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Por Diego Andrés Díaz

“Casi todas las teorías de conspiración que la gente tenía sobre Twitter resultaron ser ciertas”, sostuvo recientemente Elon Musk en una entrevista concedida a un podcast, donde reflexionaba sobre el nudo de intervenciones y censuras que el gobierno estadounidense realizó en los últimos tiempos a través de varias de sus agencias, lanzando una de las expresiones más polémicas de los últimos tiempos. O así debería ser. 

El silencio atronador de la prensa tradicional local es bastante esperable, ya que la repercusión que tienen los debates internacionales en la prensa uruguaya sufre una extraña metamorfosis fruto de algún tipo de “filtro” que parece tener coordenadas ideológicas bastante claras: responde en general como “cámara de eco” de los intereses políticos e ideológicos que van desde el pietismo de la progresía norteamericana al consenso socialdemócrata- conservador europeo, todo en un tono absolutamente globalista y, en esta época, woke. Así, los debates y posturas son un monolítico e incoloro acto repetición de los medios de comunicación tradicionales -ya no se puede hablar de hegemónicos-, de las agencias de noticias mainstream, y, como no podía faltar, acompañados del collar de empresas basura dedicadas a la censura y autocalificadas como “cazadores de fake news”.

La tensión existente entre el férreo corsé informativo con respecto a un importante número de temas (Pandemia, Guerra, Perspectivas sobre el impacto de la acción humana en el clima, mercado energético global, vacunas, promoción de políticas centralistas globales) y el surgimiento de cuestionamientos radicales o moderados esta llegando a un límite dramático, en el cual el cambio de propiedad de Twitter parece representar uno de los mojones clave: desde que Elon Musk tomo las riendas, se ha visto a la luz en ese medio parte de la colosal manipulación y censura que los diferentes gobiernos y agencias internacionales ejercieron sobre cualquier mirada crítica y reflexiva con respecto a esta cadena de sucesos. Incluso el constante bombardeo estigmatizante a cualquier persona que cuestione alguna de las “verdades” que tejieron los medios de comunicación con respecto a estos temas -simbolizado en el tramposo, pero efectista mote de “antivacunas”- ha ido deshilachándose de forma constante, poniendo cada vez más nerviosos a los promotores de este sistema totalitario de censura, a la defensiva. 

Seguramente la actuación de Musk no represente ninguna novedad en lo que respecta a las denuncias que emergen –extramuros condensa en gran medida con antelación muchas de las que se expone- pero es evidente que su capacidad de impacto comunicacional y su prestigio y popularidad -sumado a ser el propietario de uno de los medios de comunicación más poderosos del planeta- logra que su voz difícilmente sea acallada.

Una pregunta suele surgir con respecto a esta situación: ¿Por qué ahora surgen con fuerza cuestionamientos poderosos a lo que parecía ser una ortodoxia COVID férrea e inexpugnable? ¿a que responden?.

Creo que es el momento justo para referirse a la necesidad de abandonar el dualismo interpretativo y esa tendencia maniquea de buscar dos intereses absolutos, totalizantes y consensualmente explicativos a la hora de abordar estos temas, ya que ese pantano dialéctico parece representar el campo ideal para que las ortodoxias autoritarias y los mecanismos de manipulación logren establecer su accionar sobre la libertad de expresión

El dualismo, la tendencia constante a encontrar dos bandos únicos e irreconciliables, portadores de la bondad/maldad intrínseca en su accionar, es la mejor forma de solidificar la censura. Es evidente para mí, que lo que opera en este colosal merengue global son un sinfín de intereses en disputa; una inconmensurable cantidad de acciones y operaciones, verdades, verdades a medias, mentiras, acciones de propaganda y contrapropaganda, resultado ultimo de un mundo verdaderamente multipolar, cuya multipolaridad puede observarse incluso a la interna de un país, de una sociedad, de un estado, de una comunidad, y, en ultima instancia, de los intereses y anhelos cambiantes de los individuos en el tiempo. Esta realidad no solo molesta e incomoda a los cultores de la ortodoxia COVID -ofuscados al observar que su apelación a utilizar falacias de autoridad a dioses sin existencia ontológica como la “ciencia” y el “consenso científico” no logran imponerse- sino a un conjunto bastante numeroso de jacobinos mentales que necesitan como el aire la existencia de dos posturas y miradas monolíticas sobre los temas anteriormente referidos; que es, en definitiva, una sola posición. 

Es que la mentalidad jacobina todo lo impregna: la necesidad de conquistar la opinión pública como verdadera representación política sigue siendo su norte. 

La construcción de “bandos” duales es fundamental para la conquista de la “opinión pública” como única y exclusiva forma de representación de la política. Es evidente que la existencia real de diferentes y tangibles móviles e intereses dentro de una sociedad crea un problema complejo de solucionar para los constructores de relatos dominantes de pretensión hegemónica. La manifestación clara y sin dramatismos de distintos e incontables intereses concretos y terrenales que operan en la realidad cuestiona la raíz de los discursos dualistas, y diluye necesariamente su pretensión de manifestar una voluntad popular entronizada como un Dios de la modernidad.  La obsesión por construir y consolidar la idea una opinión común dominante -la opinión pública-y llevarla al plano del anhelado “consenso” representa uno de los elementos centrales de la praxis política moderna.

Así, cualquier manifestación de descontento por alguna realidad va lentamente tensando la relación entre las incontables y diferentes expresiones de este, y suele generar de forma espontánea alianzas y pactos dinámicos y flexibles que logran articular y crear mecanismos de presión y manifestación de estos descontentos. Sin embargo, no deja de existir una variedad enorme de matices y acentuaciones a la interna de un descontento mayormente observable. La conexión entre las diferentes manifestaciones de descontento social y la creación de representaciones rígidas parece ser la marca del orillo de las diferentes ortodoxias emergentes en estos últimos años, en su búsqueda por sintetizar en sus manos ese consenso

La emergencia de diferentes voces, desagregadas, descoordinadas, que convergen en cuestionamientos sobre temas centrales -pandemia, ecologismo político, vacunas, etc.- lleno de matices, interpretaciones diversas y móviles, están degradando el predominio de la ortodoxia hasta ahora existente, y además, se lleva puesto a los diferentes grupos que intentan -inspirados consciente o inconscientemente en este espíritu jacobino- apropiarse de una especie de síntesis de la contestación, porque esta es inasible, debido a que su propia lógica los auto fagocita.

El 2023 parece que nos deparará nuevos capítulos con respecto a la lucha global por la libertad de expresión, y la eterna tensión por el control social, es decir, por el centralismo político aplicado. El accionar de Musk parece condimentar fuertemente este debate, sin importar en absoluto los móviles primarios, visibles, ocultos o subyacentes que están detrás de haber pateado el tablero de la ortodoxia dominante. 

La obsesión por intervenir para “mantenernos informados en la verdad”

La emergencia de este “nuevo Twitter” ha abonado las voces que proponen, para evitar la manipulación, las mentiras y las operaciones mediáticas, la creación de legislaciones y nuevas agencias que “nos protejan” de este supuesto océano de falsedades.  No deja de ser trágico que detrás de esta insistencia se embanderan variados grupos ideológicos, que insisten en vender a las sociedades que estas agencias protectoras del “bien público” salvaguardarán la sacrosanta verdad oficial, si se las deposita en sus “virtuosas manos”. Nada diferente a las típicas justificaciones del estatismo político. 

El miedo siempre ha sido el motor de estas soluciones intervencionistas, y en cada uno de los temas donde desembarca este pedido viene precedido de verdaderas campañas de terror público -el club del miedo, como lo bautice hace tiempo- que nos salvaran de las “noticias-mentira”. Se puede advertir sin esfuerzo diferentes niveles de intencionalidad en estos pedidos de regulación liberticida de la libertad de expresión. Más allá de esto, en un abordaje conceptual creo necesario reivindicar una mirada contraintuitiva sobre el tema: para que exista una menor cantidad de noticias falsas, tiene que existir una libertad absoluta de expresión, incluso para decir noticias falsas. 

La “presunción de veracidad” que subyace a los medios de comunicación, en este sentido, opera en el sentido contrario, ya que debilita la capacidad de los individuos y las sociedades de presentarse “en guardia” frente a noticias o informaciones que emergen. La potencial libertad de mentir o difamar -e incluso agraviar e insultar- opera en la comunicación de forma contraintuitiva, debilitando su impacto negativo, porque en general la “carga de la prueba” esta en el informante y no en el informado. Esta característica ha sido combatida por los medios mainstream a costa de ver destruida su credibilidad y prestigio, por lo que han apelado a sugerir diferentes niveles de intervención política que “controlen” a los otros medios de comunicación, especialmente a los contestatarios frente a los relatos hegemónicos. 

El “derecho a la información veraz” es, para mí, la coartada necesaria para atacar la libertad de expresión. Las relaciones entre los ofertantes de noticias e información, y los informados o demandantes deben de estar, a mi entender, bajo el principio del caveat emptor: el consumidor tiene que cuidar de sí mismo, y lo que espera de ellos -en este caso información veraz- y de los bienes y servicios que elige. La apelación por denunciar un “abuso” es la coartada del intervencionismo, y el ambiente ideal para el surgimiento de “fact checkers”, “Ministerios de la verdad”, y otros institutos totalitarios de censura. 

Recordemos que la intervención de los gobiernos en la comunicación moderna ya esta presente desde los orígenes -repartiendo “licencias” en los medios, que son mecanismos de distribución política de mercados- por lo que las justificaciones sobre los fallos y abusos del mercado -de información, en este caso- no es ninguna novedad en la historia. Pero es interesante como se multiplican, aglomeran y superponen diferentes niveles de intervención, sea con las llamadas licencias creadoras de oligopolios de comunicación, licencias de ejercicio y formación profesional, licencias de tecnología de la comunicación, medios públicos, pauta publicitaria estatal, legislación y controles de todo tipo, a lo que se le suma estas agencias estatales y paraestatales de verificación de la verdad y aplicación de censura dura y pura, que dicen garantizarle a una sociedad bombardeada con el terror, “verdades confiables”. 

Por eso sigue siendo el principio de Caveat emptor el que debe regir la “sociedad de la comunicación”. Este principio permite que se cristalice con mayor asertividad el principio de reputación como garante de la información a la que accedemos, y no que esa “reputación” -falsa- surja artificialmente de la intervención de organismos políticos coactivos que direccionan -promoviendo y censurando- la información a disposición de los ciudadanos.