ENSAYO

Por Fernando De Lucca

Hace unos años me ocurrió algo inusual. 

Soy psicólogo clínico y mi abordaje es la Gestalt-terapia; una visión de lo humano que representa la tercera fuerza en psicología y donde el existencialismo, la fenomenología y el experiencialismo como teoría y práctica constituyen sus fundamentos. En la consulta obviamente mis pacientes me transmiten sus conflictivas y dolores así como sus logros y alegrías genuinas. Es decir; compartimos vida y los contenidos del alma. Entre ellos están los sueños tanto diurnos como nocturnos, aspectos de lo psicológico que muchas veces se funden y se confunden con fantasías e ideas no reconocidas. Los sueños nocturnos son muy importantes en la práctica clínica pues revelan los misterios de la vida vivida y la que deseamos vivir, las aventuras, lo que no nos atrevemos a contar y lo más sublime que tampoco podemos contar pues no sabemos cómo hacerlo. Sin embargo, lo más trascendente de los sueños es que nos curan. 

Sí; los sueños nos curan.

Los sueños contienen mensajes que pugnan por llegar a la conciencia y así colaboran para revelar aspectos importantes que nos transforman interior y exteriormente.

Esta breve introducción me lleva a compartir con ustedes algo que transformó mi práctica profesional y alimentó mi investigación académica. Hace muchos años me encontraba pasando una temporada en una comunidad indígena del centro del Amazonas; uno de sus miembros –Gilberto-, escuchándome hablar con un grupo acerca de los sueños, se acerca y me pide para tener una conversación íntima. Luego de cenar en un comedor comunitario donde los alimentos son preparados por todos y extraídos de una huerta de todos, nos encontramos.

Nos alejamos del lugar y nos sentamos cerca de un grupo pequeño que luego de cenar había prendido un fuego. La noche estaba serena y algo fresca a pesar de estar en una zona tropical. El cielo hermosamente estrellado con luna creciente, por momentos estaba interrumpido por alguna nube. Los insectos curiosamente no incomodaban y ocasionalmente se escuchaban ruidos de animales que no podía identificar. Nunca había visto un felino en la zona aunque cada tanto un rugido se escuchaba lo suficientemente lejos como para no alarmarse. El primero que escuché me llevó a preguntarle a Gilberto que opinaba de esos sonidos. Él, que parecía estar siempre en un profundo estado de paz, me miró y me compartió su alegría por lo salvaje. Las personas que formaban la comunidad tenían en general una peculiar manera de mostrar sus instintos y en consecuencia declarar una libertad natural. 

-¿Para que querías tener un encuentro conmigo? -le pregunté. 

-Quisiera compartir con usted un sueño, sin embargo a veces me parece más un rumbo –me dice. 

-Bueno, cuéntame –le dije.

-Usted como psicólogo necesita estar centrado dentro de sí y conectado con el universo, ¿no es así? –pregunta.

Sorprendido le hice un gesto de aprobación y me propuse estar a la altura de lo que iba a comenzar a contarme.  

Las nubes comenzaron a acumularse y el fresco de la noche dejó paso a un calor húmedo. Parecía que iba a llover; una de esas lluvias tropicales que refrescan la atmósfera y que hace que las plantas se sientan agradecidas. 

Gilberto comenzó a contarme que había tenido un sueño -que en la comunidad llamaban de revelación-. Se acerca un poco a mí y comienza a mirar hacia el fuego. Me relata que lo que recuerda es que él veía a muchas personas que formaban una ronda alrededor de una fuente natural donde surgía agua cristalina. Algunas de las personas eran conocidas de su comunidad y otras eran personas desconocidas aunque recordaba sus caras a la perfección. Los de su comunidad formaban un primer círculo más cercano a la fuente y los demás desconocidos, un segundo círculo. En determinado momento uno de los más ancianos del primer círculo se adelanta y recoge en un recipiente grande de vidrio un poco del líquido de la fuente. Extiende sus brazos hacia el cielo levantando el recipiente como si quisiera bendecirlo e instantáneamente el líquido se hace más espeso y toma el color marrón rojizo de la tierra del lugar. Los locales comienzan una danza y un canto manteniendo la ronda y les enseñan a los desconocidos la forma de danzar y cantar. El anciano comparte el contenido del recipiente con los presentes y todos van tomando el líquido. 

Gilberto detiene abruptamente su relato y me mira con una expresión de inocencia. Me dio la impresión que deseaba saber si estaba siendo capaz de seguirlo. Lo miré fijamente y no exprese palabra alguna. Se tomó un minuto y siguió hablando. Un segundo después de comenzar, intuí que todo se iba a poner más intenso y que la pausa había sido una suerte de preparación.

Continuó diciendo que la danza y los cantos se intensificaron. Comenzó a producirse una euforia y en determinado momento todo quedó inmóvil y en silencio. Todos estaban concentrados en su propia visión. Todos estaban recibiendo las enseñanzas que necesitaban; cada uno la suya. Sus rostros expresaban alegría y sus cuerpos estaban casi inmóviles. 

Gilberto queda callado. Lo veo de perfil. Comienza a llover; gotitas muy pequeñas casi no mojan y un relámpago y un trueno nos hacen sentir en casa. 

-Las verdades pueden ser objetivas y universales -me comenta mirando hacia el lado contrario de donde yo estaba. 

Sentí que debía mantenerme en silencio y escucharlo con mucha atención. 

-El sueño continúa -me dice mientras vuelve a mirarme. 

Hasta ahora parecía un relato de una ceremonia ritual de una comunidad de la floresta peruana o brasilera, pero sospechaba que no era solo esto. 

Me dice que en el momento en que el grupo está concentrado e inmóvil, él entra al círculo y el anciano le ofrece un cuchillo increíblemente bonito. La hoja esta tallada como si tuviera un dibujo de raíces de plantas exóticas y el mango es de madera simulando una cabeza de águila. 

Gilberto sabe exactamente lo que tiene que hacer. Se clava el cuchillo en su corazón.

Todo queda en blanco… por un largo tiempo. 

-Recuerda a sus hijos y se da cuenta de cómo hirió sus corazones- me comenta con dolor. 

Recuerda a sus padres y alguna de sus parejas y siente cómo los lastimo.   Comprende que el corazón no le es propio, es la divinidad dentro de sí. Es el lugar donde se conecta Dios con cada uno de nosotros. Se da cuenta también que esto no es una metáfora sino una realidad objetiva. 

Entonces ve su forma de reparar todo lo que fue hecho por su enfermo ego. Reparar es volver a Amar de la forma más sublime a todos los seres que tengan algún vínculo con él… todos. No hacer daño alguno desde su corazón es el dictamen divino. Y es entonces que se quita el cuchillo de su pecho y lo devuelve al anciano que se encontraba a su lado esperando por su claridad. 

Gilberto detiene su relato y queda inmóvil por un tiempo. Yo me encontraba envuelto en una atmósfera quietud. 

El cielo se había despejado, las estrellas solo tenían luz para sí mismas. La oscuridad era total. El fuego que estaba cerca ya se había apagado y quedaba el resplandor de las brasas. La brisa suave de la noche lo abarcaba todo. 

Me mira como si estuviera esperando algo. No sabía exactamente qué decir. Le pregunto si ahí termina el sueño y Gilberto hace una mueca difícil de interpretar.

-Ya terminaré –me dice afectuosamente.

Le pregunto si recuerda sus sensaciones al despertar por la mañana luego del sueño.

-De eso iba a hablar –me responde.

Al despertar me sentía con un dolor interior desconocido, una especie de aflicción serena. Desde ese entonces hasta ahora no ha variado la calma aunque el dolor es algo menor. Siento una enorme responsabilidad por mi vida que curiosamente me lleva a no hacer nada más que contemplar la realidad sin interferir con nada. Mis hijos se han acercado y mis amigos también. Mi familia de origen está bien próxima. Y yo tengo miedo de morir. 

-Me puedes explicar un poquito más -le pregunto.

-Ese es el sentimiento que tengo, el que me ha quedado desde que soñé este sueño -me responde. -Por eso te he llamado –continúa. 

Deseo vivir y no tengo intenciones de morir. La vida puede ser muy importante de aquí en más y hay muchas cosas que tengo que cambiar; muchas. Necesito tiempo para cambiar y dar un mensaje amable y simple. El mensaje es que los humanos necesitamos escuchar nuestro corazón. 

-Necesitamos vivir de forma que no creamos que sepamos vivir -dice. 

Se detiene. Yo creo entender lo que quiso decir. De todas formas le pregunto: ¿podrías explicarme lo último que dijiste? 

Me responde con mucha calma –no voy a explicarte nada, solo voy a decirte lo que siento. Debemos vivir sin tener que explicarnos las cosas. Podríamos vivir como si solo supiéramos observar lo que ocurre a nuestro alrededor y dentro de nosotros.  Vivir es una experiencia constante en el presente. Podemos estudiar a los genios atemporales de la historia de la humanidad que en realidad hicieron eso, vivieron observándose junto a la naturaleza que los abarca. 

-Y tu miedo a morir–le pregunto.

-Bueno, es muy fuerte aún –me responde con cierto dolor en su expresión. 

Nos miramos sin hablar y me pide que lo guíe en su dolor ante la idea de morir.

-¿Estás enfermo? –pregunté.

No lo creo, me siento físicamente fuerte aunque necesito sentir que la alegría inunda mi vida y no la preocupación y el dolor. ¿Me ayudas a cambiar mi punto de vista respecto a cómo vivir?

-Solo podría hacerlo si lo intentamos juntos; no sabría decirte si yo mismo he alcanzado la alegría de vivir –le digo.

-Bueno, solo resta decirte que al final del sueño se me presenta una imagen de ti –me dice- y no era porque tú supieras algo en especial sino porque no ibas a responderme con verdades prestadas. 

El cielo comienza lentamente a tener un leve resplandor. Un nuevo día comienza, la noche va pasando…