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La nota de renuncia de Bari Weiss describe la cultura autoritaria y el pensamiento de manada que domina hoy la interna del periódico neoyorquino

Por Bari Weiss

Estimado A. G., (1) 

Es con tristeza que le escribo para informarle que renuncio al New York Times

Me sumé al periódico, con gratitud y optimismo, hace tres años. Me contrataron con el objetivo de acercar voces que, de otro modo, no aparecerían en sus páginas: escritores debutantes, centristas, conservadores, y otros que no ven naturalmente a The Times como su propia casa. La razón de tal esfuerzo era clara: la incapacidad, por parte del periódico, para anticipar el resultado de la elección de 2016, significaba que no entendía bien al país sobre el que estaba reportando. Dean Baquet (2) y otros han admitido esto en muchas ocasiones. La prioridad en la sección de Opinión fue ayudar a reparar esa crítica debilidad.  

Tuve el honor de ser parte de ese esfuerzo, bajo el liderazgo de James Bennet. Estoy orgullosa de mi trabajo, como escritora y como editora. Entre aquellos a quienes ayudé a aparecer en nuestras páginas están el disidente venezolano Willy Arteaga, el campeón de ajedrez iraní Dorsa Derakhshani, y el demócrata cristiano de Hong Kong Derek Lam. Asimismo Ayaan Hirsi Ali, Masih Alinejad, Zaina Arafat, Elna Baker, Rachael Denhollander, Matti Friedman, Nick Gillespie, Heather Heying, Randall Kennedy, Julius Krein, Monica Lewinsky, Glenn Loury, Jesse Singal, Ali Soufan, Chloe Valdary, Thomas Chatterton Williams, Wesley Yang, entre tantos otros.

Pero las lecciones que deberían haber seguido a la elección -lecciones acerca de la importancia de entender a otros norteamericanos, acerca de la necesidad de resistirse al tribalismo, acerca de la centralidad del intercambio libre de ideas en una sociedad democrática- no han sido aprendidas. En lugar de ello, ha emergido un nuevo consenso en la prensa, y muy especialmente en este periódico: que la verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocida a unos pocos iluminados, cuyo trabajo es informar a todo el resto. 

Bari Weiss

Twitter no figura en en los créditos de The New York Times, pero twitter se ha vuelto su editor en jefe. En la medida en que la ética y costumbres de la plataforma se han vuelto también las del periódico, el periódico mismo se ha vuelto una suerte de espacio para la performance. Las notas son elegidas y expresadas de tal modo que satisfagan a la más estrecha de las audiencias, en lugar de permitir al público curioso leer acerca del mundo, y luego sacar sus propias conclusiones. A mi siempre se me había enseñado que la tarea del periodista es escribir el primer borrador general de una nota. Ahora, la nota misma es una cosa efímera más, moldeada para que encaje en las necesidades que le impone una narrativa predeterminada.

Mis propias incursiones por el Pensamiento Incorrecto me han hecho objeto de bullying constante por parte de colegas que discrepan con mis opiniones. Me han llamado nazi, y me han llamado racista; aprendí a tener que ignorar comentarios acerca de cómo yo estaba “escribiendo de nuevo acerca de los judíos”. Muchos colegas a quienes se percibía siendo amistosos conmigo fueron marcados por sus compañeros de tarea. Mi trabajo y mi carácter son de naturaleza abierta en Slack, la red de teletrabajo compartido de la compañía, en donde intervienen regularmente los editores. Allí, algunos compañeros de trabajo insisten en que debe extirpárseme de raíz de esta compañía, si es que ésta quiere ser realmente “inclusiva”, mientras que otros postean emojis con un hacha junto a mi nombre. Otros empleados del New York Times me acosan públicamente llamándome de mentirosa y ofensiva de minorías en Twitter, sin miedo de que acosarme a mi tenga nunca las consecuencias que debería. Nunca las tiene. 

Existen términos para describir todo esto: discriminación ilegal, ambiente de trabajo hostil, y despido encubierto. Yo no soy una experta en leyes, pero sé lo que está mal. 

No entiendo cómo es que usted ha permitido que esta clase de comportamiento ocurra dentro de su compañía, a la vista de todo el personal del diario y de su público. Y, por cierto, no puedo entender cómo usted y otros líderes del Times se han quedado mirando, mientras que simultáneamente me elogiaban en privado por mi coraje. Ir a trabajar siendo políticamente de centro en un periódico norteamericano no debería requerir valentía.

Una parte de mi quisiera poder decir que mi experiencia ha sido la única. Pero la verdad es que la curiosidad intelectual -ni qué hablar de asumir riesgos en ese campo- es hoy una virtud negativa dentro del Times. ¿Para qué escribir algo que desafíe a nuestros lectores, o escribir algo riesgoso, sólo para atravesar todo el proceso de convertirlo en ideológicamente kosher, cuando podemos asegurarnos el trabajo (y los clicks en nuestras notas) publicando nuestra pieza editorial número cuatro mil en la que se argumente que Donald Trump representa un riesgo nunca visto para el país y el mundo? Es así que la autocensura se ha vuelto la norma. 

Las reglas que siguen vigentes en el Times son aplicadas con una selectividad extrema. Si la ideología de una persona está en sintonía con la nueva ortodoxia, ella y su trabajo no son examinados. Todos los demás viven con miedo del thunderdome digital. (3) Los ataques venenosos online se permiten, siempre que se dirijan a la víctima adecuada. 

Notas editoriales que habrían sido fácilmente publicadas hace dos años, hoy meterían en serios problemas a un editor o periodista, si es que no lo hacen echar. Si se percibe que una pieza podría generar un rechazo internamente, o en las redes sociales, el editor o el periodista no la presentan. Si uno de ellos se siente lo suficientemente fuerte como para sugerirlo, rápidamente es guiado a puntos de vista más seguros. Y si, una vez que otra, logran que se publique una pieza que no promueve explícitamente las causas progresistas, eso ocurre sólo una vez que cada línea ha sido cuidadosamente masajeada, negociada, y protegida. 

Le costó al diario dos días y dos empleados decir que la nota editorial de Tom Cotton “no cumplía con nuestros estándares”. Agregamos una nota editorial a un artículo de viajes sobre Jaffa poco después de que se publicase, porque “no mencionaba aspectos importantes de la historia y construcción de Jaffa”. Pero todavía no hemos agregado ningún comentario a la obsecuente nota que Cheryl Strayed le hizo a la escritora Alice Walker, una orgullosa antisemita que cree en lagartijas illuminati.

Lo que el diario reporta es, cada vez más, el registro de aquellos que viven en una galaxia distante, cuyos intereses están profundamente separados de las vidas de la mayoría de la gente. Es una galaxia en la cual, sólo por mencionar algunos ejemplos recientes, el programa espacial soviético es elogiado por su “diversidad”; exponer públicamente en las redes la intimidad de los adolescentes en nombre de la justicia es algo que se perdona; y los dos peores sistemas de castas en la historia humana son los Estados Unidos y la Alemania nazi. 

Todavía hoy conservo la confianza de que la mayoría de la gente del Times no apoye estos puntos de vista. Sin embargo, los que sí lo hacen los han acobardado. ¿Por qué?  Quizá porque aquellos crean que el objetivo final es el correcto. Quizá porque crean que tendrán protección en la medida en que asientan en silencio, mientras la moneda de nuestra realidad -el lenguaje- se degrada para servir una lista de almacén de buenas causas que cambia todos los días. Quizá porque hay millones de desempleados en este país, y ellos se sienten afortunados de tener todavía un trabajo en un sector que se va achicando.

O quizá porque saben que, hoy, mantenerse firme por principios en el diario no le gana aplausos a uno. Le pone a uno un cartel en la espalda. Demasiado vivos como para postear en Slack, me escriben en privado acerca del “nuevo McCarthysmo” que ha conquistado el periódico real. 

Esto no promete nada bueno, especialmente para los periodistas y editores de cabeza independiente que están prestando cuidadosa atención a lo que tienen que hacer si quieren avanzar en sus carreras. Regla Uno: decir lo que uno piensa representa un gran riesgo. Regla Dos: nunca te arriesgues a que te encarguen una nota que vaya contra la narrativa. Regla Tres: nunca le creas a un editor o director que te anime a ir contra lo establecido. Eventualmente, el director se achicará ante la turba, el editor será despedido o trasladado, y tu quedarás con las ruedas para arriba. 

Hay un consuelo para estos periodistas y editores jóvenes. A medida que lugares como The Times y otros que una vez fueron grandes instituciones del periodismo traicionan sus estándares y pierden de vista sus principios, los norteamericanos aun tienen hambre de noticias exactas, opiniones vitales y debates sinceros. La gente dice esto todos los días. “Una prensa independiente no es un ideal liberal, ni un ideal progresista, ni un ideal democrático. Es un ideal norteamericano”, dijo usted hace unos pocos años. Yo no puedo estar más de acuerdo. Los Estados Unidos son una gran nación, que merece un gran periódico. 

Nada de esto significa que algunos de los periodistas más talentosos del mundo no trabajen aun para este diario. Lo hacen, y eso es lo que convierte a este entorno antiliberal en algo particularmente doloroso. Seguiré, como siempre, siendo una dedicada lectora del trabajo de ellos. Pero no  puedo seguir haciendo el trabajo para el que me trajeron -el trabajo que Adolph Ochs describió en su famosa declaración de 1896: “hacer que las columnas del New York Times sean un foro para la consideración de todas las cuestiones de pública importancia, y para ese fin invitar a la discusión inteligente, desde todos los matices de la opinión”.

La idea de Ochs es una de las mejores que he conocido. Y siempre me he reconfortado a mi misma con la noción de que las mejores ideas al final ganan. Pero las ideas no pueden ganar por sí solas. Necesitan una voz.  Necesitan una audiencia. Sobre todo, precisan ser respaldadas por gente dispuesta a vivir de acuerdo con ellas. 

Sinceramente, 

Bari.

Notas

(1) A. G. Sulzberger, Director del New York Times

(2) Editor Ejecutivo del New York Times

(3) Referencia a la película Mad Max Beyond Thunderdome (1985), una jaula de acero para exhibición de combates feroces, en donde el perdedor la pasa realmente mal.