ENSAYO
‘Nosotros’ nunca somos engañados por un ‘mundo de fantasía’ porque no existe una fuerza que sea suficiente para transformarnos en esclavos de poderosas ilusiones. (Latour 2003, p. 35)
“Como dije, un organismo no puede aprender nada de la bifurcación de la naturaleza salvo que ésta no debería existir. En ese sentido, las filosofías que aceptan la bifurcación de la naturaleza son otras tantas sentencias de muerte. (Latour, 2005, p. 230)
Por Fernando Andacht
Cuando desaparece una figura intelectual influyente y respetada desde muchos campos de investigación, un tributo a su altura debería, creo, destacar sus virtudes y contribuciones, pero también algo que no llegó a realizar, a entender. Entiendo que esa actitud puede parecer un gesto de audacia o de arrogancia extrema dado que se trata de Bruno Latour (1947-2022), cuya obra suma decenas de libros y casi dos centenas de artículos, reseñas, entrevistas, un impresionante catálogo de conocimiento que puede apreciarse gracias a que el autor lo ha organizado y compartido en su sitio web (http://www.bruno-latour.fr/). Pero la forma más productiva de abordar ese rico legado de signos duraderos es entablar un diálogo. El método del diálogo en la tradición socrática incluye el llegar a un momento de parálisis, cuando se produce la conciencia de una contradicción, a eso se le llama en filosofía como una aporía,. En lugar de una teoría del conocimiento, el camino elegido por el creador de la semiótica moderna fue desarrollar una teoría de la investigación, tal como la describe Ransdell (2000): “la dialéctica socrática induce una aporía o conciencia de un atasco en el pensamiento: subjetivamente, un desconcierto o perplejidad” (p. 346). Así concebida, la investigación no es otra cosa que aceptar una aporía “prolongada en el tiempo”, hasta que se consigue resolver las contradicciones y llegar a una solución, siempre falible y temporaria. De eso trata el texto que sigue, de aprovechar algunas publicaciones de Bruno Latour, para extraer de sus contradicciones una lección valiosa para entender mejor nuestro tiempo.
Hace ya algunos años leí publicaciones de Latour (2003, 2004, 2005) que me impactaron a tal punto que sentí la necesidad de escribirle, sin ninguna expectativa de recibir una respuesta. Fue como un comentario hecho hoy durante una conferencia en modo virtual, y colocado en la columna provista para ese fin, una mezcla de curiosidad intelectual y la emoción de estar ante un planteo que nos moviliza. El motivo de mi mensaje fue el vigor de las objeciones de Latour al construccionismo social y/o a la crítica – entendida como una estrategia a la moda que encarnaban varios de sus ilustres compatriotas en la escena intelectual (Bourdieu, Baudrillard y Derrida), para desarmar creencias que el ser común e ingenuo tendría sobre el mundo de la vida. Eso era muy llamativo, porque el nombre de Latour había quedado para siempre asociado a esa corriente de pensamiento, especialmente luego de la publicación con Steve Woolgar, en 1979, del libro Laboratory Life: The Construction of Scientific Facts (= Vida de laboratorio: La Construcción de los Hechos Científicos). Contra el ataque desenmascarador de cualquier pretensión realista – ‘debunk’ es el término usado en inglés – tan popular en círculos académicos occidentales, Latour escribió lo que sigue, lo cual despertó mi admiración por su cercanía con un pensador asociado al realismo semiótico que él nunca mencionó en sus muy numerosos trabajos, a saber, Peirce:
Si la naturaleza nunca se ha bifurcado del modo en que la filosofía ha implicado desde el tiempo de Locke, ¿qué clase de metafísica podría ser creada para que haga total justicia a la existencia concreta y obstinada de los organismos? La consecuencia de considerar esta cuestión es realmente radical: “La cuestión de lo que es un objeto y así qué es una abstracción debe pertenecer, si no se permite que la naturaleza bifurque, a la naturaleza y no al conocimiento solamente” (cit. de I. Stengers, Penser avec Whitehead, 2002, p. 95, Latour 2005)
Para Whitehead es el cosmos lo que es dado a la experiencia humana, no apenas lo que es el resultado de la intencionalidad humana y el mundo “vivido”. (…) Contra toda la hermenéutica, (Stengers) muestra que la noción clave de ‘interpretación’ dirige nuestra atención no a la mente humana, sino, digamos, de vuelta al mundo. Es el mundo mismo el que está ‘abierto a la interpretación’, no a causa de la debilidad de nuestra mente limitada, sino a causa de las propias actividades del mundo. (Latour, 2005)
En estos fragmentos de una reseña de un libro de Isabelle Stengers dedicado a la obra del filósofo A. N. Whitehead (1861-1947), sin saberlo, Latour manifiesta más allá de toda duda su condición de pensador sinequista. Sinequismo es el principio que Peirce esgrimió en contra del dualismo a lo largo de toda su obra, y lo define como “la doctrina según la cual todo lo que existe es continuo” (CP 1.172). Lo opuesto a ese principio es “el dualismo (que) es la filosofía que realiza sus análisis con un hacha, y deja como los elementos finales trozos no relacionado del ser, lo cual es muy hostil al sinequismo” (CP 7.570).
¿Por qué traer elementos teóricos tan abstractos a una revista que se plantea elaborar y publicar textos que ayuden a sus lectores a dilucidar el presente, a iluminar en lo posible zonas tenebrosas de la actualidad política, sanitaria, cultural, mediática, en fin, humana? El motivo general es retomar un tópico que desarrollé en otros ensayos, a saber, la grieta pandémica, y un ejemplo innegable del dualismo aplicado a suprimir todo pensamiento libre, capaz de tomar distancia del mandato tan autoritario como urgente en todos los órdenes de la vida que fue y sigue siendo la Nueva Normalidad, el coletazo de la “emergencia sanitaria” de marzo de 2020. Lo real y su representación forman parte de un continuo sin fisuras. El relato oficial elaborado por políticos en colaboración con la industria farmacéutica y científicos siempre dispuestos a respaldar esa campaña mundial con su discurso serio y ajeno a todo debate con quienes se oponían a medidas como el test PCR o las nuevas y experimentales vacunas necesitaba como su condición discursiva ese silencio atronador del opositor. Sólo separando salvajemente lo real de sus signos, se consiguió establecer de modo persuasivo un flujo constante de signos que apoyaban esas medidas lanzadas desde los gobiernos. Para ese fin es clave negar la realidad de la voz de esos ‘negacionistas’, ‘conspiranoicos’ y otros signos que deben ser anulados para evitar el surgimiento de la necesaria y vital aporía, el único camino del pensamiento que promueve la genuina investigación, esa que nos lleva gradual y faliblemente hacia la verdad.
A quienes tienen la sartén por el mango y el mango también nada les es más útil que segregar en un ghetto despreciable a los sin-razón, a todos aquellos que, se nos dice desde lo medios oficiales, sueñan e inventan conspiraciones, que traman antivacunaciones, que son incluso capaces de negar que sale el alegre y benéfico sol de Pfizer junto con la brillante luna de la OMS sobre todos los seres vivos. No es fácil encontrar un mejor ejemplo de anti-sinequismo que esa partición brutal, que ese hachazo corporativo que la triple pinza del poder político, de la ciencia oficial y de la máquina mediática le asestó al mundo de la vida, para moldearlo y explotarlo a su antojo. La reivindicación de la lógica de la continuidad, y la investigación como una prolongada perplejidad ante contradicciones toleradas nos permitiría, según mi enfoque, llegar a entender mejor qué está sucediendo en el mundo presente.
Un breve cruce de signos con el construccionista anti-construccionista B. Latour
Y ahora llegó el momento para sacar a relucir mi brevísimo encuentro con Bruno Latour en 2005. Luego de elogiar uno de los textos de los que cité arriba un par de pasajes, y otro (Latour, 2004) del que me ocuparé en seguida, le mencioné la proximidad de sus planteos con la semiótica triádica y realista de Peirce. De su respuesta amable y muy veloz para mi sorpresa, rescato una confesión que no cito aquí para revelar o menos aún denunciar una carencia de este prolífico y muy respetado investigador francés, sino porque hay aspectos de su obra que se acercan mucho a quien Latour no estudió, según él mismo confiesa, pero hay otros en los que se aparta radicalmente:
“Estoy terriblemente atrasado en ponerme al día con Pierce (sic), a quien he encontrado siempre impenetrable, pero ahora estoy leyendo El club metafísico y debería poder ver el contexto mejor; su ayuda sería apreciada de gran manera. “(Latour, mensaje enviado a F.A el 15 de mayo de 2005)
Ignoro si el libro de Louis Menand (2001), cuyo subtítulo es Un relato de las ideas en América, le fue provechoso, pero no recuerdo haber visto alguna cita peirceana en sus textos más adelante. El hecho de haber escrito el nombre de Peirce mal es algo corriente en quienes no tienen familiaridad con la obra de este pensador. En otro de los artículos que encontré removedor y polémico hace 17 años, Latour hace algunos comentarios con los que, tras el pasar del tiempo, discrepo, porque lo alejan de la lógica de la continuidad o sinequismo, y de la investigación así concebida. Esto ocurre cuando Latour polemiza contra sus tres adversarios teóricos, que me atrevo a pensar, también lo serían del fundador de la semiótica: “la teoría crítica, el constructivismo social, y la deconstrucción.” Así manifiesta su fuerte animosidad contra quienes denuncian lo construido como una dramática pérdida de realidad:
Especialmente cuando la sociología crítica toma la más difícil de todas las preguntas metafísicas y la trivializa: “¿La realidad es construida o real?” La respuesta: ambas cosas. (…) ¡Como desprecio ese pequeño “ambas cosas”, que consigue sin más un barniz de profundidad que pasa por ser lo definitivo en espíritu crítico! (…) Nunca construimos un mundo de nuestro propio engaño (…) ‘Nosotros’ nunca somos engañados por un ‘mundo de fantasía’ porque no hay una fuerza lo suficientemente poderosa para transformarnos en los meros esclavos de poderosas ilusiones. (Latour 2003, pp. 35-36)
Por otros comentarios que hace en estos artículos, supongo que Latour tiene en mente frases impactantes como “La guerra del Golfo no tuvo lugar”, el título de un popular libro de Baudrillard sobre ese conflicto armado en el inicio de los años 90 del siglo 20. Pero a la luz – o mejor sería decir en las tinieblas – de lo que ha sido el manejo mediático, político y científico de la pandemia desde 2020 al presente, me atrevo a afirmar que Latour subestimó la magnitud de la embestida global que redujo a gran parte de la humanidad a un estado de estupor obediente. No hubo protocolo, prohibición, incitación a la delación del que no se tapase nariz y boca y/o vacunase que dejaran de aceptar sumisos y felices en su obediencia millones de personas en todo el mundo. Se trata de un curioso traspié analítico de quien cita con reiterados elogios el libro The social construction of what (1999), que Ian Hacking dedica a formular una detallada exposición crítica sobre el origen y las múltiples variantes del construccionismo social: “Hacking comprendió que la razón por la cual estas disputas sobre la mezcla correcta de realidad y construcción despiertan tanta pasión es que ellas son políticas” (Latour 2003, p. 37). Considero que pocas cosas pueden describirse con confianza como siendo de naturaleza absolutamente política como lo fue y sigue siendo el manejo globalizado de la decretada pandemia de 2020. Aquí detectamos una aporía en el propio pensamiento de Latour, que lamentablemente no fue desarrollada por él.
En su búsqueda afanosa de un realismo que no se desangre, que no sufra de una hemorragia causada por la introducción del constructivismo o construccionismo, lo que supone la transformación de un objeto en una cosa (Latour 2004), el estudioso francés podría haber encontrado un apoyo sustancial en la visión de lo real como un arcoíris, que propuso Peirce en 1868:
(C)ada vez que pensamos, tenemos presente ante la conciencia algún sentimiento, imagen, concepción u otra representación, que sirve como un signo. Pero se infiere de nuestra propia existencia (que se prueba por la ocurrencia de la ignorancia y del error) que todo lo que está presente ante nosotros es una manifestación fenoménica de nosotros mismos. Eso no le impide que sea un fenómeno de algo externo a nosotros, tal como un arcoíris es al mismo tiempo una manifestación tanto del sol como de la lluvia. (CP 5.283)
No se puede negar que todo lo percibido por el ser humano lleva el sello de su fisiología, de su condición limitada y ubicada en cierto espacio y tiempo, pero eso no le impide que también albergue algo cuya realidad externa es tan innegable como la vida. En eso consiste el realismo semiótico que Peirce metaforizó con la imagen de ese fenómeno meteorológico fruto de una combinación de elementos. Expresado de modo más explícito lo real es independiente del pensamiento de cada uno de nosotros y sólo llegamos a él mediante un permanente y falible proceso de investigación: “Lo real es aquello que no es lo que sea que podamos pensar que es, sino que no es afectado por lo que podamos pensar sobre eso” (CP 8.12, 1871).
En el texto más complejo de los tres que me impactaron positivamente en aquel momento y que me llevaron a interactuar con Latour, el más polémico es sin duda el que lleva como título “¿Por qué la crítica se quedó sin vapor?” (Latour 2004). El subtítulo es más técnico que provocador: “De los asuntos de hecho (matters of fact) a los asuntos de preocupación (matters of concern)”. De nuevo, encontramos a este pensador en pie de guerra contra quienes desprecian el proceso constructivo que culmina en lo que él llama “cosa” (thing) y que se produce mediante un proceso que parte de lo que él denomina como “objeto”. No considero casual que sus últimos comentarios críticos, formulados en una entrevista de junio de 2022 encajen tan bien en la vulgata de las causas que poseen el mayor prestigio global y hegemónico (el cambio climático, la pandemia como resultado de excesos de la sociedad consumista, etc.). Voy a repasar algunos de los planteos expuestos por él hace 18 años, para formular una aporía en su pensamiento:
Mi argumento es que cierta forma del espíritu crítico nos ha enviado al sendero equivocado, por incitarnos a pelear contra los enemigos equivocados y, lo peor de todo, ser considerados como amigos de la mala clase de aliados por un pequeño error en la definición de su principal blanco. La cuestión nunca fue alejarse de los hechos sino llegar más cerca de estos, no pelear contra el empiricismo sino, por el contrario, renovar el empiricismo. (Latour 2004, p. 231)
Tal vez sea herético usar las ideas de Latour (2004) contra su tesis, a saber, que estamos en una era de excesiva desconfianza, en la que proliferan teorías conspirativas y que por ese motivo se niegan los hechos desde una crítica desmesurada e injustificada, pero ese es el modo que encuentro más provechoso para reunir lo que el dualismo insiste en separar y malentender. A pesar de haber hecho un encendido elogio de la continuidad lógica que reúne naturaleza y cultura, los signos y el mundo, en mi opinión Latour no logra comprender el poder de la acción sígnica o semiosis en nuestro vínculo con todo lo que nos rodea. Por eso, niega la posibilidad de caer en un engaño masivo, lo que efectivamente ocurrió en los últimos tres años. Que ya las autoridades no insistan con la vacunación ni con el porte obligatorio de la inútil e infame máscara de la deshonra, o con el ritual de los ridículos golpes de nudillos como pésimo reemplazo del apretón de manos o del afectuoso abrazo, no significa que ese fraude inmenso haya quedado atrás. A la teorización de Latour sobre la importancia máxima de las cuestiones de relevancia o de preocupación – “matters of concern” – por encima de las cuestiones fácticas – “matters of fact” – le faltó la teoría semiótica y realista peirceana. Plantea Latour que se debe armar una investigación desde muchas disciplinas para determinar
cuántos participantes se juntan en una cosa para hacerla existir y mantener su existencia. Los objetos son simplemente una reunión que ha fracasado – un hecho que no ha sido armado según el debido proceso (…) Una reunión, es decir, una cosa, un asunto, dentro de una Cosa, de un espacio público, puede ser muy sólida también, a condición de que el número de sus participantes, de sus ingredientes, no humanos tanto como humanos, no se limite de antemano. (246)
Considero más clara la definición que ofrece Peirce sobre las dos clases de objeto semiótico, uno de los tres elementos de la tríada que constituye todo signo, que explica su acción semiótica, la cual consiste en engendrar interpretantes o efectos de sentido, según un proceso lógico que se desarrolla a lo largo del tiempo llamado ‘semiosis’:
Debemos distinguir el Objeto Inmediato, que es el Objeto tal como el Signo mismo lo representa, y cuyo Ser es por ende dependiente de su Representación en el Signo, del Objeto Dinámico, que es la Realidad que por algún medio se las ingenia (contrives) para determinar el Signo para su Representación (CP 4.536, 1906)
Esa taxonomía de aquello que el signo se ocupa de representar para producir un sentido captable mal o bien por un ser vivo acomoda bien tanto el error como la mentira, por ejemplo, un engaño tan ambicioso y bien armado como el que vivimos esto últimos años. En un manuscrito no publicado, Peirce explica que aquello que el signo representa forma parte de la ideología en la que el colectivo de intérpretes vive:
Un Signo tiene necesariamente como su Objeto algún fragmento de la historia, es decir, de la historia de las ideas. Debe estimular alguna idea. Esa idea puede servir enteramente a acotar la atención, como en tales signos como ‘hombre’, ‘virtud’, ‘manera’. (MS 849)
Si pensamos en signos como ‘virus’, ‘Sars-Cov-2’, ‘OMS’, ‘científico’, ‘vacuna’, podemos entender que su historia es inseparable de un enorme poder ya adquirido y bien establecido que, como una inmensa palanca, consiguió mover multitudes, aislarlas, anestesiar su alarma ante lo inédito e inaudito de las medidas implantadas en nombre de la salud pública. Y hasta hoy esos signos funcionan como una eficaz anestesia para no sentir zozobra con respecto a decisiones tomadas bajo una enorme presión, y sin garantía alguna de provecho real para quien las acató. Concuerdo, claro, con Latour en que los signos que cité son Cosas – escrito con mayúscula, porque involucran una cantidad enorme de agentes, que van mucho más allá de lo biológico o farmacológico – y que no pueden reducirse a un mero Objeto, según la terminología que empela Latour (2004). Él nos recuerda que la etimología de la palabra de origen nórdico ‘thing’ – ‘cosa’ en español – remite a una asamblea legislativa primitiva, el lugar donde la comunidad debate y resuelve los problemas comunes. Y por ese motivo, propongo vincular la cosa con el Objeto Inmediato peirceano, pues es la crónica de nuestro vínculo con el mundo, con lo que existe tangiblemente, pero que incluye los mitos y las fantasías de cada nación. Por ejemplo, las figuras heroicas construidas por los medios masivos de comunicación para veneración del público cautivo: médicos, científicos, políticos abnegados en pos del elíxir salvador de vacunas no probadas. Por su parte, el
Objeto Dinámico corresponde al objeto puro y duro, en la terminología de Latour; es la piedra inamovible en el camino contra la cual choca nuestro pie al no advertirla, es decir, un elemento indiferente por completo a nuestra interpretación, y por eso inamovible:
Ahora bien, ¿no es extraordinario que el término banal que usamos para designar eso que está ahí afuera, de modo incuestionable, una cosa, aquello que yace fuera de cualquier disputa, fuera del lenguaje, es también la palabra más antigua que todos hemos usado para designar el más antiguo de los lugares en los cuales nuestros ancestros negociaban y trataban de conciliar sus disputas? Una cosa es, en un sentido, un objeto ahí afuera, y, en otro sentido, un asunto muy decididamente ahí adentro, de cualquier modo, una reunión. Para usar el término que introduje antes ahora más precisamente, la misma palabra ‘cosa’ designa asuntos de hecho y asuntos de preocupación. (Latour 2004, p. 233)
A pesar de esta valiosa disquisición, que sin duda constituye una contribución importante de Latour a la antropología de la vida cotidiana, a la hora de entender cómo funciona el mundo de la vida, él pone excesiva confianza en la cosa asambleística, que él sostiene con fuerza nunca podría engañar a la sociedad en su conjunto, como de hecho sí ocurrió.
Para cerrar esta incursión por el realismo que prefiero pensar mediante la metáfora del arcoíris propuesta por Peirce hace un siglo y medio, y no como una cosa multitudinaria, como plantea Latour, voy a usar una muy reciente y provocativa exploración de ese real. Fiel al sinequismo, esa mirada inquisidora involucra tanto la fenomenología de nuestro ser interpretativo en el mundo – de percibir a entender hay un continuo sinequista que termina en la acción con propósito (CP 5.212) – como también algo innegable del afuera que existe e insiste, y que es como es más allá de cualquier opinión individual (CP 8.12). Esa es la valiosa lección que extraigo del ensayo de Aldo Mazzucchelli publicado en el número anterior de eXtramuros.
La insoportable pesantez del testigo de nuestra cobardía
Una posible analogía de la fuerte interpelación que sirve como estrategia retórica del texto de Aldo Mazzucchelli sobre nuestro comportamiento pandémico que no considero válida es el conocido “Yo acuso”, el alegato de Émile Zola a fines del siglo 19. En su lugar, encuentro en el texto de eXtramuros una genuina interrogación, un Yo le pregunto a Ud. ciudadano obediente al grado de extrema sumisión a la política pandémica instaurada en 2020. El que sigue es un fragmento representativo del enfoque retórico de su ensayo El Partido de la Vacuna: alianza sistémica in extremis:
Pero muy en lo hondo de su alma usted tomó una decisión que usted no se confiesa a sí mismo, porque si se la confesase, su entera dignidad humana queda en el precipicio. Usted aceptó y bajó la cabeza. Dijo sí, y puso el brazo. Y encima de eso, para no estar mal con su conciencia, usted se encargó de adoptar para sí la ideología de su chantajista, su nuevo dueño. Usted acosó a compañeras de trabajo por no vacunarse como usted. Usted dejó de ver a parientes buenos, que nunca le hicieron nada, porque no quisieron vacunarse.
Tras haber compartido el enlace a este texto de eXtramuros en mi muro de internet, alguien ingresó y objetó contra el tono agresivo o despectivo del ensayo, algo que, según él afirmó, no ayudaría a persuadir a quienes se habían convertido en ciudadanos modelo de la pandemia 2020-2022. Su objeción me sirvió para reflexionar sobre la naturaleza de ese singular modo discursivo de dirigirse de modo directo, incluso brutal, al Otro máximo de quien podría pensarse como el lector típico o más plausible de la revista en la que ahora publicaré mi texto. Y lo que sigue es mi respuesta al lector que juzgó equivocado el vehículo empleado para llegar a quienes, supuestamente, más debería o sería bueno que llegase ese mensaje de rebeldía, de rebelión contra tanto protocolo insensato y arriesgado. Para expresar mi discrepancia con esa intervención, voy a recurrir al film sueco Fuerza mayor (Ruben Östlund, 2014), por creer que su narrativa ficcional ofrece un interesante paralelismo a nivel micro con lo efectivamente ocurrido a nivel macro, en el mundo, local y global, con respecto al comportamiento social ante los irracionales imperativos político-sanitarios impuestos desde 2020.
Nada podría ser más simple y banal que la trama del film que elegí como elemento comparativo de la idea que encuentro en el corazón del ensayo de eXtramuros citado. Todo comienza en el entorno idílico de una vacación invernal alpina para esquiar y alejar del mundanal estrés al hombre de una familia sueca compuesta por Tomas, Ebba y sus dos hijos, un niño y una adolescente. Tras una jornada completa y previsiblemente normal de ocio elegante y satisfactorio, llega el incidente que cambiará todo, a pesar de no provocar daños materiales a los protagonistas. El segundo día empieza de modo aún más espléndido que el anterior para los turistas del frío: los cuatro están desayunando en una poblada terraza al aire libre desde la cual se puede apreciar las montañas en todo su esplendor nevado. De pronto, se escucha una serie de explosiones: es el modo en que se provoca una caída de nieve, para que las laderas tengan las condiciones ideales para el desarrollo de la actividad deportiva elegida por estos privilegiados visitantes. Pero la caída de nieve crece vertiginosamente, y lo planificado y controlado adquiere el aspecto de haberse descontrolado. El paisaje perfecto se transforma en la escena de una posible y amenazante avalancha; todos los allí presentes escapan corriendo del lugar. Antes de que eso ocurra, el niño ya había empezado a gritar alarmado “¡Papá!”. Y la esposa le había preguntado con preocupación a su marido si eso era una avalancha. Él le respondió con total calma que no, que todo estaba bajo control. Cuando se produce la estampida, vemos con máxima claridad cómo Tomas huye despavorido del lugar, y sin pensarlo, deja atrás a su familia aterrorizada. El niño continua reclamando a su padre, ya no más en la terraza, mientras la madre abraza angustiada a ambos hijos. Ebba también llama incrédula a Tomas, a quien vimos dejar por el camino su rol de padre y de esposo, para huir a toda carrera del lugar, de lo que todos creen es una inminente y terrorífica avalancha.
Muy lentamente la blanquísima neblina helada se disipa, y podemos ver a la mujer con sus hijos – nada ha ocurrido – que siguen preguntando por el padre. De a poco, se restituye la situación previa, regresan a sus mesas de desayuno los comensales, que en masa habían escapado presas del pánico. Por fin, vuelve Tomas a reunirse con los suyos. Como si nada hubiera pasado, él hace un breve comentario sobre lo ocurrido, “ellos saben lo que hacen, pero…” El susto fue muy grande, él no lo dice pero es obvio que fue lo que pasó. El silencio absoluto de los niños es aún más ominoso que el de su mujer. Su falta de todo comentario es el comentario más elocuente sobre la inexplicable huida de su marido, del padre de esos niños, que desapareció sin importarle su suerte, sin siquiera intentar proteger a los suyos de lo que parecía una imparable catástrofe. Salvo la banalidad pronunciada por el hombre, nada más es dicho en esa escena. La mirada insistente del hombre se dirige al paisaje, como si no se atreviera a mirar a la cara a los suyos. Latour tiene razón cuando afirma que los asuntos o cuestiones de preocupación tienen más peso para el mundo de la vida que los asuntos o cuestiones de hecho. Para entender lo que realmente, fácticamente ocurrió en ese hermoso lugar alpino o en el mundo de la vida pandémico, es imprescindible convocar todos los elementos que producen la cosa, y que son más potentes e influyentes que el puro y mudo objeto. Aunque, en la imagen del arcoíris semiótico y realista, a largo plazo, el objeto dinámico (el hecho en si mismo) consigue hacerse ver y oír, de un modo u otro, y emerge como el objeto inmediato (la realidad bien representada).
Cuando la cuestión de hecho rivaliza con la cuestión de preocupación: de eso no se habla
Llega ahora un elemento central para elaborar mi comparación entre la revelación de la verdad vergonzante en el melodrama sueco y la negación a aceptar que el temor pandémico indujo a buena parte de la población del mundo a renunciar a pensar, a que se hostigara a quienes intentaban hacerlo, y a que hoy se busque sigilosamente clausurar toda discusión, para no tener que mirar hacia atrás. Se trata pues de colocar un pesado cerrojo de olvido ninguneador y un manto amnesia selectiva sobre el episodio pandémico entero.
La escena de la revelación ignominiosa en Fuerza Mayor es tan elegante como la del accidente que no fue tal, pero que sí produjo una grieta ominosa y palpable en lo que era en apariencia al menos una familia modelo. Sentados frente a otra pareja, vemos a Tomas encargarse de degustar el vino para su aprobación en un comedor bien iluminado y confortable. Su gestualidad procura enfatizar que él sabe de vinos, como antes parecía saber lo necesario sobre avalanchas controladas. Una mujer sueca que ellos conocieron en el hotel está acompañada por un hombre joven, y comparten la mesa con los protagonistas. Ella rompe el hielo y comenta que su día ha sido estupendo, algo previsible y banal. La intervención de Tomas no lo es. En un acto temerario o inconscientemente sincericida, el hombre que vimos huir aterrado, comienza a contar lo acaecido esa mañana: “Tuvimos una especie de experiencia”. Tomas parece no haber percibido la seriedad con la que lo observa su esposa. Afirma haber visto una avalancha. Ebba ríe con ganas, como si su esposo hubiese contado un chiste muy gracioso. La esposa no deja de mirarlo como un docente que estuviera tomando una prueba, y su gesto irónico no anuncia un buen resultado de ese examen. Mientras él gesticula para indicar de modo vívido el tamaño de la caída de nieve, Tomas llega al clímax de su narrativa: “Por un minuto parecía que iba a reventarse contra el restaurant. Fue impactante, cuando lo cuento, todavía me produce piel de gallina”. Lo dice, y les muestra a los otros su brazo desnudo, para que ellos aprecien la veracidad de lo narrado. Su relato ocurre bajo la mirada cáustica de la mujer. Él parece haber logrado el efecto que deseaba en sus interlocutores, que muestran sorpresa, como era esperable que reaccionaran ante un relato de esta naturaleza.
De modo previsible, la mujer que tiene en frente le hace una pregunta obvia al audaz narrador del desastre innombrado: “¿Qué hiciste? Su respuesta, tanto para el espectador como para la esposa es chocante: “No se podía hacer mucho.” Parece que el hombre estuviese jugando con el proverbial fuego, o que le agradase caminar por una elevada cuerda floja sin red, de la cual la mínima brisa de la verdad lo puede derribar en un instante. Y eso es precisamente lo que sucede. Por fin interviene la esposa: “Fue horrible” dice con extraña calma, con el mismo autocontrol que ella demostró al quedarse protegiendo a los niños, mientras él huía a toda velocidad del lugar. Como si realmente él deseara ser expuesto en toda su cobardía, a la pregunta por los niños, si ellos estaban bien, dice que sí, y agrega: “Todo estábamos un poco asustados” Su esposa baja la cabeza y ríe con ganas, y por fin hace lo que era inevitable, en esas circunstancias. Con una ancha sonrisa lanza sobre los otros la brutal verdad: “Él tuvo tanto miedo que corrió lejos de la mesa.” Ella lo dice como quien contara que al hombre se le cayó el gorro, mientras protegía a sus hijos, o cualquier otro detalle trivial del episodio. Mientras Tomas la mira incrédulo, ella lo encara sin perder la luminosa expresión que no encaja en absoluto con lo que acaba de contar, de revelar, sobre la cobardía de quien debió proteger y amparar a los suyos del desastre inminente, pero que sólo pensó y actuó de modo de salvar su pellejo. Sin perder la bonhomía, él lo niega, con palabras, con gestos, con todo el cuerpo y el alma. Pero Ebba insiste, le repite que sí, reitera varias veces que sí, que ocurrió lo que ella acaba de contar. La escena es extraña; si alguien la observara desde afuera, o la capturase en una fotografía, sería la perfecta ilustración de una pareja disfrutando de una velada en un elegante restaurant, mientras dos de ellos se entretienen contando algo divertido a sus acompañantes, una historia para compartir y disfrutar en común.
Acto seguido, ella lo mira y siempre sonriente, le informa de nuevo: “Tú corriste lejos de la mesa.” Ante esa revelación, el hombre sólo atina a usar la misma fórmula mínima y verbal para la reiterada negación de lo que hizo: “¡No, no!”; él lo hace con una sonrisa que no es irónica, sino de total incredulidad, como alguien que no llega a entender por qué el otro, su mujer, daría esa versión tan equivocada de un episodio que lo involucró directamente. Lo que brilla por su ausencia y le confiere un tono siniestro a la escena es que no hay reproche, ni acusación, ni rabia, ni indignación en la actitud de quien decidió develar lo ocurrido. También describió el efecto de esa huida: la desprotección de los niños y la flagrante falta de integridad en quien debió quedarse y cuidar a quienes no dejaban de reclamar su presencia, ante lo que vivieron como un gran peligro.
Como un último intento de convencer al esposo de lo que en efecto ocurrió, como ella y nosotros vimos, ella le habla en sueco y con un poco más de énfasis. En ese momento, llega el clímax de ignominia para el que escapó atemorizado y dejó atrás a los suyos: Tomas tuvo el suficiente ánimo, le recuerda, para, antes de huir, recoger su celular y sus guantes. Tuvieron para él más valor esos objetos que sus hijos. La frase que usa entonces el hombre es la que podrían usar en un futuro quienes se vacunaron reiteradamente frente a la actual acumulación de datos que ponen en evidencia la peligrosidad mayor de éstas en relación a sus supuestos beneficios. De eso trata el ensayo de Mazzucchelli que estoy comentando ahora. Y cuando les pregunten por qué lo hicieron, si fue por el miedo, al igual que el personaje Tomas ellos podrán decir: “¡No es así como yo lo recuerdo!” Ya despojada de la sarcástica sonrisa, llega la afirmación ineludible de su falta como padre: “Huiste de mí y de los niños.” Acorralado, él adopta un tono de súplica: “¡Ebba, por favor, yo no hice eso!” Para cerrar ese intercambio humillante, Tomas recurre a una excusa apenas plausible: “Creo que todavía estamos bajo la influencia.”
El epílogo del episodio aporta algo relevante para la analogía que propongo entre el gesto negacionista de dejar atrás por completo el desfallecimiento de toda crítica o sospecha sobre la política sanitaria pandémica y la conducta también negacionista del anti-héroe de Fuerza Mayor. Más tarde, ya solos, en un intento de reconciliación, ellos se abrazan, y ella le pregunta por qué él no quiere reconocer lo que realmente ocurrió: “Es tan extraño que no quieras admitir lo que pasó”. Es evidente la intención de restablecer la conexión con su marido, quien de golpe se ha vuelto un desconocido. Pero lo que él le responde no permite albergar esperanza alguna: “¿Qué es tan extraño de tener diferentes versiones?” Y agrega: “Yo no puedo admitir tu versión, no es así como yo lo veo.” Tomas remata lo afirmado, con un elocuente gesto: “¡Realmente, yo no puedo relacionarme con tu descripción!” Agrega con un tono de reproche algo obvio: lo que ocurrió durante la cena fue algo horrible, humillante para él. Pero, curiosamente, Tomas no lo asocia con lo que pasó a causa de su comportamiento, de su huida solitaria, mientras quedaban solos y aterrados su mujer y sus hijos en la terraza convertida en trampa mortal. ¿Cómo sostener una imagen o identidad intacta, fuerte, paterna, luego de ese quiebre? La mujer insiste, no se resigna, le dice que quiere volver a ser quienes ellos eran antes del incidente, y para eso le importa que “compartan la misma visión.” Cuando él sigue negando lo ocurrido, ella agrega algo sensato: “es importante para los niños”. En una escena previa, vimos que ellos fueron quienes más sufrieron en ese momento y después, a causa la doble avalancha: la nieve y el desprendimiento de su confianza en su padre, que escapó como un egoísta cobarde, y los abandonó a su suerte.
La escena termina cuando Tomas elige la negociación para instalar la negación de lo real: él admite que sí hubo una avalancha, pero que todo terminó bien. Entonces, visiblemente aliviado, él le da la mano a su esposa, y afirma que se ha restablecido el bienestar entre ellos. Ahora, le dice satisfecho, ambos son “un frente unido”. Con conmiseración, ella responde que “los dos experimentaron una avalancha”; omite así el impacto completamente diferente que ese fenómeno tuvo en cada uno de ellos. Podríamos decir, en el mismo sentido, que todos en este país y en gran parte del planeta experimentamos una época sanitario-pandémico-política. Hasta ahí estamos frente a algo que no hay como negar. Ese acontecimiento fue sobre-anunciado incansablemente por todos los medios de comunicación y por un pequeño ejército de locuaces portavoces de túnica y de traje. Con notorio alivio, el protagonista agrega que ellos están de vacaciones, y por eso no deberían actuar así; lo que se impone es dejar todo eso atrás, porque “estábamos aterrados, pero todos estamos bien”. Esa última afirmación es algo que con seguridad no pueden repetir de modo confiado todos aquellos que cedieron aterrados al vacunicidio y a otras medidas arriesgadas y autoritarias como si fueran la revelación divina hecha a Moisés en la montaña.
Los adherentes al Partido de la Vacuna están en una posición similar a la de Tomas, el personaje que huyó y que se rehúsa tenazmente a admitirlo. Hacerlo sería reconocer la total abdicación del criterio propio, del ejercicio de una genuina protección de los suyos, en vez de asentir a medidas draconianas e inseguras. Lo que más desea el que no tuvo el valor necesario para resistir al miedo natural e inevitable de esa avalancha que no fue, es lo mismo que anhela el que no desea escucharnos, ni leernos, ni siquiera presentir nuestro pensamiento, nuestro siempre frustrado intento de debatir con el otro poderoso y mayoritario a cargo de la narrativa oficial Covid-19. Quienes escribimos en esta revista, y los que por el mundo van dejando las huellas de su resistencia a caer en ese engaño gigantesco y uniformemente distribuido por las naciones, jugamos el mortificante papel de ser los testigos de un acto ignominioso. Como la esposa y los hijos de Tomas, el haberlo visto perder la compostura y abandonarlos a toda carrera es un hecho irreversible. Le dejo la palabra final al autor de esa meditación sobre lo que impide que la población covidiana acepte pensar por si misma, y dialogar o escuchar nuestras razones, porque
ya no hay tanto espacio para la buena fe, y hay más de voluntad de no saber, y de olvidar, y de censurar. (…) Usted no lo sabe. Lo único que implora es que sus jefes en el Partido de la Vacuna, es decir, las cuatro patas más responsables – científicos empresarios y tecnócratas de alto vuelo, políticos y administradores, médicos y personal sanitario, y prensa alcahueta de todos los anteriores – no hablen. Que no vayan a abrir la boca.
Referencias
Latour, B. (2022). Entrevista a B. Latour hecha el 03 junio de 2022. ARTE TV. Documentales (https://www.youtube.com/watch?v=WrWR4XzxODk)
Latour, B. (2005). What is given in experience? Boundary 2. 32 (1): 223-237.
Latour, B. (2004). Why has critique run out of steam? From Matters of Fact to Matters of Concern. Critical Inquiry 30: 225-248.
Latour, B. (2003). The promises of constructivism. En D. Ihde (ed.) Chasing Technology : Matrix of Materiality, Indiana Series for the Philosophy of Science, Indiana University Press, pp. 27-46.
Mazzucchelli, A. (2022). El Partido de la Vacuna: alianza sistémica in extremis. revista eXtramuros Octubre.
Peirce, C. S. (1931-1958). The Collected Papers of Charles Sanders Peirce, Vols. I-VIII. C. Hartshorne, P. Weiss y A. Burks (eds.). Cambridge, Mass.: Harvard University Press. Cito la obra según la convención x.xxx, que remite al volumen y al párrafo.
Ransdell, J. (2000). Peirce and the Socratic tradition. Transactions of the C. S. Peirce Society. XXVI (3): 341-356