PORTADA
Por Fernando Andacht
Escribir sobre una efeméride más en la lista interminable de esas que no convocan autoridades, ni el ondear de banderas o entonar himnos parece una pérdida de tiempo y de signos. Pero en la época del denso silenciamiento pandémico y pos-pandémico, vale la pena detenerse en observar cómo se celebró en dos programas, uno de modo explícito y otro implícito, el decretado “Día del Periodista y del Trabajador de los Medios de Comunicación”, el 23 de octubre pasado. En 2022, en ese campo profesional, hay un asunto que es inevitable abordar, me refiero a la amenazada y coartada libertad de expresión, a la flagrante y omnipresente censura, y a la alarmante autocensura resultante. Ese día, el único modo posible y plausible de incursionar en esa zona álgida era hacerlo sin amortiguación, sin omitir su real dimensión, y emplear genuinos ejemplos locales o internacionales. En los dos casos que elegí, los periodistas se comportan de modo muy diferente a la hora de abordar ese tema espinoso, casi radioactivo, si nos atenemos al modo en que se lo encara. El programa televisivo Polémica en el Bar, que se dedica a celebrar de modo explícito la fecha que homenajea el periodismo, lo diluye hasta la evaporación, y luego rebaja a sus oficiantes a un nivel grotesco; revela así la decadencia inocultable de esa profesión. El espacio radial en No Toquen Nada no hace un festejo explícito, pero le dedica algo de tiempo al mismo tópico, pero lo hace de un modo que cabe describir como un peculiar festejo intersticial de la profesión, entreverado pero igualmente efectivo. Aún sin abordar lo dicho en clave de tributo a la efeméride, esa columna radial deja claro lo muy poco que se puede o se quiere tratar lo intratable. Lo dicho alcanza y sobra para poner en evidencia la gruesa capa de silenciamiento que, desde marzo de 2020 hasta hoy, ahoga el libre desplazamiento de ideas sobre el tratamiento pandémico realizado por gobierno, ciencia oficial y medios macizos – por lo unánimes – de comunicación. Surge así un curioso efecto retórico: el quiasmo o paralelismo cruzado – A-B//B-A – según el cual, los periodistas televisivos actúan como payasos y el payaso radial actúa como un periodista.
La semiótica tiene un principio metodológico central que explica su fundador, C. S. Peirce (1839-1914) mediante una frase bíblica: “Por sus frutos los conoceréis” (CP 5.465, 1907). Para comprender el significado de un concepto complejo como ‘periodismo’, un camino empírico y confiable consiste en observar y estudiar las consecuencias que su utilización produce en la experiencia; en eso y en nada más que eso consiste su sentido. Veremos en lo que sigue qué triste y penoso es seguir y observar, entonces, el sendero mediático que nos permite comprender el actual estado de esa actividad, en este punto del siglo 21, a nivel local, y en buena medida global, al observar las consecuencias de su trabajo sobre el periodismo. Comprendo que es insalubre recomendar al lector ver y oír estos artefactos defectuosos que producen nostalgia de otro periodismo, de una palabra valiente que se atreva a indagar y a ensanchar el horizonte de pensamiento sobre una cuestión tan compleja y vital como la política pandemia que se abatió sobre el mundo, y sigue causando estragos. Pero sería un signo de desfallecimiento y arrogancia mirar hacia otro lado, cuando el universo mediático más poderoso se obstina en darnos un producto mezquino y engañoso, que nos impulsa a buscar la verdad en otros lugares. Observarlo, estudiarlo y describir sus actos impunes es un principio de justicia. Como Ulises pide que lo amarren para escuchar el canto letal de las sirenas sin lanzarse hacia ellas y sucumbir, la reflexión que proponemos desde eXtramuros podría servir, tal vez, para contemplar y entender el funcionamiento de esa fábrica de mansedumbre y conformismo ciego que es la poderosa máquina mediática, sin sucumbir a sus engaños.
Cuando los periodistas actúan como payasos: mucho ruido y ni una nuez libertaria
Le tocó en suerte al programa de televisión Polémica en el Bar (PeB de aquí en adelante) de Canal 10 ser emitido el Día del Periodista. Consciente de la trascendente efeméride para un programa que se podría describir de modo muy generoso o nada exigente como ‘periodístico’, ya en el inicio, Jorge Pyñeirúa, su conductor, se dirige al parroquiano fijo Leonardo Borges, profesor e historiador, para recordarle su misión de ese día: “Vamos a hablar del día del periodista”. Queda así destacado en itálica el momento wikipédico que tendrá el programa. Esa intervención temprana significa ‘sabremos cumplir’; no se eludirá desde PeB la sagrada misión de honrar el emblema laboral bajo el cual esta troupe televisual se presenta y ampara dos veces por semana. Otros pequeños dones al momento vivido tienen lugar en ese momento inaugural. Se explica la ausencia por un motivo de salud de una integrante, Patricia Madrid. Un concurrente habitual lo aprovecha para exclamar emocionado: “¡Una gran profesional!” Otro procede a describir que la conducción puntual del programa a su cargo “fue brillante, porque ella es brillante.” Estaríamos pues ante una constelación de estrellas periodísticas, o ante un derrame autocomplaciente de autoelogios. Ud. lector decidirá, luego de recorrer el material preparado para ese día con destaque en el calendario para este género televisual, que se presenta a si mismo como periodismo de pantalla.
El invitado del día es el periodista Leonardo Sarro; él cumple con el delicado cometido de hablar del elefante en la habitación sin jamás mencionarlo, para inmensa alegría y alivio de todos los presentes. A sus declaraciones me remito. El nivel de valentía de este representante de la profesión se manifiesta, por ejemplo, en su denuncia de la censura actual. Habla de cómo la noticia escandalosa publicada por Sudestada – un portal de “periodismo de investigación” – sobre la entrada al país del cirujano capilar argentino en junio de 2021 para atender al presidente, cuando las fronteras estaban cerradas, no fue levantada de inmediato por los medios principales, a pesar de que él la había difundido. Él culmina su reflexión con una frase-diagnóstico que repetirá entusiasta muchas veces esa noche, para explicar ese fenómeno de timorata omisión profesional en otras ocasiones similares: “¡Uy, no te metas!” Pasa a enumerar más informaciones negativas recientes sobre el gobierno que habrían sufrido, asevera con tono crítico, el mismo destino de filtrado y/o demora en ser diseminadas. El invitado no se priva de hacer un encendido elogio de las redes sociales como una fuente alternativa y valiosa de noticias omitidas por los medios: “El tema de las redes sociales está quitándole el velo a todo!” Claro, eso podría ser cierto, si no existiera una infatigable legión de fact checkers, de censores acérrimos a sueldo de todo lo que los principales jugadores en internet – Facebook, YouTube – consideren que no conviene decir en ese ámbito. Sin embargo, sobre ese acto represor y anti-democrático innegable podríamos usar junto con Sarro, su propio diagnóstico favorito: “¡Uy no te metas!”. Y cabría emplearlo, porque ni él ni nadie más en ese estudio televisivo habla de modo concreto, específico, con el mínimo coraje que debe tener el periodismo que se ocupa de denunciar algo injusto, liberticida, como lo que acabo de señalar. Su intervención inaugural parece funcionar como la batiseñal para dar inicio ceremonial a una impresionante maratón de lugares comunes, de signos totalmente inocuos. Los parroquianos de PeB rivalizan en la cantidad de banalidades pronunciadas alegre y enfáticamente; todo lo dicho ese día permanece muy adentro del límite de la comodidad y del todo distante de cualquier riesgo. Las suyas son palabras que no podrían jamás perturbar a nadie situado en la esfera de los poderes fácticos.

Bienvenidos a una interminable maratón del lugar común e inútil
Un contertulio fijo y deportivo de PeB aporta maravillado una frase altisonante, como si él fuera a revelar algo que nos cambiará la vida para siempre: “Periodismo es el primer borrador de la historia.” De ese peculiar borrador modelo uruguayo 2020-2022 sólo fue suprimida cualquier mención de los muchos males acarreados por el tratamiento pandémico antes y después de la vacunación. Envalentonado, ese cronista del deporte rey, Julio Ríos, reflexiona sobre lo difícil que es “meterse con los poderes acá, ni en Argentina, ni en EEUU, en ninguna parte.” Sobre eso no le puede quedar duda alguna al espectador que no se haya ya dormido a causa de un despliegue tan tedioso como anodino sobre la actividad homenajeada. Su aporte culmina con un clímax de anti-originalidad que él propone como una esperanza para la profesión: “se abre una línea, el periodismo militante.” Y su contribución es recibida con alborozo por el resto de los participantes, que emprenden al galope un camino tan trillado como inútil sobre la inevitable subjetividad y/o falta de objetividad, el valor de la ecuanimidad, en fin una sarta de afirmaciones blanduzcas, sin el menor apoyo en algo sustancioso, concreto.
Hay, no obstante, apenas un roce mínimo con la realidad silenciada; proviene del invitado, pero previsiblemente cae en el más rotundo vacío, que, nuevamente, ilustra a la perfección la falta absoluta del coraje mínimo para hablar de algo que de veras honre el Día del Periodista. Sarro se pregunta con un dejo de sorpresa indignada: “¿Cuántas veces Ignacio Álvarez dio cuenta de informes fuertes periodísticos y nadie, al otro día lunes, los periodistas no preguntan nada!” Nadie recoge ese guante, que se pierde en la nada, o dicho con sus propias palabras, “se tapa” esa práctica tan incómoda, en el ámbito donde debía develarse y explicarla al amable público. Quizás como una defensa básica, Sergio Puglia, uno de los tertulianos habituales, se deslinda molesto del oficio con una enérgica exclamación exculpadora, cuando la única mujer del elenco, Daiana Abracinskas, lo incluye en la actividad allí celebrada: “¡Yo no soy periodista, soy comunicador!” Quizás consciente de que alborotó en exceso el avispero de lo real, el de afuera agrega extático: “¡El periodismo de ahora es mucho mejor que el de hace 30 años!” Su afirmación se basa, seguramente, en su previa emocionada apología de las redes sociales, y como tal es una flagrante falsedad, ya que en un periodista es un insostenible acto de ingenuidad afirmar que, en ese medio, campea la total libertad para el periodismo. Ni el invitado ni los demás miembros del Bar de Canal 10 rozan siquiera en sus intercambios el mecanismo de constante vigilancia y censura que impera en las alabadas redes, que tanto bien le habrían hecho al periodismo, según se proclamó en PeB.

Ni corto ni perezoso, el cronista futbolero Ríos recoge la indicación ofrecida, y hace una encendida alabanza de lo magnífica y generosa que es la ventana irrestricta en internet llamada YouTube, para mayor gloria de la libérrima expresión. Por ese medio, él exclama embelesado, “podés trasladarle a la gente lo que vos no podés por un medio convencional” Y por las dudas reitera su admiración incondicional por esa red social: “¡Ahí vos tenés la libertad total de plantarte ante la cámara y querés hablar de política, de lo que se te cante!” En el remate de su apología, este parroquiano estable alcanza un paroxismo de ignorancia, cuando afirma que, en ese medio, uno puede exponer “en el ámbito que vos quieras.” En esta revista, dediqué un ensayo a reflexionar sobre un ejemplo reciente de censura en ese medio a una intervención de sus redactores. No se podría haber traicionado más, parecería, la efeméride del periodista. Antes de ese tributo a YouTube, él mismo había mencionado muy al pasar la “autocensura”, y al hacerlo había recibido el apoyo entusiasta del invitado, más un aporte completamente inútil de la mujer semi-estable del elenco, cuando ella nombra “la cultura de la cancelación”. Abracinskas apenas menciona, pero no desarrolla en absoluto, algo que ella cuenta le ocurrió: “si decís determinadas cosas que pueden no gustar. ¡No hablo de este canal particularmente, pero me pasó!”
Ninguno de esos planteos fugaces e ineficaces llega a enturbiar el homenaje que el cronista deportivo le rindió a YouTube, por ser una red social tan libertaria y permisiva con todas las expresiones, y por ese motivo, se habría convertido en una extensión preciosa de los límites del periodismo “convencional”, como él mismo lo describe. No puedo dejar de pensar que, comparado con este festival de banalidades y exangües frases hechas, que suben a la superficie un instante para desaparecer de inmediato en el limbo de lo inocuo, la confesión de Gabriel Pereyra, publicada en 2021, cuando este periodista reconoció que había censurado de modo sistemático a los críticos del plan pandémico, brilla como un lucero en el horizonte. Aparentemente, llegamos a un nivel muy deprimente de un discurso que habla muy mal del periodismo real, difícil de empeorar. Pero siempre se puede caer un poco más bajo en este camino de la pérdida de decoro y de dignidad profesional. De eso se va a encargar la segunda parte de este funesto programa dedicado a celebrar el cuarto poder.
Del momento wikipédico a la Granhermanización del Día del Periodista
Llegó el instante solemne; lo antes anunciado se cumple rigurosamente. Antes de que transcurriese la mitad del programa, el conductor le pide al historiador L. Borges que cuente el origen de esa celebración oficial de la profesión. Lo más relevante de su exposición al mejor estilo Wikipedia es el mencionar la denominación de quien ejercía ese oficio en el siglo 19: “escritor público”. Quienes actúan en ese bar de utilería son escritores y hablantes públicos en varios medios; y por eso es inevitable prestar atención a lo que dicen o escriben. Tras los dos minutos y medio de esa incursión en un episodio que ninguno de los presentes asocia a los actuales males que aquejan al periodismo, continúa con bríos el desfile de banalidades, hasta que irrumpe el bufón fijo de PeB. Pero no es esa la caída en la sordidez a la que me referí arriba. Su llegada es prologada por el presentador con un eufórico anuncio: “¡Ya viene Gran Hermano!”, el programa que, en efecto, le sigue a éste en la grilla de Canal 10. Tras la partida del cómico estable todo se granhermaniza de modo obsceno. Iba a escribir ‘alarmante’, pero no sería sincero; nada puede alarmarme en esta opaca hoguera del concepto de lo periodístico en el siglo 21. Por las dudas, el bufón se encarga de anunciar, antes de abandonar la escena, quien él cree que deberá dejar la casa del reality show, mientras que servicial y enérgica la mujer del plantel desarrolla ese aporte, cuando manifiesta que está en total acuerdo con su sabio juicio. Mientras escuchamos la banda sonora de Gran Hermano, para rematar su oportuna intervención, la contertulia agrega: “¡Me molesta la gente que dice yo no veo Gran Hermano, y después se saben cada detalle!” Con celeridad oportunista, el conductor cierra así ese bloque: “¡No se lo pierdan, en vivo, la primera eliminación!”. Hasta ahí no sería más que otro sórdido chivo, de la copiosa emisión de cada programa, en este caso a beneficio de la casa, a favor del propio canal. Digamos que son gajes del degradado oficio ejercido en ese medio. Pero con eso no le alcanza.
Por fin, culmina este alegre funeral del periodismo local del modo más humillante posible para el homenajeado. Cuando han transcurrido 44 minutos, sin que nadie pestañee, sin que uno de los presentes se inmute, anuncia J. Pyñeirúa que habrá nominación en ese mismo programa. Lo hace, obviamente, para mimetizarse y publicitar del modo más descarado y explícito el siguiente programa del canal. Como si él apenas hubiese cambiado de tópico a considerar, cuando se les notifica sobre ese cambio radical del menú, todos lo aceptan con una gran sonrisa complaciente. En verdad, ya lo sabían, porque poco antes, el conductor había avisado al público: “Vamos a hacer una pausa, y les recuerdo que pegadito a la pausa, vamos a hacer Bar Hermano. Va a haber nominaciones acá (y nombra a cada contertulio) A ver quién se va del bar…” Por la reacción de los periodistas, se diría que les causa gracia, y debe parecerles algo ingenioso, pero sobre todo adecuado para el festejo de la efeméride. Una vez más, el conductor lanza el anuncio de que “se viene después, la primera gala del programa Gran Hermano”.
Al volver de la pausa, no podemos dejar de comprobar que la amenaza no era una broma: hay un portentoso sofá rojo que fue colocado al costado del estudio disfrazado de bar, que ahora está camuflado parcialmente como el confesionario del reality show que se emite desde Buenos Aires en directo. Para atenuar
lo chabacano del momento, el conductor anuncia riéndose que un integrante de la casa de encierro voluntario filmado 24/7 acusó al presidente argentino de corrupción. Luego, oímos cómo aumenta gradualmente el volumen de la banda sonora característica del próximo programa, e irrumpe una voz en off que emula la del personaje invisible y omnisciente del reality show: “¡Comenzamos con la primera gala de eliminación de Bar Hermano! Vamos a llamar al confesionario a Jorge.” Sin el mínimo pudor, todos los allí reunidos para ejercer una forma liviana, celosamente autocensurada y muy tenue de periodismo proceden a obedecer las reglas de ese otro formato televisivo. Su acto de obediencia es coronado por la exhibición de una gran placa, donde aparecen sus rostros, y se puede constatar quienes fueron nominados para ser expulsados del bar. En medio de las alegres carcajadas y festejos de los presentes, vuelve a la carga el presentador, el encargado de dirigir ese inolvidable tributo al Día del Periodista: “¡Dale que se viene de verdad Gran Hermano”. Habla como si esta escenificación de mentira que hicieron todos ellos no hubiera sido de igual importancia que sus fatigantes reiteraciones, para enganchar a la potencial audiencia del reality show, emitido por ese mismo canal.

La última escena de la que quisiera pero no consigo olvidarme los muestra a todos eufóricos, con la mano levantada, mientras se despiden, y, por supuesto, los acompaña la banda sonora del publicitado formato glocal de reality cada vez más estruendosa. Se empasta así de modo grotesco el homenaje al periodismo de estos… no sé bien cómo llamarlos, y la promoción del entretenimiento importado. Ya nos quedó claro a todos qué es lo que realmente importa para expresar la entusiasta adhesión al festejo de su profesión. De modo involuntario, los personajes de PeB han escenificado algo más que ese triste comercial de un programa por completo ajeno al periodismo. Todo aquel profesional que se atreva a incluir lo real sin filtro será nominado y expulsado sin más de ese campo laboral. Irónicamente, en el momento de su mayor degradación mediática, la troupe del programa puso en escena una alegoría del real riesgo a evitar a todo precio para poder seguir diciendo lo que deben decir y nada más que lo que deben decir para durar.
Hasta ahora, vimos qué ocurre cuando los periodistas ofician de payasos, ahora toca observar la segunda parte del quiasmo o paralelismo cruzado: cuando el payaso actúa como periodista.
Hubo una vez un casi-festejo del Día del Periodista intempestivo pero digno
Dos días después del homenaje al periodista, sin nunca mencionarlo, en un espacio mediático dedicado a burlarse de la actualidad, tuvo lugar algo insólito. De modo caótico, intersticial, en medio de diversos menesteres, un payaso junto a sus dos secuaces serios, nos permite vislumbrar e imaginar de modo intermitente cómo podría haber sido un tributo genuino a la profesión, en tiempos pospandémicos. Lo describo como “un casi-festejo”, porque es una crítica velada al periodismo actual a causa de su carácter temeroso, silenciado, opaco, oportunista, pero se lo hace desde el humor. Ese rasgo atenúa, amortigua lo dicho, porque se lo enmarca como algo que ‘no es en serio’, que ‘es en broma’, y quien lo enuncia queda automáticamente protegido por la barrera semiótica de emitir signos que remiten a la realidad puesta entre comillas, despojada de su carga literal. En apariencia, estamos ante lo opuesto a un editorial o a una columna dedicada a analizar los obstáculos formidables para la libre expresión, cuando de la política pandemia se trata. Pero veremos que lo que ocurrió allí es más complejo.
En su columna de No Toquen Nada (FM del Sol/AM 810) del 25 de octubre, Darwin Desbocatti se ocupa de varios asuntos; durante algunos minutos, al final de la primera parte y al inicio de la segunda, el personaje aborda la misma noticia que PeB. El personaje de Carlos Tanco se ocupa de la entrada del implantador de pelo del presidente, lo que sería una clara transgresión del decreto presidencial que sólo permitía el ingreso al país de un extranjero “por razones de necesidad impostergable y carácter urgente.” A diferencia de lo ocurrido en el malogrado pero revelador homenaje del programa televisivo de Canal 10, en esos mezquinos pero valiosos diez minutos, en una hora de radio matinal, escuchamos ásperos y genuinos embates contra la locura pandémica auspiciada por el poder político, en complicidad abyecta con el sanitario y el comunicacional. Son escasos signos, sin duda. Sin embargo, en ese turbio magma de chistes y de confesiones murmuradas por los acompañantes serios, que ofician a diario de muro para el desborde habitual del payaso, hay un esbozo que permite imaginarnos cómo podría ser un periodismo al servicio de la verdad y del bien de la sociedad, realizado desde un medio poderoso. En este momento, con esa menguada ración debe alcanzarnos, no para resignarnos, sino para reclamar con vigor que vuelva a funcionar esa profesión sin trabas ni trampas, en todos los medios, los periféricos y los centrales. Vamos entonces a repasar qué y cómo se habló en una columna radial de lo que no se debe hablar aún hoy, a 34 meses de declarada la emergencia psico-sanitaria.
De modo previsible, todo comienza con un chiste sobre la noticia a cargo del payaso Darwin Desbocatti:
“Vamos a hablar de un problema que se implantó el presidente, una autorización especial en pandemia a su tratador capilar para que entrara. No me parece demasiado grave en términos reales, en términos simbólicos… El presidente optó por hacer algo que definitivamente se ve mal con el objetivo de verse bien.”
Y para reforzar la broma, el personaje promete que también hablará del “aspeto” del tratador capilar, del “implantador”, una tarea a la que le dedica casi todo el tiempo de esta segunda porción de su columna. No seguiré ese camino aquí, ya que se trata del dispositivo cómico, de una vía que es notoriamente perpendicular al periodismo. Se trata de su parodia, y para ese fin, él se detiene en un detalle irrelevante, para desarrollarlo y volverlo absurdo, como cualquier elemento, si se lo observa con gran detención y sin afán de aportar nada serio sobre el mundo. Interesa y mucho, en cambio, lo que Desbocatti dice sobre el permiso que obtuvo el médico argentino en junio 2021:
“Entró por una habilitación de Delgado cuando hacíamos esa pavada de que las fronteras del país estaban cerradas. Lo que pasó es que ingresó un extranjero, y yo ni me acordaba que no podían. ¡Mi cerebro ya había borrado esa estupidez! Porque es una imbecilidad de las 100 o 150 o 150.000 imbecilidades que se hicieron durante la pandemia, que es esa cosa de… no dejamos entrar a los extranjeros, porque los extranjeros traen el virus!”
Estos comentarios ácidos y críticos en extremo son dichos en el cierre de “la primera parte” de la columna radial. Se trata de un momento de transición que, supongo, recibe un poco menos de atención que el comienzo y el medio de esa primera mitad de dicho espacio. Previsiblemente, para el público habitual de Desbocatti, él procede a justificar lo injustificable; en eso consiste precisamente su juego humorístico principal. Explica que él entiende que sí fue justificado el ingreso del experto capilar, mientras se escuchan las carcajadas sus dos secuaces serios: “¡Señor, tiene que ver con la autoestima del presidente! ¡Cómo son ustedes los periodistas, eh! Todo el tiempo le están buscando el pelo al huevo ustedes!” Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol radiofónico. Se produce un juego de palabras obvio, inevitable diría. Pero casi en seguida hay un salto en los signos emitidos: sin aviso previo, se pasa del chiste a una crítica feroz de la locura pandémica que fue sostenida por la Ley en su fase kafkiana aún en vigor hoy:
“Lo que me causa más alarma en estos casos que me resultan triviales, pero en algún punto inevitables, es que no existe mandatario en el mundo que no haya salteado las normas confeccionadas por ellos mismos para algún tema personal.”
Cabe consignar que como un pálido eco, interviene entonces uno de los compinches serios, con voz grave, distante del chiste y desprovista de énfasis: “De cumplimiento imposible las normas.” Así transcurre, a los saltos, con interrupciones constantes, pero con suficiente autenticidad periodística como para afirmar que, en esos mezquinos diez minutos, sí hubo un tributo caótico e intersticial pero tributo al fin al Día del Periodista. Sorprende que lo haya hecho un payaso que entraba y salía de ese rol en compañía de dos voces radiofónicas que sí asumen oficialmente el desempeño periodístico. Como si quisiera destacar su oficio de payaso ajeno a la seriedad, de alguien que puede zambullirse incólume en las borrascosas aguas periodísticas, Desbocatti aborda otro tópico: la encuesta de confianza en el presidente, luego de que fuera conocida esta noticia negativa. El payaso dice que quiere saber “¿Confianza para qué? ¡Dejarle el perro!” Así el bufón introduce y retira sin previo aviso el foco del tópico pandémico, en esa pequeña porción de su columna del 25 de octubre de 2022. Llegamos a apreciar tan escaso bien, por el contraste violento con lo que brilla lastimosamente por su ausencia en todas las horas y días de todos los medios masivos.

Y por ese mismo motivo – lo muy escaso del buen periodismo y la importancia de valorar todo lo que se le aproxime, aún cuando nos llegue desfigurado y amortiguado por el género paródico de un humorista radial – vale la pena citar en extenso lo que sobrevino, cuando Desbocatti retornó al tópico de los protocolos de la locura colectiva patrocinada por este gobierno y por sus unánimes y serviciales acólitos en Ciencia y Comunicación Maciza. Uno de los dos colaboradores serios le hizo un comentario que lo habilitó a volver a ese asunto tan callado en PeB. Joel Rosenberg le recordó “eso de lo que su cerebro se había olvidado. La prohibición de ingreso de extranjeros. Pero hay que ubicarse… Visto hoy…” Tras esa provocación, como si hubiera recibido una descarga eléctrica de signos, Desbocatti le dio rienda suelta a una reflexión que no encuentra un espacio mediático serio dónde ser expuesta aún hoy:
– DD: “¡No, visto en aquel momento también era una imbecilidad, esto de cortarle la entrada a los extranjeros! ¡Lo hablamos en su momento, no es que ahora, visto ahora, parece estúpido! ¡Ya parecía estúpido antes, lo que no se podía decir!
– Ricardo Leiva (uno de los dos serios) dice casi en un susurro: “Estaba más censurado.”
– DD: “Y estaba la gente en ese estado hipnótico (e imita un grito angustiado y frenético) ‘¡No, no dejen que entren los argentinos! ¡Que traen el virus!’ ¡Esta estupidez, el chauvinismo mundial generado, el más retrogrado y el más corto de entendederas, si todos nos quedamos quietos, se va el virus!”
– J. Rosenberg: “¿No está derogado el decreto de que hay que hisopar a los niños menores de 12 que no se vacunaron, para reingresar al país?”
– DD: “¡Ese sí (lo) apeló el gobierno! ¡La de Recarey sí la puede apelar, porque le parecía importantísimo! La caja blanda de tabaco no, porque ya se cansaron de perder. Esa sí la apeló, y como todos pedían, le dieron la razón del gobierno (para) seguir manteniendo esa norma estúpida Lo único que me alarma es que si yo tengo que hacerme una medida específica para una ocasión especial, ¿no será que eso está marcando de alguna manera la ridiculez de la norma, que ha sido impuesta por motivos cosméticos? ¡Mucho más es un asunto cosmético, el que genera esta excepción a la norma! ¡Es cosmético de los dos lados de la ecuación!”
En esos pocos y confusos minutos, hay más periodismo real que en la interminable hora televisiva del programa que, nos quedó muy claro, estaba antes de Gran Hermano por Canal 10. Lo llamativo es que por momentos surge de modo agónico la voz del periodismo no disimulada por la burla de la comicidad. Las dos intervenciones de los serios – los que no se desempeñan como bufones – se manifiestan en signos “ingrávidos y gentiles como pompas de jabón” (gracias A. Machado), como si emergieran al aire radial a pesar de sus enunciadores, como si ellos hubieran sido empujados por el flujo demoníaco del humor del payaso. Me refiero especialmente a la confesión apenas audible de quien habla primero, en un eco fantasmal de lo gritado a voz en cuello por Desbocatti: “Estaba más censurado.” Además de la voz casi inaudible de Ricardo Leiva, el tiempo verbal que él emplea es amortiguador: ‘estaba’ dijo, cuando es evidente que todavía ‘está’ igualmente censurado el referirse a los excesos dañinos para la salud física y mental cometidos en nombre del virus pangolinesco.
Todo lo dicho con furia por Desbocatti nos hace lamentar amargamente la dolorosa ausencia de coraje en los reunidos en el bar televisual de pacotilla de PeB. El haber desechado por orden de la OMS la posibilidad de la inmunidad de rebaño, la insensata orden de aislar el país del mundo, la extraña suposición de que la quietud completa era esencial para derrotar al Sars-Cov-2, la demonización del juez Alejandro Recarey por exigir lo que el sentido común y la genuina preocupación por la salud pública pedían a gritos… No sólo estamos ante una enumeración válida y valiosa de las equivocadas y aplaudidas decisiones políticas tomadas desde marzo de 2020, sino que la conclusión es un juego de palabras inmejorable, que trasciende el chiste fácil y abundante en su columna. Cuando Desbocatti asesta el golpe definitivo a la norma del poder ejecutivo que habría transgredido quien lo encabeza, él resume todo lo que estuvo y continua estando mal en relación al tratamiento de la pandemia: “¿no será que eso está marcando de alguna manera la ridiculez de la norma, que ha sido impuesta por motivos cosméticos?” ¿Qué pasaría si aceptamos que el acatar ciegamente los mandatos globales y autoritarios convirtió a cada mandatario nacional que los obedeció en un Tartufo, en el personaje del impostor por antonomasia, creado por Molière. Una leve alteración de una de sus frases en la comedia que lleva su nombre sirve para destacar lo justo del comentario de Desbocatti sobre la cosmética en el tratamiento capilar, pero también la cosmética en el tratamiento de la pandemia decretada: “Cuando uno llega a contemplar tus mandatos globalistas, un corazón se deja llevar, y no razona.”
Quizás también debí cambiar “corazón” por ‘un político ambicioso’, ya que éste lo hace sin pensar cabalmente en las consecuencias de eso que está dejando entrar en el país que debía gobernar y cuidar. Colabora en esa misión auto-destructiva la demonización de los críticos de la pandemia que con máxima energía emprenden los medios macizos de incomunicación, desde el primer día de la nueva(a)normalidad. También es justo llamar este tiempo de “excepción”, porque se produjo una caída fuera de la Ley natural, para ingresar violentamente a un régimen inédito e inaudito que aún todos vivimos y sufrimos. Esa alteración requiere, no hay como negarlo, una masiva operación “cosmética”, muchísimo más grave que la intervención capilar del presidente pandémico y acatador de la voz de los amos. Sólo sucesivas capas de un intenso embellecimiento artificioso y engañador de lo real siniestro pueden inducir a tantas personas a someterse con entusiasmo a un rediseño radical y funesto de sus vidas. Como agrega en un epílogo de su comentario el payaso radial: “es lo que dice Google, cuando bajás la movilidad baja el virus, y todo eso.” Ya estaba el planeta pronto, predispuesto para confiar en eso gigantes sin los cuales la vida no parece viable: vivir sin red nos parece un riesgo excesivo. Y si la red de redes nos dice un día sí y todos los otros también que así hay que proceder para combatir el mal mundial, bueno que así sea, exclaman y acatan millones por doquier. Ni siquiera un presidente se atreve hoy a vivir sin red, a cruzar el espacio de su libertad responsable cuando se sabe no sostenido por esos poderes muy por encima de su poder meramente terreno, territorial.
Termino aquí la descripción del quiasmo, del paralelismo cruzado en virtud del cual un grupo de periodistas actuó como un payaso triste en honor de su día, mientras que un payaso audaz actuó como un periodista feroz, de modo intermitente y fugaz pero genuino.
Referencias mediáticas
– Polémica en el Bar. Canal 10, 23 de octubre de 2022: https://www.youtube.com/watch?v=m2exUZJXo2k
– Columna de Darwin Desbocatti, FM del Sol y AM CX 810, 25 de octubre de 2022:
Notas
1 Voy a referirme a esa efeméride de este modo abreviado no sólo por economía, sino porque así se la nombró en los diversos medios que hicieron alusión a la fecha en esos días.
2 Hay un término específico en inglés para lo tachado de la información incómoda, redacted. Hoy es muchísima la información en redes sociales que sufre ese destino, como lo pueden atestiguar los usuarios de Facebook y YouTube.
3 La cita textual, no alterada por mí de la comedia de Molière Tartufo o el Impostor es: “Lorsqu’on vient à voir vos célestes appas, un cœur se laisse prendre, et ne raisonne pas”, es decir, “Cuando uno llega a contemplar tus atractivos celestiales, un corazón se deja llevar, y no razona.”