ARMONÍAS DE EXTRAMUROS

Sertralina mon amour. Maxi Angelieri & Casi Exilio Psíquico Little Butterfly Records, 2020
Por Santiago Tavella
Si Fernando Pessoa hubiese sido cantautor, podía haber hecho el Disco del Desasosiego. En declaraciones de Angelieri habla de la temática melancólica evidente en sus letras, pero sus canciones tienen una opacidad que trasciende esa primera descripción, y que me hacen volver a escucharlas una vez “entendido” el contenido “comunicacional”. Naturalmente aparecen recursos formales que hacen posible esta situación, tanto en lo específicamente literario como en la forma en la que estas interactúan con la música, y en general esa depresión y amargura citadas terminan teniendo un muy buen efecto tragicómico.
Los personajes en general se encuentran perdidos en situaciones de soledad o de estar con la persona equivocada, y si bien se pueden ver características similares en el yo poético de las canciones, la inventiva, lo paradójico, lo absurdo, lo exagerado, dan variedad a estas personalidades, haciendo que no parezca el mismo personaje. Aunque se nota un estilo en ellos, no parecen ser siempre el mismo. Tal vez sea más difícil lograr la variedad en estos personajes similares que si se tratara de sujetos totalmente diferentes entre si.
En esto también juega un papel importante lo musical. Hay varios elementos característicos que aparecen en distintos lugares. La parodia de la canción romántica (Quizas porqué, Triste) que me hace pensar en Los Iracundos o los cantantes que participaban del festival de Sane Remo. También me vienen a la memoria números musicales que tocaban en bailes a los que iba en mi adolescencia, y decían cosas como “ahora voy a cantar una canción muy sentimental”. Otro elemento musical que aparece con frecuencia son melodías juguetonas, muchas veces en las introducciones, cosas que pueden tener un aire a Nino Rota, sobre todo asociado a Fellini (Coleccionista, Cuando me muera). Está claro que Angelieri es un melómano de amplios gustos musicales, esto se ve reflejado en la variedad de lenguajes musicales que utiliza a su favor. Samba de mi esperanza es un buen ejemplo de cómo jugar con un ritmo aparentemente “alegre” y como desarrollar una historia que comienza con la llegada del primer invitado a su cumpleaños y va tornándose en un samba en donde la tristeza no tiene fin. En Me despierto podemos ver elementos estilísticos que lo vinculan con Tom Waits con unas guitarras muy Marc Ribot, muy Riki Musso, excelente productor del fonograma, tal vez esta canción sea la que menos juega con las contradicciones entre lo dicho y el lenguaje musical.
La interpretación vocal por momentos puede mostrar algo de desgarramiento, pero nunca es exagerada. Es interesante la forma de hablar el español que utiliza, claramente coloquial rioplatense, manteniendo su acento italiano, pero muy claramente entendible en cuanto a dicción y a la construcción gramatical de las letras. No juega en el bando de los que no tienen nada para decir y poetizan torpemente naderias con pretensiones grandilocuentes,
ni en el de aquellos en los que lo dicho no trasciende la descripción de las miserias propias llevadas como estandarte de autenticidad, como si a alguien le importaran las heridas narcisistas de los artistas. Acá el artista tiene algo para decir, que está claramente enunciado, pero mantiene la opacidad.
Tal vez esa tendencia narcisista tan de recibo en las artes tenga que ver con la incapacidad de empatizar con la familia y los amigos, cuyas miserias si deberían importarnos, y nos tranquilice sentirnos empáticos con pseudoartistas que nos venden sus miserias para lavar nuestras conciencias. Tener algo para decir es algo complejo, porque si es algo banal, como la descripción de algo que nos pasó y le podría haber pasado a cualquiera y ha sido relatado miles de veces, no reviste interés. Cuando tenemos algo para decir no sabemos lo que es, y solo puede surgir si somos capaces de hacer a un lado a nuestro yo, nuestro narciso. Quizás por eso es tan raro hoy, en la cresta de la ola de un narcicismo identitario exacerbado en la autovictimización, encontrar gente que tenga algo para decir.
En varias canciones la reacción al enamoramiento y la ausencia son una serie de acciones que nunca llegan a ningún lado, un relato cuya resolución es una promesa incumplida, pero ¿qué sentido tiene la sobrevalorada “resolución” de un problema cuando entramos en el terreno artístico? Esta pregunta se puede proyectar a la vida en general cuando se insiste tanto en resolver problemas y no en planteár(se)los. Llegados a ese grado de inmersión lo supuestamente melancólico se desplaza al goce estético en donde la forma aflora como emergente inconsciente del contenido comunicacional disparador de esa trascendencia, que paradójicamente no padece de esa pretensión de trascendencia y grandilocuencia que arruina tantas producciones artísticas. Sobrevuela en todas las canciones un aire tanguero sin que aparezcan estilemas explícitos del género, lo que indica una especial sensibilidad a una de los estilos musicales de mayor importancia y riqueza en el siglo XX, originario de esta región. Un elemento llamativo que aparece solo una vez (Qué culpa tengo yo) es la superposición de una escala cromática con una melodía que suena conocida y que en conjunto arman algo politonal, divergente, que apunta a dos lados como los personajes del yo poético que se quiere sacar las culpas de encima y el padre que aparentemente lo culpa de todas las desgracias navideñas. En general en todas las canciones el elemento central está en el relato y la música establece un diálogo con este relato de diversas maneras, de forma sencilla pero variada.
La enumeración de cosas es manejada con habilidad y nos descoloca a través de lo ridículo de algunos elementos, el olor al agua jane, la cena de veganos, o lo metalingüístico de “triste como las listas que hago yo”. Nuevamente la cosa desemboca en la nada, como todo hecho estético de calidad nos enfrentamos reiteradas veces a la opacidad de una promesa incumplida.