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Mas allá de las diferentes consideraciones sobre la naturaleza de este nuevo Partido, parece lograr catalizar a su favor una serie de descontentos sociales, así como coquetear con el siempre despreciado pero resistente voto de derechas (sean estas sociológicas o ideológicas, conservadoras, nacionalistas o liberales) En definitiva parece encontrarse aún en una etapa germinal y abierta, y, en cierto sentido, ser un espacio en disputa.
Por Diego Andrés Díaz
La última elección nacional trajo consigo una de las novedades políticas más importantes de los últimos tiempos: la aparición de Cabildo Abierto. Detrás del liderazgo del ex jefe del ejército Guido Manini, se construyo a una velocidad inusitada un partido político de alcance nacional, de éxito electoral impredecible, que rápidamente ocupó un espacio en el espectro político (“las derechas”, “conservadurismo”, “nacionalismo conservador”, por nombrar algunos) generalmente despreciado y poco atendido por los que usualmente recogen las adhesiones electorales del mismo.
Como todo partido político novel, representa una dificultad notoria y en cierto sentido una osadía encasillar de forma definitiva a Cabildo Abierto, por varios elementos. Por un lado, la dificultad surge rápidamente al advertir que toda organización nueva vive varios procesos al unísono que harían de cualquier definición un campo inestable: la conformación de los diferentes sectores y la necesaria maduración de las ideas a la interna, se entremezcla con la situación generalmente evidente de que ser un “espacio en disputa”, al no tener, como otras organizaciones políticas, una tradición partidaria objetiva e histórica -aunque sí tradiciones políticas- que condiciona las propuestas, o, por lo menos, que “obligue”a manejarse en ciertas coordenadas. En ese sentido, los elementos de juicio para elaborar hipótesis sobre el ideario del partido encabezado por Guido Manini se relacionan a tradiciones familiares, ideológicas, culturales e institucionales, las cuales están demasiado expuestas al uso arrojadizo que la puja política realiza con respecto a la calificación de adversarios y aliados.
En el caso de Cabildo Abierto, este punto es especialmente relevante, partiendo de una idea a la que anteriormente me he referido con insistencia: la hegemonía cultural de la izquierda. Considerando su existencia, es notorio que la izquierda cultural, apuntalada por la academia que le es funcional, pone el acento descriptivo en el peligro que representaría para el sistema político uruguayo la aparición de un partido radical, sumándole a esa condición diversos conceptos en tono estigmatizante (ultraderecha, militarista, fascista, ultraconservador ). Muchos analistas han sugerido incluso la necesidad de un “cordón sanitario” que lo aísle, todos elementos que sintonizan con la intención de profundizar los efectos de un ambiente consensual ya referido anteriormente en esta revista. A nivel político partidario, este “ambiente consensual” se manifiesta a través de la existencia de un “espectro político deseable”, de carácter cultural, que representaría los limites que la cultura dominante acepta como “deseables” en las ofertas electorales de una sociedad. Pero detengámonos un momento en este punto.
El espectro político partidario a nivel electoral generalmente no se relaciona con el espectro ideológico desagregado en una sociedad. El espectro político partidario es hijo no de las ideas que existen en juego, sino de los discursos dominantes fruto de la competencia, es decir, es el resultado de una realidad cultural dada. En ese “mar” y sus características, es donde los peces nadan y se muestran, y allí se define lo “permitido” en política electoral. El espectro político, las opciones electorales, son así una expresión de la cultura hegemónica, y no van más de allí. Es un espectro acotado, que además tiende en occidente a volverse dual, de dos opciones, “bipartidista”. En casi todos los sistemas políticos actuales, el “espectro político aceptable” es mucho más acotado que las opciones ideológicas existentes. Los “límites” de ese espectro están condicionados por la cultura dominante, la “sensibilidad” y “receptividad” de la sociedad por ciertos temas, cierta agenda, discursos, valores, “espíritu de época”, en sí.
Existen opciones ideológicas que están radicalmente hacia la izquierda o hacia la derecha, pero el espectro político aceptable es más acotado: en el caso uruguayo las opciones políticas aceptadas van desde la izquierda ortodoxa del siglo XX, la izquierda de discurso “socialista del siglo XXI”, una izquierda posmoderna, a una centroizquierda socialdemócrata. Es decir, la “centroderecha” aquí es, básicamente, socialdemocracia, social-liberalismo al estilo del partido demócrata norteamericano, o liberalconservadurismo.
Es en la cultura donde se define los límites “deseables” o “aceptables”, por lo que las expresiones electorales no son más que la consecuencia, el síntoma, de una realidad previa. Cabildo Abierto, sea por categorizaciones reales, intencionadas o simbólicas, ha generado cambios importantes en este espectro: el presidente Lacalle Pou evito con su aparición, por ejemplo, ser el blanco de las típicas calificaciones de “facho neoliberal” o “ultraderechista” que en otras ocasiones electorales hubiesen caído sobre su candidatura, permitiéndole ocupar un lugar mas centrista y liberal.
Esta intención de colocarlo en un lugar “indeseable”, apelando a su condición de partido militarista, residuo de la dictadura militar, ultraderechista o ultranacionalista, no ha tenido el éxito que esperaban sus promotores. Igualmente los aspectos ideológicos que marcan las diferentes aristas del discurso de Cabido logran cierta convergencia en varios de los temas centrales que un partido político actual tiene en agenda. Uno de ellos, que merece creo yo algunos comentarios, es el de la política exterior.
¿Una expresión de “corriente resistente”?
Las categorizaciones más comunes con respecto a las ideas de Cabildo Abierto sobre la mirada global y la política exterior suelen poner el acento en su condición de partido nacionalista, reactivo a las ideas hegemónicas del globalismo institucional, a la intencionalidad de centralismo político del mundialismo, entre otras caracterizaciones. También se hace referencia a una reivindicación de la “patria grande” en tono metholiano, fruto quizás de la influencia de su hijo, Marcos Methol, en parte del discurso de Cabildo Abierto. En ese sentido, sostenia lo siguiente en una reciente entrevista en semanario Voces: “Creo que realmente pertenecemos a una nación más amplia de lo que es el Uruguay. Diría que tiene que ver, por lo menos, con la cuenca del Plata. Yo me siento hermanado con un correntino, con un riograndense, con un paraguayo. Tenemos muchos lazos históricos comunes y es imposible no identificarnos. Nuestra nación excede al Uruguay. Eso no quiere decir que haya que renegar de la importancia del Estado uruguayo, y de que exista una idiosincrasia oriental. La globalización está poniendo en tela de juicio la viabilidad de los pequeños Estados nacionales…”
Esta posición -junto a otras relacionadas a aspectos económicos- ha sido señalada como un elemento que lo acerca al nacionalismo “de izquierdas” que en ocasiones el sector de José Mujica reivindica, o también, con una especie de “peronismo” por la apelación al industrialismo, la “tercera posición” y un rechazo al libre mercado desde una perspectiva “geopolítica”. En este sentido, estas posturas parecen enmarcarse en la tradición “resistente”, como la refería Carlos Real de Azúa. Esta posición representaría en nuestro país la reivindicación del “egoísmo sagrado” y “de la propia entidad nacional, la primacía de los concretos intereses uruguayos” al decir de Real. El paralelismo entre las expresiones de Marcos Methol y la caracterización de Real de Azua son evidentes, al poner el acento en la afinidad “de origen, de situación geográfica, de vecindad, de estilo de vida” como aspecto central en la mirada sobre lo internacional.
Las mil vertientes del nacionalismo.
Cualquier análisis histórico del fenómeno del nacionalismo desde una perspectiva política e ideológica nos permitirá observar que se ha caracterizado por su tendencia a “bascular” entre lo que se denomina la “derecha” y la “izquierda” del espectro político. Esta tendencia, que en general es rechazada por muchos nacionalistas -que la consideran una forma de “divisionismo” de la nación”, es bastante evidente al realizar un análisis veloz de las tendencias dominantes del nacionalismo en occidente.
Difícilmente el nacionalismo (como la ideología del estado-nación) pueda desprenderse en su nacimiento, de la modernidad, las ideas ilustradas del siglo XVIII, el desembarco de la idea de “nación” hija del centralismo político de los reinos absolutistas, del soberanismo. En sí, es la apuesta del centralismo político de asociar los intereses de las grupos gobernantes del estado moderno al destino personal de los ciudadanos de una comunidad. La dificultad estriba en la enorme, incontable, cantidad de intereses e ideas que Interaccionan en un estado-nación moderno. Sean intereses económicos o culturales, los sistemas educativos de los estados nación necesitan convencer a la población que las ideas de la clase gobernante y de la población son lo mismo, y trabajan fuertemente en “sentimientos nacionales”, defensa de “soberanías” donde la suerte económica -o perfil cultural- de los estados y de los gobernantes y sus socios son patrocinados como destinos en común para todos.
En general el Nacionalismo no se lleva bien con la idea de izquierdas y derechas, las niega y se propone de “tercera posición”. Es la idea nacida en la revolución francesa de que “la nación” es un cuerpo homogéneo, unitario e igualado y que agentes externos solo quieren desunir a “la nación” idealizada. El etnicismo es un subproducto del ciclo revolucionario francés, por ello el nacionalismo nace “a la izquierda”, enemigo del monarquismo, e incluso con el conservadurismo de las familias monárquicas y de los ultraconservadores europeos. Tambien abrevara de allí su tendencia a la uniformidad. Los estados nacionales representaron un proceso de centralización sostenido, frente a los poderes locales, mas fragmentales, en competencia, superpuestos. Será a mediados del siglo XIX que iniciará una tendencia creciente hacia posiciones conservadoras a partir de la influencia del romanticismo y del expansionismo imperial europeo. El rol del nacionalismo en el siglo XX y XXI fue transformándose paulatinamente, desde representar una “estación de paso” dentro de un proceso creciente de centralización política, a manifestarse como un rival de este proceso: “el nacionalismo y el internacionalismo son ideas no antagónicas, sino solo una y la misma idea, diferente solo en el empleo de los medios” sostiene Erik von Kuehnelt-Leddihn, quien recuerda que “…Todo el movimiento católico y conservador” -dos tradiciones que también parecen incidir en la base ideológica de Cabildo Abierto- siempre fue federalista, condenando la centralización y el separatismo por igual. Casi todos los movimientos de izquierda, eran centralistas de manera práctica o programática”.
El nacionalismo de Cabildo Abierto parece manifestar un rol bastante similar al que juegan los nacionalismos actuales en varios países: sostener su rechazo a una especie de centralismo politico globalizado -muchas veces llamado globalismo- que propone a diario diferentes niveles de gobernanza mundial, de recetas extendidas para dar soluciones únicas y generales a través de las institucionalidades internacionales (ONU, OMS, BM, FMI) que tenderían a acrecentar su poder y capacidad de incidencia. La resistencia de Cabildo Abierto se manifiesta en representar una de las pocas voces disidentes en el espectro político actual frente a lo que es la “agenda global”, y significa una novedad política en ese sentido. Es también este punto un factor utilizado para alinearlo dentro de lo que se describe a nivel global como la “derecha populista” que representarían Bolsonaro y Trump, Vox en España, el proceso del Brexit en el Reino Unido o los fenómenos políticos de Europa del Este, entre otros.
Para Manini, esta es una expresión de la “izquierda sorista”, que es para el líder de Cabildo Abierto, a la que hay que tener mucha atención a ella (…) que está bancada desde exterior, que aplica agendas que fragmentan a nuestra sociedad, que llevan al odio entre distintas partes, las divisiones, esa izquierda también existe”.
Dentro de las manifestaciones de intenciones legislativas y de propuestas ejecutivas, también parece existir cierta tendencia – que comparte con el progresismo- a la ingeniería social, y ver en el Estado un brazo ejecutor de un modelo de sociedad determinado. Mas allá de las diferentes consideraciones sobre la naturaleza de este nuevo Partido, parece lograr catalizar a su favor una serie de descontentos sociales, así como coquetear con el siempre despreciado pero resistente voto de derechas (sean estas sociológicas o ideológicas, conservadoras, nacionalistas o liberales) En definitiva parece encontrarse aún en una etapa germinal y abierta, y, en cierto sentido, ser un espacio en disputa.