identidad gay, pues ese ha sido el mayor cambio en el camino de este personaje tras entrar en ese jubiloso entorno pre-universitario, donde él alcanza la felicidad.

Difícil pensar en un seductor manifiesto pedagógico a favor de los ideales religiosos woke más explícito y persuasivo que el lanzado por la serie inglesa Sex Education, al final de su extenso recorrido narrativo. Eso es el happy ending narrativo traducido en modalidad woke fervorosa. En el paraíso woke, Dios es una joven mujer negra, cuyas místicas apariciones oscilan entre la apariencia de alguien pobre y la deslumbrante imagen de un ser todopoderoso. También forma parte de ese lugar paradisíaco de la fe woke una kermesse estudiantil que sirve para completar la transformación física de una joven no binaria en su camino a volverse un hombre trans. Allí es natural que el elegido sea un joven negro gay que exhibe su sexualidad del modo más llamativo posible, sin temor alguno a la reprobación de los no elegidos, de los dormidos y reaccionarios que, por supuesto, en la serie Sex Education son encarnados en cantidad abrumadora por hombres.
Esta es la positiva visión agridulce de lo woke, que ha sido elaborada mediante una cuidada y exitosa representación ficcional del reinado absoluto del género en desmedro de la biología. En la sección siguiente, me detengo en la versión amarga y asombrosamente anti-científica de las publicaciones académicas que dejan de lado el método científico, el único “mediante el cual nuestras creencias pueden ser causadas por algo no humano, sino por una permanencia externa – por algo sobre lo cual nuestro pensamiento no tiene ningún efecto” (Peirce, EP1:120). Se trata de una muestra de lo que Peirce llamó “método de la tenacidad” (EP1: 116), que se obstina en ignorar la existencia del cuerpo y de sus límites, de los genes, y naturalmente de la vida tal como ésta se manifiesta con estentórea claridad al traer hombres y mujeres, varones y niñas al mundo. Lo que también opera triunfante en el universo woke es el “método de autoridad” (EP1: 117), cuando se opta por seguir los tortuosos designios teóricos, notoriamente ideologizados de lo que ha sido sarcástica y justamente descrito como los “estudios de agravio” (Lindsay, Boghossian y Pluckrose, 2018), el campo académico de seudo investigación en torno a género, raza (racismo), físico (ej. fat studies), sexualidad.

A continuación, voy a presentar un artículo que parodia salvajemente esa escuela de pensamiento teñido de militancia ideológica y religiosidad ignorada, pero aunque cueste creerlo, su irrisoria pretensión de publicarlo en una prestigiosa revista académica tiene el mayor éxito, como veremos.

Quiero cerrar esta sección con una reflexión de Braunstein (2022, pp. 28-29) sobre el núcleo duro de la ideología woke concebida como una religión a la que le rinde ferviente culto la popular serie Sex Education, que, cabe destacar, ha sido elogiada de modo unánime por la crítica, como también lo hacen otras series e innumerables films, que exhiben sin pausa plataformas como Netflix:

“Para [los woke], lo que parece inexplicable no es la encarnación de Cristo, sino la integración de nuestras conciencias en cuerpos, cuerpos que, como en el caso de Cristo según los marcionitas, se consideran impuros. Sólo existen las conciencias, tal es el mensaje de la teoría del género en el corazón de esta nueva religión. Y es precisamente su carácter provocador lo que la hace tan seductora. Por esta razón, la teoría de género no es sólo una categoría más del pensamiento woke, es su corazón, el primer descubrimiento, que allana el camino para todos los asaltos contra la ciencia, contra la verdad y contra la realidad misma.”

El neo-cristianismo que se autopercibió despierto y no para de ignorar adversarios

“Ser woke consiste en sacralizar a grupos históricamente marginados. Esta religión refuerza una ideología que yo denomino «socialismo cultural” (Eric Kaufmann, 2023, eXtramuros)

     “Cualquier condena del Cristianismo como patriarcal y represivo surgió de un entramado de valores que era él mismo completamente cristiano.” (Holland, 2020)

En el libro que dedica a reflexionar sobre el siempre vivo e influyente legado del cristianismo en la sociedad occidental y/o occidentalizada, Holland (2019) cita un pasaje bíblico, del Nuevo Testamento, que bien podría servir como una inscripción labrada en bronce a la entrada de la ciudadela woke, por constituir un artículo de fe tan central como la teoría del género para esta neo-religión de raigambre cristiana que no se percibe como tal:

“‘Dios eligió a los débiles del mundo para avergonzar a los fuertes’ (Corintios I, 27). Este es el mito al que seguimos aferrándonos en Occidente. La cristiandad, en ese sentido, sigue siendo la cristiandad.”

La radical oposición a debatir con quien critique o no acepte incondicionalmente los preceptos woke – lo que se encuentra en el origen de la cultura de la cancelación impulsada por estos los fieles – hace pensar en una tesitura purista o puritana que se considera a sí misma depurada de todo error por la entrega militante a buscar la justicia social para todos los oprimidos por raza, sexo, aspecto, o cualquier otra identidad minoritaria. Y nadie encarna mejor esa disposición que el hombre (con perdón de la palabra) santo del período tardorromano, según lo explica el historiador de la religión de la Antigüedad Tardía Peter Brown (1971, p. 93):

“En este ritual de autodefinición, el hombre santo era el líder indiscutido. El ceremonial imperial, que atrae la atención de la mayoría de los historiadores, no era más que un parpadeo intermitente comparado con el trabajo de toda una vida de los verdaderos profesionales de la autodefinición. En una procesión en Roma, Constancio II se mantuvo erguido como una estaca y se abstuvo, durante unas horas, de escupir: pero Simeón Estilita permaneció sin mover los pies durante noches enteras; y Macario el Egipcio no había escupido desde que fue bautizado.”

Podría traducir esa ascética vocación del santo de la Antigüedad Tardía con los signos de la fe religiosa woke contemporánea así: sus fervorosos fieles, “los guerreros de la justicia social”, según los describe Braunstein (2022, p. 41), se abstienen de casi todo contacto con la realidad, y adhieren ciegamente a aquellos teóricos que han suplantado lo real y la objetividad, tras denunciarlos como espejismos inasibles, abstractos y como el producto infame de la ciencia patriarcal blanca, por la construcción social de eso que ingenuamente los que aún no se han despertado continúan llamando ‘la realidad’, como la cándida creencia en que el sexo de una persona lo determinarían sus cromosomas. Esa tenaz labor ascética – como el permanecer inmóvil por tiempo indefinido y resistir el humano impulso a escupir – le permite al woke no dignarse a siquiera oír a quien quiera discutir y menos aún criticar sus preceptos, creencias y profusas teorías sobre género, sobre la universal dominación y las innumerables microagresiones no conscientes que son el producto del racismo sistémico, por ejemplo. Quien lo intente merece ser arrojado al gélido infierno silenciado de la cancelación. Para explicar ese fenómeno de pureza neo-religiosa, Merino (2023) recurre a la práctica histórica del cristianismo que se caracterizó por la máxima represión de quien era considerado hereje de la única fe válida:

“La cultura de la cancelación, se convierte así en una nueva Inquisición cultural donde los linchamientos, la cancelación de tuits o discursos, así como las humillaciones y difamaciones, están exentos del perdón. Es por ello que nos encontramos ante una nueva fe, o una nueva moral, que justificándose en la defensa de los ‘sentimientos heridos’ de cualquier minoría, trata de hacer universalizable un discurso en el que no cabe la disidencia. Abanderando el principio relativista de tolerancia de todas las diferencias por razón de raza, sexo o religión, se acaba silenciando a todo aquel que profiera cualquier ‘comentario hiriente’ desde el punto de vista de los ‘nuevos puritanos’ (los defensores de lo woke, que se convierte así en el pensamiento ‘puro’ universal que no deja lugar a la discusión).”

En el libro titulado La religión woke, Braunstein (2022) analiza el componente religioso de esta ideología con singular brío. Si consideramos artículos como el que comento en la próxima sesión, que se dedica a estudiar la conducta queer de perros en parques, no parece fácil objetar a lo que este pensador afirma, pues nos permite entender el completo desinterés en debatir con quien sea los principios de índole en verdad religiosa y no científica a los que se aferran los militantes woke:

“¿Cómo es posible que personas inteligentes crean en ideas tan absurdas? ¿Cómo es que ni siquiera aceptan debatir y responden a cualquier crítica ‘anulando’ a sus interlocutores? (…) La mejor explicación de su

comportamiento parece resumirse en la famosa frase atribuida a Tertuliano, un padre de la Iglesia del siglo III: credo quia absurdum , ‘creo porque es absurdo’. Al gnóstico Marción, que consideraba imposible, e incluso indigno, que Cristo, ‘el Hijo de Dios’, pudiera realmente haberse encarnado, nacido y, sobre todo, muerto, Tertuliano replicó: ‘El Hijo de Dios murió: esto es creíble porque es absurdo y, una vez sepultado, resucitó: esto es cierto porque es imposible’ (…) Si los woke creen en sus doctrinas, es porque éstas son absurdas, porque apuntan a verdades más profundas, mucho más allá de la razón.” (pp. 28-29

¿Qué hay en un Licenciade que en un Licenciado no serviría igual? Me detengo ahora en un episodio en apariencia menor, de naturaleza burocrático-ritual, como lo es el cambio del nombre tradicional de uno de los diplomas o títulos otorgados por la Universidad de la República uruguaya, que, de ahora en adelante, incluye además de ‘Licenciado’ y ‘Licenciada’, la designación ‘Licenciade’. Según una nota periodística (El Observador, 04.10.2023), el máximo organismo ejecutivo de esa institución académica cogobernada tomó esa resolución, para atender el reclamo de “las personas que se consideren trans no binarias”. Me interesa destacar que durante la discusión que culminó en tal decisión, se nos informa que “el representante de los docentes argumentó que el cambio de la ordenanza debería ser todavía más inclusivo, y no circunscribirse al colectivo de personas trans no binarias”. Luego de ese planteo, la máxima autoridad de esa institución, el rector, pidió que “la prensa fuera retirada de la sala”. No encuentro nada más afín a la práctica de la religión woke que ese trascendente desenlace institucional conducido a puertas cerradas, en un ámbito exclusivo para los iniciados. Tal como plantea Braunstein (2022), nos encontramos ante la actividad de una nueva elite que deja muy atrás a la elite tradicional o percibe que es infinitamente superior a ella.

Ningún signo inclusivo parece ser suficiente cuando de reparar la opresión implacable de toda minoría identitaria se trata; debe temblar hasta sus cimientos el edificio histórico del conocimiento, así como la propia producción del saber científico, ante el imperioso reclamo de los investigadores de los innumerables agravios cometidos contra minorías (grievance studies), tanto conscientes como los que no lo son. El cambio en la designación histórica del título refrendado por la más antigua universidad de la nación uruguaya es una ofrenda emblemática en el batallador altar woke.

Para corroborar mi afirmación sobre lo que alguien podría pensar es apenas una trivialidad formal, porque qué hay en un nombre que cambiándole una mera vocal, no pierde su legalidad, podría decir una Julieta del siglo 21 encaramada en la fe woke, voy a citar de nuevo el esclarecedor volumen de Braunstein (2022). El filósofo francés describe el fogoso entusiasmo de los militantes o fieles woke por “haber descubierto una verdad superior inaccesible al hombre común”:

“la teoría de género no es sólo una categoría más del pensamiento woke, es el corazón del mismo, el primer descubrimiento, el que allana el camino para todos los asaltos a la ciencia, a la verdad y a la realidad misma. Los demás componentes de la ideología woke, las teorías de la raza y de la interseccionalidad, con sus variantes indigenistas o decoloniales en Francia, son meramente accesorios a la teoría del género, que es el verdadero misterio, en un sentido religioso, de esta nueva religión.” (p. 29)

Tradicionalmente, los más encumbrados miembros de la jerarquía de una religión llevan adelante sus disquisiciones en ámbitos herméticos, a los que muy pocos pueden acceder, porque allí se ponen en juego los misterios de la fe. Cuando se trata de ignorar o de hacer caso omiso de la biología, para consagrar el dominio indiscutible de un acto mental, es necesario que las máximas autoridades de esta nueva asamblea o congregación (Latín ecclesia) eclesiástica se reúnan en un cónclave cerrado, con el fin de derrotar definitivamente la realidad, y para que se imponga de modo absoluto la construcción social y sexual de la realidad. Como lo expresa Braunstein (2022, p. 59):

“Ellos, los elegidos, están convencidos de que pronto se librarán definitivamente del mal. Estas élites ultraprivilegiadas tienen la pretensión de saber lo que es bueno para todo el mundo, con una increíble condescendencia”.

La colonización del mundo académico por el perreo queer: la pasmosa multiplicación del modesto engaño de Alan Sokal

“Gracias a ese desvío por la universidad, los delirios de woke se consideran ahora verdades científicas que nadie se atreve a cuestionar.” (Braunstein, 2022, p. 69)

¿Qué hace falta para que un artículo flagrantemente falso al grado de ser ridículo en todos sus planteos sea aceptable para una revista académica prestigiosa, luego del riguroso proceso de evaluación por pares? ¿Cómo se vuelve plausible para especialistas universitarios el informe pormenorizado de una supuesta y absurda investigación que fue inventada con descaro y burla evidentes? ¿Cómo consiguieron esos guardianes de la calidad académica no romper a reír, luego de leer el texto escrito en un docto lenguaje, al mejor estilo de “las preciosas ridículas” del comediante Molière, para dar cuenta de todos los detalles teóricos y metodológicos de un inventado estudio cuyo foco empírico, con perdón de esa palabra, es el acto de montarse los perros unos sobre otros, en los parques de la ciudad de Oregon, EEUU?

Aquel célebre experimento del profesor de física Alan Sokal de hace más de un cuarto de siglo, cuando él envió un artículo falso construido como un paródico pastiche en base a la jerga y a una plétora de abstrusos lugares comunes de la deconstrucción filosófica a la revista académica Social Text, en 1996. Él consiguió publicarlo, para duradero ridículo de sus editores, ya que se encargó de publicar luego, en otra revista, su maniobra crítica de los excesos insufribles de esa escuela de pensamiento. Un comentarista actual resume esa estrategia crítica y desmitificadora de una impostura académica como una batalla victoriosa, pero también una derrota de “las guerras de la ciencia” (Brigss, 2021). Debo coincidir con su argumento. No concibo una demostración más fehaciente del ridículo superlativo que ha ocasionado el imperio de lo woke, de esa condición que se considera despierta o lúcida pero que obnubila la razón, y se jacta de destruir los cimientos del método de la ciencia, que el artículo falso que ahora presento con cierto detalle.

Se trata de parte de un emprendimiento mucho más ambicioso, aunque mucho menos conocido que el “affaire Sokal”, ese que se opuso a los excesos absurdos del postmodernismo teórico en el ámbito académico hacia fines del siglo 20. Tres profesores (Lindsay, Boghossian & Pluckrose, 2018) resuelven escribir veinte artículos académicos durante buena parte de un año, con apariencia seria, formal, pero contenido absurdo, y enviarlos a revistas con buena reputación en diversos campos de lo que con ironía estos autores denominan “estudios de agravios” (grievance studies), es decir, investigaciones ideologizadas cuyo fin explícito es la defensa militante de grupos cuya identidad estaría siendo oprimida por la sociedad blanca, patriarcal, masculina, y por ende todopoderosa e injusta, que, esos académicos afirman, permanecería ciega a su imperio maléfico sobre los débiles del mundo. Los tres académicos así conjurados consiguieron algo infrecuente: que siete de esos trabajos paródicos de los abusos y excesos que ellos acertadamente consideran elementos corruptores de la publicación académica fueran aceptados por esas revistas.

Ellos comentan que uno de esos artículos, el que trata sobre la “cultura de la violación en parques para pasear perros”, obtuvo un especial reconocimiento por su nivel de excelencia de la revista Gender, Place, and Culture, una publicación altamente evaluada que lidera el campo de la geografía feminista. La revista lo honró como uno de los mejores doce trabajos en geografía feminista que integraron la edición que celebró su 25 aniversario. El artículo luego fue retirado, después de que su autora, la inexistente “Helen Wilson”, reveló el fraude a los editores. Así juzgan su propia productividad estos disruptores que se dedicaron con tenacidad admirable a carnavalizar el ámbito académico woke:

“pasamos diez meses escribiendo los artículos, llegamos a un promedio de un nuevo artículo cada trece días. (Siete artículos publicados durante siete años es con frecuencia considerado el número suficiente para ganar permanencia en las principales universidades)” (Lindsay, Boghossian & Pluckrose, 2018).

Voy a traducir ahora cinco fragmentos de su artículo paródico, ese que fue laureado como una contribución excepcional al campo académico de la “geografía feminista” por la revista que lo publicó, y que está dedicado a observar y a analizar al banal acto canino de montarse unos a otros. El texto afirma que la supuesta investigación fue llevada a cabo en un parque de paseo perruno en Portland, Estados Unidos:

I. “Utilizo los criterios de Palmer (1989) para la violación, teniendo en cuenta mis limitaciones antropomórficas a la hora de evaluar cuándo un incidente de montar a un perro (humping) constituye una violación en perros. NB: la frase ‘incidente de violación/montarse en perros’ documenta sólo aquellos incidentes en los que la actividad parecía no deseada desde mi perspectiva – el perro montado no había dado ningún aliciente y aparentemente no disfrutaba de la actividad).”

II. “Cuando un perro macho violaba/montaba a otro perro macho, los humanos intentaban intervenir el 97% de las veces. Cuando un perro macho estaba violanado a una perra, los humanos sólo intentaban intervenir el 32% de las veces.”

III. “Los parques para perros son microcosmos en los que se pueden observar las normas masculinistas hegemónicas que rigen el comportamiento queer y la heterosexualidad obligatoria en un entorno multiespecie. Son, por tanto, espacios opresivos que encierran tanto a humanos como a animales en patrones hegemónicos de conformidad de género que resisten eficazmente los esfuerzos por un cambio emancipador.”

IV. “En lo que se refiere al comportamiento de violación/montar, el alcance social estructural de las normas patriarcales opresivas alcanza su apogeo en los parques para perros, convirtiéndolos no sólo en espacios de género, sino en espacios que exhiben y magnifican temas tóxicos y violentos intrínsecos a los géneros binarios.”

V. “‘Las normas masculinistas hegemónicas (heterosexuales)’ en espacios como los parques caninos urbanos representan una ‘opresión social estructural’. Las normas masculinistas son una forma de oprimir los actos queer y las perras, y los parques caninos son espacios en los que estos actos de opresión no sólo se toleran, sino que se fomentan activamente. Es en el desvergonzado carácter público de estas normas, concretamente en lo que se refiere a ejercerlas en un espacio público, donde vemos reificado el trabajo de Potter.”

Hay un planteo del artículo falso insólitamente no percibido como parodia de los estudios de agravio en que se llega al clímax de la insensatez, y que demuestra cuál es el núcleo duro de “la religión woke”, que Braunstein (2022, p. 28) explica con acierto es la teoría del género, y las ofensas que recibe quien ocupa de modo exclusivo el lugar oprimido por tener y sufrir esa condición. En el texto aceptado y tan elogiado por los editores, se plantea la plausibilidad científica de un salto que va desde de la conducta instintiva canina de montar a otro perro o perra a la cultura de la violación ejercida por el hombre blanco patriarcal, la que se debe condenar y reformar con urgencia de un modo inspirado en la observación del mundo animal.

Allí donde dirija la mirada el investigador de estudios de agravios siempre encontrará un caudal inagotable de abusos, violaciones y micro-agresiones sobre las que puede y debe escribir, lamentar e intentar corregir de una vez para siempre. Esa es la lección aprendida por la investigadora y autora del artículo falso sobre cómo “conceptualizar e interrumpir las hegemonías masculinistas” y “todas las formas de asalto físico humano (…) mediante la administración de un shock eléctrico ante los primeros signos de una conducta afín a la violación (pues) en mis observaciones (de perros) siempre consiguieron el veloz cese de la violación/montada en curso”. Lo más importante de estas inferencias es la afirmación del texto orgullosamente publicado en Gender, Place, and Culture sobre

“la abrumadora evidencia que documenta la existencia de culturas de violación entre los humanos (Johnson and Johnson 2017; Phipps et al. 2017), sin embargo, no está claro de qué manera directa la ‘cultura de la violación’ de los perros se asemeja a las culturas de la violación construidas por los hombres. A pesar de que, obviamente, las violaciones humanas y caninas representan categorías de violencia muy diferentes, ambas comparten raíces sistémicas similares, de modo que la ‘cultura de la violación canina’ puede servir como sustituto que explica el problema de la cultura de la violación en los seres humanos (cf. Ko y Ko 2017).”

Más allá de lo irrisorio de este planteo ‘científico’ típico de la anti- o contra-ciencia woke, pienso en algo tan concreto, real y desatinado como la marcha multitudinaria de feministas contra la supuesta “cultura de la violación”, que se llevó a cabo a fines de enero de 2022, en Montevideo, como forma de protesta colectiva de ese colectivo de mujeres por lo que se probó fehacientemente fue una falsa acusación de “la violación grupal del Cordón”. Curioso que el segundo veredicto de inocencia de la justicia de quienes fueron señalados y estigmatizados mediática y políticamente como violadores grupales, a causa de considerar “inverosímil” la acusación de la supuesta víctima, no produjo signos estruendosos o siquiera notorios en los medios locales. Hubiera sido razonable y esperanzador que hubiera existido al menos una disculpa de las organizadoras de esa demostración feminista, que sirvió para comunicar a toda la sociedad, gracias a la profusa difusión mediática, la culpabilidad de los jóvenes antes de que pudiese obrar la justicia. Entre las varias consecuencias negativas de esa estruendosa manifestación política e identitataria del agravio, hay que mencionar el injusto sumario y severa sanción del fiscal Raúl Iglesias, por su decisión de mejorar las condiciones de encierro de los jóvenes acusados de ser violadores, y la insólita existencia de programas periodísticos casi auto-paródicos en su proceder des-informativo sobre la evidencia que ponía en duda tempranamente la supuesta violación, tal como publicó eXtramuros en su momento. También hay una publicación de Mariela Michel en la revista que se encarga de problematizar el concepto mismo de ‘cultura de la violación’, que fue usado con tanta convicción por esas militantes, todas ellas dignas representantes del movimiento neo-religioso woke a nivel local.

Casi lo afirma la autora falsa de este verdadero y formidable ataque textual a la corrupción woke del espacio académico: habría que ponerle una correa a perros y hombres, para así frenar sus desbordes salvajes y violatorios de mujeres y de la población queer. La premisa de que todo “masculino”, como se nombra al varón en los partes policiales uruguayos, constituye un peligroso violador en potencia, autorizaría a frenarlo y a refrenarlo del modo que sea. Se lo debe hacer sentir el fuerte y femenino, supongo, tirón de la correa, para impedir que ese devoto cultor de la violación no consiga cumplir con su funesto designio. Ese deseo violento lo traería el hombre en sus cromosomas, y el mismo se activaría en el caldo cultural patriarcal donde vive. Si alguien lo duda, alcanza con recordar a la manada violadora del Cordón de 2022, que no lo fue en absoluto, según la ley, pero bueno, que en la memoria social de todos modos permaneció como un episodio que sí ocurrió o que al menos bien podría haber ocurrido.

Si les parece que exagero, vean la recomendación con que cierra el elogiado artículo falso publicado por Gender, Place, and Culture sobre la disciplina académica woke de “geografía feminista”. Lo que plantea esa investigación inverosímil es que hasta que los hombres no dominen y/o dobleguen su universal y masculinísimamente adquirido impulso a violar a toda mujer que se les ponga por delante, no habría más remedio que tomar medidas ejemplarizantes y drásticas contra ellos, como las que ahora procede a enumerar la autora de esta patraña que fue considerada una contribución seria y valiosa al conocimiento científico (y militante, por supuesto):

“Al educar adecuadamente a los hombres humanos (y reeducarlos, cuando sea necesario) para que respeten a las mujeres (tanto humanas como caninas), denuncien la cultura de la violación, para que se nieguen a violar o a permanecer impasibles mientras se produce la agresión sexual, para que desmasculinicen los espacios y abracen los ideales feministas – por ejemplo, mediante el entrenamiento obligatorio en diversidad y acoso, en ser testigos, mediante la educación, en tener conciencia de la cultura de la violación (…) los hombres humanos podrían ser ‘encadenados’ por una cultura que se niegue a victimizar a las mujeres, a perpetuar la cultura de la violación o a permitir espacios que toleren la violación (cf. Adams [1990] 2010, 68, 81-84). (…) Esto tendría el efecto inmediato de interrumpir los espacios hegemónicamente masculinizados y/o tolerantes de la violación, haciéndolos así más inclusivos y seguros.”

No puedo evitar el imaginar el tiránico y grotesco espectáculo urbano de todos los hombres o “masculinos”, que llevarían obligatoriamente alrededor de su cuello una correa nada diferente a la de los perros, para asegurar a las mujeres en su entorno que no serán violadas por ellos, y que cuentan de ahora en más con la posibilidad de administrarles un shock eléctrico por ese método de control canino.

Epílogo: la neo-religión woke como un elaborado ensayo para el espectáculo pandémico

De nuevo, me hago la pregunta: ¿por qué o para qué ocuparme de algo tan equivocado, distorsionado y enemigo de la razón como la nueva religión o ideología woke que exacerba una concepción política de lo humano que opera en desmedro de lo real, de la naturaleza? La respuesta a la que llego en el final de mi ensayo es que esta nueva y bizarra forma de encarnarse de lo cristiano en el siglo 21, con su maniqueísmo agudo, con su rechazo feroz al diálogo, a todo aquel que se atreva a discutir o a debatir sus extrañas certezas es afín a lo que ocurrió en este país y en casi todo el mundo desde marzo de 2020, me refiero a la decretada pandemia. La estridente y constante ausencia n todos los medios masivos y macizos de persuasión de voces divergentes de los insensatos protocolos o de la impuesta solución vacunal fue una realización espectacular del exitoso ensayo general promovido por la neo-religión woke, en su fase sanitaria y autoritaria. La cruzada de los justos o puros que no toleran el diálogo se trepó entusiasta al carro globalista comandado por la portentosa voz de la OMS, adhirió con ciego fervor a la intervención titánica de la megaindustria farmacéutica, apoyada por gobiernos y científicos sumisos, para aplastar toda disidencia, que fue condenada al siniestro y silenciado gueto de los negacionistas y conspiranoicos. El siglo 21 vio así el surgimiento de execrables herejes que se atrevieron a reclamar el ejercicio de la tan propagandeada y negada diversidad, porque hasta hoy sus planteos críticos brillan por su ausencia del foro público de mayor alcance, ya que sigue en pie la prohibición absoluta aunque tácita de admitir su palabra en los medios hegemónicos.

Tal como asevera Merino Escalera (2023) sobre la neo-religiosidad woke, “esta comprensión del nuevo orden moral sin Dios (…) no puede hacerse sin sus demonios. Es necesario un chivo expiatorio, o muchos, o todos reducidos al mismo: el hombre blanco heterosexual, el Patriarcado, la Heteronormatividad, la Cis-sexualidad”. Nueva coincidencia de la ideología woke con un incidente siniestro del tenebroso tiempo pandémico: la búsqueda de un culpable a quien achacarle la diseminación del mal viral llamado Covid-19. Eso fue hecho de modo arbitrario, sin evidencia alguna, con apenas el endeble sustento de leyendas urbanas y de prejuicios arraigados en la sociedad. A causa del dominio de la neo-religiosidad woke en la cultura local, casi ninguna voz se alzó para defender a la mujer que fue condenada vil e injustamente como la Paciente 0 en Uruguay, como la persona culpable de diseminar perversamente el Sars-Cov-2 por su supuesta conducta frívola y malévola, propia de alguien de su clase alta, opresora desde siempre, dentro y fuera de pandemia, como analicé en esta revista hace tiempo.

¿Cómo no asociar ese silenciamiento radical del Otro, de quien se atreva a cuestionar un dogma como “la cultura de la violación” o a criticar lo insensato de publicaciones seudo-científicas como la que utilicé arriba para ilustrar hasta dónde puede llegar la flagrante ideologización que corrompe el método científico? El movimiento woke desecha con supremo desdén el único método que debería presidir toda publicación en una revista científica, y que por su condición debería estar comprometida con la búsqueda objetiva de la verdad, y no la con la propagación de una ideología, cualquiera sea ésta. Es oportuno recordar que el término ‘propaganda’ proviene de la Iglesia Católica: fue “el Papa Gregorio XV en 1622, quien creó la Sacro Congregatio de Propaganda Fide, como un organismo encargado de frenar la ideología protestante y contraatacar con una propaganda católica renovada, todo ello en el contexto de la Guerra de los Treinta Años” (Candelas, 2016). Como mencioné antes, la fe o ideología llamada ‘despierta’ o ‘woke’ reniega abiertamente del método científico, abjura de la imprescindible objetividad, por lo cual, se apoya en los otros métodos para llegar a creer, según los describe el lógico Peirce, en 1877. Estas otras formas de “fijar la creencia”, como explicó Peirce, son válidas en la vida cotidiana, pero no sirven, si lo que buscamos es el mejor procedimiento para encontrar la verdad, y así acceder a explicar y a entender lo real de modo sistemático, riguroso y confiable.

Hacer alarde del prescindir de la objetividad, y proclamar como su motivación primordial para investigar la reivindicación militante de los colectivos débiles y/o oprimidos del mundo no es de mucha utilidad para mejorar su condición, pero sirva para arruinar los resultados del mejor procedimiento que ha elaborado la humanidad a lo largo de los siglos, para generar un conocimiento que, ese sí, nos puede beneficiar a todos por igual. Ironía no menor que los fervientes adalides de la diversidad, los woke, sean enemigos acérrimos de la clase de saber que incluye a la mayor heterogeneidad de humanos, y que, por ese motivo, resulta provechosa para el mayor número, sin distinción de raza, género, clase o cualquier otra identidad colectiva imaginable.

Termino este ensayo con una idea que el fundador de la semiótica moderna recomendó como el precepto que debería ser una presencia visible en todo lugar dedicado a investigar, a buscar la verdad, sin importar a quién o a qué causa esa tarea beneficia:

“De esta primera, y en cierto sentido única, regla de la razón, de que para aprender hay que desear aprender, y al desearlo no conformarse con lo que uno ya se inclina uno a pensar, se deduce un corolario que merece por sí mismo ser inscrito en cada muro de la ciudad de la filosofía: No bloquees el camino de la investigación.” (CP 1.135, 1899)

Coincido con Peirce, porque creo que nada es más dañino que el acto irracional o anti-racional de “obstruir el camino de la investigación”. Por ese motivo, no es exagerado calificar el extenso e insensato campo de los estudios de agravio y la nefasta cultura de la cancelación, que es su ominosa sombra, ambos auspiciados por la neo-religión woke disfrazada de conocimiento académico, como un conjunto de equivocadas formas de ejercer la obstrucción tenaz y mortífera del verdadero sendero de la investigación.


Notas

1 “Llegamos aquí por cobardía. Salimos con coraje” (18/12/2021); “Las políticas de la identidad como fascismo íntimo” (13/02/2022); “Dos caminos hacia lo “woke” (02/10/2023).
2 “EP1: página” remite a la obra de escritos de Peirce The Essential Peirce. Volume 1 (1867-1893).
3 Cito del modo convencional CP x.xxx, volumen y párrafo, la edición de The Collected Papers of C. S. Peirce (1931-1958).

Referencias

Braunstein, J-F. (2022). La religion woke. Paris: Grasset
Candelas, M. (2016). Iglesia y propaganda: dos milenios de persuasión desde la silla de San Pedro. Recuperado el 06.10.2023 de https://compolitica.com/iglesia-y-propaganda-dos-milenios-de-persuasion-desde-la-silla-de-san-pedro/
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Lindsay, J. A., Boghossian, P. y Pluckrose, H. (2018). Academic Grievance Studies and the Corruption of Scholarship. Areo (02. 10. 2018) (https://areomagazine.com/ 2018/10/02/ academic-grievance-studies-and-the-corruption-of-scholarship/)
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Merino Escalera, F. (2023) La Inquisición posmoderna: sobre la ideología woke y la cultura de la cancelación. Red de investigaciones filosóficas José Sanmartín Esplugues Recuperado el 8 de octubre de 2023 de: https://proyectoscio.ucv.es/articulos-filosoficos/la-inquisicion-posmoderna-sobre-la-ideologia-woke-y-la-cultura-de-la-cancelacion/
Peirce, C.S. (1992). The Essential Peirce. Volume 1 (1867-1893). N. Houser & C. Kloesel (eds.). Bloomington: Indiana University Press. (Citado así: EP1: página)
Peirce, C.S. (1931-1958). The Collected Papers of C. S. Peirce Vol. I-VIII, C. Hartshorne, P. Weiss and A. Burks (eds.). Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
Rufo, C. (2023). America’s Cultural Revolution How the Radical Left Conquered Everything. New York: HarperCollins Publishers
Wilson, H. (2018). Human reactions to rape culture and queer performativity at urban dog parks in Portland, Oregon, Gender, Place & Culture, DOI: 10.1080/ 0966369X. 2018.1475346, publicado en internet el 22 de Mayo, 2018. Recuperado el 02 de octubre de 2023 de https://www.tandfonline.com/doi/full/ 10.1080/0966369X. 2018.1475346. El artículo fue retirado de la revista el día 03 de octubre de 2018, tras revelarse que su autora, Helen Wilson, no correspondía a una identidad real.

Prensa

‘Licenciade’ y no ‘Licenciado’: Udelar aprobó la emisión de títulos inclusivos para estudiantes trans no binarios” El Observador, 04/10/2023. Retirado el 06.10.2023 de: https://www.elobservador.com.uy/nota/licenciade-y-no-licenciado-udelar-aprobo-emision-de-titulos-inclusivos-para-trans-no-binarios-2023104123043