POIESIS / 23
Por Gustavo Wojciechowski
No siempre, pero a veces ocurre, radical y nítidamente. Uno lee un libro y siente una descarga de intensidad que lo hace decir “esto es exactamente lo que yo quería escribir”, con una mezcla extraña de satisfacción y sana envidia. Se trata de una sensibilidad especial que algunos autores, en determinados momentos, desarrollan para captar lo que está en el aire, para decir con total precisión lo que una generación todavía no se dio cuenta de que necesitaba decir o escuchar, escribir o leer. Ocurre. Cada tanto ocurre. Son como ráfagas, momentos deslumbrantes de la literatura y del arte en general. Y es tan claro, tan patente, que toda explicación sobra.
Por supuesto, esos libros pasan a ocupar el más preciado sector de nuestra biblioteca. Son nuestros libros, uno tendrá muchos o muchísimos libros en la biblioteca, pero unos pocos son realmente nuestros. Tanto nos apropiamos de esos libros, que ellos se apropian de uno.
Eso (me) pasa con Zafarrancho solo, de Cristina Carneiro.
Irrumpe un aire nuevo, distinto. Hay un chisporroteo, una chifladura que hace que el desamparo tenga amparo. El humor cacarea, lo lúdico nos salva de lo meramente confesional. Un relámpago de frescura, la ternura. Tanta vitalidad. Aunque estemos en medio de una enumeración de miedos, hay una vitalidad que nos redime. Lúdico zafarrancho. Un mimo gratuito para minar la rutina de los días de los días de los días. Lo cotidiano no tiene porqué tener un tono menor, gris.
La minúscula casi a rajatabla, también era un signo, una guiñada. un BASTA de mayúsculas.
dos o tres cosas que sé de ella
Con diecinueve años obtuvo el Premio de la VII Feria Nacional de Libros y Grabados. El jurado estuvo integrado por Ida Vitale, José Carlos Álvarez y Washington Benavides.1
En 1975 publica su segundo libro, El libro de imprecaciones (Banda Oriental, colección Acuanimántima, dirigida por W. Benavides).
Poco más se sabe, ni es necesario.
Debo cuidarme de pronunciar palabras peligrosas;
en los grandes momentos debo evitar del todo pronunciar palabras.
Esa nítida tentación de callarse o dejar que el silencio hable, que diga todo lo que tenga que decir cuando las palabras parecen no alcanzar. Si uno pudiera tener una verdad tan absoluta como para no disfrazarse u ocultarse en palabras. ¿Quién acaso no quiso por un rato ser Rimbaud? Refulgurescente. Nítido. Clarísimamente elocuente. El silencio.
No se conoce reportaje o declaración alguna. (Una vez recuerdo habérsele planeado la posibilidad de una entrevista radial. Como respuesta obtuve un rotundo NO: “sería como salir a la calle ni con ropas menores”). Se mantuve fiel a estar por fuera del micromundo literario. Son pocas las notas críticas o estudios sobre su obra. Treinta años más tarde de la publicación de su segundo libro, Alicia Migdal publicó una nota2 e incluyó el poema inédito “Siete vigilias de A R”, de un futuro libro que se titularía Para simplificar. 3
Ya no está la frescura de la muchacha de diecinueve años, tampoco hay imprecaciones, refutaciones y demás terribledades. Tal vez más calma. Sin embargo, sigue habiendo Cristina Carneiro. Lúcida. Irónica. Contundente, precisa, puntual.
Latiendo. La poesía sigue latiendo.
un marco posible
Ángel Rama en su libro La generación crítica 1939-1969 (Arca, 1972) ubicaba en torno de 1969 la clausura de un período iniciado con El pozo, de Juan Carlos Onetti (Signo, 1939). Hacía una especie de analogía entre la toma de Pando por los tupamaros y la imaginería de algunos escritores, por ejemplo Mario Levrero, Cristina Peri Rossi, Teresa Porzecanski. Aunque parezca un tanto temeraria, la opinión contiene mucho acierto, además cabe consignar que formula esa opinión en el momento de los hechos, mientras ocurrían mismo.
Su planteo más que nada estaba enfocado en la narrativa, y marcaba el abandono de cierto realismo tras la incorporación de lo fantástico, o la penetración en una realidad que se desfleca o se disuelve, donde los límites se vuelven tan imprecisos como inseguros.
Se pasaba del cuestionamiento o la descripción de la realidad a la acción.
Las generaciones quedarían ordenadas como “crítica”, “crisis” y “acción”.
En poesía tal vez la continuidad no fue tan clara y siempre han sobrevivido gestos y maneras de diversa índole. Desde continuadores a experimentales. Y si bien hay un cuerpo mayoritario que es el de los poetas más visibles, siempre se colaron raros y radicales. Un zafarrancho, la poesía.
En todo caso, si hubo ruptura del modelo o incorporación de nuevos paradigmas, se empezó a dar a mediados de los 60, con la revista Los Huevos del Plata, las Musicaciones (Eduardo Mateo, Horacio Buscaglia y El Kinto), Teatro Uno, Graciela Figueroa y algunos espectáculos de danza contemporánea, el llamado Dibujazo y los happenings de Teresa Vila. Por ahí andaban resonando los Beatles y la revolución cubana. El Che y Marcusse. Jack Kerouac y el mayo francés. La guerrilla y Woodstock.
Una virulenta efervescencia política y social implicaba una reformulación estética. Se perdía el respeto a la literatura, al lenguaje, a las formas. Cuestionan –con hechos (artísticos)– la manera vieja de formular el hombre nuevo, no admitían ser revolucionario de ideas políticas y reaccionario (o si prefiere, conservador) en la forma estética. La vanguardia política implicaba o implicaría una vanguardia estética.
Luego vendrían los años terribles, el golpe de Estado, la represión.
La poesía se vuelve oscura, críptica, casi hermética. Intelectual. La respiración se vuelve densa, agobiante.
El segundo libro de Cristina Carneiro –cuyo título parece sintetizar el momento– se enmarca claramente en lo que podría ser en una nueva promoción.
Parece claro que entre uno y otro libro varias lecturas se suceden. El tono se vuelve más ríspido. De la casi nula referencia al mundo literario de Zafarrancho solo, en Libro de imprecaciones pasamos a una serie de acápites (Sófocles, Fernando Pessoa, Simone Well, Villon, Saint-John Perse) y varias intertextualidades, además de que el libro está dedicado al poeta Salvador Puig. No es que no haya intensidad, sigue habiéndola, pero lo literario está mucho más presente. Se genera una especie de distancia. Se pasa de la primera a la tercera persona.
Es el nuevo signo de los tiempos.
Luego, silencio. Y más silencio.
dos o tres cosas que sé de ella
Con total certeza, ante la salida de Para simplificar, nos mandó el texto de contratapa. Con la precisión de la despedida. No esperaba verlo impreso.
Cristina Carneiro nació en Montevideo en octubre de 1948. (…) En la década de 1970 vivió unos años en Luanda (Angola) y Nueva York, y en 1980 se trasladó a Londres, donde trabajó durante 30 años como traductora especializada en derechos humanos para la sede mundial de Amnistía Internacional. Este libro, además de poemas de los años setenta, recoge algunos textos de las décadas siguientes –recaídas esporádicas en la poesía, de todas las cuales se recuperó–. Dado que, a su entender, no tenía mucho para decir y lo que tenía era de poca monta, le pareció mejor tratar de ser útil en este mundo de otras maneras más tangibles. Y desde entonces sigue dejando de escribir.
A poquitos días de recibir unos ejemplares en su casa de Londres, fallece, con la inevitable certeza de todo silencio.
Y eso es todo, para simplificar.
Notas:
1. Zafarrancho solo. Feria Nacional de Libros y Grabados, Montevideo, 1967. Segunda edición: Feria Nacional de Libros y Grabados, Montevideo, 1969. Tercera edición: Yaugurú, 2008.
2. “Íntimo y extraño”, Brecha, Montevideo, 2/5/2005.
3. Pero entre ese anuncio y la publicación se contiene en una pausa de catorce años, para finalmente entregar los originales entrado el invierno de 2019. Para simplificar, Yaugurú, 2019.
Poemas
de Zafarrancho Solo clasificación de los miedos, a saber: de noche tengo miedo de los fantasmas y me tapo la cabeza con la sábana. de día tengo miedo de las sábanas perfectas y me visto de fantasma olvidadizo. ayer tengo un miedo azul a las caricias y me mato de risa en los rincones. hoy tengo un miedo neutro a los rincones y me pierdo de vista en los espejos. mañana tengo un miedo lápiz a pasadomañana y me borro de un soplo y dos olvidos. de vez en cuando tengo un miedo golondrina a los adioses y me vuelvo taciturna de arpilleras. antes y después tengo un miedo sanbernardo a los disfraces y me pongo a recitar poetas varios. de mañana tengo un miedo mermelada a los responsos y soy borrica de borriquez fatal. de tarde tengo un miedo sarampión a los encuentros y tomo mate en mano amarga. a veces tengo un miedo cincuentaisiete a los almanaques y me dibujo rayas, cuadros y evasivas. siempre tengo un miedo dieciocho a parecerme a mi cara y me disuelvo sin ton ni son. caramba tengo un miedo corazón a las limosnas y me retiro del ruedo a cada rato. pero también tengo un miedo madrugada a estar tan sola y me transito en monopatín. antaño tengo un miedo chueco a los recuerdos y silbo y hurgo, y lluevo y trueno. en un futuro no cercano tengo un miedo áspero a los finales y elijo un gato y tres pajaritos como condiscípulos alternos. en tus brazos tengo varios miedos amarillos a ser más muerta y me quedo a cenar, y fallezco en paz conlosantosacramentosy labendiciónpapal. sabés una cosa luis hay mil modos y formas y maneras de estar borracho y de ser borracho de corazón, borracho, digo. por ejemplo, una vez, un martes, una vez, así: primero, vos nada más. segundo, vos otra vez. tercero, vos. pero vamos a empezar por el principio. uno, júbilo sideral compensatorio de tantos y otros tantos fríos zonzos. hacer de tripas corazón y desabrigar la esperanza. dos, alquilada cara de heliotropo poner, desperdigando algo así como amor achuchado (fraternidad universal) a diestra y a diestra. tres, cantar las cuarenta cantar las cuarenta cantar las cuarenta y las otras cuarenta. cuatro, cantar las cuarenta. cinco, hacer rancho aparte y apuestas lúgubres porque se trata además de buscarle nombres al desamparo esa especie de tercer monosílabo en cuclillas margarita en etapas cosa loca el desamparo, pamplina. seis, entre alcohol y taquigrafía entre ser miedo sempiterno y mosquetero en bancarrota la pena se va oxidando sabiamente y esta vez no hay nada que hacerle, se llora por pura costumbre o cortesía. siete, uno y otros atrévense a andar en camiseta, es decir alma en ristre, hilacha en mano creyendo que uno séptimo ya no sabe. pero uno sabe y duele tanto. va redactando así un catálogo del asombro descubriendo américa, que estaba ahí. ocho, dan bronca tus verdades bienales livianitas y gentiles, in fraganti escuetas por lo cual esta radiografía se vuelve autopsia y este puño puñal. nueve, recuerdo que te quería. diez: negaremos todo mientras no haya pruebas. esta vez no hay once. la gente se quiere cuando barre la vereda. y yo, que encontré un cabello que no era mío entre un dos y un tres del libro de aritmética estoy de paso. la gente se saluda. y yo que busco en la guía telefónica nombres para ponerte, caigo como un ladrón. la gente sabe su edad y su dirección, se reconoce en las fotografías. y yo que abrazo a las viejitas y hablo del tiempo con gatos conocidos me hago la venia en todas las frentes. la gente empuña su amor y sus cacerolas se recortan en la tarde. y aquella que soy yo junta andrajos y sonrisa saluda antes de partir el sombrero en alto. cuando él se vuelve a su cabeza, ya está lejos. cuando su sombrero vuelve, ya no hay quién. por eso tantas cosas son inútiles que nadie sabe. y se lleva la pena como un sombrero, sí. ahora sí hace frío. es que es que uno niño esperaba esperaba y más esperaba terremotos los ansiaba con caligrafía menuda en los huecos de las horas en cristales empañados uno niño acurrucado en sí mismo esperaba cosas hasta hoy, esperaba. pero ahora sí hace frío. réquiem aquella niña cabellos de agua sierpes pálidas tristísimo ángel arpado lirado desalado desolado oleaje despacio despacio azul bruma lacia fragilizada a viento marginal existe y nada dijo. está. aquella niña que te digo (no sé si la hayas conocido: coleccionaba libélulas y lágrimas en álbumes de polvo. y era alta y siempre lloraba. la conozcas tal vez.) ella ella ella murió, de julio y de frío, un atardecer. ni siquiera una muerte bella ni eso ya tengo que morir mordiéndome los ojos quemando signos de caricias emborrachándome el cerebro de sílabas ajenas tengo que morir con cédula de identidad en el bolsillo y en algún otro bolsillo olvidado el alma esa cosita azulada glisante y en desuso. algunas cositas a propósito de lo que te parezca picoteá gallina Carlota, picoteá. me gusta tu manera insólita de hacer las cosas. sos déspota chiflada del suburbio avestre poema en mediana caligrafía buraquito de algo tibio en corazón desvencijado. de lo que se deduce: uno, es indigno de ti flirtear con gallo ajeno. dos, mirás de perfil por pura cobardía y ni siquiera criás pestañas. tres, de qué te sirven las alas si no supiste aletear. cuatro, empollás huevos azules con pintitas coloradas para hacer tortillas de ternura en los rincones. cinco, un poco inventada y otro poco así nomás te perdés en murmullos pegajosos. seis, sonrisa de pico abierto o sea calaña de posible demagoga. siete, es bien claro que te morís por un mimo gratuito, vaporoso, mañanero que gallinas cretinas no imaginan. ocho, te sale caro el maíz de cada día y así estás, escuálida y tembleque, y de noche picoteás las estrellas desparramadas. nueve, deberías aprender de la gallina maría inés que nunca líbreladios cacarea extravagancias es honorable consanguínea de los días esmirriados preside la comisionprorecuperaciondepoetaslunabundos y fomenta la cultura oficial del gallinero. (nueve prima: no llores, no me hagas caso.) diez: yo qué sé, no te tomes las cosas a pechuga a la postre, tu destino metafísico es muy claro: morirás de almuerzo dominical y a los postres tu huesito de la suerte será importante excusa de vilipendio. gallina romántica, obtusísima, bastarda, te negarán un fusil, una caricia, un lápiz enfurecido una península de espanto un lugar entre los vivos y coleantes un beso de pico a pico, picarón. y no contentos con eso gallina a tumbos, destumbada, te negarán la sepultura en nombre de la decencia. yo qué sé, por tu bien dejate de macanas. no sueñes vocación de gaviota o guerrillera no te disuelvas respetable y pacífica batata catálogo de desamparo satisfecho y puré de miedos. ay, gallina austera y desnorteada y caprichosa, contradicción andante. estás turulata, Carlota y todavía se te mojan los pañales. de Libro de Imprecaciones Aun el hombre que fue puro Aun el hombre que fue puro y dijo sus oraciones a la noche, puede convertirse en lobo cuando el lobo aúlla y brilla la luna en el cielo. En el cielo arriba, aun el hombre que puso a Dios en una caja, entre sedante, puede tropezar con árboles que nadie plantó. Ah de los enmarañados espacios en torno a esa satélite. Espeso follaje nos confunde, Relámpagos verdes son alegre despilfarro. Aullamos, árbol del cielo, rezamos, cielo de película. Oye: es otra cosa lo que se espera de ti. Indagaciones alrededor de un lecho que fue de muerte ma mère, la pauvre femme Villon Qué elige cuando elija que su riñón la preceda, lechuga bajo la lluvia? Operaria del secreto estar, señora de la difícil seriedad de lo que se hace a un lado que se traspapela cómo se desenvaina hacia su adentro toda propósito y orilla gula de cielo incluyendo querubines, nubes y alguna otra manifestación del dios? A dónde esa sonrisa formidable Cuando más de una vez se la vio sacudiendo su imposible en al ventana? Cuando se sabe que jamás halló gracia? ¿Su mudanza ve, estando queda? La fiesta transcurre en otro lado. No sabe ya de discreción la discreta. La discreta Conoce su discreción. Va desatada. Ecología del rinoceronte Reputado “loco” por los indígenas de Kenya y el más idiota de los cuadrúpedos por el hombre blanco sus conductas contradictorias suelen atribuirse a una aguda miopía. Capaz de ahogarse sin un grito, sabiendo nadar. Trotar desaforado hacia enemigos invisibles O contemplar días enteros una brizna de hierva. Sus amores están entre los más complicados de la tierra por su duración (40 a 50 min., frente a los 15 seg. del elefante) y por los ritos que les precedes y suceden. Coloso ineficaz. Puede morir de una picadura de mosca, está condenado a morir En razón de su tara, La especie se halla en regresión definitiva. Su cuerno, completamente inútil, apunta al cielo. No otra cosa el unicornio –prestigio de nuestros delirios pustulosos– disecado sobre el aparador. Pero ¿quién sino el cuadrúpedo idiota podrá, si se puede, cambiar la vida, sise puede, transformar el mundo? Así pus, Luis Cerminara, tú no tienes por qué avergonzarte. Reivindicación de Mesalina No se dan por enterados. Asistieron a truculentas noches, aventadoras del gusano. Excavaciones del envés emprendió cada vez cuidando que el impecable oficio disimulara sus trabajos de arqueología y taciturno ordenamiento de ficciones y residuos. Distraídos por la anécdota brotaban bufonescos los humores. La amarán por dadora del esperable equívoco, la exitosa pieza de bravura, ya patíbulo, ya refectorio, ya purgatorio. No bien el placer los convence de su hondura –los insalubres mensajes del cerebro– la muchacha se retira a sus aposentos fulminados donde animales inapelables dibuja con terca, escéptica temperatura. Algún día probará bestia infinita, quizás demore. Elegía a la memoria de dos caballeros infortunados Tú Alexander Pope, católico, giboso, ácido, malcontento, Y tú, Jonatham Swift, sordo, misántropo, católico, loco. Swift se negó a manifestar su dolor. Como mula, no hablaba por días. Para vengarse como mula del mundo. Silencio de llanuras polares. Por cautela, por estar ATENTO, El último año de su vida lo pasó en total silencio. Trató de sujetar su propia rienda, De oir. Le exasperaba el cacareo de Voltaire. Rehusó expresar su dolor. Y Pope: en sus obras completas encontramos Una sola expresión directa de dolor personal. Pesaba treinta kilos. El más impecable poeta de sus raza, Calvo, miope, diminuto, raquítico, protuberante por delante y por detrás. Mortificado por eunucos- Amicísimo de las plantas. Enfermo, se enfermaba más, Hacía puestas en escena de la muerte, Ensayando despedidas egregias. Alteró (se defendía) sus cartas, Mistificó, Creó leyendas Sobre sus antepasados, romantizando. Deseaba ser visto como un buen hombre –no solo un gran hombre– Y no parece éste un deseo despreciable. Nadie perdonó sus excelencia Ni su carcaza. (Un jorobado en el siglo de la elegancia.) Él, afabilísimo. PERO NO TOLERÓ LA ESTUPIDEZ. Hubiera querido vivir, temprano aprendió a abstenerse. ¿Vino a purgar qué? Treinta y un años de amistad, veinséis de correspondencia. En el verano de 1727, el sordo ardiente y el ardiente contrahecho, Irritados, esperaron la muerte juntos, Pero no lograron sino irritarse más. “NI SIQUIERA ENTIENDO LO QUE ESCRIBO. Mis días son pocos, pocos y desdichados, Por esos pocos días, soy vuestro. Jon Swift.” “ESCRIBIR SE ME HA VUELTO MUY PENOSO. Tengo poco que deciros cuando nosencontramos, Pero os amo por ley inalterable. Alexander Pope.” Pope, ya muy débil para gritar, y Swift, sordo, mal deán. años sin bañarse, espuma le sale por la boca amenazando al espejo largamente videmus nunc per specukum in aenigmata. De Para Simplificar Agenda para hoy y mañana Si lo que quieres es estar suspendido entre la tierra y el cielo, la horca es lo mejor. Te ahorcarás del asa de una ventana. Si no tienes qué ahorcar, lo tendrás mañana. Pero hoy que no te queda cuerda ni vida ven a hacer ensayos de la muerte suspendido entre la tierra y yo. Es todo el cielo al que puedes aspirar hoy: los astros arden colgados de sus hilos. Entre la tierra y mis brazos colgará tu títere, entre la tierra y la tierra se hará escarnio de tu títere. Gusano turbado, Ven a mis brazos a librar las viejas batallas inútiles. Morder el aire, morder el polvo. Hoy destriparemos tu destripado títere. Mañana te ahorcarás. El finadito Cuando te dije que no tenías de qué avergonzarte, tenía razón. Y bueno. Cayó piedra. Eh. Te moriste bien muerto. Eh. Piedra. Sobre pasto. Por ejemplo, la palabra pasto. Por oposición a la palabra hierba. Pongamos por caso la palabra pasto. Con lo que podríamos haber hecho con la palabra pasto. Pero ahora que se levanta el viento entre las bocinas de los barcos y los escribas se han puesto a honrarte con sus fétidos obituarios, tus placas quitinosas, ¡que no las descubran los ladrones de cadáveres! Con un poco de suerte, ¿entre tanto viento no te encontrarán el corpúsculo? Queridito, en el viento. O los lametumbas se olvidarán y pasarán a otra cosa. ¡A otra cosa! ¡Qué suerte! Tal vez pasen todos a otra cosa. Un alivio. Nada nuevo para nosotros. Ahora dormirá en el suelo Como cualquier animal. Tú y yo sabemos que la gruta ya está erigida para el día en que desciendas entre trompetas con un manto celeste y rebolear de ojos, pues un descendimiento no dejaría de ser entretenido: vuelve por las suyas, ¿como en una novela de Stephen King, pero en estampita? (nadie sabe qué hizo en esos tres días del viernes al domingo) ¿como Jesús, como estampita? Y que no se engañen las nenas ni los literarios: será explícito. Habrá deliquios. Sí, señoras y señores. No tenemos tiempo para la vida interior, pero habrá deliquios. Pintaremos retratos de mujeres con los dos ojos del mismo lado de la nariz, como todo el mundo, ¿me comprende usted, señorita? Y, ya que los pidieron, les daremos deliquios. Dicen que soy hombre malo, malo y mal averiguado. Sería así: El finadito reboleará los ojos (una de sus tantas especialidades) con manto celeste (una de sus tantas aficiones) de vuelta entre los hombres (una de sus tolerancias) asustando a las muchachas (una de sus maestrías) en una grutúscula (un faux pas de escenografía). Ah, pero entretanto el viento trae sus elegías estridentes, eh, en ese país traicionero, ¿qué vamos a hacer con la basura que trae el viento? Nosotros que nos hemos enfrentado con coraje a suficientes cascarudos en la vida y, sobre todo, nosotros que caminamos contra el viento de Montevideo y podemos contar como modestos éxitos: ese gordo escabroso al que tanto amaste, las corderitas a las que hiciste llorar (¿eh, bebe?) (¿haciendo llorar a las niñas?) (entre citas pesadas de Raymond Queneau), las correspondencias sentimentales, el primer capítulo de Carnara, novela de la selva, los regresos a la Avenida Centenario en las escuálidas madrugadas de una ciudad tan luctuosa más todas las operaciones de seducción (porque el único público era el otro), el pozo en el que aullaba tu doble con estilo impecable, en fin, los múltiples talentos del finadito. Medecó meresatuna aunque me espine la mano. No me digas que no te vas a reír un poco aunque sea un pocúsculo ahora que, por fin, no tienes que bordarte con esmero ni carretes que enrollar ni que desenrollar allá arriba (digo arriba, of course, cómo va a ser abajo), mesándote el bigote, a punto de descender sobre nosotros. Mesándote el bigote, digo, sentado en el pastito? Y la muerte, que estaba esperando pacientemente, dio una de esas tosecitas. Oh dedos largos que posaste una tarde sobre mi cabeza, sabes bien que los textos que escribimos con los bofes repiten siempre la misma falacia: que hay muchas maneras de mirarse al espejo. Sabes bien que si quedáramos en eso, vaya y pase, y que cada cual puede y debe mirar a las chicas en sus impermeables mojados, como decía Orson Welles, después de lo cual todos podemos roncar profundamente en nuestras camas. Pero ahora que lo pienso rinoceroceronte hay noches enteras en que no duermo esperando el advenimiento: manto celeste, ojos reboleados, pinta de tipo que aparece en las estampitas. Preguntarte si a ti también te dio pena la mala suerte de Effi Briest. Que posaras otra vez tu mano en mi cabeza como aquella tarde en el Palacio Salvo. Que todo volviera a empezar. Cristina Carneiro Tuvo mucho sueño dormía. Tuvo mientras a su lado mientras transcurría un agua quieta una quieta agua de aristas corría. No supo soñar no quería
