Poesía de la extrañeza
POIESIS / 68
Por Jorge Boccanera
Con una perplejidad contenida y algunas esquirlas del desasosiego, Calabrese arma una mise-en-scène poética inquietante, sobre un acontecer que se debate en el sinsentido. De modo que lo perturbador asoma de manera natural, metido en los intersticios de lo cotidiano, en una especie de descampado al borde de una ruta vista a veces como esperanza y siempre como el cauce de un río torrentoso que arrastra sueños, una madre con sus ojos ya enterrados, una botella con un mensaje vacío, bicicletas, caballos o el frío de unas islas en el sur.
Y es precisamente el hecho de naturalizar los elementos disonantes mediante una trama dialogada, con una holgura de imágenes visuales, lo que dota a la poesía de Calabrese de las marcas que identifican sus búsquedas, aquellas que ubican su mirada y su forma de cavilar: una metafísica activada por lo dilemático, la lucha de contrarios expresada desde el oxímoron con que titula uno de sus primeros libros, Futura ceniza, y que se prolonga en versos como los que siguen: «mi enfermedad es la ilusión», o también: «vuela como volaría un árbol/ arrancado por las tormentas/ que lavan y deslavan el aire».
Al entramado de una reflexión que oscila entre la indagación poética y el pensamiento filosófico, se impone la búsqueda de sí mismo con interrogantes que cavan en el ser como criatura elemental, primigenio y moderno a la vez, que se debate en un hueco de la noche barrida por un «viento metálico» y persigue su destino en la cartografía de la luz, el agua y las piedras como símbolos recurrentes de esta obra.
Poemas tan logrados como «Método para calcular el tiempo», «Los demolidos», «El lingote de hierro», «Los olores del pueblo» caminan sobre huellas con forma de signos de interrogación. Esa grafía estampada en un lienzo de niebla inquiere: ¿qué buscan estos habitantes a un costado de la ruta, que dejan caer una piedra en el vacío del ser? ¿Qué persiguen quienes viven en la margen opuesta y sacan una piedra del vacío del ser? ¿Por dónde pasa la destrucción en este momento? ¿Por qué un lingote de hierro
aumenta su peso cada día? ¿A qué huele Dios?.
De esa extrañeza está hecha la poesía de Calabrese y de ahí su originalidad, que descansa sobre una robusta base metafórica, una secuencia de conceptos y una escenografía onírica para configurar esta expresión que se desliza sin esfuerzo a otros lenguajes, dado el manejo de amplias franjas visuales con las que Calabrese compone una verdadera road movie, en tanto arma el decorado con utilería austera –vuelvo a su simbología de polvo, luces, agua– para acompañar la cinta del camino que siempre nos conduce a un destino inesperado.
En sus textos-guiones (el gran Blaise Cendrars, subido a lomos del Transiberiano, acuñó el lema de «poemas elásticos») nos hace serpentear por una carretera que a ratos cambia de apariencia y es una cinta líquida o un lecho seco y mudo, una ruta furiosa, un puente envejecido desde niño, un relámpago, una trocha de ferrocarril o ese asfalto cenagoso, de paso demorado, que remolca partes de un cosmos roído, derruido. La carretera, una vez más, como elemento que se resignifica de poema en poema y nos devuelve un espejo con nuestras propias imágenes convertidas en chatarra. Y en la misma ruta plana, una y otra vez Sísifo empujando la sombra de una piedra, como si ascendiera hacia la cúspide de la sinrazón para existir.
El tiempo, visto como lo carcomido, es otro de los ejes de Un cielo para las cosas y cobra peso especialmente en algunos versos que nos llevan de la mano a una realidad sumergida, reino del moho, donde el agua se filtra hasta en los sueños y un cementerio de máquinas muertas habita ese transcurrir que cae como un ácido: el goteo minucioso de lo inexorable.
Un cielo para las cosas apela, en términos de representación, más a una pluralidad de significados que a una correspondencia rígida. Así, el río, lejos del agua lustral y purificadora, forma en su cauce distintas figuras de barro. Calabrese plantea en una poética de lo alterno ese otro camino errátil que es remolino, torrente, vértigo, en un tiempo y un espacio inciertos. El viaje nunca es en línea recta. Una suma de bifurcaciones que nos desnudan y trasladan, más que a las enormes pirámides de lo absoluto –el infinito, la eternidad, la simbología de lo cósmico, el peso de los siglos, etc.– a una «tierra baldía», dividida por una pista-hendidura que conduce a direcciones azarosas: a veces al bosque bullicioso, a veces al cementerio.
Aunque su obra, según lo ha dicho el propio autor, abreva en la oralidad acotada de la poesía norteamericana, el cine de ciencia ficción, la metafísica de Héctor Viel Temperley, la enumeración caótica de Whitman, y también en guiones de historieta, secuencias visuales al uso huidobriano, letras de tango y hasta enseñanzas de El libro tibetano de los muertos, de igual forma está sustentada por una usina propia de ideas e imágenes. Escribe el autor: «Nos quedamos pensando/ en lo que fuimos, en lo que seremos,/ cuando los números y la luz/ se equilibren delicadamente», «Yo no sabía qué clase de amor era el odio», «La razón es una piedra/ colgando de las nubes», «Las montañas se mueven, amigo,/ y la gente presiente que moverse/ es una tradición del agua». Un silencioso apocalipsis que fluye por un cauce pedregoso y una esperanza robada en un amasijo de fierros retorcidos son los núcleos de este libro notable.
Si la poesía es un maridaje entre el enigma y la realidad, la de Daniel Calabrese destaca sobremanera en el mapa poético de las últimas décadas, martillando ahí, donde la piedra tropieza dos veces con la misma vida.
POEMAS

Daniel Calabrese es un poeta argentino nacido en Dolores, provincia de Buenos Aires que reside en Santiago de Chile desde 1991. Su primer libro, La faz errante, obtuvo el Premio Alfonsina Storni en Argentina. Con Oxidario (2001) recibió uno de los premios del Fondo Nacional de las Artes en Buenos Aires. Su libro Ruta Dos, de amplia repercusión crítica, obtuvo el Premio Revista de Libros en Chile y se publicó en Visor de Madrid con prólogo de Raúl Zurita. La versión italiana fue nominada al Premio Camaiore Internazionale entre las cinco mejores obras extranjeras. Sus libros de poesía se han publicado en más de diez países y parte de su obra está traducida al italiano, inglés, francés, portugués, búlgaro,
chino y japonés. Es fundador y director de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía. Es Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Vicente Huidobro.
Foto de portada: Evelyn Flores