ENSAYO

Por Alma Bolón

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Aldo Mazzucchelli, en eXtramuros último, escribió un artículo de lectura insoslayable, por lo que revela y explica acerca de las operaciones que extraen de nuestros movimientos en internet un cúmulo de datos doblemente mercantilizados, porque se vuelven mercancía vendible a compradores interesados y porque se transforman en ofertas individualizadas de mercancías dirigidas a los usuarios a los que previamente se les extrajeron los datos. Este capitalismo de vigilancia, según el nombre consagrado por Shoshana Zuboff y tal como lo expone Aldo Mazzucchelli, conforma un sideral sistema de transformación, comparable a la producción capitalista. 

Cada usuario de internet deja tras sí, inevitablemente, una multitud de datos que da cuenta de sus emociones -de lo que lo mueve o motiva-; estos rastros, recogidos y tratados informáticamente, devienen materia prima con la que se fabrican ofertas de mercancías que interpelan al usuario en tanto que sujeto, es decir, en tanto que individuo que, ante la mercancía ofertada, responde: “esto es para mí, es a mí a quien están hablando, quiero eso que están ofreciéndome, esto es lo que necesito justo ahora”. 

En cierto modo, el capitalismo de vigilancia, extractor de nuestra intimidad luego devuelta bajo forma de mercancías que nos interpelan diciéndonos “soy para ti, soy para ti”, es comprensible en términos similares a los que empleό Louis Althusser al explicar el funcionamiento de la interpelación que realizan los aparatos del Estado. La interpelación ideológica hace que cualquier individuo devenga sujeto, sujeto sometido a la ilusión de estar en el origen de su “yo pienso, yo decido, yo compro, yo voto, yo quiero”, sujeto que, para serlo, debe precisamente ignorar (no saber y/o desconocer activamente: negar) esas determinaciones ideológicas que lo gobiernan y de las que el conocimiento científico le permitirá deshacerse para alcanzar la condición de ser emancipado. En este sistema, sin embargo, hay algo que no termina de cerrar.

Cuando intercambiábamos estos pareceres, Aldo me invitó a que volviera, en eXtramuros, sobre el asunto. Procuraré responder a esta invitación, tan grata, dando un rodeo. 

2

A fines de los sesenta hubo quienes se preguntaban (y se respondían) si eso que tenían ante los ojos eran tres astronautas de la Nasa caminando sobre la luna, o eran tres actores que en un estudio de filmación hollywoodiense actuaban como tres astronautas de la Nasa caminando sobre la luna. 

Desde comienzo de los dos mil hubo quienes se preguntaron si eso que tenían ante los ojos era una torre neoyorquina que se derrumbaba por el choque de un avión de línea piloteado por un egipcio, o era una torre neoyorquina que se derrumbaba por la implosión producida por cargas de explosivos que estallaban en el momento en que se filmaba la colisión de un avión de línea contra esa torre.

A fines del siglo diecinueve hubo quienes se preguntaron si debían salir corriendo espantados ante el tren que atropellaría a los agolpados ante su paso, o si debían admirar serenos un trozo de paño iluminado en la oscuridad, en el que un tren filmado por los Lumière avanzaba. 

Quienes todavía se preguntan si el pánico que produce Funny Games viene de la maestría de Haneke o emerge de un pozo turbio; quienes quisieran saber si el corona es el virus que ola a ola se prende a la carne de la humanidad para manducarla o si es el mayor show ilusionista al que la humanidad asiste suspensa y trémula.  

  Todos estos aquí evocados renuevan el desasosiego del Quijote y de Segismundo, preguntándose cuándo su vida es sueño y cuándo es vigilia. O rehacen el júbilo del mago de la Illusion comique quien, a un padre deseoso de noticias de su hijo, primero muestra a éste muriendo en pelea de espadachines y luego resucitado y bebiendo con sus amigos, porque el hijo se había hecho actor. 

Estos ejemplos, menos que ilustrar la diferencia entre falsedad/verdad, o entre potencia/acto, o entre virtualidad/efectividad, ilustran la indiscernible trenza que trenzan la ficción y la no ficción, con los efectos reales de la primera en la segunda. 

3

Los efectos reales de lo que todavía no se llamaba “ficción” (palabra latina) sino “mímesis” (palabra griega) fueron referidos con minucia en la Poética aristotélica. La tragedia, es decir, la imitación mediante la palabra del accionar de hombres superiores -la tragedia de Edipo, Yocasta, Antígona, Aquiles, Héctor, Andrómaca, Casandra, Ifigenia, Medusa, Ulises, Telémaco, Ayax, etc., etc., etc.,- tenía efectos en la polis, efectos políticos, en la medida en que producía temor y conmiseración en los ciudadanos.  

Cae de maduro que esos efectos nunca fueron, ni podrían ser, universales, sino políticos, atravesados (o constituidos) por el disenso y el conflicto. Es decir, que nuestros disensos y conflictos menos tienen que ver con la oposición entre falsedad/verdad que con las emociones y malentendidos que instaura la mímesis, la ficción. 

La polis, al constituirse con el temor y la conmiseración que producen las obras poéticas, se constituye partida, sin coincidir plenamente consigo misma, alterada por una palabra poética que solo puede transmitir su propia alteración, su propia ambigüedad. Esa ambigüedad, ese disenso, esa alteración no son eliminables o suspendibles, sino que hacen a la cosa.

4

Como claramente señala Aldo Mazzucchelli en su artículo, el capitalismo de control, con su cosecha de big data transformada en ofertas de consumo individualizadas gracias a la materia subjetiva dejada por los usuarios y recopilada informáticamente, entraña en su funcionamiento una teoría psicológica conductista, que apuesta a la predictibilidad estadística que arrojan observables dotados de significados unívocos. La teoría conductista, con su deseo de cientificidad, necesariamente postula la predicción de la conducta humana; esto, para el conductismo, es posible y deseable y su promesa curativa dice moldear un comportamiento, por ejemplo suprimiendo algunos síntomas, a partir del seguimiento de ciertos pasos. Si se hace Y, entonces se será Z (por ejemplo, un individuo curado de la fobia X). 

Cabe preguntarse por los límites de esa fuerza de predicción nutrida del cúmulo de datos acopiados y tratados informáticamente, como cabe hacerlo por los límites de la predictibilidad conductista. Dicho de otro modo, ¿en qué medida el comportamiento del usuario de internet, considerado un cúmulo de datos, es predecible, y en qué medida es predecible el comportamiento del paciente, considerado un manojo de síntomas? Está claro que hay predictibilidad en parcelas enormes de nuestros comportamientos, aunque no siempre -no en todos los casos- sean predictibles las parcelas en las que la predicción se verificará.

La imprevisible trama de predictibilidad y de impredictibilidad queda demostrada en la dificultad -en la imposibilidad- efectiva de tareas como educar, curar o gobernar, labores todas ellas jugadas a la predicción de cierto comportamiento (emancipado, saludable, ciudadano) alcanzable mediante cierto programa (educativo, terapéutico, gubernamental). También, va de suyo, esa imprevisible trama queda demostrada en los fracasos de los regímenes dictatoriales que, tarde o temprano, caen sin que haya muchas personas dispuestas a sostenerlos: capota su proyecto de programación del comportamiento propio y ajeno.       

Así visto, el capitalismo de vigilancia puede resultar, en sus propósitos predictivos de los comportamientos de consumo de los usuarios escaneados por los algoritmos, de sospechosa ineficacia, comparable a la dudosa eficacia de la fuerza predictiva de la publicidad que vende la certeza predictiva de que tal consumidor irá hacia tal mercancía o de que tales individuos devendrán tales consumidores de tales mercancías. Tal vez, en ese plano, capitalismo de vigilancia y campañas de publicidad solo puedan predecir su propia duración, su propia existencia durable, mientras duren. ¿Será acaso esto una buena noticia?

5 

Este predecible fracaso -esta predecible inoperancia- de la fuerza predictiva del capitalismo de vigilancia no es, en sí mismo, motivo de regocijo. En primer lugar porque este capitalismo de vigilancia tiene su lado completamente eficaz, eficiente, cumplidor; me refiero al pasaje a la vida remota en la enseñanza, la salud, los espectáculos artísticos, las instituciones públicas, las oficinas bancarias (como es notorio, en Uruguay, la bancarización obligatoria tuvo como correlato el cierre de agencias bancarias, la reducción del personal en las que permanecieron abiertas y, finalmente, la cuasi total supresión de la atención a los clientes, con motivo de la declarada pandemia). A mi modo de ver, éste es el lado real y horrendo del capitalismo de vigilancia: el reemplazo de los vínculos presenciales por relaciones a distancia, mediadas por la tecnología. 

En segundo lugar, el predecible fracaso de la fuerza predictiva del capitalismo de vigilancia tampoco es materia de regocijo porque ese fracaso no significa el triunfo de las fuerzas luminosas -reflexivas, emancipadas- de ciudadanos reacios a devenir consumidores de ofertas internéticas. Más bien, ese fracaso obedece a los componentes oscuros -oscuros por resistirse a su inteligibilidad comprensiva- que nos hacen personas. No es por ser emancipados que fracasa la fuerza predictiva del algoritmo mercachifle, sino por estar enajenados a algo muy ajeno a algoritmos y a mercachifles, a algo cercano a las pasiones que mueven a la polis: enajenados al temor y a la conmiseración, por ejemplo.  

Como animales literarios, la expresión es de Rancière, aun en el analfabetismo estamos constituidos por la división, el malentendido, el disenso que es la palabra, en particular pero no exclusivamente la palabra escrita. Previsiblemente, esta división que dificulta la coincidencia de cada uno consigo mismo vuelve muy remota la posibilidad de coincidencia de cada uno con la previsión algorítmica.