ENSAYO
¿Cuál es el ámbito de lo común? La importancia de analizar las implicancias del centralismo político.
Por Diego Andrés Díaz
En este artículo intentaré continuar reflexionando, desde una perspectiva histórica, las implicancias relacionadas al centralismo político. Esta concepción política ha tenido numerosos capítulos de predominio en la historia de la humanidad, y su desarrollo -es decir, la consolidación del predominio de un poder unificado en una mayor cantidad de territorio- está ligado a muchas variables de la vida de las sociedades y los individuos. Sobre este punto, podría manifestarse que el centralismo político impacta radicalmente en los niveles de libertad individual, autonomía de las decisiones, desarrollo económico y derechos de propiedad, como pocos factores en la Historia.
El centralismo político plantea siempre que existen ámbitos sobre lo “común” que debe, en ultima instancia, ser resueltos por algún tipo de agencia centralizada que armonice, coordine, regule y administre esos ámbitos. Estos factores donde se ejecutan estas decisiones tienen como aspectos fundamentales la cantidad de ámbitos de la vida que deben ser regulados -es decir, la profundidad y amplitud– la cantidad de individuos que caerán en la órbita de las decisiones del poder centralizado -es decir, la soberanía -y la extensión territorial en la cual estas decisiones tienen competencia -es decir, la jurisdiccionalidad-. Profundidad y amplitud del poder, cantidad de individuos alcanzados por el poder, territorialidad en donde es implementado.
Por esto, el centralismo político opera como fuerza en las tres direcciones al unísono: decisiones más centralizadas, sobre mayor cantidad de aspectos de la vida de los individuos, cuya aplicación pesa sobra mayor cantidad de población y son obligatorias en territorios cada vez más amplios. Los ámbitos en “común” se definen en la misma lógica de los tres ejes anteriormente descritos. Imaginemos por un minuto el extremo de esta concepción centralista -un poder único, que interviniese y decidiese sobre todos los aspectos de la vida de los individuos, soberano sobre todos los habitantes del mundo y con jurisdiccionalidad absoluta sobre todo el planeta- para entender con exactitud la naturaleza de la idea centralista: una clase dirigente organizada, que ejerce muchas competencias, sobre muchas personas, en muchos territorios. Esto, no puede tener otra denominación que la de Totalitarismo.
Evidentemente, esta perspectiva con respecto al Globalismo -una forma del centralismo político- es camuflada hasta el hartazgo con la divulgación constante sobre supuestas bondades que un sistema de decisiones centralizado tendría. Los globalistas utilizan una serie de clichés propagandísticos relacionados a una especie de voluntad consensual de los pueblos del mundo, sin la más mínima existencia ontológica, a la que suelen referir orgullosamente como “Comunidad Internacional”. Esta comunidad inexistente sería una especie de vox populi global que tronaría en los oídos de los díscolos al centralismo político. Pero, aunque la representatividad del poder centralizado es una de sus obsesiones históricas más recurrentes, no es su única coartada: elementos como la seguridad, el desarrollo económico y la igualdad de derechos suelen utilizarse como excusa para la expansión del poder central.
En esta Pandemia, han primado los discursos sobre seguridad -sanitaria y económica- para justificar el avance sobre las libertades. La idea de “securitizar” las funciones del poder o del estado -claramente presente en la llamada “escuela de Copenhague”- empuja a asociar una necesidad creciente de seguridad con la legitimidad de crear instituciones para garantizar la “paz social”: así, la sanidad ya no se percibe en los términos de servicios sanitarios sino como concepto ampliado, como una prolongación de la seguridad de los ciudadanos. Esta fundamentación de cualquier función del estado o del poder como garante de la seguridad, representa inevitablemente la consolidación de un aparato fiscal, burocrático, policíaco e institucional detrás. La expansión del concepto de seguridad a mayores esferas de la vida es una vieja estrategia del poder político creciente con intenciones centralizadoras: la retórica de la “seguridad social”, “seguridad alimenticia”, “seguridad ambiental”, “seguridad de vivienda” -ahora seguridad sanitaria- pone el concepto en el campo simbólico que el lenguaje de la intervención del estado necesita como justificación ideológica de su expansión.
La Seguridad se relaciona directamente con la idea de Defensa, es decir, tiene indudables connotaciones militares. Tanto el uso de conceptos como seguridad o guerra han sido usados constantemente en la Historia para el avance del poder político sobre los ciudadanos y sus libertades. La frase de Randolph Bourne, “La guerra es la salud del estado”, refiere directamente a dos condiciones históricamente constatables: el poder político centralizado del estado ha usado las guerras para acrecentar su presencia en los tres ejes anteriormente referidos, y además, utiliza la retorica bélica para fundamentar sus acciones –“guerra contra el hambre”, “guerra contra las drogas”, “guerra contra la pandemia”- en la misma lógica que el concepto de seguridad.
Así como la retórica bélica, el discurso de la securitización de la vida aplicada a los fundamentos de la sociedad libre -libertad de expresión, propiedad, contratos voluntarios- es una de las coartadas más repetidas para avanzar sobre estos fundamentos.
¿Importa la escala del poder político?
La idea de construir un “gobierno cosmopolita” o “gobierno mundial” no es nueva en absoluto: en el pensamiento político moderno esta presente en incontables ocasiones, y es un capítulo central del pensamiento ilustrado. Autores de la dimensión de Kant plantean -en la paz perpetua– diferentes expresiones de Confederaciones de Estados donde una serie de derechos uniformizados garantizarían la paz a futuro. La tendencia desde el siglo XVII -que se profundizó en el siglo XX a través de las teorías geopolíticas y económicas de los “grandes espacios”- alimenta la idea unificadora y centralizadora del poder.
Las ventajas esgrimidas detrás del centralismo político -que influencia y condiciona los niveles de libertad- suelen girar en torno a la supuesta simplificación y eficiencia de los mecanismos jurisdiccionales y significar menores costos frente a los sistemas redundantes -tema que abordamos en los primeros números de nuestra revista– y que, partir de esta idea , en última instancia, la coordinación sería más virtuosa.
Una de las primeras cuestiones centrales que ya hemos abordado es la inconveniencia de los modelos centralizados por la dificultad intrínseca de desarrollar lo que Ludwig Von Mises denomina cálculo económico, aplicado en este caso a las respuestas políticas que un orden centralizado está destinado a enfrentar. Ante la constante variedad de temas y problemas a resolver, esta solución centralizada del poder tomaría medidas únicas que imposibilitaría medir el éxito o fracaso de estas en un arco necesariamente gradual de valoraciones. Como ya hemos señalado anteriormente, la Pandemia ha demostrado -por más que los globalistas se molesten en aceptar esta realidad- que la existencia de un sinfín de estrategias y respuestas políticas, económicas y sanitarias ha permitido ir analizando y comparando -es decir, haciendo cálculo económico- su efectividad. Las medidas centralizadas de un modelo único de respuesta, una planificación centralizada sanitaria, nos arrojaría al siguiente desastre:
1. Cualquier falla o error en la estrategia-aplicación de medidas sanitarias causaría daños globales y no locales. (modelos globales – aplicaciones únicas – errores globales)
2. No existirían medios alternativos para subsanar el error. (Modelo único centralizador de toda la capacidad técnica-material apostado a un solo modelo centralizado de gestión, piénsese este ejemplo en el desarrollo de vacunas o tratamientos, por ejemplo)
3. No podríamos cotejar, comparar y analizar si una estrategia fue buena, regular o mala por no tener alternativas a la misma. (es decir, no podemos otorgarles un valor a las medidas y el grado de satisfacción o utilidad, lo que imposibilita el cálculo frente a otras opciones o modelos)
Las medidas centralizadas demuestran su fracaso porque su aplicación se basa en una insignificante cantidad de datos relevantes sobre los territorios y poblaciones -es decir jurisdicciones- que sufrirán el modelo único. Sobre este punto de fracaso, la OMS -como la ONU, y la mayoría de los organismos globales- puede dar catedra de como promover medidas sin contemplar las peculiaridades y especificidades sociales, demográficas, culturales, económicas, ambientales, políticas, climáticas, etcétera, de cada lugar del planeta, y evitar que las medidas sean una verdadera catarata de desastres por no tener la enorme cantidad
de información necesaria para que sean ajustadas.
Los niveles de agilidad y respuesta de los sistemas centralizados son ostensiblemente decrecientes -a todas vistas un problema de información y cálculo – pero, además, es un enorme incentivo para que el regulador central -este gobierno unificado- entregue beneficios específicos a ciertos actores aliados, ya que el área jurisdiccional de aplicación de esas medidas es global. Así, un monopolio de vacunas -justificado en las mejores “buenas intenciones” de una voz que monopolice a su vez representar el verdadero “conocimiento científico”- en un contexto de poder global representa un despotismo sanitario, político y económico, colosal, de consecuencias negativas inmedibles. La existencia de un “super-regulador” es la puerta de entrada para que este reparta a su antojo y conveniencia monopolios, exoneraciones, subvenciones, y la elección política de “ganadores y perdedores” pasa ahora un nivel planetario. Y no se puede además votar contra la tiranía, con los pies, porque la jurisdicción es única.
Es difícil divorciar el afán centralista que se vive en el mundo actual -donde parece promocionarse el modelo chino de seguridad, control y desarrollo- y relacionarlo con los aspectos de la vida que están siendo más horadados y destruidos en nuestras sociedades, debido a la pandemia. El deterioro económico y jurídico de las libertades individuales no se debe, solamente, a las medidas rimbombantes y estridentes de los gobiernos, sino que se socava en las pequeñas redes y lazos que la sociedad civil construye y que hacen a la base práctica de la libertad. Por eso la destrucción de las libertades y de las instituciones sociales que la sostienen viene acompañada de la iconoclastia y el nihilismo sobre los fundamentos últimos de las sociedades occidentales. Señala al respecto Robert Nisbet que “Podemos considerar el totalitarismo como un proceso de aniquilación de la individualidad, pero, en términos más fundamentales, es la aniquilación, primero, de aquellas relaciones sociales dentro de las cuales se desarrolla la individualidad. No es el exterminio de individuos lo que en última instancia desean los gobernantes totalitarios, ya que el nuevo orden también necesita individuos. Lo que se desea es el exterminio de aquellas relaciones sociales que, por su existencia autónoma, constituyen siempre una barrera para el logro de la comunidad política absoluta. El individuo solo es impotente. La voluntad y la memoria individuales, sin el refuerzo de la tradición asociativa, son débiles y efímeras. Qué bien lo saben los gobernantes totalitarios. (…) Destruir o disminuir la realidad de las áreas más pequeñas de la sociedad, abolir o restringir la gama de alternativas culturales que ofrecen a los individuos la religión y el parentesco, es destruir al mismo tiempo las raíces de la voluntad de resistir el despotismo en sus grandes formas “. Presumiblemente, veremos rodar cabezas de estatuas y repudiando símbolos que encarnan las bases de la libertad individual en occidente.
La mentalidad de la Planificación Central
La legitimación de la planificación central como expresión ejecutiva del centralismo político es una de las cuestiones más recurrentes con respecto al tema abordado. Este factor -la autojustificación del regulador- está basado no en la evidencia del éxito de su regulación, sino en asociarla a factores prácticos (promesa de éxito en los resultados de la regulación) o simbólicos (superioridad moral o identificación social con las medidas) y es pura propaganda: se debe pura y exclusivamente al uso de los medios de hegemonía.
Esto se da a través de la apelación a la inevitabilidad del proceso centralista. En Camino de Servidumbre, F. Hayek advierte de este proceso: “…la tendencia hacia el monopolio y la planificación no es el resultado de unos “hechos objetivos” fuera de nuestro dominio, si no el producto de opiniones alimentadas y propagadas durante medio siglo hasta que han terminado por dominar toda nuestra política…”
Dentro de estos dos esquemas, abordemos brevemente alguna de las coartadas que el centralismo utiliza para justificar su expansión a través de la Historia y que son simplemente propaganda política: como padre del capitalismo, como método práctico de obtener bienestar general, como forma de fraternidad universal, como consagración del paraíso terrenal, como herramienta de alcanzar la igualdad absoluta. Empecemos por analizar la idea del centralismo político como padre del capitalismo. (en otras entregas abordaremos los otros puntos)
A la vez que el gobierno único está detrás de buena parte de los proyectos políticos del socialismo, uno de los mitos que se intenta imponer por parte de los centralistas políticos es la idea que el capitalismo nace en su seno, y le debe a su creciente predominio su génesis y desarrollo. Una pregunta pertinente seria plantear: ¿Por qué el capitalismo nace en Europa? Porque está políticamente fragmentada. David Landes, en su obra La pobreza y la riqueza de las naciones (1998) sostiene que en Europa se dieron una serie de elementos sustanciales para el desarrollo del capitalismo. Europa va a experimentar una etapa de verdadero auge económico, social y técnico entre el siglo XI y XIII, y a partir del siglo XV el liderazgo científico de la sociedades asiática y árabe fue en constante declive resultado de la centralización creciente del poder, a diferencia de Europa donde la defensa de la propiedad privada y la lucha y división por el poder van a ser notorias en comparación con otras civilizaciones.
El factor comercial es fundamental para el nacimiento del capitalismo, pero esto no explica el proceso de su gestación y desarrollo: las civilizaciones de oriente conocían el comercio, e incluso su práctica era más amplia y profunda que en Europa. El centralismo político y sus teóricos han sostenido que la conformación de grandes imperios o estados-nación centralizados y “regiones políticas integradas- generan economías de escala significativas y coordinables, y se suponen que esta condición evita las redundancias y representan una superioridad frente a estados pequeños o poderes descentralizados. La historia del proceso europea desmitifica esta postura.
En el sistema de estados y poderes europeos desde el siglo XI al XIX, basado mayormente en la competencia intra-estados e inter-estados, el poder está distribuido entre diferentes unidades políticas donde no existe un órgano central que pueda tomar decisiones absolutas e irrevocables. Eric Jones, en El milagro europeo, señala como en China medieval, el creciente centralismo y la política autárquica de sus gobernantes, fue llevando a la sociedad a perder su dinamismo económico y alejarse de los niveles de desarrollo occidentales.
Como bien señala Ludwig Von Mises, los estados pequeños o descentralizados tienen pocos incentivos para interferir en la economía por varias razones: “En primer lugar, todas las áreas del Estado están próximas a los Estados vecinos, lo que facilita a los ciudadanos saber lo que pasa en otros Estados y, si es necesario, “votar con los pies”, o sea emigrar; los ciudadanos de los Estados pequeños pueden emigrar fácilmente porque están invariablemente cerca de un Estado vecino. Esto les da a los pequeños Estados un incentivo para mantener bajos los impuestos y, en general maximizar la prosperidad interviniendo tan poco en economía como sea posible. A diferencia de los Estados grandes, que pueden, en su mayor parte, recaudar impuestos y gastar cuanto deseen, ya que es difícil que sus ciudadanos puedan salir, los Estados pequeños deben competir con otros.”
Incluso en el proceso industrial inglés, el mismo se da en un contexto notoriamente mas descentralizado que el dominante en estados europeos. El historiador Joel Mokyr señala en la revolución industrial y la nueva Historia económica que una de las más relevantes diferencias “…entre Gran Bretaña y la mayor parte de los países europeos era la falta de centralización del poder político. (…) “…En el apogeo de la Revolución Industrial, incluso proyectos sociales de envergadura, que muchas otras sociedades hubieran considerado que contaban con las suficientes ventajas públicas como para justificar la intervención directa del Estado, se dejaban en Gran Bretaña en manos de la empresa privada. En este país, las carreteras, los canales y los ferrocarriles se construyeron sin ayuda directa del Estado, y las escuelas eran privadas…”
El proceso de expansión del centralismo político se benefició del desarrollo capitalista, y no al revés, debido a la posibilidad de los gobiernos de solventar, a través de los impuestos, los ejércitos regulares armados y las enormes burocracias. El desarrollo de la división del trabajo y la cooperación internacional es un fenómeno formidable de la descentralización de decisiones a partir de agentes con altos niveles de autonomía. El proceso de desarrollo del capitalismo y sus pilares más significativos -derechos de propiedad, mercados libres, baja preferencia temporal, contratos voluntarios- son en sí una manifestación formidable de la potencia de la descentralización de las decisiones. De la libertad.