ENSAYO
Por Fernando De Lucca
Estimados lectores, estuve un tiempo sin escribir absolutamente nada y esto ocurrió por sentir fundamentalmente dos cosas. La primera es que no tenía nada nuevo para transmitir más allá de los 28 ensayos anteriores y por otra parte –y en cierto modo algo de esto aún me ocurre- la pregunta sin respuesta para mí de si el camino del autoconocimiento verdadero e íntimo produce algún cambio social a gran escala. Queda claro que en lo individual-personal, la búsqueda que pudiera llevar al autoconocimiento, tiene obviamente sentido. Claramente sucede y tiene sentido siempre que se tomen en cuenta tres cosas: que es importante recordar, que podamos vivir en el aquí y el ahora y que nos vamos a morir. La Gestalt terapia pretende hacer consciente y constante estas tres dimensiones junto a algo fundamental que las reúne: la valoración de lo instintivo humano en armonía con la inteligencia.
Iré tratando punto por punto. El ser humano es aquel que tiene la capacidad de conocer que todo lo material es impermanente con lo cual sabe simple y llanamente que se va a morir. La muerte material, el final del cuerpo animado por la vida que lo ocupa es algo trascendente pues es “el desenlace extremo” y no se sabe claramente lo que pasa luego con “eso” que lo habitaba. No pensamos en general en ello aunque si lo hacemos, todo lo que nos rodea se trasforma. Todo empieza a ser más presente y por lo tanto la impermanencia es un buen estímulo para vivir plenamente. He aquí como se relaciona la conciencia de la finitud con el presente. Cuando hablamos de recordar -lo que obviamente no contradice la propuesta de hallarse en el ahora-, hablamos de ser conscientes del camino de nuestra vida. Intentamos contactar con los contenidos y la secuencia de hechos que tiene nuestra vida, desde lo que aprendimos de niños y niñas hasta nuestros recuerdos cercanos. Recordar es hacer que tengamos una identidad y un conocimiento de hábitos, motivaciones e impulsos. Nos faltaría hablar acerca de lo instintivo como un reflejo de nuestro más sagrado funcionamiento así como de su conexión con la inteligencia y los sentimientos más sublimes.
Hace más de dos mes me propusieron hablar durante una hora de la alegría. Me quedé perplejo aunque rápidamente acepté. La invitación provino de una colega brasilera y esta charla-taller, coincidente con mi “auto reclusión psicológica”, a ser realizada para público brasilero, me generó profundas reflexiones. Creó en mí una actitud meditativa y me llamé al silencio por un corto tiempo.
La alegría es producto de la unión natural entre un instinto espontáneo y una inteligencia que se abre a considerar este instinto como guía de sí misma. La inteligencia guiada por el instinto sería algo interesante, ¿no?
Los actos, ideas y sensaciones en cada aspecto de la vida, al ser producto de una vuelta al instinto en una comunión absoluta con nuestra inteligencia, expresarían el presente de manera limpia, neta, desnuda, fácil.
Como casi siempre, vayamos a los momentos en que fuimos niños y niñas. La trascendencia de la presencia de la madre como aquella que –sin tener que decidirlo o planificarlo- se dedica en alma y tiempo a su hija o hijo desde que se entera de su existencia dentro de sí, es algo que parece
pasarse por alto. Que esa hija o hijo tenga un padre amoroso y responsable, podría ser algo también natural y obvio, independientemente de lo que ambos –padre y madre- sienten uno por el otro. El ser madre y padre de un ser que viene a este mundo es sencillamente sagrado. Cuando un individuo siente esto desde su nacimiento y aún antes, hay una fuerza y una confianza instintiva en la vida que naturalmente deviene en alegría.
La ansiedad es una prueba de que esto no se estableció de manera saludable. Como la ansiedad parece ser un componente de la conducta habitual humana y casi la regla en lo cotidiano, se la considera como natural y en realidad es una defensa ante el dolor y la falta de amor en esas etapas primarias de la vida en relación a nuestros padres.
Es posible que la afirmación de que la ansiedad sea el indicador de la incapacidad para sentir alegría, parezca algo radical aunque desde mi punto de vista lo siento como una verdad. Y no me quedo solo con esto; también afirmo que muchas de las cosas que utilizamos para sentirnos calmos serían innecesarias en la medida de vivir la vida con confianza. Me refiero a toda clase de talleres o cursos de todas las temáticas de crecimiento personal sean de inspiración occidental u oriental hasta los psicofármacos que recetamos con alguna exageración. La confianza que solo conseguiremos de nuestra mamá y papá cuando nos hicieron “sentir bien”, es irreemplazable. “Sentir bien” tiene dos posibles significados: uno se relaciona con el bienestar y otro con la intensidad. Cuando tuvimos frío de niños, necesitamos ser “abrigados” en todos los sentidos imaginables, cuando sentimos hambre alimentados en todos los sentidos imaginables y cuando sentimos deseos de contacto, sentir que nuestra mamá y papá fueron aquellos que estuvieron completamente ahí para nosotros con mimos, caricias y abrazos. Mamá y papá hacen todo esto estimulados desde y solo por sentir un amor incondicional. Todo esto es puro instinto y está en un dilema. El instinto no puede eliminarse ni extirparse ni extinguirse y si puede corromperse. El dilema es que vivimos llenos de necesidades superfluas que cuestan mucho dinero –esfuerzo y dedicación- mantenerlas y así estamos presos de un sistema perverso en el cual cada uno de nosotros es parte. Es grave, muy grave, pues empieza por la lejanía que los padres tenemos de nuestra sagrada tarea. Ya he expresado que los instintos impulsan, incitan, incentivan, inspiran, estimulan y tienen una naturaleza ética que le es propia. La corrupción del instinto puede llevar a la perversión que tanto le gustaba hablar a Freud. Sin embargo esto no es un problema del instinto sino de cómo le impedimos actuar libremente. Mientras la inteligencia y los sentimientos que lo equilibran estén siendo los guías de nuestras acciones, la falta de espacio del instinto, produce falta de alegría y desde allí la ansiedad y el extravío. En un mundo patriarcal, la razón usa el instinto para fines ilegítimos y rebuscados. Las necesidades se tergiversan. La tan considerada conservación de la especie, activa lo instintivo naturalmente y produce alegría también naturalmente. Desde aquí mi aporte en esta edición de un recomienzo para la querida revista “Extramuros”. Hablar de instinto como impulso ante la vida y como estimulador de la alegría no es fácil. Seguramente en la próxima entrega, seguiré con ejemplos que creo irán a hacer esta temática más comprensible.-