PORTADA

In memoriam Tommy Lowy

Por Alma Bolón

1.

No, negar, negativo, negativismo, negatividad, negaciόn, negacionismo (y renegar, denegar, abnegar…). Sí, bien numerosa es la familia del “no”.

“Negar”: el finísimo y erudito lingüista que es Émile Benveniste (Alepo (Siria) 1902- Versalles (Francia) 1976) propuso distinguir una categoría de verbos, a los que llamό verbos delocutivos [1], caracterizados por estar hechos a partir de una expresión discursiva. El verbo “negar” (como “nier” en francés, como “negare” en latín) significa “decir no”, por eso es un verbo delocutivo, análogo a “tutear”, “vosear”, “putear” o “saludar” cuyos significados son “decir tú”, “decir vos”, “decir ¡puta!”, “decir salud o salú o salute”.  

La distinción puede parecer anodina, sin embargo, identifica una diferencia considerable: “comer”, “caminar”, “hablar”, “cantar” significan acciones, significan haceres; “putear”, “vosear”, “saludar”, “negar” significan decires nombrados por el verbo. “Cantar” no es decir “canto” y “caminar” no es decir “camino”; en cambio, “putear” es “decir  ¡puta!” y “negar” es “decir no”.

Entonces, “negar” es un verbo que, como dice Benveniste, “denota una actividad discursiva”: una actividad que solo puede realizarse con palabras y que alcanza su significado a partir de “decir no”. De ahí, cabe conjeturar, su poder y su debilidad: “negar” es hacer algo que solo puede ser hecho con palabras, a saber, con la palabra “no”.

Nada semejante sucede con su opuesto “afirmar”, que puede entenderse como decir “sí”, aunque en su formación no encontremos ni “sí” ni “sic” ni ningún término de esta familia. “Afirmar” es decir “sí” pero de una manera diferente de como “negar” es “decir no”; de hecho, “afirmar” es también hacer algo con cosas, por ejemplo, “afirmar con un cartoncito la pata de una mesa que se tambalea”, porque “afirmar” también es dar firmeza a algo. 

Por otra parte, “no”, “negar” y “negativo” tienen como contrapartida “positivo”, serie incompleta que en algunos idiomas, como el francés, incluye al verbo “positiver” (“positivar”), aunque más no sea como un hápax de Auguste Comte[2] o como un neologismo de las técnicas de autoayuda que apelan a ser una persona positiva (optimista) y una persona que dice “positivo”, es decir, “sí”.[3] Sucede entonces como si “negativo” tuviera dos opuestos -“afirmativo” y “positivo”-, a veces sinónimos entre sí, aunque no siempre. En “recibió una respuesta afirmativa/positiva” pueden ser sinónimos; en “fue un año afirmativo/positivo” la sinonimia se desdibuja.

Estas observaciones nada tienen de universal, cada idioma se organiza a su manera, porque prima la arbitrariedad del signo, es decir que en las lenguas no rige la necesidad: todo puede ser de otro modo, aunque no esté en nuestro poder voluntarioso sacar o modificar ese orden indiferente a la necesidad (arbitrario) para poner en su lugar otro orden que juzgáramos mejor, más adecuado o más justo. (En este resumen del punto de vista de Saussure sobre el asunto, es clave el carácter no voluntario del cambio lingüístico.)

    Resumiendo, en español, y en otros idiomas, ocurre que “negar”, contrariamente a “afirmar”, es un tipo de verbo que designa, exclusivamente, una actividad discursiva consistente en “decir no”.

2.

En 2020 hubo, y seguramente en 2021 haya, un incremento notable en la circulación de “positivo, negativo, negacionismo, negacionistas”. Desde antes, “positivo” y “negativo” habían entrado y se habían difundido en el léxico de la salud, los tests y las vacunas, en particular para los tests de HIV y de embarazo.

“Negacionismo” y “negacionistas” son términos que se originan en los mismos años 80 del test para el HIV y de popularización de los actuales tests de embarazo, en ese discurso común a la salud del cuerpo social y a la salud del cuerpo individual; no obstante, sus significados son fundamentalmente políticos, dado que designan “la negación de hechos históricos, a pesar de la presencia de pruebas flagrantes provistas por los historiadores” y “sus fines son racistas o políticos”, según escribe la página en francés de Wikipedia, que también indica que en sus comienzos “negacionismo” y “negacionistas” nombraron “el cuestionamiento de la realidad del genocidio realizado contra los judíos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra mundial, es decir, la negación de la Shoah”. Wikipedia luego extiende el término a “la minimizaciόn de otros hechos histόricos que también se podrían calificar como crímenes contra la humanidad”, tales como el genocidio armenio, el Holdomor ucraniano, el Goulag, la masacre de Nankin, el genocidio de los tutsi, los crímenes cometidos por el régimen de los khmer rojos o el laogai en China.

(En 1982, en el marco de un curso de doctorado, la lingüista Jacqueline Authier-Revuz presentó “El lugar del otro en un discurso de falsificación de la historia. A propósito de un texto que niega el genocidio judío bajo el III Reich”; el texto estudiado por Authier es la defensa que Robert Faurisson hace de su postura, cuando está siendo acusado judicialmente de falsificar la historia (“Memoria en defensa. Contra aquellos que me acusan de falsificar la historia”). Cabe recordar que este alegato de Faurisson fue publicado con una noticia introductoria escrita por Noam Chomsky. También recordaré que las posturas de Faurisson dieron lugar a numerosas denuncias, como las del historiador Pierre Vidal-Naquet; en este caso, el estudio de Jacqueline Authier-Revuz  se basa en procedimientos enunciativos (por ejemplo, entrecomillado sistemático) que procuran convertir algunas expresiones en simples palabras sin referencia fuera del mundo del lenguaje.)[4]

Volviendo a la Wikipedia en francés. Inesperadamente, la única imagen que ilustra el bastante extenso artículo “Négationnisme” en la página francesa de Wikipedia es una foto de una pintada hecha en el monumento al Holocausto situado en la rambla de Montevideo, detrás del club de golf. Se anota que la foto corresponde a 2017. Traduzco la leyenda de esta imagen: “Grafitti en el memorial al Holocausto del pueblo judío en Montevideo (Uruguay), que pretende restablecer « la verdad» al señalar el empleo del Zyklon B como desinfectante para erradicar el tifus y al reducir el número de los judíos « solo muertos de tifus » a 300.000”.

De manera nítida, el “negacionismo” tal como aparece definido en la Wiki va mucho más allá de “negar” y de la “negación” -de la actividad discursiva consistente en “decir no”- puesto que ese “decir no” pretende medirse con la mismísima realidad/verdad, para derrocarla e imponer otra realidad, totalmente falsa, suponiendo que tal cosa pueda existir (“una realidad falsa”). El “negacionismo” resulta ser, entonces, unas puras palabras que se estrellan contra la afirmación y la firmeza de los hechos, de la realidad y de la verdad (tomados todos como sinónimos).

Crecí en un barrio montevideano en el que todavía se oía hablar yiddish, en el que todavía se veían antebrazos tatuados con números, en el que las amigas de la escuela tenían apellidos polacos, húngaros, lituanos. Las familias de izquierda podían explicar entonces a sus hijos a qué obedecía la presencia de esos tatuajes y de esas otras familias venidas de lejos, porque antes que de nadie la denuncia de los crímenes nazis fue asunto de la izquierda y de los comunistas en particular, a menudo perseguidos por la doble condiciόn de comunistas y de judíos. Hoy, el viejo teatro Zitlovski de la montevideana calle Durazno todavía da cuenta de ese pasado. 

Me repugna pues cualquier intento de relativizar o de minimizar los crímenes nazis; por eso mismo me he interesado en el tema y he leído. Recuerdo ahora la lectura de The Holocaust Industry: Reflections on the Exploitation of Jewish Suffering (2000), de Norman G. Finkelstein, obra que drásticamente despoja al término “holocausto” de su carga sacrificial religiosa y lo inviste de modernidad industrial y explotadora. Haciendo esto, claramente, Finkelstein niega, es decir, “dice no” a cierta construcción discursiva que, con una palabra del antiguo fondo griego (ὁλόκαυστος),  bautizό los crímenes nazis cometidos contra los judíos europeos en la primera mitad del siglo XX. Haciendo esto, Finkelstein no relativiza o minimiza una  “realidad”, una “cosa” o una “verdad”, sino que niega su significado adherido: le “dice no”, interrogando su construcción, afirmando, con esa negación, otro significado que él hace advenir. 

Sin embargo, resulta más fácil imaginar que lo que suele hacerse es negar “la cosa”, “la realidad”, “el hecho”, “la verdad”, negación (o negacionismo) que solo puede ser delirante o  mal intencionado, dado el carácter innegable de cualquier cosa, realidad, hecho, verdad. ¿Cómo negar una silla, o cómo negar un tenedor, o cómo negar una oreja o un dedo? Si no es posible negar una silla o un dedo, tampoco es posible negar todo aquello que ya se constituyό como un hecho: el holocausto judío, las masacres de tutsis, los crímenes de los khmer rojos.  

En otras palabras, la confusión se instala cuando se pierde de vista que la negación -el “decir no”- es una actividad discursiva que solo puede ejercerse sobre materialidades también discursivas. Recordemos: no hay manera de “decir no” -de negar- a una silla o a una rodilla; por eso, no hay manera de negar “la realidad” o “las cosas”. Se las puede hacer trizas, destruir, hacer añicos; pero negarlas es imposible. En cambio, sí es posible negar -“decir no”- a los sentidos, significados y discursos con los que las cosas se presentan ante nosotros. Esos sentidos, significados y discursos ya son una negación (disimulada: fingida como ausente) de la irreductible y positiva mudez de “la realidad” o de “las cosas”.

(Cuando se impone la sensación de que los hechos hablan por sí mismos, cuando nos gana la impresión de la elocuencia de los hechos, hay que preguntarse quién es y dónde está el ventrílocuo que los hace hablar, quién es y dónde está el autor de esa prosopopeya de las cosas.)

Negar es pues “decir no” a esa materialidad discursiva, hecha de sentidos y de significados que van acumulándose y solidificándose como “la realidad” en su positividad más inconmovible, mientras se fingen ausentes como sentidos y solo presentes como cosas. Esto sí que es posible hacer: “decir no” a esa materialidad. Más radicalmente: es imperioso hacerlo.

3.

Negar es imperioso. Negar es imperioso porque abre la posibilidad de pensar lo impensado, haciéndolo advenir. Una longeva tradición teológica -la teología negativa- se niega a definir positivamente a la divinidad, al entender que cualquier definición positiva supondría una limitación de lo que solo existe como ilimitación absoluta. Claramente, definir positivamente a Dios, declarando su bondad, sabiduría o insondabilidad es poner términos a lo interminable. Poner término, definir: cualquiera de las dos expresiones nos recuerda que la palabra, en su ser discreto, es finitud, límite, recorte. (Por cierto, contra esta finitud de las palabras claman los poetas, y ese clamor puede ser una obra extraordinaria.) 

Esta colección de unidades discretas que son las palabras solemos imaginarla en su coincidencia con lo real, es decir, con lo que es sin límite, sin comienzo, sin fin, sin medio, ni centro, ni afuera ni adentro. La desproporción entre las palabras, unidades finitas, y ese real continuo sin centro ni contorno, debería llevarnos a recapacitar y a asumir una teología negativa de aplicación generalizada, destinada no solo a nombrar la divinidad, sino a nombrar todo: nombrar la lombriz, nombrar la rosa, nombrar la paz, nombrar el amor, nombrar el arroz, nombrar la justicia. Cualquiera de esos términos, finitos por definición, claudican ante la infinitud que pretenden referir; por esto, sería sensato asumir la teología negativa, sería sensato renuncia a nombrar. Solo que esta sensatez es impracticable; salvo momentos de emancipación profunda y fugaz, no renunciamos a nombrar, a caracterizar, a definir: a poner términos a lo infinito. Y por esto, desde la lombriz a la divinidad, todos quedan envasados y mutilados en unidades discretas llamadas palabras (términos), siendo que son infinitos, siendo que pertenecen al reino de lo real, es decir, de lo infinito. 

De ahí, según este razonamiento que me hago, que negar (decir no) sea imperioso. Puesto que los términos -las palabras- siempre claudicarán ante lo interminable, solo queda volver a empezar; decir no y volver a empezar. 

Por cierto, “decir no” a los significados tan anquilosados que parecen tener solidez de objeto, no implica proferir un significado que por fin será el verdadero, por fin dirá la verdad definitiva de la cosa, del hecho, de la realidad, de la lombriz o del dios. Sí implica salir del automatismo de la máquina y del animal no humano, siempre obedientes ante lo estipulado por el ingenio del ingeniero o de la naturaleza. La desobediencia humana fundamental consiste en negar, en decir no, haciendo venir otro significado. 

4.

Como es harto sabido, la declaración de pandemia y las consiguientes medidas tomadas dieron lugar a un discurso que recorrió el mundo entrando en los hogares a través de las pantallas de los televisores, los celulares, las tablettes o cualquier otro adminículo informático.

Desde el inicio, los puntos de vista divergentes de los transmitidos por los grandes emporios mediático-gubernamentales-empresariales fueron tachados de “negacionistas”, haciendo un by pass discursivo instantáneo con el término “negacionismo” surgido a inicio de los años 80, de sesgo claramente político e histórico, puesto que referido a los crímenes nazis en la primera mitad del siglo XX. En un marco de discusiones sobre declaraciones de pandemias, emergencias sanitarias, políticas sanitarias, virus, contagios, letalidad, síntomas, tratamientos, tests, etc. a propósito de una enfermedad y de un virus del que no se conocía prácticamente nada, se recurrió a un término, “negacionismo”, para descalificar las posturas que decían no -que negaban- las sucesivas volteretas que las autoridades políticas y sanitarias iban pegando, al son de todo lo que ignoraban sobre el sars cov2 y el covid19, pero creían necesario declarar que sabían.  

Llama la atención el extremismo, casi terrorista, del mote “negacionistas”, como si el discurso oficial sobre el sars cov2 que recorría el mundo fuera tan endeble que la menor puesta en duda -el menor “decir no”- fuera equivalente a negar los crímenes nazis. Y, así como los “negacionistas” de los 80 resultan ser los cómplices póstumos de los nazis, los “negacionistas” de 2020 son los cómplices contemporáneos del virus (y de la economía, y de Bolsonaro, y de Trump y del terraplanismo). Muy endeble por dentro tiene que ser esta unanimidad mediático-gubernamental-empresarial, para tener que recurrir a tamaña acusación  ante cualquier puesta en duda, inclusive en asuntos tan técnicos como los ciclos de los tests pcr (el número de ampliaciones al que se somete la muestra obtenida por hisopado).   

Su endeblez proviene, a mis ojos, de la pretensión de hacer de “la ciencia” una suerte de sustituto de “la verdad” y, en esa medida, objeto de culto, obediencia y adoración. De golpe sucedió como si, ante la pánica eventualidad de que la muerte golpeaba a nuestras puertas, debiéramos olvidar los intrincados lazos entre el saber y los poderes instituidos, olvidando así, de un plumazo, a Michel Servet, a Giordano Bruno, a Galileo, a Semmelweis o al más precavido Antonio de Nebrija quien dedica su Gramática Castellana, primera obra descriptiva de una lengua romance, a Isabel la Católica, al tiempo que le explica a la reina las ventajas que ofrece una gramática para sus empresas de conquista. 

También, de golpe, sucedió que el pánico a la muerte y la promesa salvífica de la ciencia hizo olvidar que es característica de ésta la negación, la discusión constante, el decir no para seguir diciendo. De golpe, “la ciencia” dejaba de ser un dominio en el que pueden coexistir teorías incompatibles sin que una logre descalificar a la otra, para pasar a ser percibida como una técnica proveedora de soluciones comprobables (lo que en cierto modo es la medicina).

También, de golpe, se perdió la memoria de lo que ayer fue tenido por “la ciencia”, y que hoy mueve a risa o, más bien, a llanto. La ciencia decimonónica que pretendía establecer correlaciones entre los rasgos fisionómico-anatómicos de un individuo y sus rasgos  ético-intelectuales fue lo suficientemente lejos con su fuerza consensual como para autorizar a, por ejemplo, Miguel de Unamuno, figura señera del siglo XX español, a que escribiera en En torno al casticismo acerca de la correlaciόn entre las circunvalaciones del cerebro de los europeos y lo recortado de su continente, y la consiguiente correlaciόn entre los africanos provistos de menos circunvalaciones cerebrales por tener, comparados con las “razas superiores europeas”, menos perímetro de costas con respecto a su área. Aunque hoy descabellada e inaceptable, la explicaciόn de Unamuno se asienta en “la ciencia”.[5] Por cierto, el legado del biologismo decimonónico hoy se recicla en las llamadas “neurociencias” y en las discusiones entre posturas radicalmente opuestas que suscitan “las neurociencias” y su poder institucional e ideolόgico avasallador. 

Esta memoria que estoy evocando precisamente muestra que la ciencia no es dogma, sino que vive de la contradicción, de la negación, del decir no a lo que se da tan por consabido que se confunde con “la realidad”. En consecuencia, para nada se trata de la confrontación de una “ciencia oficial” y de una “ciencia alternativa”: esta distinción no tiene ni pies ni cabeza, ya que en todos los casos, se trata de posturas científicas, aunque no sean coincidentes.

En estos cruciales meses, las diferentes posturas han abarcado desde las ventajas ofrecidas por los diferentes tratamientos contra el covid19 hasta las maneras de contabilizar los muertos que se le atribuyen. En nombre de “la ciencia”, ofuscar la discusión repartiendo el insulto “negacionismo” desmiente flagrantemente el propósito declarado. 

¿Qué función cumplen las acusaciones de “negacionistas” -de alegres cόmplices del sars cov2- que se dirigieron y siguen dirigiéndose (ver) a quienes plantearan una discusión, por muy liviana que fuera, que supusiera un cambio de perspectiva sobre un virus del que se afirma no saberse nada, pero ante el cual se pretende actuar con la convicción que suscita lo archiconocido?


Notas

 1.  Émile Benveniste, « Les verbes délocutifs » [1958], in Problèmes de linguistique générale I, París, Gallimard, 1966.

 2. https://www.cnrtl.fr/definition/positiver

3. https://www.larousse.fr/dictionnaires/francais/positiver/62851de

4.  En francés, la exposición de Authier fue publicada en Mots n° 8 (1984); existe traducción uruguaya “El lugar del otro en un discurso de falsificación de la historia. A propósito de un texto que niega el genocidio judío bajo el III Reich”, in Detenerse ante las palabras. Estudios sobre la enunciación. Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria, Facultad de Derecho/ Universidad de la República, 2011, traducción de Alma Bolón.

5.  Cito el pasaje de Unamuno: “Es incalculable el efecto sobre nuestra cultura de haber activado la vida periférica de las costas el descubrimiento de América. Como la superficie crece á menor proporción que la masa, en el cerebro se repliega aquella para acrecentarse á medida que crece la complejidad y delicadeza, de sus funciones, razón por la que son mayores las circunvoluciones en el cerebro humano que en los de los demás animales y mayores en el del blanco que en el de razas inferiores. Y bien puede decirse que el tener el europeo más periférico el cerebro que el negro de África, es reflejo de tener Europa más perímetro de costa, seis veces más respecto al área, que el África. ¡Maravilloso cerebro el Mediterráneo, viejo cerebro de Europa, con su riquísima variedad de circunvoluciones geográficas, senos, escisuras, archipiélagos, golfos, cabos, ensenadas! Grecia, Italia, Inglaterra deben á sus costas, sobre todo, su cultura, Francia á ser el quïasma, el nodo de la inervación europea occidental, Alemania á la periferia interna de sus mil estadillos.” Nota 2 de “De mistica y humanismo” en En torno al casticismo. https://es.wikisource.org/wiki/De_m%C3%ADstica_y_humanismo