ECONOMÍA > LA ECONOMÍA PENSADA
Segunda de una serie de notas que discuten la historia, y algunos efectos ideológicos, del antiquísimo fenómeno humano de la propiedad de la tierra. En esta entrega, las diversas alternativas derivadas de los cambios en la tierra, en su posesión, en la forma de su gestión, y en la evolución del latifundio en Uruguay. De ellas se desprende que hay diferencias sustantivas entre diversos relatos (los de Barrán y Nahum, o Lucía Sala de Touron – Julio Rodríguez, entre otros), prestigiados culturalmente y asumidos como verdades reveladas por la academia y aún por el conocimiento corriente. Las posiciones sostenidas en esos relatos parten de una visión revisionista, nutrida de prejuicios ideológicos, y se apartan notablemente de los hechos verdaderos, tal como derivan de su propia naturaleza y de su correcta apreciación histórica.
Por Luis Muxi
1 La tierra olvidada y el primer colonizador
Si bien la historia de la Banda Oriental recoge antecedentes de viajeros antiguos -en los viajes de Solís (1512/16), Magallanes (1520), Gaboto (1527), y los Adelantados-, no es menos cierto que los barcos, cosas y personas que circulaban por el Río de la Plata, el Paraná y el Paraguay, en aquellos tiempos pasaban por nuestras costas y seguían, con una preocupación nula por estas tierras, las cuales no visitaron, salvo excepciones.
Quizá por el triste recuerdo de la muerte de Solís, o por la manifiesta hostilidad de los indígenas, evitaban estas costas y subían, barcos y personas, hasta la Asunción, primera población de razonable estabilidad e importancia, o se desplazaban después a Buenos Aires, luego de su segunda fundación por Juan de Garay. No era ésta Banda, entonces, motivo de preocupación, ni fuente de intereses económicos relevantes.
Solo se registran algunos hechos aislados destacables, como la instalación de un remoto fuerte, de vida efímera (el Salvador, que fue abandonado en 1576), y algunas batallas épicas, como la que describe el arcediano Martín Del Barco Centenera, (Argentina y la Conquista del Río de la Plata, Lisboa, 1602) en una larga poesía, que relata, entre tantas vicisitudes, el encarnizado enfrentamiento entre españoles y charrúas -enfrentamiento que nada envidia, en la valentía y el arrojo, a los grandes guerreros ancestrales.
Fue el yerno de Garay Hernando Arias de Saavedra, criollo y a la vez Gobernador de la Asunción, quien tuvo inquietud y preocupación por estas tierras nuestras. Llegó en 1604 por primera vez a la zona, recorriendo a caballo las interminables pampas, apoyado en 600 yeguarizos y 600 bueyes, más un grupo de indios amigables y gente blanca de compañía. En esa ocasión, alcanzó a llegar hasta el caudaloso Río Negro. En 1607, partiendo desde Santa Fe, (conforme lo indica Campal, Hombres, Tierras y Ganados, pág. 15) cruza la Mesopotamia, llevando consigo canoas indias, para explorar con ellas la tierra de ésta Banda. En julio de 1608, con conocimientos firmes de la tierra y de sus posibilidades, recomienda al Rey medidas concretas para su ocupación y desarrollo. La convicción de Hernando Arias de un desarrollo colonizador, y la certeza del futuro promisorio de la Banda Oriental (a la vez del encantamiento personal que sentía por su belleza natural), solo es comparable, en aquellas fechas, con las admiradas descripciones del viajero portugués Lopez de Souza. Éste, en la víspera de Navidad de 1531 sube al cerro de Montevideo y desde allí anota: “veíamos campos hasta donde alcanzaba la vista, tan llanos como la palma de la mano; y muchos ríos, arbolados a lo largo de ellos. No se puede describir la hermosura de esta tierra; son tantos los venados, gacelas, avestruces, y otras alimañas del tamaño de potros recién nacidos, y de su aspecto, que el campo está todo cubierto de esta caza; nunca vi en Portugal tantas ovejas ni cabras, como venados en esta tierra”.
Así fue, que Hernandarias introdujo al Uruguay el primer ganado vacuno en 1611, en la isla del Vizcaíno, sin saber hoy a ciencia cierta de qué cantidad se trataba. Y seis años después, o sea en 1617, trae cien vaquillonas y algunos toros. Los que pasan a residir, parte en la misma isla referida, y la otra mitad, que incluía cincuenta vaquillonas y cuatro toros, en la margen derecha del San Salvador, de estar a los estudios de Buenaventura Caviglia, que Campal cita y comparte en la obra citada (pag 25). Hubo una tercera introducción de ganado, de otro origen, realizada por los jesuitas, en 1634
2 Una larga siesta
Los vacunos, (pues Hernando Arias no introdujo caballos, pese a los autores que afirman lo contrario) se reprodujeron en paz y tranquilidad. Se diseminaron por todo el país, a su ritmo y aire, aprovechando rinconadas, seleccionando pasturas tiernas de mayor calidad, y recurriendo a la protección del monte nativo en los inviernos duros y los veranos ardientes. Todo fue sucediendo plácidamente, sin intervención humana, durante un lapso de aproximadamente 70 u 80 años. Fue un procreo libre, no planificado, en el cual la naturaleza hizo su trabajo, vale decir, seguramente determinó la prevalencia de los más fuertes y de los mejor preparados para sobrevivir. Un proceso que seguramente, solo alteraba el daño que podían causar los escasos predadores de la región, pumas, tigres y yaguaretés.
En cualquier caso el ganado vacuno registra, en el periodo, un crecimiento de gran magnitud. Es difícil establecer la cantidad de ganado existente al final de este lapso, o sea, a fines del Siglo XVII y principios del siglo XVIII. No existen datos fidedignos para ello. Los vacunos migraban por disposición libre, y habrán existido también grandes arreadas de ganados que hacían los indios, o los primeros corambreros -quienes explotaban el cuero-, o los brasileños, arreadas hechas en mesurado silencio y lejanía de la autoridad.
Estas intervenciones pueden determinar cambios en la tasa de crecimientos relativos, porque seguramente, ademas, hubo grandes secas o inundaciones pertinaces, con sus secuelas, entre las cuales debemos registrar crecimiento de la mortandad, menor cantidad de nacimientos, cambios en la forma y capacidad de crianza etc.
En cualquier caso, es difícil afirmar la cantidad de millones de cabezas que existía a esas fechas. Campal apunta a un stock de 5 millones de cabezas. Sin perjuicio de ser firme la existencia de una verdadera población vacuna de magnitud, hay otras opiniones que citan números menores.
En ese sentido, Coni (Historia de las vaquerías del Río de la Plata, Madrid, 1930) plantea, al referir al tema -destacando la forma de aniquilamiento progresivo de redes mansas y cimarronas en la Argentina-, que tampoco era muy significativa la cantidad de vacunos en ésta Banda. Sus reflexiones, siguen datos de las extracciones oficiales, a partir de una tierra difícil, y con indios cerriles.
Las autoridades de Bs As, Santa Fe y Corrrientes, se disputaban los permisos de vaquerías en las primeras décadas del siglo XVIII, y existen antecedentes que acreditan actividad similar de los indios tapes a finales del siglo XVII. Hay datos que determinan que en agosto de 1716 había 400 Santafesinos “vaqueando”. Y que pocos meses después, se denunciaban 2000 hombres a caballo ocupados en esos menesteres.
A los pleitos entre argentinos, acabó sumándose la organización jesuita, que arreaba ganados por sentirse con derecho a no solicitar permisos, y sin pagos de tercios, llegando a transacciones con Santa Fe, y estableciendo cantidad de redes o cueros a retirar (1729). Para violar las normas, fue Montevideo el sitio indicado. A lo largo del siglo, y en forma desordenada, se hicieron extracciones relevantes.
Aquel ganado, a su vez, competía con la fauna silvestre, incluidos venados, gacelas y avestruces, como recuerda el viajero portugués. Pero fue el ganado, y no el hombre, el verdadero Adelantado español que fue creando la riqueza de la Banda. Ésta se hizo, entonces, sin plan establecido y sin estrategias ni objetivos, ni tampoco incidieron decisiones de alcaldes y letrados, ni discusiones de herencias, ni permisos de la autoridad, ni juicios por la propiedad ni reconocimientos de la posesión. Razón por la cual, sin humanos, se pudo consolidar una abundancia material inexistente antes de la conquista, y nunca soñada por los conquistadores -abundancia que tampoco estuvo en los planes de expansión y conquista de las coronas ibéricas.
Esa abundancia provocó conflictos entre los pobladores, y pese a todo sigue siendo un puntal inconmovible, aún hoy, en la producción de la riqueza nacional, y en especial de su exportación. Ella ha sido uno de los centros, por cierto, de permanentes discusiones económicas, sociales y políticas.
3 El sosiego se suspende
Todo al final se sabe. Los secretos tienen vida corta, y también cambian las circunstancias de la economía y de la sociedad. Y los productos que no tienen valor, pasan a tenerlo, y por tanto a ser codiciados, buscados y peleados por diversos individuos y grupos. O sea, al fin la sociedad colonial termina asumiendo la existencia de la Banda Oriental, la presencia amenazante del portugués, y la riqueza nueva que iban a crear, para bien o para mal, esas nuevas modalidades de vida y trabajo. Ellas traen también nuevos tipos humanos, formas novedosas de gestión, y cadenas de valor económicas diferentes, a las cuales referimos sumariamente en el literal anterior.
Portugal siempre tuvo, más allá de los tratados que firmaba y que usualmente incumplía, una notoria política de expansión de su reinado e influencia, a las tierras de ésta Banda. El Río de la Plata fue siempre objeto de referencia para establecer límites a su favor, y para dominar las vías marítimas de comunicación.
Se trata de una preocupación que empieza en el siglo XV según lo hace constar Miguel Lastarria, (en Memoria sobre la línea divisoria de los Dominios de SM Católica y del rey de Portugal de 1805, copiado en Paris en la Biblioteca Real, en abril de 1844 por Florencio Varela, e impreso en Uruguay, en la Biblioteca del Comercio del Plata), y que se mantiene sin pausas, en ejercicio simultáneo de diplomacia formal, guerras de agresión, negociaciones, contrabando, ocupación ilegítima de tierras y arreadas de ganados, hasta entrado el S XVIII, incluida la guerra de los mamelucos, y las constantes desavenencias con los jesuitas.
Esta política sigue y se mantiene como una línea en su sucesor, el Imperio del Brasil, desde el siglo XIX y hasta la fecha, pasando por los comentados Tratados de 1851,1857, y demás acuerdos con Brasil. En todos ellos el tema del ganado, su exportación, su forma de tributar, la posición de protección del Gobierno norteño a los brasileños que viven acá, y el ingreso y salida de los bienes, fueron todas situaciones de capital importancia.
Durante largo tiempo las Misiones cumplieron un objetivo sustancial, no siempre debidamente reconocido, en la medida que constituyeron una suerte de frontera viva que acotaba el ataque portugués y detenía su progreso físico por la parte alta del Río Uruguay. Esa frontera, amplia, conectada, viva y activa, garantía de estabilidad entre los dos Estados, sufrió duramente el impacto negativo del tratado de 1750, obra de diplomáticos españoles y portugueses, en un momento peculiar, donde privaba una estrecha relación de las coronas. Tratado que además de ser bellaco en su propósito, tuvo una estrechez manifiesta en sus objetivos (cambiaba la Colonia por todos los pueblos misioneros, donde vivían y se desarrollaban cientos de miles de indígenas), y terminó causando males mayores. Fue el motor de arranque para abatir una civilización singular, y a la vez, fuente de dispersión de gentes, familias y tribus, que habían aprendido las ventajas de la sociabilidad, la educación y el desarrollo. Y tuvo una consecuencia funesta, para la relación del español con los indígenas, que consistió entre otros, en la pérdida de confianza en el blanco. De paso, contribuyó al menoscabo de la idea religiosa de la protección divina, y a la pérdida de la ilusión de vivir bajo otros patrones culturales.
De allí al desprecio, por parte del indio, de los nuevos valores en vías de incorporación, y su vuelta a la vida libre y rústica. Los indios dejaron de tocar el arpa, de pintar o trabajar tierras o imprentas, y volvieron a vivir a monte, relacionándose con nuevos poderes políticos extraños, como los portugueses, que compraban sus servicios, para terminar, sin pena ni gloria, y en plazo efímero, en otro tratado que privó completamente de valor al anterior. En el medio la guerra de ambas potencias, contra la Orden Jesuita y sus ciudadanos guaraníes, diezmó la población. La única experiencia americana seria y cabal, de respeto por los nativos ( principios que además pregonaban y exaltaban las leyes de Indias), las bases educativas trasplantadas, el aprovechamiento de las condiciones innatas y naturales de los mismos, pierde valor. A lo cual siguió la expulsión de los jesuitas de todos los confines del imperio español, y luego también de otros países, a partir de 1767.
Esa cultura jesuita, viva y plenamente alerta durante doscientos años, al destruirse su poder, le hizo perder valor a esa amplia tierra ocupada, que constituía una divisoria real y movediza de la tierra conquistada. Cultura que tuvo a raya a los bandeirantes, a la expansión oficial portuguesa, y que sirvió de protección a la tierra española. La pérdida de esa cultura condicionó el futuro de la posesión española en la región.
Llegará, al final, el Tratado de San Ildefonso de 1777 que establecerá los nuevos límites. Acercará a Azara, Alvear, Oyarvide y Aguirre, y con ellos toda una nueva visión, un cambio significativo cultural en España, la que cambia los enfoques sobre la forma de operar la tierra, replantearse el latifundio, y mirar hacia posibles y renovadas estructuras agrícolas. Coincide todo ello con el cambio de los Austrias a los Borbones.
La ejecución del Tratado de San Ildefonso fue de ritmo lento y cansino. Sufrió abusos de tiempos, lugares de visita y consulta y discusiones con pretendido valor académico, por parte especialmente de los portugueses, todo lo que se traduce en nuevas desavenencias. Allí, según veremos, se promocionan por el Gobierno de España nuevas sugerencias y mandatos de poblamiento y distribución de tierras, en especial en la cercanía de las franjas de separación de territorios.
Pero la situación se descalabró y las carencias del antiguo espacio jesuita permitirán el avance portugués por el norte, aguas arriba del Cuareim hacia el Ibicui. Ello legitima, de mala manera, la teoría del uti posidetis, que fue piedra de toque de la pretendida legitimación lusitana, y que llevó a amputar, a la larga, parte del territorio que debiera haber sido nacional. Es exactamente en 1801 que Portugal termina por instalarse en tierras de los pueblos de Misiones -a escasos 24 años de la firma de San Ildefonso.
Pero volvamos un momento atrás. Portugal, había fundado Colonia del Sacramento en 1680. Allí empiezan los enfrentamientos, por su dominio, entre España y Portugal. La guerra trae gente, nuevos contingentes que llegan de Córdoba, Santa Fe, Corrientes. Empiezan los tráficos ilícitos, a los cuales hemos referido, y por los que los portugueses se involucran con los indios. Estos encuentran allí nuevas actividades, alcohol, y contrabando. Y es entonces que empieza a vislumbrarse y a alentarse el uso del ganado. Primero para alimento: se faena, come, y se dejan los despojos. Después, pausadamente nace el uso industrial. Había empezado, lentamente, la actividad de los precursores de la edad del cuero, a la cual refiere Zum Felde, de manera muy ilustrativa.
Los ganados en las primeras épocas pertenecían al común. O sea no tenían propietarios particulares. Y al principio, cada Cabildo daba los permisos, a su aire y lejos de todo reglamento o normativa. También cada Cabildo controlaba las arreadas, o parecía que las controlaba.
El interés por los cueros despierta lo que se denomina las primeras vaquerías. No hay unanimidad respecto de cuál fue la primera y donde. Hay elementos que recuerdan que la primera habilitación formal deriva de una autorización de 1709. Finalmente en 1716, y luego de idas y vueltas, mediado por aquella papelería que ha alumbrado (para mal) nuestra cultura, el Rey otorga la facultad de autorizar arreadas y vaquerías al Cabildo de Buenos Aires. Lo hace por un valor interesante, consistente en el tercio del precio de lo vendido. Seguramente fue aquella una de las primeras reglas fiscales que beneficiaban a los Cabildos, cuya competencia era amplia y variable.
Aquel privilegio provocó disputas y violaciones continuas, e incluyó, como de paso, la facultad para acordar con el asiento inglés, el cual regulaba las exportaciones de cosas y de personas. A poco que se analiza, es posible verificar, que los ingleses son, en rigor, los grandes beneficiarios finales. España habilita a Inglaterra, y los movimientos de barcos acreditan que son éstos quienes extraen la riqueza del cuero. Así lo confirma Coni (op. cit. 38 y siguientes). De los datos obtenidos, hay registros, en un periodo de tiempo, de 26 barcos ingleses y 11 españoles.
4 Las tierras sin fin
La conquista, cuando empieza en America, solo encuentra, a su paso, multitud de tribus dispersas, diferentes, especiales, con diverso grado de desarrollo relativo, viviendo en matices difusos de la época Neolítica. Tenían estas sus costumbres para la guerra, la familia, la comida y la forma de relacionarse con los otros grupos.
Grandes son las diferencias entre incas, y mocobíes, como las son entre mayas y charrúas. Mucho se ha discurrido y debatido, respecto de la conciencia o no de su pertenencia a un lugar, y de la certeza del significado del concepto de propiedad, en el sentido en que este es identificado por el sistema capitalista, incluido el del imperialismo del siglo XV. No existen, en nuestro conocimiento, elementos objetivos que lo acrediten. Tenían en general, formas colectivas de vida, y formas no sedentarias en sus costumbres, máxime en nuestro caso.
Acostumbrados a la asociación oriental=charrua, cuesta entender que en rigor este fue un pueblo nómade, trashumante, y que habitó durante muchos años en la mesopotamia argentina. Tenían sus afinidades, como lo acreditan las guerras jesuíticas a las que refiere con tan singular precisión Bracco (guerras con otras tribus, o con otros pueblos blancos), o con los religiosos jesuitas. Y tenían, también, la debida repulsa para aquellos que los sometieron, los vejaron y los corrompieron, sea por mita, yanaconda, u otra forma de dominación.
5 Tierras realengas del común. El personaje del gaucho.
La ganadería da forma al hombre en su hábitat, lo define. Lo clava en su espacio. Las exigencias del manejo del ganado moldean el carácter, marcan las costumbres, crean un tipo singular. Todo lleva a darle intensidad a la vida, frescura natural a la valentía, y una dosis de razonable equilibrio entre la mansedumbre y la resistencia. Fuerte y prevenido. Desconfiado y ladino.
A esta Banda desierta y amplia, despoblada e intensamente celeste y rosa, fueron llegando gentes de todo tipo y origen. Hemos mencionado a la gente de la mesopotamia argentina -tierra cercana de gran afinidad-, indios errantes, tapes y guaraníes, gente de la Asunción. Vienen en busca de libertad y trabajo, y en busca de capitalistas, para la función de matar toros, hacer cueros, juntar sebo y grasa. Se les llama accioneros, y actúan en el marco de reglas que incluyen la recogida de grandes cantidades de vacunos. Su actividad interactúa con la venta de esclavos (Inglaterra tenía en ella privilegios otorgados por España), la que llegó incluso a tener barracones en el departamento de Colonia.
El interés por los cueros, que deriva de la célebre ley de la oferta y demanda, provocó aumento de los precios. Como ya señalamos, al empezarse con el ordenamiento se había otorgado a Buenos Aires la facultad de dar permiso para realizar vaquerías. Entonces, con precios al alza, y con intereses internacionales en juego, se conceden nuevos permisos de extracción, en negociaciones con los jesuitas, que son grandes propietarios de ganado, y se conceden rutas para el corambre el sebo y la grasa, tal como surge de la propia remisión que hace Millán y que figura, como referencia, en el reparto de las primeras chacras y estancias.
Aparte de ello, un tipo social nuevo, diferente y estrechamente vinculado al hábitat que lo configura, termina siendo el gaucho. Campal aventura, con razonabilidad (op. cit., pag 43) que “es un producto híbrido, que engendran en vientres minuanes, guenoas y chanaes, los atrevidos changadores de vaquerías, probablemente mestizos, que vienen de los lugares más apartados, en el ambiente bárbaro de los campos de San Gabriel, sin Dios, sin Rey y sin Ley”. El gaucho viene a ser, en resumen, un individuo solitario, duro, y que trabaja a destajo de forma intermitente.
Esta etapa de la vaquería y del gaucho, fue una etapa en la cual la colonización fue nula en crear resultados, avances o adelantos. Sin estabilidad social, ni pueblos nuevos, ni educación, ni cultura. Fue época de valientes, de destreza con el caballo y con el cuchillo, y de firme coraje para la defensa y el ataque personal.
Pero la época tuvo además una cualidad especial, que es poco destacada en general. Carlos Benvenuto en “La evolución económica. De los orígenes a la modernización” (Enciclopedia Uruguaya, Tomo I, pág. XLVII) destaca cómo fue que el gaucho se fue adaptando a la tarea que tenía por delante, por fuera de todo control social. Trabajaba cuando era demandado, y dejaba de trabajar cuando la demanda desaparecía. Dice el autor: “Constituyó el proletariado ideal -si los hay- pues aceptaba calladamente la suspensión unilateral del contrato, y se refugiaba en un modo de vida autosuficiente, que le permitía sobrevivir, cuanto tiempo fuera necesario”. Estaba a la orden. Y pese a su noble actitud al no comprometer nunca a su mandante, “no fue un trabajador sumiso”. Tuvo dignidad. No aceptaba condiciones insatisfactorias. Los viajeros, dice Benvenuto, se asombraban de sus altos salarios, fruto en lo principal de constituir un factor productivo económicamente escaso, lo cual determinaba que fuera difícilmente sustituible.
El inevitable interés que lleva a imitar las formas productivas que crearon las vaquerías provocó un nuevo y silencioso enfrentamiento por el dominio de los ganados, y por la disponibilidad de la tierra. La figura del gaucho, libre y costoso en su trabajo, debe ir acostumbrándose a la división de la tierra, a la formalización de la propiedad, y a encarar otros horizontes, más sedentarios y estables. Ello explica, también, esa rara cualidad del guerrero oriental, que circula durante el siglo XIX, diferente a otros, valiente y corajudo, diestro con el caballo y ligero con las armas. Virtudes que apreciaba con largura en los orientales Jorge Luis Borges.
6 La tenencia de la tierra. Normas y realidades
Campal cita en su libro cierta real cédula de Carlos V, que edictaba: “Por haber yo sucedido enteramente en el señorío que tuvieron en las Indias, los señores de ellas, es de mi patrimonio y Corona Real, el señorío de los baldíos, suelo y tierra”. A esa norma, que asumía la plena propiedad por parte de la monarquía de tierras y accesorios, siguió la ordenanza dictada por Felipe II en 1573. Normas que se aplican, en su día, en Buenos Aires, y se trasladan a la Banda con la fundación de Montevideo.
Cuando el tema de las vaquerías se complicaba para los intereses españoles, y la Banda Oriental seguía tentando la imaginación de la expansión portuguesa, ésta se lanza a consolidar la idea, intentando agregar Montevideo a la Colonia. Entonces la monarquía española entiende que ha llegado la hora de fundar Montevideo.
Cumplidas las exigencias de la normativa, llegados los primeros pobladores (no hubo gran pasión en Buenos Aires para lograr ciudadanos que cambiaran de Banda), pese a todas las ofertas de beneficios, el 24//12/1726, el Capitán de Caballos Corazas, Pedro Millán, debidamente autorizado por Bruno Zabala, fijó la jurisdicción de la ciudad. Fijada ésta, la primera decisión refiere al ganado (Revista del Archivo General Administrativo, Vol. I, pág 101 y sig.) por la cual establece que, no habiendo los vecinos procreado los mismos a sus expensas, “haya de ser y sea común para todos el aprovechamiento”. Por lo cual nadie será osado para faenar, hacer corambre ni recogidas, sin debida licencia.
Con la misma amplitud de concepto, establece “que los pastos, montes y aguas, y frutas silvestres, hayan de ser comunes, aunque sean tierras de señorío”. Con lo que nadie podía limitar el corte de leña y maderas para las fábricas. Fija el criterio del pastoreo transitorio en tierra ajena, y para asegurar el agua, determina que entre unas y otras suertes de estancias, se dejará una calle de doce varas, para abrevadero común.
En un mismo esquema de libertad y creación de derechos sociales, todos los caminos son libres, “aunque atraviesen las heredades repartidas”.
Debemos resaltar la amplia concepción de los derechos de todos los ciudadanos, que superan largamente cualquier referencia actual al derecho de propiedad. La cuestión era asegurar a todos libertad de abastecimiento y de circulación, sin límites ni restricciones.
Antes, el 28/8/1726, ya se había resuelto otorgar a cada poblador 200 vacas y 100 ovejas, carretas, bueyes y caballos, herramientas y granos. La propiedad se adquiría una vez verificada ocupación de 5 años, sea en chacra o estancia.
El primer reparto de estancias, se hizo en 1728, en la zona del arroyo de Pando. La hizo también Millán. El primer agraciado fue Sebastián Carrasco, y el reparto alcanzó a un total de 20 estancias. Otros autores dicen 22. Así se consigna en la Revista del Archivo (op. cit., pág. 151 a 153).
Cada suerte de estancia, conforme a las normas vigentes, tenía una extensión de 3.000 varas de frente por 1 legua y media de fondo.
La Historia Compendiada de la Civilización Uruguaya, de Orestes Araujo (1907), señala que la suerte en la legislación de Indias (objeto de donación) implicaba una extensión de 2700 cuadras, que entonces oscilaba entre 1800 a 1900 has. Sala Touron y Rodriguez hablan de 1850 ha. Las diferencias de áreas dependen de las diferentes longitudes de varas y leguas.
Esa es la referencia colonial. Esa es la suerte de estancia que se usaría para la donación por parte de España, a quienes se consideraba podían acceder a dicho beneficio.
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A partir de ahora, en notas sucesivas, veremos cómo evoluciona la posesión y propiedad de la tierra dentro y fuera de las normas. Nos detendremos, en la época Colonial (desde 1726 hasta 1804), en la época artiguista (en especial en 1815/16), en la dominación extranjera (1820/1828), en los primeros gobiernos, en la época de la Defensa, para llegar al censo de 1908. Allí, el análisis será más detallado en relación al latifundio. En especial, analizaremos críticamente las versiones de los historiadores.