ENSAYO
En el mundo pos ideológico -le han llamado “pos verdad”, confundiendo el trigal con los espantapájaros- las ideologías ya no coordinan narrativas: es la coherencia interna de cualquier narrativa, sobre la base de la manipulación informativa de los hechos, lo único que la prensa puede hacer funcionar para seguir manteniendo al sistema “todo junto”
Por Aldo Mazzucchelli
La información que usted recibe de los medios principales, en lo que hace a lo que más importa que es lo internacional y las grandes tendencias globales, es hoy toda falsa, o contiene sólo porcentajes infinitesimales de verdad. Se trata de una narrativa construida con fines propagandísticos, para favorecer intereses particulares. En tiempos más teóricos que este se consideraba que este tipo de información falsa era parte de lo que se conocía por “ideología”. A la ideología como forma falsa de representación del mundo se la distinguía, por entonces, del pensamiento, de la filosofía, y hasta del periodismo.
Como dice un poema de un escritor argentino, “estas cosas, ahora, son como si no hubieran sido”.
La tendencia a comprar a los medios o presionarlos de modo convincente para que no traspasen las barreras naturales del sistema del que son parte ha sido un rasgo de la Modernidad: junto a la “libertad de prensa” se institucionalizaron límites y modos legales de limitar la libertad de prensa, y sobre todo se generaron espacios de hecho por los cuales el poder siempre pudo hacerle saber a la prensa hasta donde llegaba su libertad de prensa. Pero ese sería el funcionamiento sano del sistema. Ahora estamos en una situación muy distinta: ahora todos los medios importantes -menos Twitter, si Twitter fuese un medio- se limitan a repetir las narrativas que coinciden con lo que, a su nivel de Rotary Club de viejos multimillonarios, proclama el Foro Económico Mundial, alias “Davos”. Esta deliciosa y confortable unanimidad tuvo un incremento exponencial en 2016 luego del fracaso de Hillary Clinton en la elección norteamericana. Tal parece que fue entonces que el “deep state” o quienes sean que logran esta armonía universal en la mentira se volvieron locos, y decidieron ir en serio por una narrativa única.
Aunque también es verdad que el deep state hace lo que puede, pero la narrativa única podría ser un desemboque natural de la conjunción de un sistema de medios y un nivel de crisis civilizatoria como los que tenemos.
***
Esa narrativa tiene como cimiento básico la idea de que existe un cambio climático antropogénico -esto es, provocado por la actividad humana-, y que si no se revierte ese supuesto cambio climático no hay futuro.
Bien: para empezar, el cambio climático antropogénico no existe en absoluto. Los ciclos de aumento y disminución de temperatura en el planeta responden a tendencias cíclicas de largo plazo en el sistema solar, y la actividad humana no logra afectarlas de modo medible. Es más: una diferencia de las acostumbradas, sobre todo en aumento de temperatura, sólo puede redundar en cambios positivos para la especie, y ha ocurrido muchas veces antes.
Los “científicos del cambio climático” dicen lo que dicen porque responden a la narrativa del sistema, que otorga un insano nivel de recompensas por hacerlo, y un insano nivel de castigo por no hacerlo. Hace mucho que se explicó bien que los sistemas científicos son subsistemas con una inercia tremenda para el cambio. La inconcebible ignorancia metacientífica de los más vociferantes entre los que pasan por científicos sin darse cuenta que son políticos de túnica hoy en la sociedad aburriría a cualquiera que conozca la existencia del señor Kuhn y el señor Feyerabend. Que yo sepa no fueron probados erróneos. Es posible que los hayan abolido, eso sí -este es el método preferido que la época tiene para saldar sus incomodidades.
Usted lo sabe, bien en lo hondo de su (in)crédulo corazón: los políticos le mienten a usted para generar miedo y fortalecer los argumentos en favor de un control global de la economía y el comportamiento, que por una razón u otra, es específicamente lo que dicen que quieren quienes cortan y pinchan (que no son los invitados) en Davos.
Davos y sus agentes en la así llamada (con insulto a Platón) “academia” y los media han hecho un menjunje por el cual combinan el inexistente cambio climático antropogénico, con la muy existente contaminación, que ellos mismos y sus empresas y el sistema como es crean. No hay duda alguna de que la contaminación sí existe. Pero como Davos mezcla todo, mucha gente cree que la contaminación se debe al “cambio climático”, o que el “cambio climático” produce la contaminación. Nada de eso.
Luego, creen que si un científico o un medio demuestra que no existe el cambio climático antropogénico, entonces está “a favor de la contaminación”, o que es “insensible”, etc.
Pero convencer a millones de adolescentes mentales desinformados crónicamente y empoderados con superioridad moral (también construida mayormente por Davos al estimular el uso de los nuevos media en el sentido exclusivo de la adicción y el narcisismo) es impracticable. Se hace por tanto muy difícil que la información ajustada llegue a quienes más la precisarían, que es precisamente esas generaciones de menores de 30 o 35 años. Igual, pienso que los más informados de ellos están bien despiertos a este asunto y se encargarán de explicarlo a sus pares menos informados.
En segundo lugar, toda la información que rodeó a Covid 19 ha sido falsa, de principio a fin, incluyendo mentir sobre el origen del virus (no fue natural, sino artificial); sobre la peligrosidad del virus (no tuvo nunca la tasa de letalidad que se anunció, sin datos, al comienzo); sobre el éxito de las medidas no farmacéuticas (se aplicaron de modo teatral y chapucero, sin ningún rigor y de modo absurdo y contradictorio, y por supuesto que no tuvieron ningún efecto cognoscible); sobre el número de contagiados y muertos (fueron menos en ambos casos, debido a que se impuso el empleo de una prueba PCR que esencialmente aumenta los falsos positivos a niveles astronómicos, y luego con esos números falsos se rotuló “positivos” y “muertos”); sobre las formas de combatir la enfermedad (se prohibieron los tratamientos tempranos baratos y eficaces como hidroxicloroquina o ivermectina; el primero de ellos ya indicado como antídoto en la propuesta de investigación de ganancia de función de la EcoHealth Alliance del anglo-ucraniano Peter Daszak que llevó a este patógeno); sobre la eficacia y seguridad de las vacunas, sobre sus efectos reales en el control de la supuesta pandemia; y sobre las secuelas de las medidas no farmacéuticas y farmacéuticas en materia de muerte excesiva, y daños temporarios o permanentes a los vacunados.
En tercer lugar, la información sobre la guerra en Ucrania es no solo falsa en general y en todas sus partes, sino directamente criminal. En este medio se ha publicado, desde el primer día, información alternativa confiable y análisis propios, y de expertos independientes de diversos orígenes, que convergen en las siguientes dolorosas verdades:
– la guerra fue provocada deliberadamente por Estados Unidos y sus aliados en los gobiernos de Inglaterra y Alemania, que dieron un golpe de Estado en Ucrania en 2014 removiendo al Presidente electo y en ejercicio, Viktor Yanukovich (al gesto le llaman “defender la democracia”) y a partir de allí siguieron fogoneando el ultranacionalismo ucraniano, y entrenaron y apoyaron a los grupos neonazis, que procedieron a planificar y desplegar la política que siempre han hecho y mejor saben hacer: la limpieza étnica. En este caso, la víctima fue la población de habla rusa en el Donbass entre 2014 y 2022
– los objetivos de la guerra son, por un lado, debilitar a Rusia y tratar de provocar un cambio de régimen en ese país que entregue sus recursos a Occidente; por otro, cortar la alianza energética y comercial de Rusia (y China) con Alemania y Europa en general, dejando a Europa cautiva comercialmente de la esfera norteamericana, objetivo para el cual ampliar y profundizar la pertenencia de los europeos a la OTAN -es decir, el control norteamericano de la fuerza en cada país del viejo continente- es esencial
– Ucrania no solo no va ganando, sino que nunca ha tenido ninguna perspectiva realista de éxito. Lo que la propaganda occidental vendió como victorias ucranianas fueron movidas tácticas rusas, y lo que la propaganda occidental intepreta como incapacidad rusa de conquista de más áreas de territorio (ya tiene el 20% de Ucrania bajo control propio) no es sino la decisión rusa de llevar adelante una guerra de desgaste, cuyo resultado actual es la desaparición de buena parte del ejército ucraniano (mercenarios incluidos) y del equipo propio, y el que Occidente le ha entregado. Los rusos al comienzo apostaron a una intervención mínima y una negociación rápida; en cambio, como lo muestra ahora la declaración del ex Primer Ministro israelí, se encontraron con una decisión estratégica de los dirigentes anglosajones (Zelenski no aparece en la foto de esta guerra, o mejor dicho, sólo aparece en la foto) de una guerra larga y cruenta. Luego de liberar de la limpieza étnica a las regiones de habla rusa, Rusia ajustó ahora su movilización, procede desde el 10 de octubre a la destrucción sistemática de la infraestructura energética y militar ucraniana, y tal vez decida hacer una ofensiva completa y terminar con la existencia autónoma del país. Es cuestión de saber si los dirigentes norteamericanos aceptan negociar antes de esa derrota completa, o si están dispuestos a redoblar la apuesta y enfrentar al hemisferio norte al Armageddon nuclear. Rusia no va a renunciar a sus objetivos principales, simplemente porque no tiene ninguna razón para hacerlo.
– Las sanciones no cumplieron su objetivo proclamado (regime change en Rusia). Según el FMI, que odia a Putin, anunció hace un par de semanas, en 2023 Rusia vuelve a crecer modestamente (0,3%). En medio de una guerra en la que perdió buena parte de su clientela europea, Rusia ha pivotado hacia Asia, reforzó sus vínculos comerciales con la región -especialmente India-, avanzó en su independencia tecnológica, y crecen las instituciones colectivas de un nuevo polo global en el Este. Pero las sanciones, en cambio, crearon una crisis escandalosa en quienes las impusieron. La crisis energética y de abastecimiento, y la inflación que padecen Europa y en menor medida otros países, es consecuencia de la política de sanciones a Rusia liderada por Davos y sus políticos actuales dirigiendo Alemania, Francia, Canadá, y demás. Davos también está aprovechando la guerra para profundizar la crisis en Europa con vías a intentar aplicar sus utopías de futurismo socialista centralizado de control mental y financiero de la gente. Dudo mucho de que consigan siquiera el 10% de los objetivos que sus ancianos “futuristas” proclaman. Hasta ahora han conseguido aterrorizar a mucha gente y comprar a unos cuantos, pero no creo que hayan conquistado políticamente el corazón de ninguna mayoría. Y los cambios duraderos en el mundo se producen de modo político, no de modo coactivo.
***
Lo anterior es la síntesis de lo que veo ocurriendo en los últimos tres años, y la parquedad del desarrollo y la inexistencia de referencias se debe a que, por un lado, ya se ha publicado en eXtramuros cada detalle de todo esto -y mucho más- con pelos y señales, datos de primera mano, análisis conceptual, y previsiones -que se vienen cumpliendo- en los 65 números pasados. Si alguien quisiera profundizar en estas cosas, le basta con usar la lupa que está al comienzo, ingresar palabras respecto de lo que le interese, y ponerse a leer. ¿Para qué repetirse?
Por otro: a un lector inquieto los párrafos anteriores le pueden servir a lo sumo de resumen. Y al lector que quiere vivir de acuerdo a las narrativas Davos, ningún link, prueba o exhibición lo va a convencer, como los 36 meses últimos demuestran. La autoconfirmación es el modo de vida preferido cuando el sistema tiene tantas partes móviles que da pánico.
***
Hay una cosa más sobre la que volver. Es el triste rol que viene cumpliendo la prensa sistémica.
Las mentiras sintetizadas al comienzo resumen el menú narrativo que se sirve a las poblaciones por parte de los grandes medios. Esos mismos medios, que hacen parecer normal y mayoritaria cualquier maligna estupidez que divulgan por la vía de no representar las opiniones distintas, vienen insistiendo en estos puntos que he repasado, sin margen a ningún debate, el que está estrictamente bloqueado. Ahora a la población no se le presenta un mundo complejo de opiniones en conflicto, sino un mundo elemental y simplificado, de buenos y malos absolutos. La mayoría de aquellos de quienes en tiempos anteriores se podía esperar claridad y libertad de espíritu, los opinadores más o menos conectados con ideologías tradicionales de cualquier parte del espectro, se callaron la boca a comienzos de 2020 y aun no la abren -o siguen escribiendo sus columnas en la prensa “respetable” sin jugarse en ninguna de las cosas que duelen. No sé si es que sus ideologías los dejaron sin letra, o si están evaluando lo que les conviene y aun no lo identifican.
Pese a ese bloqueo, la información circula igual. Esto, mérito de la nueva tecnología de comunicación que resulta incontrolable, y al esfuerzo de muchísimas personas que siguen interesadas en pensar e investigar las cosas con independencia de esos grandes medios, es parte de la solución para las sociedades que se van construyendo hacia el futuro, y es parte del problema para los grandes medios. Estos grandes medios están en proceso de demolición desde hace unos veinte años, por su incapacidad para retener audiencias y lectores ante el desarrollo de voces independientes mejor informadas y menos compradas por el poder que ellos.
Estos últimos tres años son pues ejemplares de lo que llamaríamos la tétrica “historia reciente” de la prensa grande.
La respuesta que ensayaron los medios tradicionales ante la crisis larga que sufrían de audiencias y lectores ha sido variada. Primero intentaron adaptarse y volverse “digitales”. Luego que se dieron cuenta de que cualquier forma de cultura digital libre no era lo de ellos, y que su modelo de comunicación estuvo siempre, y sigue, basado exclusivamente en obedecer a las narrativas aprobadas por el sistema (independientemente del soporte tecnológico en que lo hagan), optaron por reconocer que sus aliados únicos no son la verdad ni la información libre, sino el poder económico, y decidieron venderse a cara descubierta.
Y últimamente, como parte de esa venta a la que procedieron, se limitan a repetir estrictamente las narrativas de los poderes económicos mayores, y participar abiertamente de la justificación de la censura del resto de los medios que no son ellos.
Como herramienta para eso, intentan implantar dos o tres conceptos basura, a saber: “narrativas de odio”, “desinformación” o “información falsa”, y “verificación de noticias”. Su esquema es simple: todo lo que discuta seriamente o divulgue información que no le sirve a quienes controlan este sistema, será calificado como “desinformación”, “información falsa” o “discurso de odio” por los “verificadores de noticias”, y eso servirá como justificación para que el sistema lo censure.
Esconden y embarullan esa estrategia de dos mas dos en sesudas teorías sobre cómo las nuevas tecnologías justificarían la limitación de la información. Pero, como siempre, todo eso no es más que otra narrativa que enmascara la desesperación que están sintiendo al perder el control. Ellos, y los políticos y globalistas que les pagan y teledirigen. Pero, desde luego, lo perderán, porque están intentando “ir hacia el futuro” con los métodos del pasado, es decir, los antiguos métodos de control piramidal de las sociedades.
Ideología versus narrativas
Si hay una sola intuición central en eXtramuros, creo que no me equivoco si digo que es la promoción de la descentralización y la conciencia de que las nuevas tecnologías de la información son, en último término, la base para sociedades futuras organizadas en redes interconectadas en parte, pero con nodos autónomos en muchos elementos hoy controlados por la ideología, ese hijo bobo de la modernidad y la opinión pública. Cuando allá por el siglo XVI y XVII, en pleno barroco español, se desarrolló en España y en Europa la noción de que los ciudadanos de fuera del gobierno podían dar su opinión e intentar intervenir en los asuntos del Estado, la idea de la democracia moderna había incorporado uno de sus elementos constitutivos. Por ejemplo, en la península los arbitristas fueron escritores que combinaron el análisis económico de los males sociales de España con proyectos de recuperación económica y regeneración social y moral. Sus memorándums, enviados al Rey y a los “grandes de España”, quizá ni hayan sido leídos, y por cierto su efecto práctico fue -por desgracia para España- casi inexistente. Pero ante ese gesto de intervención -unido a las mucho más visibles intervenciones populares bajo forma de motines, pronunciamientos y levantamientos, una de las respuestas más eficaces del poder fue actualizar a los niveles de sociedades con imprenta una vieja noción: que la política y el Estado no son cuestión de intereses económicos y de poder en conflicto, sino una cuestión de ideologías en conflicto.
Porque las ideologías son la sublimación y el embellecimiento ocultador de los intereses particulares, y en eso ha consistido buena parte de la política moderna desde entonces: en usar la credulidad y las construcciones ideológicas del mundo para mover voluntades masivamente y hacer que los más se conviertan en agentes de los intereses de los menos. Había una cierta virtud en que las ideologías compitiesen dentro de la “opinión pública”. Esa competencia, el ejercicio público de la “crítica”, era una especie de salud, o mecanismo de mejoramiento. Pero aquello también pareciera estar detonado. Los nuevos medios se intentan ahora usar para lo mismo que servía la imprenta, es decir, para someter a esas ideologías y “visiones del mundo” particulares, a crítica y mejora. Pero desde luego, en la medida en que la mayoría ya no practica la lectoescritura con un mínimo de extensión y exigencia, ese tipo de política efectivamente “crítica” (la palabra ya casi no se puede usar de tan manoseada) es impracticable.
Quedan las malditas “narrativas” con su escueta capa azucarada de moralina, para consumo y repetición masiva. Poca gente, como es natural, cree realmente en nada de lo que dicen, pero todos hemos aprendido a usar unos cuentos como arma contra otros cuentos que pensamos que son de nuestros enemigos. Y la idea y justificación para considerarlos enemigos va incluida en los cuentos mismos, en las armas arrojadizas.
Como corolario a toda esta inflación estúpida de mentiras, está la idea pseudofilosófica de que no hay hechos, sino solo narrativas. Es como decir que no hay producción de bienes materiales, sino solo PBI. Si algo está demostrando la guerra de Ucrania, convertida en una guerra industrial de largo plazo, es que Rusia no tiene mucho PBI, pero tiene mucha producción. En cambio, los Estados Unidos (y sus aliados europeos, pigmeos industriales en materia de guerra y armas) se están quedando sin nada que mandar para abastecer su carne de cañón ucraniana, porque no son capaces de producirlo.
Mala suerte, pero son las consecuencias de haber creído el propio cuento, y haber mandado industrias fundamentales a China y Asia, bajo el supuesto ideológico de que el poder unipolar occidental siempre iba a tener todo eso a su disposición. Ahora a los yanquis les crecieron los polos, y los chinos crecieron en capacidad tecnológica, la que unen a su cultura tan antigua; y los rusos lo mismo.
***
En este panorama, es difícil saber lo que piensa la gente, porque la opinión de la gente no es representada en público por esos mismos grandes medios, que se encargan muy bien de dar la impresión de que todo el mundo está de acuerdo con lo que ellos ‘informan’. El desacuerdo -las manifestaciones, los debates, la inteligencia opuesta a los dogmas del sistema, y los libertados de la ideología y de las narrativas, todo eso simplemente lo hacen desaparecer. Estas tumbas NN de la vida mental de la sociedad son parte de los efectos que también tiene la venta de sí misma a la que procedió definitivamente la prensa grande (o chiquita, como la local, pero muy sistémica ella).
Pero se sepa o no lo que piensa la gente, sí que podemos saber lo que están dispuestos a decir los dirigentes. Y los dirigentes políticos de todos los partidos del espectro, solo se atreven a decir en público que están de acuerdo con la narrativa falsa que los grandes medios pintan.
Esto puede ocurrir, sintetizando, por dos razones: o los compraron y forman parte de alguna forma de “conspiración”, o no pueden ir más allá de lo que el sistema les permite decir en público.
Para mi, si bien de lo primero siempre hay un poco y en distintas dosis dependiendo de la persona, lo principal es lo segundo. Y lo segundo es que tenemos una clase política y un sistema político que ya es incapaz de crítica. Esto es: los premios por ser acrítico y hacer la plancha superan y bloquean en tal medida a la crítica, que esta como tal desapareció del sistema político.
No es problema de ideologías, sino de su superación. En el mundo pos ideológico -le han llamado “pos verdad”, confundiendo el trigal con los espantapájaros- las ideologías ya no coordinan narrativas: es la coherencia interna de cualquier narrativa, sobre la base de la manipulación informativa de los hechos, lo único que la prensa puede hacer funcionar para seguir manteniendo al sistema “todo junto”. Dicho de otro modo, el flujo de hechos y conceptos no es organizado tanto por un mecanismo de selección basado en intereses particulares, sino por un mecanismo de verosimilitud narrativa condicionado por los dogmas previos, morales, del cuentista.
No es la economía política la que dirige cómo vemos el mundo, sino la mitología o la literatura. Una cosa es intentar que la gente crea que el Nordstream fue volado porque a la industria yanqui de la energía no le conviene competir con el gas ruso, más abundante y barato, y porque en el esquema de poder de largo plazo hay que separar a Alemania de Eurasia y cortar su crecimiento que la independizaría (hechos de la política y el poder). Otra, decir que cualquier cosa que hagan los Estados Unidos está justificada porque la defensa global de la democracia es el bien supremo ante las autocracias autoritarias, que no tienen derecho a nada -y encima parece que van a invadir Polonia y Alemania y quizá Francia también (ideología).
Otra, que Putin se autovoló el gasoducto con el que “sus oligarcas” hacían miles de millones cada año, para poder sacar un artículo en TASS culpando a Occidente, porque es un villano retorcido. Esta última es la narrativa que prefirió el New York Times. Como los cuentos tradicionales que comentó el ruso Propp hace más de un siglo, tiene un villano, un héroe, unos ayudantes, y funciona si la mentalidad del lector es elemental, infantil, y solo quiere un cuento antes de dormirse.
Es una etapa terminal, desde luego, que tiene que incluir no solo la mentira, sino la censura activa -como lo vemos. Pero igual no irá lejos.
No es pues que “izquierda y derecha no existan”, como yo también simplificando he dicho muchas veces: es que solo existen como conceptos históricos, pero no ya como conceptos generatrices, como pilares de creencias de las que se desprende una ideología u otra, porque como veíamos, lo único que hay son narrativas (basadas en coherencia interna del relato, en calidad de definición de personajes, en elegancia de los giros de guión, etc.), y no ideologías (basadas en visiones sintéticas del mundo y en sistemas de valores). Es así que los políticos e ideólogos locales y de cada país deambulan como sombras, sin letra, entre sus lealtades del pasado y su duda ante cuál será el próximo “principio constitutivo de su ideología” que cualquier poderoso los obligue a violar.
Me atrevo a sugerir que si bien las narrativas pueden comunicar valores de modo débil, en realidad son incoherentes e inconsistentes en ello, porque su elección no parte de principios morales estables ni de ninguna visión sintética del mundo -lo que hoy se considera imposible por la impresión que da la complejidad de los detalles-, sino -una vez más- de conveniencias narrativas internas. Por ejemplo, es bueno matar seres humanos -por aborto o eutanasia o vacunación venenosa- pero es malo matar cualquier bichito, por más conveniente a la continuación de la vida que ello sea. Si las narrativas ecologistas ultra surgiesen -como pretenden- de principios de compasión universal, creo que a esta altura ya deberían haber notado que los seres humanos, incluyendo bebés y ancianos, son criaturas de una especie.
***
Al fin, ninguna voz pública cuyos intereses estén sensiblemente ligados a la existencia del sistema actual es capaz de decir nada que realmente perjudique la credibilidad del sistema. Un poco siempre ha sido así, pero en épocas de crisis como esta, sólo quedan las voces independientes. No independientes “ideológicamente”: eso es un engaño más de la ideología. Independientes en materia de plata, es decir, capaces de decir cualquier cosa sin dejar de comer -y sin miedo a la “condena y el ostracismo social”, esa abstracción que asusta tanto.
Esto lo permite la nueva tecnología: gracias a los medios de producción, reproducción y pago, es posible conectar medios informativos y de debate y pensamiento, con el dinero de los ciudadanos, sin pasar por las formas coactivas del sistema como tal. Un medio como eXtramuros nació tal como es precisamente de una discusión previa acerca de cómo financiarse, que resultó un parteaguas entre una visión que la hubiese hecho dependiente del sistema, y otra que la hizo como es ahora, solo dependiente de los aportes de los lectores.
Todo esto me hace acordar a algo que aprendí en Rosario (Santa Fe) hace unos cuantos años -y que en la Argentina es un concepto de uso común. Un par de amigos me contaron allí del llamado diario de Yrigoyen. Corrían los años finales del gobierno de Hipólito Yrigoyen, los últimos años de la década de los ’20. Un ciclo de gobierno que había sido muy exitoso decaía, y el país se precipitaba a la crisis política. La prensa creaba un clima de inestabilidad, uno de cuyos componentes era decir que el presidente estaba senil y ya no podía gobernar. Yrigoyen era legendariamente huraño para la vida social -cosa rarísima para un político- y se encerraba cada vez más en su cueva. Por algo le decían El Peludo.
Entonces, cuenta la historia, su círculo inmediato comenzó a encargar que se imprimiesen, sólo para él, ejemplares únicos de los diarios que leía, que sólo incluyesen las buenas noticias. Su entorno, que lo querría proteger o protegerse él mismo, le daba esa comida falsa, digamos, esa narrativa única.
Supongo que es un mito y una historia falsa. Pero tiene sentido porque revela una tendencia natural -aun en los mejores de la elite, e Yrigoyen sin duda que fue uno de ellos- para no tolerar determinado nivel de frustración o contradicción. Hoy la nueva tecnología ha perfeccionado ese recurso a la autoconfirmación, y vivimos en una sociedad cuya característica quizá más lamentable es su altísimo nivel de autoconfirmación. Ya llegamos a un punto en que discutirle algo a alguien es tomado como la violación de un derecho. Hay muchas personas que toman su opinión como un derecho, en lugar de tomarla como una porquería provisoría sujeta a crítica y cambio, que es lo que la opinión debe ser en cualquier persona mentalmente sana. Hoy en cambio, solo se admite el sí, o se bloquea el contacto. Ese nivel de idiotez es comprensible quizá a nivel masivo, si bien es preocupante, porque todo el mundo quiere que lo dejen consumir tranquilo y no lo hagan pensar, “que bastantes problemas tiene”.
Pero a nivel de la elite, que me temo que envuelta en el espejismo de las narrativas autojustificadoras esté haciendo lo mismo, es suicida para todos.
