ECONOMÍA > LA ECONOMÍA PENSADA

Primera de una serie de notas que discuten la historia, y algunos efectos ideológicos, del antiquísimo fenómeno humano de la propiedad de la tierra

Por Luis Muxi
  1. Amplias raíces

 Y en el principio fue la tierra. Y desde el principio, fue la lucha dramática por su dominio y lo sigue siendo, en nuevo, diferente formato De su manera de tenencia derivan enfrentamientos de clases sociales, las insalvables diferencias entre etnias y grupos, la oposición de ricos y pobres, de nobles y esclavos, y de ideologías, religiones y doctrinas que prevalecen o que lo intentan. Las distancias económicas y sociales derivadas de las formas de posesión de la tierra han sido el verdadero origen de muchos conflictos bélicos, discusiones y desencuentros.

El latifundio (del latín latifundium; latus amplia, fundum raíces) es una explotación agraria de grandes dimensiones. Pero sindicar o no de esa manera a un predio, depende del contexto: en Europa, un latifundio puede tener varios cientos de hás. En America Latina, es normal que supere las 10.000 hás. Hay lugares que califican por leguas cuadradas (Uruguay en el siglo XVIII y XIX) y otros que se miden en metros cuadrados (Galicia actualmente, por ejemplo) y puede que, en términos relativos, el valor del metro sea notablemente más alto. El uso habitual del término es peyorativo, y se imputa a un manejo ineficiente de los recursos, o sea, bajos rendimientos, sub-utilización del factor tierra y uso de mano de obra precaria y no calificada. Las 10.000 hás como piso del latifundio es también así considerada por la doctrina mexicana (JC Pérez Castañeda, “El proceso de acumulación de la tierra”). Aún en 1930, el 0,3% de los propietarios era dueño del 56% del total de la superficie de México. En América fue y sigue siendo fenómeno corriente. No es permanente ni creciente. Va y viene, cambia su objeto según las circunstancias.

La calidad de latifundio depende también de la productividad de cada tierra en particular, de su uso agrícola, ganadero, lechero o maderero, de su situación geográfica específica, y de su cercanía con ciudades, puertos o centros de abastecimiento. En nuestro país, como veremos, las opiniones en temas agrarios y sobre cuál es la regla para definir al latifundio han provocado las más variadas miradas y opiniones a través del tiempo. Si bien  no existen reglas absolutas o de aplicación universal, sí hay promedios, tendencias, algunas certezas, y capacidad de comparar por vía de aproximación. Las distintas situaciones productivas uruguayas  permiten percibir diferencias muy grandes entre una región y otra  en lo que refiere a calidad, valor y eventual uso de la tierra.

La preocupación de Tiberio era dotar de tierra a la plebe urbana, a los soldados licenciados y sin trabajo, y a los soldados que regresaban de las colonias, con el objeto de darles debido asentamiento y evitar la concentración de gente desclasada y sin intereses atados al uso de la tierra.

La importancia relativa que tenía la tierra en el conjunto de las actividades humanas, se vio parcialmente debilitada con el desarrollo sucesivo del comercio, la industria, banca, energía, y el de las actuales corporaciones que articulan la Internet. La influencia en las decisiones sociales, la reputación, y todos los elementos que conforman el poder y los centros que lo ejercen, evolucionaron en igual sentido, sin desplazar de manera radical a la tierra. Aún así, sobrevive una creencia, (hechura de siglos donde privaba la superior importancia de la tierra), que sigue vagamente presente en la sociedad, y que consiste en una actitud general de desagrado con el agro, contra el poder que representa, y, en especial, contra el latifundio, entendido como forma asumida de expoliación de los más. Todo esto pese a que el sector tiene una importancia relativa cada vez menor en el PBI de todos los países. Igualmente persiste, debe señalarse, la enfática creencia de que la tenencia de la tierra, en especial en gran escala, sigue siendo un hecho aborrecible. En especial, en países de mayor atraso relativo, donde la gran extensión es aún realidad viva y las diferencias sociales muy marcadas.

La tierra tiene una única virtud: existe. Es material, se mide, se toca. Tiene esa cercanía con el individuo de carne y hueso y posee una belleza propia, intrínseca. Y por sobre todo, es parte clave de una simbología que viene, con tremenda carga afectiva, personal y social, desde el fondo de los tiempos. La tierra es el lugar que clava al individuo en un punto del espacio. Es lo que prefigura el trazado de su itinerario, determina su pertenencia espiritual a un pago, rincón o caserío. Es lo que carga con historias, crisis, cambios y revueltas. Por la tierra se vivía y se moría. Y el recuerdo de rencores viejos, por causa de la tierra, afloran 1000 o 2000 años después. Eso es parte sustantiva de la historia.

La tierra es, al fin, una versión muy peculiar del poder del dinero,  elemento que tuvo mayor nivel de reputación social, y un tipo de prestigio peculiar, cuestionado y resentido por parte de la sociedad. En ello hay razones de peso ideológico que se alimentan de ideas de reparto, y de la demonización de sus causas. Pero, en cualquier caso, siempre fue factor de diferenciación y prestigio.

2.- Un terrón en la mano

No es posible describir la totalidad de problemas que ha suscitado el latifundio:  el tema de la división de los campos, el conjunto de revoluciones y movimientos generados al respecto, y las ideologías que lo sustentaron. Para estar en condiciones de ingresar luego al análisis del asunto en Uruguay, proponemos previamente realizar una sucinta referencia a su origen, y a momentos de gran significación histórica. 

En ese contexto, decimos, que el latifundio, fue, muchas veces, producto de las expansiones de la conquista y del descubrimiento de nuevas tierras. Que venían, a su vez, de la mano con expectativas, aventuras, ansias de poder, y ánimo de lucro. Otras veces, reconoce orígenes autóctonos. Por eso veremos patrones de reparto, justificación de los derechos o su carencia; y podremos observar cómo, desde hace largo tiempo, se repiten ciertas actitudes y se comprueban algunas diferencias.

Aproximar al tema permite explicar el origen en las diferencias de rango y la situación de vastas sociedades anteriores a la conquista, la que estuvo asociada a la tierra y su dominio. Se tratará de mostrar los elementos comunes en el ejercicio de la explotación del latifundio, las manifiestas cercanías, en el fondo y en la forma, entre sociedades distanciadas claramente en el tiempo y en el espacio. Daremos preferencia testimonial a los casos de mayor relieve, vinculados al latifundio y al trasfondo ideológico que lo rodea, registrados en Grecia y Roma.

Aristóteles dijo que “el ordenamiento justo de la propiedad es lo más importante, pues en torno a él se producen todas las revoluciones”. Estaba pensando en los problemas suscitados en Ática, en el siglo VI AC, derivados del enfrentamiento entre grandes y pequeños propietarios, nobles y campesinos. Le preocupaba  especialmente la justicia a la hora de distribuir. 

En su día, y de modo definitivo, procuró Solón (638-558 AC) resolver el asunto de  la concentración de riqueza extrema de los eupátridas (nobles terratenientes) en relación con los campesinos, que pretendían una reforma agraria y una adecuada distribución de la tierra. Solón dispuso anular las deudas de los pequeños productores. No se sabe con certeza si fue quita de capital o solo de intereses, o de ambos, y si alcanzó o no a todos los que no eran nobles propietarios, pero refleja el interés y la conciencia de una clara inclinación contra la injusticia. No pudo solucionar el tema de la requerida distribución de tierras. Lo cierto es que la historia le reconoce el notable mérito de haber procedido a la definitiva eliminación de la prisión por deudas, favoreciendo a campesinos que muchas veces estaban en la cárcel por la propia persecución del latifundio para absorber a pequeños productores. Desde entonces, las consecuencias de la deuda se redujeron al ámbito civil y a los bienes, alejándose del ámbito penal; principio esencial de un esquema republicano, hoy vigente. Es también el responsable de la supresión de los derechos patriarcales relativos a la venta de la mujer propia o de los hijos. Hace 2.600 años, Solon alteraba el poder del hombre sobre su propia familia. El problema vigente seguía siendo la distribución de la tierra. Actualmente continúa en discusión el tópico de la propiedad y uso de la tierra, y ha asumido novedosas variantes el tema del patriarcado y de la exclusión.

En la época recién referida, el latifundio se concentraba siempre en actividades agrícolas cuyo destino era el consumo y la exportación. Cereales, vino, aceite de oliva. Lo que se producía en Roma y en Grecia, Sicilia, Egipto, África del noroeste e Hispania.

Todo el funcionamiento de la economía global (incluido el latifundio como forma de la explotación), estaba sustentado, en materia de recursos humanos, en el trabajo de los esclavos. Hubo latifundios, primero en Roma, que fueron también derivando (en el imperio Romano, en épocas de la República) hacia los territorios de terceros objeto de conquista, resultado de la transformación de la tierra (ager publicus). Todo esto transformó en tierra pública un tercio de la superficie disponible para cultivos de las nuevas colonias. Con el tiempo, esas superficies salieron de la red pública, para volver a ser latifundios a través de un proceso en el cual son objeto de división y recurrente concentración, de manera confusa, incluyendo subastas (que encubrían distribuciones a favor de los militares de alto rango), y que después fueron tornando a tierras en arrendamiento, para llegar a ser objeto de simple apoderamiento de muchos. Los primeros latifundios, en la zona de dominio romana, vienen de los despojos de la guerra, en especial a partir del siglo II AC, y su prototipo, de estructura y forma de trabajo, son primeramente los predios instalados al sur de Italia y Sicilia, a los que siguen el sur de España y el Magreb.

El latifundio del que venimos hablando era agrícola, mientras que en nuestro país fue exclusivamente ganadero, en sus orígenes y durante un lapso muy prolongado. Hubo que esperar a la época presente en el Uruguay para poder observar latifundios en áreas agrícolas: primero fue el de la explotación de la soja y, casi en forma casi simultánea el de los predios madereros

Pero volvamos a esa extensión en las colonias, fuera de Roma, que alentaba las expectativas de legionarios, y de militares en general, para recibir más beneficios. Nueva tierra, más beneficios. La adquisición de las pequeñas parcelas por los grandes productores, en forma lenta pero  inexorable, mejoraba la economía de escala, y provocaba un retorno a la vieja estructura del latifundio. Cuatro siglos después de esa conquista, el latifundio se había reinstalado, mediante compra o anexiones de los más pequeños, tanto dentro como fuera de la capital del imperio. 

El cultivo en gran escala fue en Roma seguramente atribuible al desarrollo del trigo, importado después de Sicilia, y aún de Africa y Egipto.  Fue este un cultivo que, a su vez, aumentó notablemente la cantidad de esclavos que trabajaban en la ciudad. Plinio el Viejo, autor de obras de relevantes sobre las Ciencias Naturales, dejó constancia explícita de la pena que le deba la certeza de la ruina inevitable de Roma por sustituir al campesino romano, que había ido a las guerras y abandonado su tierra, por la esclavitud.

3.- El arado y la sangre

En la época de la República, y muy especialmente en los dos siglos antes de Cristo, se dan hechos notables en materia de distribución de tierras y latifundios. Es época fermental, cuyo episodio más relevante se concentra en las reformas de los Gracos, Tiberio y Cayo Graco, nietos de Escipión el Africano. En los años 133 AC y 123 al 22 AC, respectivamente, éstos presentan varias reformas de interés en el tema.

Antes de Tiberio Graco, Tribuno de la Plebe, ya había normas limitativas de la superficie de tierra que podía tener una familia, normas cuya aplicación cierta es en alguna medida difusa, y a las cuales Tiberio recurre como base de su reforma. Las mismas derivan de las leyes Licinio Sextiaras, del año 376 AC, que habían fijado límite máximos de propiedad de la tierra por familia. Ese límite era de 50 yugadas  (corresponden a 125 has) más 31 hás por hijo, con un límite  aproximado de 250 hás total. Según crecían las familias, ese límite era, como es obvio, un foco de dificultades prácticas a la hora de atribuir la tierra. No se conoce cuál fue el destino real de las leyes Sextiaras, ni cuál fue su aplicación efectiva. Otra limitación que establecía la ley era la regla de que los esclavos debían ser, como máximo, igual en cantidad a los trabajadores libres, de forma de mantener el trabajo de los romanos y, a su vez, como instrumento para no hacer uso abusivo de los esclavos. La preocupación de Tiberio era dotar de tierra a la plebe urbana, a los soldados licenciados y sin trabajo, y a los soldados que regresaban de las colonias, con el objeto de darles debido asentamiento y evitar la concentración de gente desclasada y sin intereses atados al uso de la tierra. En igual sentido, se promovía otorgar la nacionalidad a los itálicos y mejores condiciones políticas a los caballeros, que eran quienes se ocupaban de los negocios. Todo en oposición a la nobleza, que dominaba el Senado.

Por las razones apuntadas, se resolvió otorgar, tomando la referencia de las leyes Licianas, una extensión de 7,5 ha por familia, sin discriminar aumento por hijos. La reforma, en cualquier caso, cambia radicalmente la superficie original del latifundio, rebajando ésta a las 7,5 ha. Las tierras a distribuir sería la de los campos ocupados en forma ilegal, y el de latifundios, que habían crecido a expensas de los romanos que durante varios años habían ido a la guerra dejando su tierra. La inquietud ética de Tiberio era la de apoyar la estabilidad de las clases medias, y la de establecer un status de firmeza, continuidad familiar y sustentabilidad para la propiedad rural. El proceso de sanción y aplicación se fue complicando para Tiberio. El Senado se opuso a las reformas, y el otro tribuno Marco Octavio, sin cuyo concurso no prosperaba la acción (que debía ser conjunta), desistió de la misma, lo que es otra historia.  El episodio terminó en el asesinato de Tiberio y de 300 de sus seguidores.

Se dice que en época de los Gracos se llega a distribuir 80,000 unidades de tierra laborable a los proletarii, que significa aquellos “que crían hijos”, aunque eran en rigor los pobres sin tierra. Lo cierto es que 10 años después, llega a la misma magistratura Cayo Graco, hermano de Tiberio, con la idea de seguir las líneas de reparto de tierras, pero también cargado de un ánimo de venganza por el asesinato de su hermano. Suya fue la iniciativa de ampliar el sistema de reparto de tierras a las colonias, en especial a Cartago y Tarento, como forma de limitar el crecimiento de los latifundios -principalmente los de los militares exitosos-, y, a la vez tener, la tierra en manos de gente confiable para Roma. Cayo Graco también impuso precio límite al trigo, estableciendo la congelación del precio para facilitar su adquisición por los más pobres, y afectó, de manera sensible, las potestades del Senado. Al pretender su tercera reelección, el Senado reaccionó, determinando una persecución, por vías no santas, que terminó con 3.000 muertos, y el suicidio de Graco.

Repasado el proceso de la agricultura como base productiva en la Italia histórica clásica, sería así: la ampliación de la conquista trajo la competencia desleal de aquellos que sostenían su estabilidad en el uso de mano de obra esclava. Eso, en los tiempos próximos y anteriores a los Gracos, llevaba a la ruina de los campesinos, que terminaban vendiendo sus tierras. Había un círculo vicioso que recorría la atribución de tierras, la venta de estas a latifundistas, y de estos al Estado. Y después, a manos de terceros.

Como se podrá apreciar, en el contexto de lo que representaba el latifundio (entre 125 y 250 ha, pero con repartos del orden de 7,5 ha por familia, lo que era una significativa reducción,) al final  eran los poderosos, los miembros de la nobleza y de la riqueza inmobiliaria los que imponían finalmente sus criterios. En estos casos, con sangre. Las consecuencias las sufrieron los estadistas que representaron a la plebe, y sus seguidores, guiados por el objetivo de limitar el poder instalado. En definitiva, se trataba de hacer volver a la tierra a los romanos empobrecidos que, expulsados de la misma, terminaban en la capital del imperio, dedicando su tiempo a cumplir funciones nuevas en los servicios, es decir al nuevo ocio, a las distracciones.

Lo cierto es que hay elementos comunes en todos los procesos, sea de conquista, de dominación nueva de otros pueblos, o de cambios derivados de posiciones religiosas o de etnias, similitudes de entidad. Lo hay tanto en los procesos históricos, en las alternativas ocurridas en la propiedad de la tierra, en los componentes personales y familiares, en las actividades desarrolladas por cada quien. Todo ello a pesar de que existen, también, aspectos destacables que alejan las distintas situaciones, las circunstancias, y los hechos, y contextos que van en otra dirección. Al final, en todas las sociedades -cualquiera sea época, su desarrollo, allí donde la situación propicia o facilita la instalación del latifundio- se genera de manera visible un fenómeno de formación de grupos que lideran la conducción. Los que lideran, suelen ser menores en número, lo que explica en sociedades de diversa orientación las diferencias relativas entre cada uno, por instancias basados o no en la violencia. Hay, por supuesto, mil matices, aún en tierras próximas unas de otras, y en conquistas cumplidas por un mismo centro de poder estatal o imperial. 

La conquista española, sus características principales y su evolución en nuestro país serán temas centrales de nuestra próxima entrega.

¿Cuántos mitos se han creado, cuántos errores se han cometido y cuántos  datos que no se corresponden con la realidad son tenidos por ciertos? Esas son preguntas que trataremos de contestar.