ENSAYO
Por Mariela Michel
Hay algo muy inquietante desde el punto de vista de la psicología en el giro conceptual que han tomado las teorías feministas en los últimos años. Más inquietante aún es la influencia que tienen sobre los programas educativos por su incidencia directa sobre el desarrollo infantil. En este ensayo, me propongo argumentar por qué considero que hay un daño latente en la propuesta del movimiento feminista actual con respecto a los niños1 y adolescentes en las organizaciones sociales que han incorporado la perspectiva de género (de aquí en más PdG) a los estatutos y reglamentos que orientan sus políticas públicas. Hace ya tiempo que esta perspectiva pasó a ocupar un lugar central en las discusiones parlamentarias y a formar parte del marco legislativo de nuestro país. En 2017, se aprobó la Ley de Violencia contra las Mujeres basada en Género que rige en forma paralela a la Ley de Violencia Doméstica. Digo en forma paralela, porque estas dos leyes operan en los juzgados como una entrada con dos puertas (carátulas diferentes) para los casos de violencia denunciados por mujeres o por hombres. Esto significa que hoy existen criterios diferentes para evaluar los episodios de violencia, según el sexo del denunciante. Esta distinción legal incide inevitablemente sobre la gran mayoría de las parejas parentales estén o no separadas o en conflicto judicial y por ende, sobre los niños a su cargo.
A esto se suma la influencia indirecta que la difusión de las ideas centrales de la PdG por los medios de comunicación ejerce sobre otras instituciones y sobre la población en general. Los medios promocionan la PdG, pero muchos padres actualmente consideran que se trata de una incidencia que interfiere con sus propósitos educativos y que distorsiona los mensajes que desean transmitir a sus hijos. El argumento de que sus principios se oponen a una opresora ‘cultura del patriarcado’ es débil. Aunque compartamos esa idea, por el solo hecho de oponerse a algo negativo, eso no la vuelve una perspectiva favorable al desarrollo infantil. Antes de concluir que sus presupuestos tienen efectos positivos o negativos, es necesario evaluarlos con cierto detenimiento.
Cuál es el objetivo que orienta la difusión de la PdG
En el año 2018, las Naciones Unidas publicó un manual para la incorporación de la “perspectiva de género” al Marco de Asistencia de las Naciones Unidas, para lograr la “igualdad de género” como parte de los objetivos de la Agenda 2030, cuyo fin sería el desarrollo sustentable. (ver Manual para la incorporación de la perspectiva de género en la programación común a escala nacional , 2018). A simple vista, la propuesta de la ONU parecería tener una finalidad moralmente compartible, incluso loable. El objetivo de perseguir el ideal de “igualdad” siempre lo es. Tanto es así, que ese objetivo encabeza la Declaración de Derechos Humanos desde 1948. En el Artículo 1 de esta declaración, puede leerse claramente que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Este artículo dice claramente “todos los seres humanos”, por lo tanto la igualdad de género está lógicamente incluida entre los objetivos orientadores para los instituciones estatales o sociales. Para que su comunicación no sea redundante, o, para no dar un mensaje restrictivo, uno que promueva la reducción de la amplitud del concepto de “igualdad” con respecto a los objetivos propuestos la declaración de 1948, esa institución debería evidentemente agregar algún elemento. Si queremos conocer con mayor precisión sus objetivos en relación con el desarrollo infantil, parece oportuno recurrir a la definición de PdG proporcionada por la UNICEF, en una publicación que se propone responder la pregunta ¿De qué hablamos cuando hablamos de Perspectiva de Género?
Justamente, esa es la pregunta que es necesario formularse antes de incorporar cualquier cambio que incida en el entorno social en el que los niños se desarrollan. ¿Cuál es el mensaje que se les transmitirá desde la sociedad en la que viven, cuando se logre la meta que la ONU propone a los países que están en su órbita de influencia para el año 2030?
La diferencia que hace la diferencia
Desde los estudios de G. Bateson 2 (1972), sabemos que no todo es información, para que lo sea tiene que establecer una “diferencia que haga una diferencia”, es decir, ser significativa desde el punto de vista cognitivo, sobre todo si la evaluamos con respecto a alguna finalidad específica. No parece haber diferencia entre la idea de favorecer la “igualdad entre los géneros” y el objetivo enunciado anteriormente de velar por “la igualdad entre los seres humanos”. Quizás el aporte específico de la PdG lo podamos encontrar en el énfasis en la distinción terminológica entre ‘sexo’ y ‘género’. El significado tradicional del término ‘sexo’ está asociado a la información genética y a los caracteres distintivos femenino y masculino considerados desde el punto de vista biológico o físico. El término ‘género’ también fue usado con un sentido más amplio, por ejemplo se puede aplicar a todo el ‘género humano’ y según el diccionario Oxford Languages se refiere a: “Manera de ser una cosa que la hace distinta a otras de la misma clase.” En el material de UNICEF que fue preparado como una guía para la comunicación de la PdG aparece la definición de estos dos términos, con el agregado de una concepción del ‘género’ enmarcada en la teoría de la Construcción Social.3
“Sexo es el conjunto de características físicas, biológicas, anatómicas y fisiológicas que definen como varón o mujer a los seres humanos. El sexo está determinado por la naturaleza.”
“Género es el conjunto de características sociales, culturales, políticas, psicológicas, jurídicas y económicas que las diferentes sociedades asignan a las personas de forma diferenciada como propias de varones o de mujeres. Son construcciones socioculturales que varían a través de la historia y se refieren a los rasgos psicológicos y culturales y a las especificidades que la sociedad atribuye a lo que considera “masculino” o “femenino.” (UNICEF, 2017)
En este documento, no se explica el significado de “construcciones socioculturales.” Para hacerlo remito al libro de Hacking citado en la nota al pie de página y recurro al ejemplo que ofrece al inicio de su argumentación. Utilizo ese ejemplo, porque está relacionado con el feminismo, aunque el libro no se refiere a la PdG específicamente:
“Las madres que aceptan los cánones vigentes sobre emociones y comportamientos pueden descubrir que las formas en que se supone que han de sentir y actuar no están dictadas por la naturaleza humana o la biología de la reproducción. No necesitan sentirse tan culpables como se supone que son, si no obedecen las viejas normas de la familia o cualquiera que sea la norma psicopediátrica oficial del momento, tal como “debes estar pegada a tu bebé o ambos pereceréis» (p.19).”
Se alude aquí a situaciones en las que la distinción entre los aspectos de la maternidad que están dictados por la naturaleza y otros que están pautados por normas culturales puede ser liberadora. En otras palabras, la maternidad obliga a seguir las pautas de la naturaleza, alimentar al bebé, abrigarlo, etc., pero la forma concreta de hacerlo está regida por normas culturales que pueden ser modificadas o desobedecidas sin afectar el bienestar del niño y, por ende, el ejercicio de la maternidad. El argumento de Hacking es que en este caso ha sido positivo para muchas mujeres entender que tenían libertad para cambiar algunos comportamientos sin sentir culpa. Pero este efecto liberador, según su análisis, se transformó en opresor en otras situaciones debido a la aplicación o “reproducción sin control” del concepto de ‘construcción social’ que creció como lo hacen las “células cancerosas” (ibid. p. 20). Este crecimiento exorbitante lleva a que desaparezcan conceptos como el de ‘realidad’ y ‘verdad’, que son fundamentales para respetar el derecho de muchas personas como por ejemplo, en el caso de Uruguay, para guiar la búsqueda que lleva a conocer qué les sucedió a sus familiares desaparecidos.
Otros ejemplos clásicos de construcción social asociados a los géneros masculino y femenino son frases como ‘el sexo débil’ o ‘los hombres no lloran’, que, aplicadas al pie de la letra, llevan a encorsetar el comportamiento de las personas de ambos sexos. En esos casos, se entiende que puede haber un efecto liberador de la distinción conceptual “sexo/género” que plantea la PdG. La determinación de la naturaleza se limita a las necesidades asociadas a la preservación de la vida y a su reproducción, pero no se extiende a las formas de hacerlo de modo estereotipado.
El crecimiento desmesurado de la Perspectiva de Género “como células cancerosas”
Las definiciones arriba discutidas dejan muy claro que para la PdG el ‘sexo’ no es una construcción sociocultural, sino que está determinado por la naturaleza. Si lo fuera, ya no habría distinción terminológica alguna, se hablaría de sexo o de género indistintamente. La distinción sirve para entender que no todo es natural y que no todo es cultural. La interacción estrecha entre Naturaleza y Cultura constituye el entorno en el que nacemos y en el que vivimos hasta nuestra muerte. Es la biología la que nos impulsa, a través de la segregación de hormonas, a salir del vientre materno, más allá de las modalidades de parto que varían culturalmente y a lo largo del tiempo. Es la biología la que dictamina el fin de la vida entrelazada con las formas culturales que lo acompañan y lo comprenden. Nadie en su sano juicio podría negar el rol de la naturaleza en nuestras vidas.
Y, sin embargo, sin ir más lejos, en el documento de la UNICEF discutido aquí, hay una frase destacada, escrita en mayúsculas, en negro sobre un recuadro con fondo celeste, que tiene una ambigüedad inquietante, tan inquietante como lo es la PdG actualmente, por las razones que pasaré a argumentar: “El sistema sexo/género es una construcción sociocultural y también un sistema de representación que asigna significados y valores…” La pregunta que surge es: ¿en qué quedamos? Por un lado, leemos una definición que señala que el género es una construcción sociocultural, y que se reserva otro término para la determinación biológica. Y, por otro lado, aparece una frase según la cual, todo el sistema sexo/género es una construcción sociocultural.
Al menos eso es lo que la frase parece sugerir. Alguien podría aquí protestar: “pero no se puede hilar tan fino, quizás con “sistema sexo/género quisieron decir…” Y aquí me detengo porque no se me ocurre que pueden haber querido decir, y por eso voy a recurrir a otro texto, en este caso, uno que repasa el desarrollo de las teorías feministas. Pienso que es necesario hilar fino sí. En realidad, creo que es imprescindible, porque si se desdibuja la distinción propuesta inicialmente por la PdG con un golpe de pluma casi imperceptible, se coloca al sexo también en el marco de la teoría de la construcción social, y se llega directamente a una frase/afirmación que se ha vuelto actualmente un lugar común: “el sexo asignado al nacer”. La UNICEF parece sugerirlo de modo oscuro, pero sin la claridad suficiente como para asumir responsabilidad sobre esto a la hora de defender los derechos del niño.
La asignación social ¿de qué?
¿De dónde proviene la frase “el sexo asignado al nacer”? Esta frase aparece en varias páginas de internet correspondientes a organizaciones que intentan orientar a padres o guían programas educativos. Como ejemplo, citaremos la definición que la muy prestigiosa organización Planned Parenthood ofrece en la primera línea de su página titulada: “El sexo y la identidad de género”: “Ser hombre, mujer o de cualquier otro género no tiene que ver simplemente con el sexo que te asignan al nacer. El sexo biológico o asignado al momento de nacer es diferente al género y no siempre cuenta tu historia completa ni quién eres.”
Como quien no quiere la cosa, el colocar como sinónimos “sexo biológico y sexo asignado al nacer” se genera confusión sobre una afirmación que en una sección del documento de UNICEF había quedado clara: “el sexo está determinado por la naturaleza” (UNICEF). Esa frase no proviene de grupos de derecha, ni de ultraderecha, sino de una institución que promueve la PdG en el mundo entero. Si algo está determinado por la naturaleza, entonces no puede ser “asignado” en el momento de nacer. La misma página de Planned Parenthood describe el momento en que ocurre la “fertilización (cuando un espermatozoide se une con un óvulo” en una secuencia que despliega una gran incoherencia entre las dos primeros puntos y los dos siguientes en los que la palabra “asigna” aparece de modo sorpresivo y sin justificación alguna:
- Mientras que cada espermatozoide tiene un cromosoma X o un cromosoma Y, los óvulos tienen un cromosoma X.
- Cuando el espermatozoide fertiliza un óvulo, su cromosoma X o Y se combina con el cromosoma X del óvulo.
- Una persona con cromosomas XX por lo general tiene órganos reproductivos y sexo femeninos. Por eso, usualmente se le asigna el sexo femenino biológico al nacer.
- Una persona con cromosomas XY por lo general tiene órganos reproductivos y sexo masculinos. Por eso, usualmente se le asigna el sexo masculino biológico al nacer.”
Los dos primeros son un repaso rápido de una clase de biología básica. Si el sexo es determinado por la combinación cromosómica que ocurre durante la “fertilización”, no hay allí espacio para asignaciones. El uso de términos como “por lo general” o “usualmente” es inadecuado, porque la dotación genética constituye el genotipo y el fenotipo que incluye los órganos reproductivos es su expresión física. Los casos “no usuales” corresponden a combinaciones cromosómicas excepcionales, que tampoco son asignadas por ningún agente humano. El verbo ‘asignar’ requiere un sujeto gramatical que ocupe el lugar de agente o responsable de esa acción. Si se considera válida la distinción conceptual ‘sexo/género’ propuesta por la PdG, solo pueden ser asignadas las características de género como comportamientos, vestimentas etc., porque son “construcciones socioculturales”, pero no el sexo en sí mismo. Esto nos daría a los seres humanos una omnipotencia que no poseemos.
Queda claro entonces que el sexo viene inscripto en el cuerpo, y el cuerpo de quien nace le pertenece a ese sujeto, y no a las personas que lo rodean o lo reciben. Antes de tener dominio del lenguaje verbal, ya emitimos signos. La expresión no se agota en el lenguaje verbal de tipo simbólico. En otras palabras, un cuerpo vivo no es en ningún momento inerte o inexpresivo. Por eso, el colocar como equivalentes la “sexo biológico o sexo asignado al nacer” como se observa en esta página y en muchas otras, es una maniobra lingüística que no puede ni debe pasar desapercibida. La estrategia es rápida, como un pase de magia lingüístico que consiste en argumentar sobre la “asignación” de características de género (socioculturales) y, en seguida, sin solución de continuidad, introducir la expresión “sexo asignado”. ¿De dónde proviene la idea de que el sexo puede ser “asignado”?
En Wikipedia, hay una entrada para la expresión “Asignación de sexo”. Allí se la describe del modo siguiente: “En la mayoría de los nacimientos, un pariente, un obstetra, personal de enfermería o médico inspeccionan los genitales cuando el bebé es entregado y su sexo es asignado sin esperar ambigüedad.” No se entiende por qué estas personas cuando llevan a cabo un acto omnipotente como lo es el asignar un sexo, pierden tiempo en una “inspección” de los genitales. Si se trata de asignar, bien podrían hacerlo con los ojos cerrados. La palabra ‘inspeccionan’ es muy extraña, porque los bebés nacen sin ropa, basta con mirarlos para ver sus genitales. La confusión aquí se genera, porque en realidad la frase describe lo que se conoce como ‘una percepción’ pero se usa el término “asignación”. La consecuencia de esta maniobra lingüística es más grave de lo que parece. Pero más nociva aún es la expresión “sin esperar ambigüedad”. ¿Qué es lo que quiere decir? Si fuéramos a usar su propio lenguaje, la descripción debería decir “sin asignar ambigüedad”. ¿Con qué fundamento se
presupone aquí que deberían esperar ambigüedad? Dejemos esta pregunta en suspenso por un momento.
Más adelante, se lee que “la asignación usualmente se alinea con el sexo anatómico y con el fenotipo del bebé”. Esto reafirma la constatación de que lo que llaman ‘asignación’ es, en realidad, el resultado de una observación (“inspección”), y por ende de una percepción. Para quienes estudiamos el desarrollo de los niños, negarse a reflejar lo que percibimos significa negar a los niños el derecho a conocerse a través de la mirada del otro. Para una discusión detallada sobre la importancia de la mirada del otro remito al artículo titulado Miro, me reflejan, luego existo. 4 La importancia de la función del espejo no se limita al psicoanálisis, sino que es reconocida por la psicología del desarrollo en general. Quienes promueven la PdG, deberían tener en cuenta que, si no existiera un sexo determinado por la naturaleza, entonces todo enunciado relacionado con el sexo de un recién nacido sería una asignación. ¿Con qué potestad se atribuyen a sí mismos la sabiduría absoluta para determinar que no es adecuado asignar un sexo alineado con su constitución genética y física, pero que sí lo es asignarle al recién nacido la ambigüedad de su sexo?
El derecho del niño a un desarrollo integral
Según la PdG, nadie tiene derecho a asignarle el sexo a un ser que nace. Desde la perspectiva psicológica, asignarle a un ser que nace la ambigüedad de su sexo puede causarle daño de una entidad muy importante, por las razones que desarrollaré aquí. Antes de eso, es importante recordar que el Código de la Niñez y la Adolescencia nos conmina a respetar su integridad:
“Artículo 9º. (Derechos esenciales).- Todo niño y adolescente tiene derecho intrínseco a la vida, dignidad, libertad, identidad, integridad, imagen, salud, educación, recreación, descanso, cultura, participación, asociación, a los beneficios de la seguridad social y a ser tratado en igualdad de condiciones cualquiera sea su sexo, su religión, etnia o condición social.”
El derecho a la vida es un derecho intrínseco. La vida de una ser se manifiesta en su cuerpo y en su consciencia, en su constitución biológica así como en su desarrollo psíquico. La vida resulta de la unidad mente/cuerpo; de esta unidad resulta a su vez la integridad de las personas. Si todo niño tiene derecho a la integridad, los adultos tenemos la obligación de reconocer tanto la evolución de su auto-consciencia como su existencia física. Los padres, los cuidadores, el personal médico y de enfermería no tiene derecho a asignar; ellos tienen el deber de respetar lo que el bebé expresa. Limitarnos a considerar solamente su lenguaje verbal (simbólico) sería elegir arbitrariamente un aspecto de su desarrollo y dejar a un lado los demás. Es decir, sería desconocer la integridad de su desarrollo.
El derecho a la identidad es un derecho inherente a la vida. El desarrollo de la identidad es un proceso; éste no empieza en un momento determinado, cuando el niño adquiere el lenguaje o cuando la PdG lo decide. El lenguaje verbal es adquirido de modo relativamente tardío, la comunicación con el bebé comienza incluso antes de su nacimiento. No es arriesgado afirmar que probablemente la función más importante asociada a los roles materno y paterno 5 sea la de reflejar lo mejor posible todo lo que de ellos nos llega: cansancio, tranquilidad, incomodidad, necesidad de contacto. Todos estos mensajes son emitidos por el cuerpo del ‘infante’. Nótese que etimológicamente el término ‘infancia’ significa “incapacidad para hablar.” Si usamos la palabra ‘asignar’ en relación a todos los cuidados, y no solamente a los aspectos sexuales, vemos que no es menor salvaguardar en todo lo posible la ‘alineación’ entre lo ‘asignado’ (que aquí llamaría lo reflejado) y lo percibido en su cuerpo. Si una madre o quien ejerce el rol materno está demasiado centrada en sí misma, por alguna situación problemática o por exceso de estrés, su función de reflejar se puede ver disminuida. Por ejemplo, si ella tiene una enfermedad, si está con fiebre y por eso siente frío, para reflejar adecuadamente no debe proyectar su sensación de frío en su bebé; ella debe dejar que sus sentidos sean impactados por lo que el cuerpo de su bebé emite: transpiración, calor en la zona del cuello o en la nariz, enrojecimiento de las mejillas. Solo así podrá abrigarlo de un modo adecuado. El no reflejar bien los signos que le llegan de su bebé, en ese caso, lo llevaría a abrigarlo en exceso, y a producirle una incomodidad. El bienestar del bebé depende de que pueda ser percibido lo más correctamente posible. Todos los padres, los cuidadores somos falibles. La percepción está ligada a la interpretación, y por eso no funciona perfectamente. Pero afortunadamente, para el buen desarrollo de los niños basta con ser “una madre suficientemente buena” (Winnicott, 1965).
Cuando se habla de “esperar ambigüedad”, esta expectativa no es ni neutra ni libre de proyecciones adultas. La ambigüedad en relación al sexo del bebé es una afirmación incluso más contundente que decir “es una niña” o “es un varón.” Afirmar o pensar “es sexualmente ambiguo”, es una aseveración que bien puede ser una construcción social o una construcción teórica. A diferencia de las anteriores, el suponer que existe alguna ambigüedad no está apoyada en ninguna percepción que viene del bebé, ni de su lenguaje, ni de su cuerpo. Debido a la importancia de la función del espejo (capacidad de reflejar) mencionada arriba, lo que estamos haciendo es reflejando algo que no nos llega desde ningún aspecto del bebé. Es igual que sobreabrigarlo, porque nosotros sentimos frío, pero con consecuencias quizás mucho más graves para el desarrollo de su identidad. Es un derecho del niño el ser reflejado lo más adecuadamente posible.
El pase de magia: el secuestro de las teorías feministas por la ideología queer
El “sistema sexo/género” es definido como “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1986). En un artículo dedicado a describir la evolución de las teorías feministas, aparece al inicio la siguiente aclaración sobre la distinción del feminismo clásico entre sexo y género:
Si bien la anatomía es uno de los criterios más importantes para la clasificación de los seres humanos, es evidente que la biología per se no garantiza las características que socialmente se le asignan a cada uno de los sexos. Es a partir de aquí que comienza a circunscribirse al género como la interpretación cultural del sexo. Entonces, el género es a la cultura, lo que el sexo es a la naturaleza. (A. Martínez, 2011)
Lo que aquí se afirma es que existen características asignadas socialmente que no están garantizadas por la biología. En esta descripción la palabra “asignan” está restringida al ámbito de las características de género como se puede leer claramente a continuación:
En este contexto conceptual, el género se delimita por oposición al concepto de sexo –concebido como un hecho biológico. El género es estrictamente identificado con el conjunto de significados que diferencian a varones de mujeres: activo/pasivo, proveedor/ama de casa, público/privado, cultura/naturaleza, razonable/emocional, competitivo/compasiva. En contraste con esto, el sexo refiere a los cuerpos de varones y mujeres, en tanto fijos, inmutables y naturales. (Martínez, pp. 129-130)
Las teorías feministas originales son, por lo tanto, contrarias a la idea de que “el sexo es asignado al nacer”. Entonces, ¿en qué presupuestos se apoya la idea de que el sexo puede ser asignado por algún ser humano o por un conjunto de seres humanos?
Si seguimos el exhaustivo recorrido que hace Martínez en este mismo artículo, llegamos al advenimiento de las teorías “Queer,” que fundamentaron su demoledora oposición a la distinción sexo/género tradicional en el pensamiento Judith Butler y otros representantes de la corriente del post-estructuralismo. Esta corriente está en la base del crecimiento desmesurado de la teoría de la construcción social de la realidad con la difusión e incluso la imposición de la idea de que no existe ningún tipo de acceso a la realidad. El cambio de los movimientos feministas acompañó el giro del post-estructuralismo en la academia. Este tomó tal predominancia que se obturó la posibilidad de debates teóricos e incluso de intercambio de ideas. La crítica a un sobre-énfasis en el papel determinante de la naturaleza fue sustituido por el mismo énfasis excesivo en el papel determinante de la cultura. Lo que se mantuvo fue el pensamiento dualista, es decir, se mantuvo la idea de que era necesario elegir uno de los términos de la dicotomía naturaleza/cultura. Se pasó así a reconocer solamente la influencia de la cultura a través del lenguaje en el conocimiento del mundo y de sí mismo. El pensamiento académico hegemónico solamente reconocía los signos lingüísticos o verbales. Esta forma de pensar lleva a olvidar que la naturaleza también se expresa a través de signos. En la comunicación pre-verbal, predominan los signos indiciales e icónicos por sobre los simbólicos. Quizás como consecuencia de la limitación del pensamiento crítico en los ámbitos académicos, el pensamiento feminista también sufrió una limitación. Sus concepciones clásicas se vieron demolidas por la imposición del movimiento “queer”:
“Como ya se ha señalado, Butler sostiene que el sexo es también una construcción social, en ese sentido la distinción sexo/género es, por tanto, absurda, pues el género no opera como una inscripción cultural sobre un sexo prediscursivo. El sexo, más bien, es en sí mismo una construcción, instaurado a través de normas de género que ya están en su lugar.” (Martínez, p. 135)
Otra vez encontramos la restricción del concepto de “discurso” al ámbito verbal. El sexo puede ser considerado “discursivo,” si se incluye en la teoría la significación de tipo indicial, cuya manifestación opera como un límite a la arbitrariedad de la interpretación. Si todo es discurso verbal, todo significado puede ser asignado. El límite a un discurso se encuentra solamente en otro discurso. Si la realidad no se manifiesta como un límite al discurso, pasamos a vivir en el reino de la arbitrariedad. Un discurso autoritario solo puede ser sustituido por otro más autoritario. Por eso, el movimiento queer por ocupar un lugar de poder, actualmente se toma el derecho de asignar la ambigüedad. Pero seguimos viviendo sometidos al poder de quien puede imponer su discurso. Lo que empezó siendo una teoría liberadora terminó legitimando la dominación discursiva. Y allí queda el cuerpo del niño, vivo pero inexpresivo, sometido a quien pueda imponerle su discurso. La situación es triste, porque el niño está en un etapa en la que su ser es principalmente cuerpo sin lenguaje, que se mueve por otros signos como son los olores, el tacto, la iluminadora visión del rostro materno con su sonrisa que lo refleja como un ser hermoso y completo. Es cierto que “el género no opera como una inscripción cultural sobre un sexo prediscursivo”. El cuerpo es discursivo, pero ese discurso no es a través de palabras, también habla a través de signos visuales (icónicos) y signos que manifiestan existencia (indiciales), y que como tales se oponen a la arbitrariedad de la interpretación con su insistencia corpórea e impertérrita. Los genitales están allí, su materialidad indicial es también un signo de su presencia innegable. La dotación XX o XY o incluso las variaciones que llaman “intersexualidad” están allí, resistentes, semióticas, vivas. No se doblegan, aún cuando se les quiera imponer ambigüedad, basta con no cerrar los ojos.
La percepción, el lenguaje y otros signos
Por supuesto, los sentidos perciben aspectos del mundo externo al mismo tiempo en que los interpretamos y ¿cómo negar que nuestras interpretaciones están teñidas de nuestra subjetividad? Pero decir que interpretamos lo que percibimos no es lo mismo que decir que no tenemos acceso a la realidad y que solo percibimos nuestras proyecciones sobre el mundo que nos rodea. Cuando observamos un bebé, nos llega desde su cuerpo una información que proviene del mundo externo, de su derecho a existir como un ser que es ‘otro’, y no una creación de nuestra subjetividad. Para entender esto es muy clara la imagen del arco iris propuesta por C. S. Peirce en Algunas consecuencias de cuatro incapacidades que él usa para explicar el principio no dualista de la fenomenología triádica según el cual tanto la subjetividad como la objetividad forman parte de la percepción: “…todo aquello presente ante nosotros es una manifestación fenomenal de nosotros mismos. Esto no impide que sea un fenómeno de algo fuera de nosotros, al igual que un arco iris es a la vez una manifestación del sol y de la lluvia.” (Peirce, 1868).
¿Qué nos dicen los espejos? El estadio del espejo y el desarrollo identitario
Uno de los momentos cruciales en la famosa película La Danza de los Vampiros de R. Polanski (1969) ocurre en el momento en que los tres protagonistas se detienen en seco frente a un enorme espejo de aquel esplendoroso salón de baile y descubren que acaban de ser delatados como seres humanos, ante los miembros de la alta sociedad vampírica, en ese castillo de Transilvania. Ellos intentaban pasar desapercibidos en ese gran salón de baile, al unirse rítmicamente a esa multitud de elegantes seres danzantes, que están detenidos en la eternidad por su condición de muertos vivientes. La mitología de los relatos de vampiros le asigna al reflejo especular la función de revelar y ratificar no solamente la condición humana sino la condición de estar vivo. Los vampiros no poseen reflejo alguno, según esa narrativa fantástica.
Uno de los aportes del pensamiento de Lacan al psicoanálisis y podría decirse a la psicología en general fue su estudio pormenorizado sobre la función del espejo en el desarrollo identitario, donde ocupa un lugar central la presencia estructurante del Otro. Vale la pena citar aquí la descripción que hace M. Casas (2001) en un artículo titulado “Entorno al rol del ‘espejo’ Winnicott, Lacan, dos perspectivas”6:
“El reconocimiento que realiza el niño en el espejo, señala la radical exterioridad de la imagen en la configuración de un yo que de entrada es exteroceptivo y donde el Otro funciona como espejo. (…) El bebé sonríe a la sonrisa de la madre, contemplada y reperada en la mirada, donde anida un elemento esencial de este punto de inflexión teórica: la evidencia del investimento libidinal, del que lo mira mirarse, que conduce al júbilo del niño ante el espejo (…) El niño a través de la mirada está “todo entero, allí afuera”(Philippe Julien), donde la imagen, formando parte de la causalidad psíquica, forma e informa, pues comienza el proceso identificatorio en la alienación originante.”
El espejo es la mirada del que lo mira y le devuelve algo que le pertenece. La exterioridad de la imagen es constitutiva de la interioridad del si mismo. El niño que se descubre “todo entero, allí afuera” necesita que el reflejo sea fiel a la realidad. Si no lo es, no es un reflejo, es un espejo distorsionador o, en el caso de la PdG, un espejo opaco, callado, ambiguo. Cuando el reflejo no está, el niño está perdido en ese limbo que no es ni exterior ni interior. No existe allí ni realidad ni fantasía, porque la fantasía es tal en relación con la realidad. Sin la realidad como límite y como foco orientador, la subjetividad se vuelve solipsismo, la fantasía delirio, el lenguaje asignación de significados arbitrarios, indistintos, indiferentes. La locura no es pintoresca, es el ámbito del sufrimiento y de la soledad más terrible porque es ilimitada.
Mi padre solía hacer un chiste sobre un hombre que estaba loco y tenía el delirio de creer que estaba muerto. En términos actuales, podríamos decir que “se autopercibía” muerto. En aquella época, los médicos aún creían en la realidad y por eso el médico a quién consultó trató de convencerlo de que no estaba muerto. Le dijo “Le voy a hacer una pregunta ¿Los muertos sienten dolor?” A esto el paciente le respondió que no. Entonces el médico tomó una aguja que tenía para sus inyectables y le pinchó la mano. Luego de haber gritado, el hombre quedó pensativo y respondió. “Doctor, me he dado cuenta de algo”. “¿De qué se ha dado cuenta?”, le preguntó el médico esperanzado. “De que los muertos sienten dolor”.
Al igual que el pellizcarse para confirmar que no estamos soñando, la realidad se manifiesta como aquello que se expresa corporalmente (signos indiciales), signos que operan como un límite a nuestra fantasía. Solo el delirio puede desconocer la realidad, y por ello paga un precio muy alto. No hagamos que los niños tengan que pagar el precio de nuestro pensamiento delirante.
Notas
1 Debido a la expectativa de algunos lectores de que se siga la práctica de aplicar el ‘lenguaje inclusivo’ creo necesario explicar las razones por las que no escribo ‘niñas, niños y adolescentes’. Para esto remito a la argumentación de Alma Bolón en su ensayo titulado El lenguaje inclusivo excluye la política
2 Bateson, G. (1972) Steps to an Ecology of Mind. Chandler Publishing Co.
3 Para una discusión pormenorizada del desarrollo histórico de esta teoría refiero al libro de Hacking I. (2001) ¿La construcción social de qué? Buenos Aires: Ed. Paidós (original, 1999)
4 Martínez, A. (2011). Los cuerpos del sistema sexo/género: Aportes teóricos de Judith Butler. Revista de Psicología (12), 127-144. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5641/pr.5641.pdf
5 La teoría semiológica imperante fue la de Saussure, que se restringía a estudiar el funcionamiento de la comunicación simbólica. La semiótica de C.S. Peirce describe tres clases de significación: simbólica, icónica e indicial.
6 Casas, M. (2001). En torno al rol del “espejo” Winnicott, Lacan, dos perspectivas.