ENSAYO

Quiero analizar dos relatos surgidos en la era Covid19 que nacen hace un año y llegan hasta hoy, pues poseen singular fuerza en el planeta pandémico. Una figura útil para diagramar esa rica matriz narrativa es una parábola, como la que sirve para describir el movimiento de un proyectil. Junto con la declaración del estado de emergencia del 13 de marzo de 2020, como una sombra persistente y ominosa, se declara culpable absoluta del mal acaecido sin derecho a juicio ni protesta a una sola persona. Quien debe soportar ese brutal y encarnizado impacto sobre sus hombros es una mujer cuyo crimen, sostengo aquí, puede describirse como ser portadora de rostro. Tal como el movimiento Black Lives Matter popularizó un acrónimo sarcástico para denunciar el racismo – DWBdriving while black, es decir, estar conduciendo un automóvil siendo negro, en Uruguay la embestida unánime, apoyada por medios, funcionarios de gobierno y técnicos contra Carmela Hontou se basó principal y exclusivamente en su portación de rostro. Para trazar un paralelismo con el acrónimo popularizado en Estados Unidos por ese movimiento social, propongo otro para analizar el abuso cometido contra esta ciudadana uruguaya: SRC, Sonriente Rostro Cheto. Su falta grave e imperdonable, argumento aquí, es estar viviendo con una cara que delata un determinado origen social, un estatus, una forma de hablar y sobre todo, el máximo tabú, de enorgullecerse de su éxito económico y existencial. No importa si su crimen de difusora del patógeno es verídico, alcanza con que sea verosímil. 

Por Fernando Andacht


El implacable castigo de la siniestra untore llamada Carmela

Un pensador francés se dedicó a estudiar diversas sociedades y concluyó que ante ciertas crisis temibles como una epidemia, por ejemplo, la comunidad aterrada recurre a un procedimiento con raíces religiosas muy antiguas. Tal como lo hacía el pueblo hebreo mediante el sacrificio de dos chivos: el llamado “expiatorio” era sacrificado en el templo, con la consiguiente pompa ritual. El otro animal, el “chivo emisario”, en cambio, era enviado al desierto, de ese modo era expulsado de la comunidad y arrojado a un abismo sin ceremonia. Mediante este ritual religioso, se buscaba limpiar al pueblo judío de sus pecados, de sus culpas. René Girard (De la violence à la divinité, 2007) describe este proceso de condena, expulsión y sacrificio purificador:

Las comunidades no se consideran nunca responsables por esas crisis. Se creen víctimas de una agresión sobrenatural, o de una perturbación cósmica, o incluso de una epidemia galopante, como la peste de Edipo rey. Más pasa el tiempo y más el caos de rivalidades tiende a volcarse espontáneamente a un todos contra uno pacificador, siempre a expensas del mismo individuo: el chivo emisario, es él. Todos los apetitos de violencia pueden satisfacerse impunemente contra esa víctima de la que nadie asume la defensa: todos la ven como la única responsable del desastre. La unanimidad contra esa víctima tiene como resultado el apaciguamiento de la comunidad. Este es el efecto beneficioso de esa violencia. (pp. 42-43)

La interminable ordalía de la mujer que fue linchada en cada rincón del sistema mediático local, y también fuera de fronteras – su caso fue tratado de forma humorística y periodística en Buenos Aires y ocupó titulares en la prensa de España – no  mereció el menor gesto de defensa o apoyo de alguna ONG ni de un grupo feminista local. Ese ensordecedor silencio es muy curioso, incluso paradójico. Si existía en el país alguien que mereciera el respaldo por su absoluta e indefensa soledad frente a este episodio de violencia de género magnificado por el estruendo de medios de comunicación dominantes y de la muchedumbre ávida de castigo en las redes sociales esa era Carmela Hontou. Una forma adicional de degradarla consistió en llamarla “Carmela” a secas, en los memes, videos y el resto de la proliferación de signos mediáticos, como si ella no mereciera siquiera su apellido. Casi sin excepción, “Carmela” fue designada la perversa untore nacional. En el ensayo “Contagio” publicado en eXtramuros en 2020, G. Agamben cuenta cómo en el s. 16, un pregón de Milán ofrecía 500 escudos como recompensa a quien aportase datos sobre el untore, un perverso personaje dedicado a diseminar la peste, y para ello untaba pestillos y ventanas de la ciudad con el fin de contaminar a los habitantes de la ciudad. 

La explicación que aventuro es que el ser portadora de un SRC condenó a priori, sin apelación, a quien fue nombrada de modo familiar como “(la) Carmela”, en la infinidad de signos públicos y denostadores que cayó sobre sus espaldas como un enorme alud de barro, hasta consumar lo que llamé una vez un otricidio. El acto otricida, a diferencia del homicidio, no supone el quitarle la vida a alguien, sino exterminar su reputación, su prestigio, dañar su forma de vida completamente; en una palabra, se busca invalidar al otro como un semejante. Tamaño estigma silenció a Carmela Hontou durante ese primer año de la pandemia. Recién en 2021, aparecieron entrevistas acompañadas de imágenes fotográficas y breves documentales con reportajes. Una de esas fotos publicada en El País (04.01.2021) sirve como contundente evidencia de la arbitraria transformación de la mujer en el chivo emisario de la Covid-19 en todo el territorio uruguayo: 

La foto muestra a Carmela con barbijo, en el vuelo de regreso a Montevideo no desde Milán, como se repitió y amplificó hasta el hartazgo, sino de Madrid, el 7 de marzo de 2020, ya que la ciudad italiana había empezada su cierre sanitario. Y pienso que no serían muchos los pasajeros de ese vuelo – ¿ningún otro tal vez? – que llevaban esa forma de protección hoy banal e inseparable del estado de emergencia. Lejos de ser el despreciable ser humano frívolo, cosmopolita e irresponsable o indiferente a la suerte de sus conciudadanos, el rostro de la mujer aparece cubierto de cautela. No fue esa, ciertamente, la imagen más reiterada, la que sirvió como matriz icónica de su linchamiento mediático. Elijo la portada del tradicional diario argentino La Nación, uno de los incontables contextos comunicacionales anónimos y del periodismo profesional en que ese retrato suyo se difundió e ingresó por la puerta grande aunque infame de la conversación nacional. Bajo un título difamador – “La empleada doméstica de Carmela fue contagiada de Coronavirus” – hay una foto que podríamos encontrar sin dificultad en el suplemento dominical de cualquier diario uruguayo, en la sección Sociales

La foto más difundida en el país y en el exterior para exhibir el SRC de Carmela Hontou

Nada en esa fotografía de aspecto banal haría sospechar o imaginar a un visitante extraterrestre armado de Wikipedia visual y verbal que la mujer rubia, de amplia sonrisa, ataviada con elegancia en una tonalidad que armoniza con el sillón claro en el que posa para un fotógrafo profesional habría de convertirse en la candidata consensual para un asedio despiadado durante largos meses por atribuirle el estigma de ser el caso 0 de Uruguay. Su abrigo de piel probablemente lo diseñó ella misma, porque Carmela Hontou es una empresaria de la moda, y su marca lleva su nombre propio, coincide con su identidad civil. Ese dato en apariencia trivial no es menor, pues será uno de los flancos vulnerables usados para llevar a cabo el otricidio, para proclamar la peligrosa presencia del “vector Carmela” (“MSP detectó que al menos 44 casos provienen del ‘vector Carmela’, El Observador, 19.03.2020), de la “supercontagiadora”. El triple salto mortal desde la sección frívola de un diario a la densa y oscura sección Policiales se puede entender claramente en una nada fidedigna nota del corresponsal uruguayo de ese medio escrito argentino. Lo primero que es falso en esa nota de La Nación del 18 de marzo de 2020 es que Ana, como recién sabremos meses después, hacía varios años que ya no trabajaba como empleada de Carmela Hontou. Su visita ocurrió, pero fue en calidad de amiga de la familia. Tampoco es verdad, como asevera la nota, que Ana volviera a su casa en un barrio alejado, a bordo de un ómnibus, diseminando así el mal, como explicó en un testimonio conmovido y televisado. Ella misma cuenta que sufrió  un fuerte asedio en su barrio, a raíz de las falsedades circulantes en medios masivos y redes sociales.  

Otra mentira que es lanzada como una forma de corroboración amplificadora de la naturaleza perversa de la untore Carmela es mencionar que ella causó una nueva víctima, pero esta vez agrega a esa condición la máxima indefensión de su niñez: “Además, esta tarde de miércoles, una niña de apenas dos años -que vive en el complejo de Carmela- fue internada con cuidados especiales por síntomas del virus, aunque no hay seguridad de que sea positivo del Covid-19.” Reproduzco el énfasis tipográfico de la nota de La Nación. Con apenas dos años la otra supuesta víctima de Carmela – nunca luego confirmada, ya que como lo hizo saber la OMS en esa misma época, los niños son los que menos se contagian o mueren de esta enfermedad – ya tendría los signos del mal, y para colmo de males la pequeña estaría internada en la zona de más alto riesgo del hospital.  La conjunción adversativa (“aunque”) puesta al final de la frase no está resaltada, y no llega a producir una duda genuina en el lector. Sin embargo, sí se enfatiza la enfermedad (“Covid-19”), que en ese momento era una novedad absoluta, y su mención producía un alto impacto emotivo. 

Por lo tanto, la leve contrariedad expresada al término de la oración posee escasa eficacia, porque la frase está encabezada por la conjunción ampliativa “además”: el efecto retórico es comunicar al lector que se suma a la ya conocida e insólita maldad cometida por esta mujer un nuevo crimen aún más imperdonable. Pero el golpe de gracia llega con la formalización de sus crímenes de lesa salubridad. El periodista nos informa que “el fiscal de flagrancia Alejandro Machado dispuso la investigación de la empresaria uruguaya por la denuncia presentada por la administradora del complejo residencial donde vivía entonces. El expediente indicaba “daño por violación a las disposiciones sanitarias”. No satisfecha con haber acudido casi expresamente a contagiar al mayor número posible de los muy citados 500-invitados-de- la-boda-de-Carrasco – la expresión funciona como una nueva y potente unidad léxica nacida al calor de la viralización del virus de Carmela – la mujer habría violado la cuarentena impuesta por los médicos, para hacer vida social y pasear como una despreocupada y letal untore por todo el edificio: “Carmela recibía a sus hijos en su casa y ellos circulaban por el complejo residencial.” Hay otro detalle final y revelador en ese texto periodístico: a pesar de su brevedad, el autor siente la necesidad de mencionar dos veces el lugar de la ciudad donde reside la reiterada transgresora: “en un complejo residencial sobre la bahía montevideana”; “la casa de Carmela sobre la rambla”. 

Si el público a esa altura ya pensaba muy mal de Carmela, la nota del corresponsal uruguayo Nelson Fernández cumplió el cometido de aportar las evidencias definitivas para proceder a su linchamiento, sin sentir el menor escrúpulo. No sólo el programa periodístico de televisión Santo y Seña del día 31 de mayo de 2020 entrevistó a la antigua empleada y a través de su testimonio derribó la acusación que lanza el título, sino que se informó que el fiscal del caso, Alejandro Machado, pidió las grabaciones de las numerosas cámaras de vigilancia del edificio, y desestimó la denuncia por no encontrar ni un solo rastro de la supuesta conducta impropia de C. Hontou en aquel lugar. Parecería que lo justo sería que quien fue acusada sin prueba alguna hiciera la denuncia a sus implacables acusadores. El relato que arma esa columna se parece a algunos reportajes que fueron publicados incluso por The New York Times, a mediados de 2020, en los que jóvenes universitarios del oeste y del sur de Estados Unidos habrían concurrido a fiestas Covid-19, para comprobar su existencia o para hacer apuestas sobre quién se contagiaba primero en esas curiosas reuniones festivas. Así, surgió un conmovedor testimonio de un hombre de 30 años que, en su lecho de muerte, según testimonió una directiva del Hospital Metodista de San Antonio, Texas, le confesó a la enfermera que él iba a morir de Covid-19 por haber creído que todo era un engaño. No imagino más persuasiva parábola sobre el gran cuidado que todos deberíamos tener ante la letal pandemia; eso si fuese verdadero ese testimonio. La revista Wired (17.07.2020) investigó esa “moda loca de las fiestas Covid-19” y concluyó que tales historias carecían del menor sustento real; se trataba de típicas leyendas urbanas, es decir, de creaciones populares y fantásticas en las que ocurre algo que confirmaría, por ejemplo, los mayores miedos o las fantasías de una sociedad. 

Nada se confirmó de esas crónicas suicidas que habrían llevado a personas jóvenes a reuniones con el expreso fin de contagiarse o de desafiar al patógeno Sars-Cov-2, en un juego que ponía en riesgo sus vidas. La nota sobre las andanzas de Carmela Hontou en La Nación que ha sido disfrazada de crónica objetiva contiene todos los ingredientes para tejer una leyenda urbana. De lo allí reportado, sólo se sostiene la descripción del auténtico crimen cometido por esta mujer en el imaginario social uruguayo: la portación de cara, el SRC. Alguien tan enemigo de la norma mesocrática que impera en ese ámbito como Carmela Hontou es culpable a priori de lo que se la acuse o sospeche. Y el resto lo hizo la creatividad de esa zona fantasma y real que es el tejido que sostiene la sociabilidad hegemónica del país, el paisaje que describió por vez primera C. Real de Azúa en El Impulso y su Freno (1964). Y el resto lo aportó el impulso filofacial de esa comunidad imaginada que como un ávido arqueólogo excavó en las bóvedas de YouTube hasta exhumar un programa de televisión subido allí casi dos años antes de la crisis sanitaria. De lo que debió ser un momento completamente olvidable de la producción televisual nacional, se extrajo abundante material que, retroactivamente, consolidó el derecho colectivo a linchar a la untore uruguaya sin remordimiento.

Una incursión arqueológica en YouTube en pos de evidencia contra Carmela

En lo que es de modo inequívoco una entrevista publicitaria que fue emitida en agosto de 2018 por Canal 11 de Punta del Este, en el programa Laura contigo hay comentarios, respuestas y gestos abundantes que consolidan a posteriori todo lo malo que encarna el SRC,  de acuerdo “el sabor y color de la mediación” imperante, como describe el semiótico Peirce la cualidad inmanente o “mentalidad” que tiñe todo trasiego de signos de diverso tipo, sean estos palabras, actitudes o imágenes, es decir, el proceso íntegro de la comunicación humana, así en el arte – su ejemplo es la tragedia del Rey Lear – como en la vida. 

Fig. 6 Laura Contigo (Canal 11, 14.08.2018)

Una cantidad de lugares comunes dedicados a ensalzar a la invitada, para obviamente promocionar su línea de diseño de moda son reinterpretados en el paisaje desolador y aterrado de los primordios pandémicos en el entorno mediático. Al ser recicladas, enmarcadas y distorsionadas recursivamente, esas frases se convirtieron en la dura e innegable evidencia de estar en presencia de un ser frívolo, anti-mesocrático y por ende capaz de dañar a esa sociedad uruguaya de modo irresponsable, sin el menor escrúpulo. Cito a continuación algunos de esos enunciados que, reitero, hubieran caído en el más piadoso olvido colectivo no bien fueron pronunciados, a pesar de haber sido conservados en la inmensa galería de curiosidades audiovisuales que es la plataforma YouTube:

Laura Martínez (LM): ¡Como ya lo dije en otras entrevistas, hay Carmela Hontou para rato!

Carmela Hontou (CH): ¡Yo soy muy humana, muy solidaria, y soy muy sensible!

LM: ¡Sos muy mamá!

CH: Todo está acá (ella toca su cabeza) y acá (se toca el pecho) en mi corazón, y en mi alma, es mi esencia, Carmela Hontou es la esencia de ella. ¡Yo soy mi esencia, sino no sería yo!

LM: ¡Ponés cuerpo, corazón, vida, todo!

Si nos situamos en el corazón del imaginario social de Mesocracia, el  reino celosamente horizontal de la medianía uruguaya, no hay mayor pecado que el estar orgulloso de si mismo, de lo que se ha logrado en la vida, y proceder a exhibir con jactancia ese sentimiento. El autoelogio es castigado como lo era la hubris o exceso de orgullo en el mundo helénico narrado en la Ilíada. Naturalmente, como en cualquier lugar del mundo, se puede estar muy satisfecho con su vida, con su propia trayectoria, pero es un tabú insuperable el decirlo abiertamente, y peor aún es el hacerlo de modo abierto en un medio de comunicación que habrá de guardar para esas banales palabras. Eso fue lo que permitió, justamente, descubrir su insospechado valor incriminatorio dos años más tarde. El contexto en que ocurre este intercambio televisual explica y justifica ese intercambio de media hora: el género laudatorio irrestricto – se acude a ese programa a ser elogiado de modo creciente – y promocional. Si es un artista, se ensalza su oficio y si es un empresario, como esta mujer, las alabanzas van no sólo dirigidas a la actividad, sino también a sus productos o servicios. La entrevista tiene lugar en el local que había inaugurado Carmela Hontou en Punta del Este; vemos a la conductora mostrar y comentar fascinada lo maravillosa que es la línea de vestimenta de cuero diseñada por su invitada. De hecho, podría pensarse que la invitada es Laura Martínez, ya que ésta se instaló en el lugar de la otra, que sería por lo tanto su anfitriona. Menciono estos detalles para destacar los abundantes elementos escénicos y discursivos que justifican o disculpan el intercambio producido como una instancia de publicidad apenas disimulada. Se trata de un género de entrevista muy distante del que practica un documentalista como Eduardo Coutinho (ej. Edifício Master, 2002) o un periodista investigativo que quiere llegar a la verdad sobre la persona que tiene frente a sí. 

No obstante, frases, gestos, imágenes de los mohínes, sonrisas, y el muy visible abrigo de piel y seguramente de producción propia que luce Carmela Hontou serán usados como proyectiles para consumar su linchamiento semiótico, la operación otricida que ignora por completo lo aportado como contra-evidencia en el ya mencionado programa Santo y Seña en mayo de 2020. A la condena de la mujer en el imaginario social mesocrático, más adelante se suma otro factor que operó en contra de que los datos presentados de modo claro y convincente por esa emisión televisiva no surtieran efecto. El problema se relaciona con el semblante y estilo público de quien anima ese programa. Una prueba de la infectividad de esas evidencias en la opinión pública es que como forma de efeméride humorística, el personaje radial Darwin Desbocatti tituló la columna del día 12 de marzo en la que celebró el año cumplido por la emergencia sanitaria: “Feliz Carmeliversario para todos. Especialmente para ella, nuestro pangolín expiatorio de luxe: Carmela”. Como es habitual en su abordaje de la pandemia, el humorista mantuvo un delicado equilibrio entre la fidelidad a la Ortodoxia Covid (Mazzucchelli dixit) y la visión crítica amortiguada por altas dosis de parodia y sarcasmo. Y esa vez no fue diferente: se unió a la horda vengativa al recordar el nombre del supuesto vector original y poderoso de la Covid-19, pero también acotó que Carmela fue y sigue siendo el chivo emisario, la víctima y no la victimaria de este tiempo pandémico.

Cabe explicar ahora por qué evidencia irrefutable como la información de que había otros siete invitados a la boda de Carrasco que también habían llegado hace muy poco o incluso ese mismo 7 de marzo desde lugares donde ya había una alta circulación del virus, no sirvió para exculpar, para quitar el unánime estigma descargado sin prueba alguna sobre la mujer. Incluso podría pensarse, si nos atenemos al testimonio escrito de C. Hontou que leyó el periodista y conductor Ignacio Álvarez ese día de 2020, no es imposible que ella pudo haber sido la contagiada y no la contagiadora aquella noche. La explicación que propongo está en la misma línea que mi hipótesis sobre la naturaleza del crimen carmeliano contra el imaginario social pero no contra la salud pública. Si ella es culpable de portar un Sonriente Rostro Cheto o SRC, el acrónimo con el que describo la culpabilidad a priori del periodista al frente de Santo y Seña es muy parecido: él es portador de S’RC, el Socarrón Rostro Cheto. El chivo emisario de los violentos y agrietados tiempos pandémicos tuvo la mala fortuna de contar con un defensor mediático que es también juzgado como persona no grata en el amortiguado imaginario mesocrático. El estilo mediático de su paladín es exhibicionista, arrogante, el de alguien que parece estar muy satisfecho consigo mismo en abierto desafío al clima imperante de la jactancia negativa. Su transgresión de la norma de jactarse de jamás jactarse de algo propio impidió que los hechos que presentó en su investigación para exculpar a Carmela Hontou tuvieran la necesaria eficacia. Poco o nada importó que ella  no haya hecho trabajar como su empleada a quien no lo era más hacía mucho tiempo, ni que no infectara a esa niña de 2 años en su edificio, del que fue expulsada sin culpa alguna, ni que el virus ya estuviese en el país desde febrero, ni que fueran al menos ocho los invitados a esa boda que habían llegado del exterior en estado pandémico. Sólo pesa y vale su magnético y repudiado SRC, y otro tanto puede decirse sobre quien esgrimió su defensa apoyándose en evidencia, por ser el mismo portador de su S’RC

Ignacio Álvarez del programa de investigación periodística Santo y Seña

Ya es hora de alejarnos de la frondosa leyenda urbana tejida como una red tóxica en torno a la supuesta y mítica untore uruguaya Carmela Hontou, cuya culpa no provino de haber acarreado el patógeno que vino del oriente, sino de la “mentalidad” peirceana de los orientales, de sus propios compatriotas, todos ellos laicos, públicos y gratuitos, como solía decirme con una ancha sonrisa un gran sociólogo uruguayo. 

 Al quinto día no volvió de entre los enfermos: Alberto Sonsol, víctima propiciatoria de la culpa en Pandemia

Si esta narración comienza con el lanzamiento una granada cargada de culpa contra el cuerpo probablemente inocente de una mujer casi desconocida para el gran público y proclamada la victimaria ideal de la aparentemente apacible Mesocracia, su movimiento parabólico culmina con las pompas fúnebres de alguien que es su más completa antítesis. Hablo de una víctima propiciatoria que es hombre, que tiene un origen y un estilo de comunicación popular, por ende de fácil casi irresistible aceptación en el imaginario social de la medianía uruguaya, y que llegó a ser tan famoso como se puede serlo en su país. 

No puedo imaginar una figura más opuesta a Carmela Hontou que Alberto Sonsol. De un lado, hay una identidad social vinculada no sólo con el diseño de la alta moda, y políticamente incorrecta por utilizar el cuero; ella es considerada el emblema de la frivolidad por su afinidad culposa con el lujo. Del otro, vemos a alguien cuya profesión lo unió con el deporte rey y plebeyo a la vez. Pero como reza su obituario, Sonsol también amaba y se ocupaba profesionalmente del básquetbol, otro modo de abrazar lo popular, una actividad que se considera distante del mundo del lujo, al menos en un imaginario social  tan celoso del destaque indebido. Elijo entre muchas la imagen que fue publicada el día de su muerte, 25 de marzo de 2021, por el portal de noticias argentino Infobae (“Murió el reconocido periodista deportivo uruguayo Alberto Sonsol por COVID-19” . Lo hago para destacar el paralelismo con la nota estigmatizante del diario argentino La Nación sobre Carmela Hontou escrita por un periodista uruguayo. 

Imagen tomada de la nota de Infobae sobre la muerte de A. Sonsol 25.03.2021

En esta breve nota apreciativa de su vida, se cita el comentario que hizo la informativista más conocida del canal de televisión donde Sonsol desempeñaba varias funciones: “Un hombre que se hizo desde abajo y muy conocido y que tenía un carácter guerrero, ese carácter que nos hacía pensar que Alberto iba a poder también contra este virus absolutamente criminal”. Así lo evocó Blanca Rodríguez, en la edición central del informativo Subrayado ese día. Creo que el exuberante estilo de Sonsol era compensado por su multifuncionalidad: el hecho de estar en varios programas de ese medio al mismo tiempo, satisfacía otro ideal de la medianía: el pluriempleo, una forma más para expresar la modestia tácita y efectiva en ese imaginario social.

El triste desenlace de esta figura tan popular que no dudaría en ubicarlo en el corazón de ese ámbito fantasmático pero real que es el imaginario social circulaba por las redes con tal fuerza que hasta había surgido el rumor de su muerte  días antes de que ésta realmente ocurriera. Tal anticipación sucedió no sólo en razón de la gravedad de su estado – él fue internado el día 20 de marzo en la Unidad de Tratamiento Intensivo – sino por ver amplificada en la figura de Sonsol la confirmación más siniestra de la peligrosidad del nuevo virus, de esa enfermedad empecinada en permanecer en el mundo local y mundial. Lo que me interesa analizar en este movimiento parabólico del relato terrorífico y pandémico es el uso calculado y siniestro de cierto periodismo, quizás el mayoritario hasta hoy en Uruguay, desde el 13 de marzo de 2020, de esa muerte tan anunciada. 

Un día antes del fallecimiento, se publicó una nota breve y terrible desde su título: “Los políticos no se dan cuenta de que hay un solo enemigo en la pandemia” (El Observador, 24 de marzo, 2021). Creo lícita la analogía entre su autor y un ave de rapiña: como un buitre que sobrevuela atento la llegada del fin de la vida de su presa, de una persona que cumple con todos los requisitos de la celebridad aceptable y amada en Mesocracia, para aprovechar su muerte para cierto propósito ideológico. No hay duda de que el trabajo público, mediático de Alberto Sonsol le trajo muchas alegrías a muchos, quizás a la mayoría de los aficionados de esos dos deportes, y a otros que lo veían complacidos en su rol de exitoso animador televisivo. Todo ese despliegue de vitalidad ante millares de miradas atentas conforma el aura misteriosa que llamamos ‘carisma’. Y ese aspecto es lo que de modo vil, nada ético explota ese texto de la prensa uruguaya que no creo justo llamar periodístico, porque su cometido obvio es propagandístico, persecutorio, ideológico en grado sumo. El texto no nos informa de algo, sino que incita a la persecución de una minoría. El autor implora a los poderes baja la apariencia  de cumplir con un deber cívico que atiendan su ruego de castigar, de no olvidar los nombres de aquellos que, en esa atmósfera de duelo previo por la desaparición probable y próxima de un personaje tan querido y popular, serían de algún modo no explicado los culpables de la muerte prematura de la nueva y famosa víctima de la pandemia. 

El título de la nota de El Observador no sólo es demasiado extenso, sino que parece que el autor se hubiera olvidado escribirlo, y que un editor apurado tuvo que elegir una frase fuerte del texto y usarla para ese cometido. Interpreto ese desafinado elemento estilístico como un síntoma de que algo no está bien, de que hay cierto resabio de conciencia en quien escribió el texto sobre su ajenidad a lo auténticamente informativo. Quizás, pero sólo quizás, la nota podría funcionar como un editorial, el género no firmado de un diario o semanario. Tan alta es la carga ideológica que necesitaba tener una proclama como su signo de identidad: Los políticos no se dan cuenta de que hay un solo enemigo en la pandemia. El mensaje central es una urgente alerta a las fuerzas políticas: ellos deben deponer sin demora su tradicional antagonismo partidario. Y qué mejor para unir a las fuerzas vivas de una nación que proporcionarles un enemigo común. De eso nos habló Orwell, cuando imaginó en la novela 1984 los dos minutos diarios de odio unánime azuzados contra el traidor Emmanuel Goldstein, durante la exhibición obligatoria de documentales. Así procede L. Haberkorn en su texto de El Observador:

Acá hay un solo enemigo Se trata de un sector bien organizado y articulado que hace muchos meses viene llamando a boicotear todos los esfuerzos tendientes a superar la pandemia (…) se valen de aliados internacionales para envenenar el debate sanitario. Ahí (= la Caravana de la Verdad) está el enemigo. No es que no se acepte el disenso, como dicen. Pero lo que hacen ellos es mucho más que disentir. Es como si los que creen que se exageró con el alcohol cero en el tránsito llamaran a la gente a juntarse, beber y salir todos juntos a manejar borrachos de prepo. (…) Cuando todo esto pase, algún día, habrá que recordar bien claro los nombres de todos los que buscaron dinamitar el esfuerzo colectivo para superar la pandemia.

La extraña analogía, pues no llega a ser un argumento por su extrema pobreza intelectual, de que manifestar dudas o escepticismo sobre las mejores estrategias para enfrentar la crisis sanitaria equivale a embriagarse y luego manejar en ese estado para, supongo, causar la muerte, propia y de otros, es absurda. Su comparación es tan poco creíble como la leyenda urbana que circuló con éxito a mediados de 2020 en Estados Unidos y llegó a ser publicada como una noticia verdadera. Me refiero a las fiestas Covid-19 para enfermarse o para corroborar personalmente que tal epidemia existía. Lo peor de su texto, sin embargo, es el pedido de que se haga una lista con los nombres de estos “enemigos”, como los designa el torpe título de la columna. Viene a mi mente el tiempo infame del Macartismo. El autor le hace muy poco honor a su oficio, que debería ser el abogar siempre por  la más libre expresión. En cambio, Haberkorn le pide a los poderosos de la sociedad que recuerden quienes son estos disidentes, para que caiga sobre ellos todo el peso otricida de la marginación. Su culpa, indiscutible para quien firma la nota, es haberse atrevido a perseverar en sus dudas, a razonar, pensar y hasta publicar ideas, o la iniciativa de llevar su discrepancia a las calles de la ciudad, como se suele hacer en democracia. Pero para el autor evidentemente quien busca la verdad, quien procura el aumento de la razonabilidad merece el exilio, el ser silenciado y ser recordado públicamente como el verdadero enemigo del pueblo. 

Quizás con el fin de aparentar un aire periodístico, para conseguir al menos un barniz de objetividad, Haberkorn hace referencia a un hombre joven de Melo que ingenuamente siguió a ese colectivo y satánico Flautista de Escepticín y como resultado de su escepticismo o incredulidad murió de Covid-19. Sólo le faltó agregar ‘merecidamente’, y así la nota de 2021 hubiese reproducido casi al pie de la letra la leyenda urbana de julio de 2020 antes mencionada, a saber, los disolutos participantes en fiestas Covid-19 en Estados Unidos, los jóvenes universitarios que morían ejemplarmente como consecuencia de esa gruesa irresponsabilidad: “El combo perfecto lo vimos hace unos días en Melo. Uno de los orgullosos seguidores de la “Caravana de la verdad”, de apenas 27 años, se enfermó, no se dejó hisopar, se agravó, cuando por fin aceptó ser asistido el CTI de su ciudad estaba lleno y murió en una ambulancia rumbo a Montevideo.” Convido a los lectores a ver y escuchar con atención el testimonio que brindó el hermano de esa persona, porque no coincide en casi nada con la alegoría culpabilizante que propone esta nota (“URGENTE: Habla familiar del joven de 27 años fallecido en Melo” https://www.facebook.com/101019542011423/videos/253786 989722420).  

Completo aquí mi análisis del movimiento parabólico de una narrativa elaborada por los medios de comunicación en alianza no sólo con los tecnócratas y funcionarios de gobierno, sino que tuvo como cómplice a esa suerte de inmensa campana discursiva dentro de la cual transcurre la vida política, social, cultural, en fin el mundo de la vida, en toda nación, en todo momento. Cuando llegó el terror de marzo de 2020, para gran felicidad del imaginario social mesocrático, se encontró un chivo emisario adecuado en la persona de Carmela Hontou. Ella fue declarada digna de ser linchada por el sistema mediático y por la sociedad uruguaya en su totalidad a causa de encarnar lo que constituye el anti-ideal de ese ámbito invisible pero real. Su imperdonable crimen no fue volver de Milán – ella no llegó siquiera a ir a esa ciudad, porque ya estaba en cuarentena – ni tampoco el haber ido a la boda-de-500-en-Carrasco, porque fueron ocho al menos las personas provenientes del exterior pandémico que asistieron a esa celebración. Su verdadero e imperdonable crimen en el territorio imaginario de Mesocracia fue la portación de rostro, de su Sonriente Rostro Cheto. Los audios filtrados de una conversación entre mujeres chetas en Whatsapp en esa misma época también fueron usados como “evidencia” en su contra, porque metonímicamente aportaron  la voz ausente de Carmela, la victimaria y untore de este melodrama.

Ya instalados en el segundo año de la pandemia, y con aguerridas campañas de vacunación-o-muerte-por-Covid-19 en todos los medios masivos, era necesario producir el relato mítico de una víctima buena, inocente y sobre todo inmensamente popular, alguien que vino del pueblo, y como lo ensalzó en su elegía la figura central del informativo nada menos, Sonsol era “Un hombre que se hizo desde abajo y muy conocido y que tenía un carácter guerrero”. Su muerte prevista y trágica como toda muerte de alguien que parecía tener un sólido pacto con la vida, por su forma de comunicación exuberante y entusiasta, además de su presencia plural en los medios de comunicación, fue instrumentalizada para servir de ataque al “enemigo” contra el que se encarniza la nota periodística de El Observador publicada un día antes de que Alberto Sonsol falleciera. Como si la desaparición física de este hombre famoso, o la del anónimo hombre del interior que allí se menciona, quien irracionalmente habría seguido a esos enemigos de la vida y del bienestar colectivo, fuesen una evidencia irrefutable de que dudar, de que ejercitar la razón sobre el mejor modo de entender y actuar sobre el tiempo de pandemia fuese algo culpable, algo de lo que avergonzarse, y por lo cual un día no muy distante deberemos pagar un alto precio. 

Quiero terminar este ensayo diciendo simplemente que este extenso relato de movimiento parabólico encierra mucho de lo que aún no se entiende y se teme sobre la pandemia instaurada en este país y en el resto del mundo. Ni la mujer llamada Carmela Hontou fue la victimaria, la irresponsable y perversa propagadora de un mal inexistente en su país hasta su supuesto acto criminal, ni la prematura muerte de la popular figura mediática de Alberto Sonsol lo convierte en víctima de seres perversos que buscan tenazmente con sus preguntas, reflexiones, con su estar en el mundo en pos de una verdad que, más que nunca, exige todos nuestros esfuerzos y desvelos. En el inicio y en el fin de esta proliferante narrativa, hay abundante dosis de culpa, de tóxico material culpógeno para paralizar el libre crecimiento de los signos, la única salida humana válida ante toda crisis.

Referencia

Edelman, G. (2020). The Latest Covid Party Story Gets a Twist. WIRED

(14. 07. 2020) https://www.wired.com/story/the-latest-covid-party-story-gets-a-twist/