CONTRARRELATO

Por José Pablo González

El cuento

Una historia que tiene varios siglos, si no milenios, puede ayudarnos a pensar parte de lo que ha sucedido desde que se decretó la pandemia Covid. Nada mejor para introducirla que un corto fragmento de un texto de Amir Hamed que explica la función de algunos cuentos que se repiten a lo largo de la historia, por su capacidad de revelar aspectos centrales de la vida en sociedad. En este caso, se trata de una narrativa que pone en evidencia una dinámica que oculta la “inseguridad de los encumbrados” por una “voluntariosa ceguera del alcahuete’. Luego de muchos siglos nos encontramos hoy frente al desfile de aquellos mismos personajes que nacieron en épocas tan remotas y que cambiaron tan poco… [1]:

Desde Sri Lanka a Turquía y también con notable prosapia castellana, se cuenta desde hace buena ración de siglos cierta historia aleccionadora, que habla de las inseguridades de los encumbrados, pero también de la voluntariosa ceguera del alcahuete. Su motivo, por lo general, es el de las flamantes prendas del emperador, suavísimas, inconsútiles, tan ajustadas al cuerpo y al andar que se dijera quien la porta anda desnudo. Desde el siglo XIX se la conoce como literatura infantil, cuando la recopilara Hans Christian Andersen, pero a él le llegó por el exemplo XXXII del Conde Lucanor, obra del siglo XIV, como bien se sabe, joya del castellano compuesta por el Infante Juan Manuel.

Le cuenta Patronio al Conde Lucanor en este ejemplo de tres pícaros que fingen estar haciendo un vestido con una tela que no puede ser vista por bastardos, para que la luzca el rey, quien manda sucesivos emisarios a que verifiquen cómo anda la cosa con esta sastrería. Uno detrás del otro dicen verla, y así luego con ella se deslumbra el rey, que sale a lucirla una cálida tarde de verano. Todos los súbitos la alaban, porque es muy preferible verla que dejar de ser hijo del padre que se le atribuye, hasta que “un negro, palafrenero del rey que no tenía honra que conservar se acercó y le dijo: —Señor, a mí lo mismo me da que me tengáis por hijo del padre que creí ser tal o por hijo de otro; por eso os digo que yo soy ciego o vos vais desnudo”. En la versión de Andersen, quienes no puedan ver la tela serán aquellos que sean estúpidos, o incapaces para el cargo, mientras el que rompe el pacto es un niño que denuncia la desnudez del monarca.

Hamed también señala que la clave del cuento, más que la ruptura del pacto o farsa, es su necesidad, tanto por parte de los ciudadanos como del emperador.

La ropa que no se ve.

En vez de zapatos, el experto lucía hongos y largas uñas. El desfile recién comenzaba y ni siquiera el más tímido parpadeo, con un solo ojo y la cabeza aún postrada sobre la tierra, conseguía hacer brillar aquel inexistente lujoso calzado. La campaña de vacunación Covid comenzó con galardonados científicos y autoridades del MSP promocionando las vacunas de Sinovac como 100% eficaces para prevenir casos graves. Pocos meses después, ni bien se comenzó a informar sobre personas con la “pauta completa”, a partir de los datos oficiales, se contaban de a centenas los internados en CTI, y los fallecidos “completamente vacunados” no eran dos o tres casos excepcionales. Las declaraciones de los expertos  comenzaron a cubrir las desnudeces numéricas con tenues palabras que simulaban una sabiduría imperceptible: “siempre supimos que no existen las vacunas 100% eficaces“. Este proceder no tiene, ni por asomo, la forma de un avance científico. No se ve ni rastro de la aplicación de un método que debe detenerse ante la aparición de nuevas evidencias, o frente a investigaciones más profundas, porque permite descubrir que la tesis inicial tenía algún defecto, para así mejorarla. El modo de actuar de los expertos  se parecía más a la actuación de un atropellado vendedor de zapatos invisibles que ni siquiera era muy hábil para mentir.

100% de eficacia propagandeada por expertos y MSP. Total de fallecidos en Uruguay con covid para junio de 2021, único mes del que fueron publicados esos datos. Es importante notar que en ese mes el porcentaje de la población “inmunizada” fue de 25% a 35%.

Sin embargo, el desfile continuaba. Ahora sin rastro alguno del atuendo.  Una cuadra más tarde, se  escuchaba el anuncio sobre un par de elegantes pantalones que lucía el emperador. Los medios prometían la aparición de una suntuosa “inmunidad de rebaño” que nos sería proporcionada por salvíficas vacunas. Todo el país fue bombardeado con horas y horas de propaganda por internet, radio y televisión. Pudimos ver a muchos médicos lucir gloriosas camisetas de fútbol de la selección uruguaya, mientras explicaban con escasa precisión la prometida inmunidad. Su atuendo profesional brillaba por su ausencia, tanto como la lógica de su discurso poco coherente. Había que vacunarse para proteger al otro, para no contagiarlo; el virus tendría cada vez menos posibilidades de transmitirse hasta que venceríamos a la peste. En uno de sus cotidianos informes epidemiológicos, que aparecían ante los ojos de quienes tenemos un mínimo de conocimiento estadístico como verdaderas ensaladas de números, el MSP afirmó que las vacunas tenían una altísima efectividad para reducir los “casos” entre vacunados, una efectividad que llegaba hasta el 78,06% -hay que notar esa precisión centesimal, “06”.  Ni Andersen ni los que lo precedieron pudieron llegar a imaginar que los personajes que desfilaron en sus cuentos hubieran llegado hoy a tal desmesura, como lo que terminaría sucediendo varios siglos después. Una vez más ocurrió que solamente aquel que “no tenía honra que perder” pudo notar que a los pocos meses, en Uruguay y en todo el mundo, se observaban picos de “casos” en poblaciones con altas tasas de vacunación, del 70% al 99%, que superaban por varias magnitudes a todos los anteriores. El pantalón del rey ya no estaba allí. La mentira de los expertos se repetía; “nunca dijimos que las vacunas Covid evitaran los contagios“, como si los tres pícaros hubieran replicado ante el reclamo del rey: ¡nosotros nunca dijimos que el traje incluyera pantalón! Pero esto no sucedió en el cuento original. No hay cuento que alcance el nivel de absurdo de la realidad del siglo XXI. El desfile continúa, y en la cuadra siguiente, los expertos volvieron  a insistir con la mentira, cuando se llegó al punto más delicado del atuendo, el bordado de oro del pantalón. Ahora los niños debían vacunarse para no contagiar a sus abuelos.

Cifras propagandeadas por el MSP, en base a cálculos no publicados, que auguraban una altísima efectividad de la vacuna covid de Pfizer para reducir los casos covid y, seis meses después, con el 77% de la población con dos dosis y un 50% con la tercera exclusivamente de Pfizer, pico de casos covid que supera por varias magnitudes a todos los anteriores.

¿Y la camisa? Aún quedaba una esperanza para los que habían notado que el emperador no llevaba zapatos ni pantalón. Al levantar un poco más la cabeza del suelo, el público podría  deleitarse con la fina camisa de la que tanto habían escuchado hablar. Algunos habían percibido que la eficacia de las vacunas Covid para prevenir “casos” y contagios tendía a cero, que la inmunidad de rebaño en base a esas vacunas era tan real como las hebras de oro del pantalón invisible, y que también eran falsas las prometidas eficacias para prevenir casos graves del 95% o 100%, pero algo tenía que protegerlos de la muerte, la camisa tenía que estar allí. En ese momento aparecieron nuevamente médicos, científicos y autoridades del MSP haciendo los mismos malabares con los números, repitiendo los errores que habían dejado al descubierto en la cuadra anterior. Ellos acudieron raudos para afirmar que la efectividad para reducir “casos” era del 78,06%. Sin embargo, una vez más la efectividad bien calculada terminó tendiendo a cero. Reiteraron análisis estadísticos en muestras de datos que no cumplían ni uno de los requisitos imprescindibles para cualquier investigación científica seria. A pesar de estas notorias inexactitudes estadísticas, un numeroso contingente de integrantes de la voluntariosa y obsecuente banda periodística más realista que el rey estaba como siempre pronta para repetir cada cifra como la verdad revelada. Y ahí estaba, el oscuro ombligo del monarca junto a su cicatriz de apendicectomía a plena vista de todos, mientras los expertos aseguraban que se trataba de un bellísimo zafiro negro y un zurcido de seda y lino de una belleza jamás observada en otra camisa. Y acá estaban, picos de fallecidos Covid más altos y sostenidos que todos los anteriores, en países insignia de la siniestra campaña de vacunación, o iguales en el mejor de los casos, con altas proporciones de ellos vacunados una, dos, tres y hasta cuatro veces. Y con toda esta información delante de sus narices, desde Israel hasta Uruguay, pasando por EEUU y Canadá, expertos se dedicaron a asegurar con sus ensaladas de números eficacias maravillosas: diez, veinte, ochocientas veces estaban más protegidos los vacunados que los no vacunados. 

Es fácil notar uno más de los groseros errores en los análisis estadísticos de la propaganda Covid: cuando se estudia seriamente la eficacia de un fármaco, vacuna o lo que sea, se busca contar con grupos de tamaño similar para comparar. Una de las razones para proceder así es que si los tamaños de los grupos son muy disímiles, como 80/20 o 90/10, un solo fallecido en el grupo pequeño infla enormemente su tasa de muertos cada 100.000. Y ese es precisamente el caso de estos rejuntes de cálculos en poblaciones con tasas de vacunación del 70% al 99%. Esto solo ya invalida los maravillosos informes del MSP y deja en una vergonzosa posición a los expertos que los esgrimen al grito de “las estadísticas no mienten”. Pero lo que ocurrió es aún peor; en este caso, ese conocido error está elevado al cubo. Los fallecidos son muy pocos en grupos muy grandes. El promedio de edad de los fallecidos es de 80 años o más. La tecnología y metodología para clasificar a los fallecidos en base a tests PCR tiene profundos errores que primero fueron negados y luego admitidos por los expertos oficiales. Con yerros de este tipo es que “las estadísticas” pueden dar 78%, 95% o 100% de efectividad, para un fármaco o amuleto cuando en realidad es 0% o 10%.)

Fallecidos diarios con covid desde marzo de 2020 a marzo de 2022, en Israel, Uruguay, EEUU y Canadá.

El final del desfile

Sabemos, por la sabiduría que nos llegó a través de antiguos cuentos, que ni el emperador ni sus súbditos pueden romper el pacto a mitad del desfile, salvo que surja algo excepcional en la multitud. Pero ese ser emergente  ya debe estar de antemano descalificado (según la época, pueden ser negros, bastardos, niños, negacionistas, conspiranoicos, etc.). Así que el desfile llegó a su fin sin mayores sobresaltos. El emperador termina rengueando, ya que sus pies no estaban acostumbrados a caminar sobre las piedras de la calle con zapatos invisibles. Además se puede seguir el recorrido de las gotas de sudor desde su sien hasta sus tobillos, ocasionado en parte por el calor del verano, y en parte porque en el fondo sabe que está hipotecando su futuro. De todos modos, él y sus vasallos siguen exaltando, tal como lo han hecho desde el comienzo del desfile, los detalles de su vestimenta, la suavidad de su camisa y la delicadeza áurea de su pantalón. La pandemia ya llega a su fin, de a poco, se levantan las políticas pandémicas en todo el mundo y los expertos insisten en que es gracias al éxito de los tapabocas, encierros forzosos y vacunas. Pero ellos están completamente desnudos, el fracaso es total, rompe los ojos de cualquiera que deje de besar el piso. Hay cantidades de casos y fallecidos que igualan o superan por varias magnitudes a todas las anteriores en países con altas tasas de vacunación Covid, y que además han cumplido los más estrictos protocolos. Imposible negar que los descensos de casos y fallecidos se dieron en todo el mundo, sin relación alguna con el porcentaje de población vacunada. Tampoco se observan diferencias significativas en la evolución de la pandemia entre los países que siguieron férreos protocolos y los que tomaron medidas mucho más laxas. El fracaso es total y humillante: cada pliegue de la piel, cada pelo, cada cicatriz está a la vista.

En estos tiempos acelerados, ¿cuánto demorará el murmullo en extenderse y persuadir a buena parte de la ciudadanía para que deje de besar la tierra, mientras hablan los expertos, y levante la vista para observar con sus propios ojos la flacidez y desaliño de lo que médicos y científicos anuncian como verdad incuestionable? Una cosa es agachar la cabeza en pleno pico de pánico, muchos lo hemos hecho y corrido tras la primera orden que escuchamos, otra muy distinta es mantenerla así durante años. ¿Le funcionará al emperador la artimaña de tapar con un desfile tras otro los despropósitos del anterior?

Nota

[1] Sastrería del desastre:  http://www.henciclopedia.org.uy/Columna%20H/HamedSastreriadeldesastre.htm