La Cisplatina
ECONOMÍA
Octava de una serie de notas que discuten la historia, y algunos efectos ideológicos, del antiquísimo fenómeno humano de la propiedad de la tierra. En esta entrega se revisa el período de la Cisplatina, la incidencia de Rivera y las decisiones de Lecor respecto de la propiedad de la tierra
Por Luis Muxí
Las ideas artiguistas relativas al reparto de tierras se frustraron, en lo principal, en razón de la invasión portuguesa. No había entonces posibilidad material alguna para Artigas de compatibilizar las exigencias de la defensa de la nación con la organización de la nueva distribución de la tierra. Y fue un problema inevitable, para mantener la estructura de un sistema firme de fomento, policía y desarrollo como se había pretendido en el reglamento, tener que ceder ante la prioridad inevitable de la defensa de la soberanía.
Esas circunstancias, que abortaron la aplicación del Reglamento en sus primeros escarceos, plantearon a su vez nuevas y diferentes alternativas para la tropa invasora. Por un lado, mitigar o desarrollar la nunca abandonada idea imperial de rastrillar hasta la raíz nuestro capital vacuno para su traslado a Brasil, facilitando el incremento de riqueza de sus súbditos. Por otro lado, cuidar la inevitable política del invasor, que debía atraer luz e ilusión a su inconveniente y no querida presencia, suavizando la misma para generar planteos que fueran populares al nuevo estado de cosas. Al menos, la invasión debía ser funcional a los intereses específicos de los grupos selectos de poder y a los formadores de opinión, sirviendo al fin a dos señores. Vale decir que el invasor tenia la instrucción de encontrar formas y procesos de acción que permitieran facilitar y promover la invasión beneficiando al Brasil, y generando asimismo alguna forma de consenso amable de parte de los invadidos, en especial de aquellos que ostentaban rangos sociales significativos o tenían poder de atracción en las masas guerreras. Esto supone legitimar al mismo tiempo la transgresión invasora hacia adentro y hacia afuera.
Nuevas y renovadas controversias iban a definir las rutas de acción posibles, y crear dificultades varias, que inclinaban el interés hacia el beneficio económico de Rio Grande y de sus haciendas y sus industrias, en detrimento de las expectativas razonables de la Provincia. Todo esto le impidó a Lecor tener un apoyo permanente y sistemático de los principales actores políticos y sociales de la Banda Oriental. Tuvo algunos muy fieles, genuflexos y permanentes y otros bastante erráticos en sus preferencias. Ello explicaría, en alguna medida, la presunta sumisión original al invasor de un grupo representativo de la sociedad oriental, y la rápida y contraria adhesión de muchos de ellos a los movimientos de 1823/25. Variación súbita e inesperada de muchos ciudadanos que durante años ocuparon puestos de singular importancia antes, durante y después de la Cisplatina. Alguna razón existe para que se haya mantenido una convivencia amigable y hasta confortable entre distintos personajes que oscilaron según tiempos y lugares en sus alianzas, sus adhesiones y sus expectativas. Hubo quienes estuvieron con distintos caudillos y ocuparon cargos diversos en distintos periodos. Todo sin perjuicio de los que estuvieron siempre lejos de los “intereses nacionales”. Que en rigor académico, fueron pocos, aunque magnificados al infinito por una campaña revisionista de corte marxista. La materialidad de resumir todo con sesgada ingenuidad a la maldad en algunas figuras señeras, y determinar que ellas son causa de todos los males, es en general fruto de una constancia digna de encomio de los historiadores revisionistas de izquierda de los 60. Su lectura, repetida y dada por buena por ellos mismos u otros, terminaron por crear áreas bien sombreadas que ensombrecen a personajes de real valía.
Los múltiples orígenes de la propiedad territorial a esas fechas.
En un estudio de capital importancia sobre el tema (Bosquejo de nuestra propiedad territorial, Alberto Marquez, 2a. edición 1904, Montevideo, pág. 349 y siguientes) el autor define y organiza los diferentes orígenes de la propiedad territorial en nuestro país. Del dominio español del cual hemos hablado, refiere a ocho grandes orígenes, los cuales son: donaciones reales, donaciones de los virreyes, ventas reales, ventas o donaciones in solutum de los virreyes, mercedes de los comandantes militares, mercedes de los Cabildos, mercedes de los gobernadores, prescripción de acuerdo a la real cédula del 15 de octubre 1754. A ello debe agregarse aquellas derivadas de decisiones de las Provincias Unidas, consistentes en permisos para poblar y donaciones del Gobierno de Buenos Aires. A lo cual, y hasta donde llegan hoy estas notas, es preciso agregar tres orígenes de la época artiguista: los permisos para poblar otorgados antes del reglamento por subalternos de Artigas, las donaciones efectuadas de acuerdo al Reglamento, así como otras donaciones realizadas sin requisitos de inscripción ni confirmación.
Se puede deducir sin esfuerzo que antes de la invasión portuguesa, existían trece diferentes orígenes de legitimidad, real o presunta, para hacer a alguien dueño de una tierra.
A partir de la invasión portuguesa, según destaca Marquez en su obra, se agregan cuatro nuevas formas de origen de tierras. Ellas son la confirmación por los portugueses de las enajenaciones realizadas durante el periodo español, las enajenaciones realizadas conforme a la legislación española, el Bando del Barón de la Laguna, y las donaciones realizadas por los brasileños.
De acuerdo a lo señalado, existen al fin de la dominación portuguesa y brasileña, diecisiete orígenes diversos de tierras en el Uruguay. Puede perfectamente entenderse entonces, a aquellas fechas, la multitud de controversias, diferencias, pleitos, y todo tipo de conflictos derivados de tamaña diversidad de orígenes, que de una u otra manera, crearon conflictos de toda clase respecto de la titularidad de la tierra. Y debe también entenderse en su real dimensión que cada periodo, cada situación de poder real, cada normativa que crea la nueva situación, repiten hasta el infinito todas las discusiones relativas a los conflictos de legitimidades varias con origen en diecisiete formas jurídicas diferenciadas.
A efectos de que el lector tenga una adecuada visión de la realidad corresponde destacar que posteriormente a la época de la dominación portuguesa, es posible identificar otros trece nuevos orígenes de propiedad territorial. Todo lo que lleva a visualizar, conforme lo hace Marquez un número de treinta diversos orígenes de la tierra.
Esa cantidad de orígenes permite acreditar la segura y patente conflictividad de los mismos, la inevitable confusión de pretensiones, especulaciones, y demás causas de diferencias que marcan y pautan las distintas alternativas de la propiedad de la tierra. Y consecuentemente de la importancia del latifundio en la evolución de la propiedad y uso de la misma. La historia posterior siguió al ritmo de las diferencias sometidas al Poder Administrativo y al Judicial, a los intentos de encontrar formas de validar las ocupaciones de hecho y en especial a lograr resultados eficaces en la confrontación mas fuerte entre propietarios y poseedores. Según tiempos y circunstancias, como hemos visto y como veremos, la suerte acompañó o abandonó a unos y otros grupos. Cada vez que fue compañía o abandono, hubo soldados a la orden para destruir lo anterior o cuestionar la nueva situación.
Curiosidades portuguesas y tempranas ideas de Lecor sobre el tema tierras
La diplomacia portuguesa tenia en aquellas épocas una mesurada y pretendidamente neutra explicación de los motivos de la invasión. Así surge de la contestación de Lecor a Juan Martín de Pueyrredón, señalando que sus marchas sobre el Uruguay no atacan neutralidad alguna, a partir de la premisa de que el territorio oriental es independiente del Gobierno de Buenos Aires. Insiste en que se trataba de “ese gobierno sin vínculo alguno de federación con esas provincias, en guerra abierta con esa capital, y sumido en una espantosa anarquía cuyos desórdenes comprometían ya la seguridad de las fronteras portuguesas”. Indica que las Provincias no podían garantir en el momento el orden de la región. Su certeza en las razones que invoca lo llevan a presumir, con destacada soberbia, que era inconveniente que el gobierno argentino se comprometa para “tener como enemigo un rey vecino, sin otro fruto que sostener a los caudillos orientales y asegurarles el derecho de oprimir 100 familias en esta Banda”. (Archivo Artigas “Carta de Lecor a Pueyrredón del 9/2/1817, T. 32, pág. 182). Igual política ensaya el rey Juan VI dirigiéndose al rey de España, Fernando VII, a quien trata de hermano entrañable, intentando disuadirlo de pensar mal de la invasión. Plantea que se trata de una justa defensa de Portugal contra los vasallos insurgentes y contra Artigas y sus secuaces. Protesta sin anestesia de sus honrados propósitos, y se molesta de cualquier mal pensamiento del rey hispano sobre su actitud, terminando al señalar que “mis tropas no marchan a conquistar el territorio del Uruguay”. Antes bien es la defensa de un hermano de corazón del rey español. (Archivo Artigas, “Carta de Juan VI de 15/2/1817, T. 32, pág. 184). Impresiona la naturalidad con la cual expresa exactamente lo contrario de lo que piensa y hace.
Finalmente, y en relación precisa con el tema de tierras, es de interés señalar la posición de Lecor pidiendo instrucciones respecto de la política a seguir en esa materia. La carta es bien temprana en la conquista, pues tiene fecha 28/2/1817 (Archivo Artigas, T. 32, pág. 184) y requiere decisiones sobre si corresponde restituir a sus antiguos dueños las tierras secuestradas o confiscadas a los españoles, o si deben ser consideradas pertenecientes a la corona portuguesa. Pregunta sobre la necesidad de hacer inventario formal, y señala que espera resolución. Es de marcado interés que apenas iniciada la invasión, cuando había muchas otras prioridades e intereses, Lecor tuviera tal preocupación por un tema que podía ser objeto de ulterior análisis. Sin embargo el tema de los campos es para el Barón un tema urgente, lo que manifiesta de manera por demás clara y enfática, al indicar “que tanto necesito para desembarazarme de un negocio que me ocupa demasiado”. O sea cuando recién llegaba el tema tierras, sus pretensiones y reinvindicaciones, lo abrumaban.
Es fácil percibir que la primera preocupación sobre la cual se pide instrucción es sobre qué hacer con los ocupantes, qué hacer con los españoles que vuelven por sus fueros y sus perdidas tierras, y con todos los problemas que derivan de una situación que no tiene solución a la vista. Apenas llegar, el tema de la tierra le ocupa mucho tiempo y espacio a quien dirige la guerra. Iremos viendo como evoluciona el tema, como a su amparo se producen arreos de gran importancia, que Lecor intenta contener, como se van enquistado contingentes de hacendados brasileños al norte del Río Negro, y como se va a solucionar el tema del paisanaje preservando su posición en el campo, y evitando así nuevos problemas sobre la posesión de la tierra. Lecor es consciente de la necesidad de salvar el tema de los insurgentes, achicar los conflictos de la campaña, y encontrar una paz al menos temporaria.
Perspectivas y visiones sobre el tema de la tierra durante la Cisplatina
El Uruguay tuvo desde su origen limitadas posibilidades físicas a su expansión natural. Más bien fue la tierra, en disputa perenne, la marca límite de las desavenencias y el origen de muchos males. Incierto y en disputa el mando con los argentinos, y confusiones que vienen del fondo de la historia respecto de la jurisdicción de cada quien. Es bien cierto, además, que la conquista por los brasileños en 1801 de las tierras de Misiones (reclamadas por Artigas en sus Instrucciones, y reconquistadas por Rivera en 1828, restringieron aun más su margen de maniobra. En esta época se le suma la invasión directa y la pretensión anexionista brasilera. En la Enciclopedia Uruguaya T.I/6 (Portugos y brasileños, Tabaré Melogno, pág. 103) destaca el autor el interés común del Portugal y las Provincias Unidas para estrangular al artiguismo, pese a la notable renuncia que hacía Buenos Aires de “una porción clave del territorio”. Extirpar un enemigo suele tener costos significativos.
Corresponde sin embargo señalar nuestra discrepancia con la tesis de que la invasión fue una “revancha patricia” frente a la revolución artiguista. Esta peculiar forma de entender los hechos, no reconoce ni las actitudes de parte del patriciado que acompaño a Artigas, ni tampoco la dureza y crueldad de aquel enfrentamiento con la invasión portuguesa. Máxime cuando fue necesario pelear en dos frentes, y en inferioridad de condiciones. Melogno podria decir (lo dice en pág. 113) que Nicolás Herrera había estado cercano a Lecor desde el inicio, así como aquellos otros ciudadanos que integraron el primer Cabildo. Consumada la invasión y el poder de hecho, muchos debieron aceptar la realidad sumando a veces su esfuerzo, y tomando debida distancia cuando les fue posible.
Es poco razonable afirmar que la invasión podía ser la obra de un patriciado cansado, raído y huérfano de poder. Antes bien, lo dicen Juan VI y lo ratifican los hechos históricos claros y patentes desde 1680 hasta 1817, pasando por 1801 (137 años de políticas coherentes del Portugal) a lo cual se debe destacar también las guerras
guaraníticas, las invasiones de los bandeirantes, el acoso a las Misiones, y la constante reiteración de arreos de ganados y penetración en nuestra patria de los hijos de las tierras del Río Grande, que es justo decir terminaron aquerenciados y que aun hoy mantienen propiedades, lazos y familias en ambos territorios. Estas son de verdad los motivos históricos para llevar y mantener la línea divisoria de brasil en el Río de la Plata, o al menos en el río Negro. Bastante más poder, recursos, e influencias eran menester para lograr que pudieran influir algunos patricios orientales de tamaña forma en la política imperial portuguesa.
Pensarlo y analizarlo en el contexto es desecharlo. Además había orientales cansados de luchas y desgarramientos, que o bien no creían en la posibilidad de superar los problemas suscitados entre 1811/1816 en la Banda, o tenían la certeza de las dificultades evidentes de sobrevivir en campos arrasados y sin protección. También habría aquellos que entendían que el desgaste del país no tenía redención posible, o aquellos que veían en la invasión la posibilidad de lograr poder y recursos materiales, guiados solamente por el afán del logro personal. O sea, ni todos eran traidores, ni todos tenían la misma visión política del futuro, ni todos tenían un panorama claro e inequívoco sobre el cual pensar y actuar. El futuro era incierto, como el pasado era difícil de explicar. Las metas eran a su vez manifiestamente diferentes y complicadas. Y había que contar con dos potencias vecinas que superaban con amplitud cualquier posibilidad teórica y pensada de presunta autonomía, siendo que los enemigos tenían además mayor preparación, recursos y capacidad armada. Lo realmente excepcional fue igualmente, a pesar de todos los pesares, que el país sobreviviese, aún destruida su riqueza y su armazón y tejido social, emergiendo como el ave Fenix de sus cenizas, y sobrellevando guerras que debió afrontar en condiciones netas de inferioridad. De allí tanta discusión estéril para ponerle puntos, comas y signos de interrogación a una nación que se origina y sobrevive en condiciones de extrema precariedad, y que no había extirpado sus males por obra de convenciones o constituciones.
En ese contexto, como lo refiere Melogno, cambiaron los roles y las inclinaciones ideológicas en Europa, España volvió a su anhelo de recuperar sus tierras, y el nuevo Ministerio de exteriores, encabezado en Portugal por Silvestre Pinheiro, envió instrucciones a Lecor para que los orientales “por intermedio de sus representantes electos, decidieran libremente y sin coacción sobre el destino político de su tierra”. (op. cit., pág. 115). Esta fue la base de la convocatoria al Congreso Cisplatino. Con todo, el plan portugués encontró resistencias activas en el Barón de la Laguna, que tenía otros intereses e ideas al respecto. Volveremos sobre el mismo más adelante.
El orden de la campaña. El acuerdo entre Lecor y Rivera
Ya hemos referido a los conflictos de la tierra, adelantados por el propio Lecor según carta que refleja tempranamente su clara y evidente preocupación. Eso decía a principios del año 17. Cuando Rivera, el ultimo lugarteniente en pie que ofrece y negocia su rendición, la cual se suscribe en Tres Arboles el 2 de marzo de 1820, condicionaba para deponer sus armas “que no se haría novedad en las propiedades, fueros y privilegios de los pueblos del distrito”. Este acuerdo, conforme lo señala Melogno, con el Cabildo de Montevideo, constituía una promesa de respeto a la propiedad, “medio por el cual Lecor lograba la aceptación de su dominio” (op. cit., pág. 116). Y decimos nosotros en alguna medida, el portugués reconocía que existían liderazgos locales, problemas propios intransferibles de la Provincia, gente difícil de domesticar, y formas diversas e inteligentes de zanjarlos. A través del reconocimiento y acuerdo con Rivera, los paisanos, incluidos los donatarios artiguistas, tenían en el caudillo una referencia, y la garantía de su mantenimiento en la tierra.
Los comisionados frente a Rivera por el cabildo eran Juan J. Durán, Francisco J. Muñoz, y Lorenzo Perez. Son quienes remiten a Montevideo carta de Rivera, por la cual se queja de la actitud de Carneiro Campos. (Isidoro de María, Compendio de la historia de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, 1900, T. 4, pág. 104) quien viola lo acordado con Bentos Manuel Ribeiro. Mediaba resolución de Lecor y los buenos oficios de Julián Gregorio Espinosa. Yendo al encuentro de Lecor, escribe Rivera desde Porongos asegurando su buena fe y voluntad de terminar con la anarquía. Al día siguiente se encontraron en Canelones Rivera y Lecor, y siguen a Montevideo.
Por ello a su vez, afianzado su gobierno, Lecor dispuso un Bando, el 27 de marzo de 1820, y otro el 21 de noviembre de 1821, ambos de diferente signo y orientación. El primero de los referidos, agregado por Falcao en el libro La Vigía Lecor, establece entre otras cosas, 1) la prohibición de exportar todo tipo de ganado en pie, 2) la nulidad de todas las licencias de exportación, 3) queda prohibido llevar ganado a la frontera, y quien contravenga irá preso, 4) se fija juzgamiento severo para los ladrones de ganado, 5) se prohíbe la matanzas de vacas, 6) se prohíben los saladeros y las licencias para su instalación.
Todo lo señalado constituye un régimen severo de contención del contrabando, de preservación de los vientres, y de severidad y rigor para los que lo contravengan. Es en realidad la reiteración de medidas ya adoptadas en periodos anteriores, tanto durante la dominación española como durante el artiguismo. Refleja la intención de Lecor en defensa de la provincia y de sus pobladores.
En el año 1821 Lecor, en la voluntad de congraciarse con los naturales en temas de tierras y haciendas, dispone autorizar a los hacendados arruinados por la guerra a tomar haciendas realengas. Entre ellos figuraron viejos comandantes de Artigas, hacendados respetables y personas de valor social. Así, tocó a Francisca Viana de Oribe y a don Fernando Otorgués, quien solicitó 2000 vacunos para repoblar sus campos. Así consta en de Maria (op. cit., pág. 152). En este caso la donación fue de 4000 cabezas. Igual caso fue el de Zufriategui, el de Adrián Medina, y de 50 casos mas identificados. Política ésta que se ratifica por decisión del 6/2/1821, cuando establece una línea imaginaria que traza desde el Daymán hasta el Olimar grande, en la cual se fija límite para ventas de ganado, con prohibición de sacarlo del país -especialmente vacas. Toma también decisión sobre la venta de cueros, y establece sistema de identificación de los mismos mediante firma de los hacendados, todo lo cual, incluidas medidas de policía y protección de los hacendados, se adopta el 23 de junio de 1821.
Finalmente volvemos al Bando del 21 de noviembre antes citado, por el cual Lecor ofrece terrenos realengos vacantes a la venta, previa tasación y venta en remate. Lo peculiar es ademas su preocupación por los más necesitados, a quienes trata “con el fin de socorrer y beneficiar a los habitantes y familias notoriamente pobres”, ofrece en venta una suerte de estancia, a censo redimible al 4% por año. A ello agrega el derecho a quienes se “hallen ocupando campos sea por denuncia, donación o por cualquier otro motivo, y que no tengan titulo legitimo de propiedad, ni hayan pagado los campos”, que tienen seis meses para presentarse y que se les admita a moderada composición. Igual criterio se aplica a quienes ocupan sobras respecto de su títulos originales, para aplicar similar sistema de compra. Y para mayor claridad, otorga plazo de 6 meses para que todo propietario justifique por título en forma su calidad de propietario. Para terminar de arreglar los campos, determina que carecerán de validez los documentos privados, estableciendo para el futuro la obligatoriedad de pasar ante escribano o juez debidamente autorizado.
Valoración de la política de tierras del invasor.
No disponemos de elementos suficientes para poder juzgar en debida equidad las resoluciones de Lecor respecto de tierras, ocupantes y hacendados que se comenta. Igualmente puede seguirse su pista en las obras citadas de Barrán y Nahum, y De la Torre, Rodriguez y Sala, cuando recurren, para justificar orígenes artiguistas de los campos, a decisiones basadas en la normativa dictada por Lecor. En cualquier caso, lucen de alta generosidad (al menos formal) y amplitud las decisiones del jefe de gobierno Lecor. Siendo, además, adoptadas en la misma línea artiguista de preocupación, tanto por aquellos que eran poseedores sin justo titulo, como de todas las familias pobres, a quienes se convoca a recibir una suerte de estancia. Salvo por la extensión (Artigas era mas amplio y generoso) Lecor establece un conjunto normativo dirigido a privilegiar a los necesitados. La historiografía local le ha dado nula atención al periodo, a las resoluciones, y a su contribución a mejorar la suerte de los orientales. Va de suyo que esto se decidía en el contexto de los acuerdos con Rivera, que este había condicionado para mantener la posición de los paisanos.
Melogno, sin base de sustento documental, resta importancia al Bando, señalando que el mismo no fue cumplido, que los poseedores con título artiguista solo se le reconocieron derechos de poseedores de buena fe, que los arreos de ganados alcanzaron millones de cabezas, y que se privilegiaba a los brasileños en el reparto. Puede que sea cierto. Pero es preciso en cualquier caso la seguridad de la documentación probatoria. No faltará ocasión para su análisis.
Quien afirma la perdida de la riqueza ganadera es Eduardo Acevedo (Anales Históricos del Uruguay, T. I, pág. 354 y siguientes). Extremo que a su juicio empezó a revertirse en 1829.
Carlos Machado (Historia de los orientales, pág. 78 y siguientes) sigue la misma línea de análisis ratificando (lo que es cierto) que los que tenían títulos artiguistas fueron declarados como poseedores de buena fe, lo que entiende los descalifica. Pero ignora o quita relevancia el autor a los hechos reales que impuso Rivera para protección de la campaña, y en especial a los desposeídos. Y tampoco considera la letra y espíritu de las decisiones del poder portugués. Sin que esto signifique aceptar o tolerar que, en toda circunstancias de este tipo, siempre había viejos latifundistas que volvían por lo suyo, y que hicieron de las suyas. Los viejos terratenientes ganaron campos en la colonia, los perdieron o ganaron parcialmente con Artigas, y pretendieron volver en la etapa lusitana. O sea, la pelea seguía vigente, y se desarrollaba en capítulos. No fue un despojo sistemático y permanente que encumbraba latifundios. Fue una guerra real y de papel, de ocupaciones y de leguleyos, de armas y de ideas. Y todos, quien más quien menos, contaron con apoyos de caudillos, doctores, cabildos y lugartenientes de la guerra. No existen pruebas contundentes de que la normativa lusitana fuera instrumento único de arrasar derechos de los pobres. Más bien los poseedores artiguistas, cuya cantidad y legitimidad hemos comentado, estaban en alguna medida protegidos por la convicción de Lecor al reconocer las aspiraciones de Rivera.
Otras visiones
Maizteguy, (Orientales T I, “pag 186) reconoce la actitud de Lecor y “su prudencia”. Destaca que respetó las decisiones artiguistas, y mantuvo el status quo. Todo dicho sin perjuicio de que dichos reconocimientos fueron precarios. Pero es exagerado, y no responde a la realidad, al mirar a la Cisplatina como una etapa orientada a fortalecer el sistema de latifundio, y menos aún a pretender darle al imaginario patricio una posición e importancia que no tuvo. Hubo patricios adheridos al portugués de forma manifiesta, y los hubo opuestos y enemigos. Salvando además a los patricios de que se les asimile ni a burgueses en el estilo marxista, ni a los comerciantes, ni a plutócratas sin fe ni destino. El autor destaca, con agudeza que una política de desalojos hubiera “creado un caos social de consecuencias imprevistas”. Por eso reitera que Rivera era garantía de las gentes modestas. Si hubo sectores beneficiados, fueron los comerciantes con el exterior. Aun cuando señala que “la política moderada de Lecor, no dio los frutos esperados, y tratando de conformar a todos, dejó a todos desconformes”. Todo lo cual señala con clara precisión (op. cit., pág. 188) porque no les devolvió la tierra a los anti artiguistas, porque no premió a sus tropas, porque abrumó a la burguesía a impuestos, y porque a la campaña la dejó, tanto a propietarios como poseedores, en permanente precariedad. Contentar a todos es tarea de titanes. Gobernar es también optar, y tener seguidores y opositores.
Algunas reflexiones.
La etapa objeto de estudio no tuvo incidencias significativas en materia de tierras. Fue un capítulo que siguió a las etapas anteriores, con matices. Si algo tuvo fue una mayor contención, incluso de los males que causaba la cercanía de Río Grande, a pesar de que se facilitaron arreadas de de por lo menos 4 millones de cabezas. La situación derivada de los acuerdos con los orientales afectos al régimen mantuvo cierta débil estabilidad en la tenencia de la tierras. Veremos luego como afecta la revolución de 1825, y los sucesos que llevan a la independencia.