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Por Fernando de Lucca

Soy uruguayo y vivo en este país desde hace casi 63 años. He visto como muchos acontecimientos sociales y políticos locales fueron dando forma a nuestra sociedad en este más de medio siglo, y también fui comprendiendo como repercutían acontecimientos regionales e internacionales en esta nación. Seguramente no hay naciones típicas, más bien diría que cada una de ellas tiene peculiaridades que la hacen ser las que son, solo que como parte de la que me identifica desde hace todos estos años, considero que Uruguay es realmente original. Para comenzar Uruguay es un país prácticamente sin crecimiento demográfico. A mi entender esto tiene dos causas, la primera es que no hay la cantidad de nacimientos que tienen otras naciones y por otro lado, la emigración es grande. Muchos uruguayos abandonan parcial o definitivamente el país para irse a lugares casi “obligados” como ser España, Italia, Brasil, o Estados Unidos. Claro que en otros momentos contaba la Argentina como un destino importante; hoy obviamente no es así. La otra característica es que en Uruguay promedialmente se vive hasta pasados los 73 años y eso le da también un toque “europeo”. Somos lentos pero seguros, el criterio individual aún prevalece por sobre las modas colectivas de nuestros vecinos y el mundo “desarrollado”. Es un pueblo de gente hospitalaria –especialmente con el de fuera- y por sobre todo demócratas, republicanos y –relativamente- liberales. No es una mala mezcla si además suponemos que no nos interesa destacarnos por la tecnología sofisticada, el arte, la extrema calidad o la “avanzada sociológica” en términos de inclusión –más allá de que en la región seamos pioneros en leyes como ser la de la interrupción voluntaria del embarazo o de la regulación, distribución y venta de la marihuana. Es un país donde la educación por ser pública y de una calidad importante, llega –llegaba- a cualquiera de las franjas socioeconómicas. Un país donde nadie cree de forma absoluta en los cambios radicales. Nadie creía que en los 60´ iba a haber una guerrilla; nadie creía que llegaría el momento de disolverse las cámaras y tampoco que tomara posesión de la conducción del país una dictadura militar que durara 11 años. Nadie imaginaba en los 80´ que iba a gobernar legítimamente la izquierda durante 15 años y que uno de los presidentes fuera de los líderes del movimiento revolucionario reprimido 40 años antes. Tampoco nadie creía que iba a haber una renovación política en esta época. Cuando digo que nadie “creía” estoy refiriéndome a las “charlas de café” de los uruguayos. La incredulidad del cambio así como de la trascendencia de esta pequeña nación sobre el mapa de los poderosos es algo que no se considera en el cotidiano uruguayo. Otro de los destaques del país son los deportes como el football, donde en un país de tres millones y medio de habitantes se le conoce constantemente en el mundo por los grandes deportistas que ayudan a que los más importantes clubes de Europa obtengan resultados inesperados a través de goles de jugadores uruguayos. Esto todo y un retazo de tierras fértiles con ríos que las atraviesan y un clima que define cada estación y hace que la gente sienta que todo transcurre en ciclos precisos, es la característica de nuestra nación. El Uruguay es también el país del “más o menos”. Nada es “top” y nada es “down”. Y como si fuera poco somos de la cultura del “tuve”; tuvimos ferrocarril y ómnibus eléctricos y grandes mansiones sobre la costa de la capital y hoteles tipo europeos como el Carrasco y el Argentino; tuvimos montadoras de autos y camiones, hacíamos carrocerías para chasis de ómnibus, tuvimos un avance importante en tecnología informática y arquitectos que diseñaron la opera de París así como brillantes músicos que se inspiraron en el candombe, el rock y en lo melódico. Como si fuera poco, tenemos – ¿supimos tener?- una capacidad para reírnos de nosotros mismos  y hacer una crítica fantástica –teatral, musical y cómico-dramática- durante un mes del año que se llama carnaval. Somos unos grandes chiquitos en la masa de un mundo que avanza hacia algo indefinido.

Y vino una pandemia. 

Una pandemia a través de un virus –covid 19- que si se lo combina con un organismo debilitado por otras afecciones puede producir la muerte. Otra característica de este virus es la facilidad de contagio. 

El mundo se puso en alerta.

Los organismos supranacionales tales como la OMS dieron directivas que fueron interpretadas por los gobiernos de cada país o nación de manera peculiar, tan peculiar como la historia de los horrores que cada zona del mundo ha tenido que afrontar. Decía mi abuelo: “si quieres saber cómo es Pablito dale mandito”.

Como siempre en Uruguay, el despertar es calmo y las medidas a tomar moderadas. El gobierno uruguayo “exhortó” a la población a cuidarse. No impuso sino que impulsó a la población a cuidarse de forma personal-individual y a ser solidario con los demás, especialmente con la población de riesgo. El gobierno abrió a la consideración personal y colectiva lo que estaba ocurriendo en términos de cuidados y apeló a los profesionales investigadores locales a que ayudaran en la toma de decisiones. En casi 6 meses los contagios fueron pocos –al día de hoy: 1551- y las muertes –aparentemente se estabilizaron en 43- se mantienen desde hace algunos días sin aumento.

¿Qué es lo que quiero expresar con todo esto? 

El Uruguay es una especie de “isla aparte” -donde como expreso más arriba brevemente en la historia reciente subjetiva-, que ha tomado esta pandemia en serio y con prudencia. Se demuestra entonces que nuestro sistema de salud no es maravilloso, pero funciona bastante mejor que el que impera en países del primer mundo y otros de la región que solían ser naciones económicamente fuertes. Entonces, ¿cuál sería el problema?, ¿que justifica este breve artículo?

Es: que el Uruguay actúe como Uruguay. El Uruguay no ha de ser manipulado. ¡Manipulado!, ¿por quién o quiénes?

Bueno, mi respuesta es esta: en primer lugar por algunos medios de prensa que queriéndolo, sabiéndolo, entendiéndolo o no, colaboran con el miedo y el “nunca acabar” de esta situación.  En segundo lugar es escasa y selectiva la información que se ofrece acerca de “la otra campana” donde se plantea que nuestro sistema inmunológico en un organismo humano saludable podría enfrentar este virus. En tercer lugar el tema vinculado con la necesidad de contacto que tienen las personas como forma de salud personal y colectiva. Los niños tienen que tocarse y tocar los objetos existentes en este mundo. El exceso de reclusión y falta de contacto lleva ineludiblemente a la depresión, a un patológico confort –desmotivación- y a una dificultad crónica de relación y de creatividad. En cuarto lugar las situaciones conflictivas de aquellos que les es muy difícil compartir todos los días un mismo espacio físico y psicológico. Forzar a las personas a convivir constantemente es algo muy peligroso; tanto como no verse o no compartir dolores y alegrías sería lejano a la salud en todas sus dimensiones bio-psico-socio-espirituales. En quinto lugar se impide la expresión del amor que ha de ser hoy día muy clara para equilibrar lo virtual con lo real. Y en sexto lugar el “sentido común” que no parece ser tan común en relación a los criterios de cuidado. Si estoy en un lugar donde haya personas reunidas seguramente ya sea por obligación o por criterios propios me colocaré una mascarilla para tapar mi nariz y boca y si no estoy en lugares así podré sacármela y respirar el aire que viene desde el polo sur y asciende hasta nuestras costas. Ayudémonos a no ser presa del miedo y la incoherencia, ayudémonos a considerar que el cuidado ha de tenerse sin caer en manipulaciones de la información que proviene de otros lugares donde se mostró que la locura puede ser la norma. Tenemos que trabajar, tenemos que comer y vestirnos y dormir y conversar. Tenemos que pagar nuestras cuentas. Tenemos que detectar las “enfermedades ideológicas” que nos pretenden hacer sentir autómatas de sistemas que se han venido degradando tanto que perdieron el origen de las cosas así como el camino de salida. Cuando esto no se sabe en general se pretende “romper todo” como salida única, obsoleta, destructiva, carente de toda lógica y creatividad. 

Y por lo tanto: dialoguemos.

Dialogar es la capacidad que tenemos los seres humanos de conocernos, aprender y reconstruir los hechos en base a nuevas formas y por sobre todas las cosas: ser libres. Ser presa de ideas de otros por no tener las propias no es lo que nos debe inspirar. Y en esta situación de emergencia que llamamos pandemia y que amenaza el mundo humano puede ser y está siendo excesiva. 

Dialoguemos y ayudémonos todos a no ser esclavos de sentimientos tales como el miedo y la excesiva obediencia. Seamos solidarios con nuestro prójimo sin ser aduladores de un sistema acusador. Seamos aquellos que necesitamos entender por el simple hecho de no saber en vez de creernos todos médicos epidemiólogos o psicólogos. Creemos un dialogo nacional de cómo vamos a salir de esto de manera sencilla y limpia en vez de exigirle al “papá” gobierno que nos diga cómo debemos actuar. Consideremos que nuestro sentido común existe y por sobre todo confiemos en la autorregulación de nuestro organismo. Queda al descubierto en esta pandemia en qué estado está la salud de la población mundial de aquellos que tenemos más de 35 años. También se percibe el autoritarismo y la criminalidad de los insanos que gobiernan el mundo. Se descubren planes macabros -que siempre se supieron- de los que “saben” y hoy son noticia de cada día. Por favor, utilicemos este momento para dialogar y acercarnos al prójimo con deseos de crear nuevas y radiantes soluciones. Por favor, por sobre todas las cosas dejémonos de creencias a priori o ideologías caducas que claramente nos trajeron sin pausa a estos resultados. Por favor recordemos que cualquiera de nosotros con cierta conciencia social vaticinaba algo parecido a esto desde hace no menos de 15 años. Es por ello que nadie está demasiado alterado en su asombro por cómo va el mundo en pandemia ni tampoco por los resultados de la caída de la economía. Simplemente se dio lo que parecía que debía de darse. La única preocupación que tenemos es como y donde vamos a pasar las vacaciones de verano. 

Lectores, seamos claros. Existe un virus que se propaga con facilidad y nos interpela en nuestro estado de salud general. Debemos cuidarnos más de lo que hacíamos antes en cuanto a prevención e higiene. Necesitamos ir a trabajar y ganarnos nuestro sustento. Nada más ni nada menos…