ENSAYO
Por Diego Andrés Díaz
En cualquier civilización o cultura la muerte ocupa un lugar fundamental en la vida de los individuos. En general, las reflexiones sobre la muerte y nuestra experiencia con ella tienen protagonismos intermitentes, basados en diferentes factores: nuestra edad, nuestra fortaleza o debilidad existencial, nuestros valores, la realidad material en la que nos movemos.
Es difícil no señalar que la Pandemia a puesto frente a nosotros la muerte, no quizás por el impacto objetivo en la cantidad de fallecidos, sino sobre el protagonismo mediático que ha tenido últimamente. La causa por la cual la gente muere es parte central del fenómeno sociológico detrás del biológico.
Cuando giramos la vista al pasado, se puede observar que los cementerios tenían una conformación estética diferente: en los representativos de los sectores más ricos de la sociedad, las esculturas y monumentos dominan, y no dejan de ser un sistema de representaciones producto de una sociedad. La escultura pretendió y pretende penetrar en la memoria de los individuos, generar sentimientos, transmitir mensajes: tristeza; dolor; recuerdo; compasión. Expresión de valores e ideas de los individuos -los cementerios eran verdaderos paseos públicos mucho más frecuentados que en la actualidad- expresión también de trascendencia.
Un programa de fin de semana basado en un paseo por las arboladas, silenciosas y serenas calles internas del cementerio del Buceo puede representar en primera instancia una invitación entre macabra, delirante, aburrida, pretensiosa, friki, pero, superada esa instancia, la propuesta puede deparar algunas interesantes sorpresas.
Una primera observación es el predominio del mármol y la piedra. Sostiene J.P. Argul en Proceso de las Artes Plásticas en el Uruguay, desde la época indígena al momento contemporáneo que, si el periodo colonial significó un interés en la talla en madera con motivos religiosos, en la etapa independiente, es el mármol, el puntal material de las obras escultóricas por excelencia.
El mármol utilizado en la labor de los artistas era mayormente de las famosas canteras de Carrara (Italia). La utilización de mármoles nacionales empieza a ganar espacio a mediados del siglo XIX: Montevideo contaba con dos marmolerías en 1858, aumentando a siete establecimientos en 1868, y manteniéndose esa cifra de talleres para 1872.
Otro de los materiales que pueden observarse, de menor impacto en cantidad, es el hierro, el bronce, y otras aleaciones.

Cualquier observador puede advertir que existe una notoria predilección por esculturas y monumentos funerarios de gran porte. Destacan allí algunas obras de marmolistas y escultores extranjeros, más precisamente italianos. Podemos detenernos brevemente en algún de las obras del escultor de inspiración neoclásica José Livi, quien arriba a nuestro país finalizada la Guerra Grande, en el año 1851, donde estableció el primer taller en la calle Andes número 62.
Es autor de varias obras en la capital: La Caridad (Hospital Maciel), La Libertad, que se encuentra sobre 18 de Julio frente a la plaza Cagancha e inaugurada El 20 de febrero del año 1867. El nombre que el artista le adjudicó fue “de la Concordia”, que luego fue sustituido por el de “Columna de la Paz”.
Según el catálogo de Estatuas y monumentos de Montevideo publicado por la intendencia en 1986, dentro de los cementerios montevideanos, son de Livi el dedicado a los mártires de la hecatombe de Quinteros así como los erigidos en honor al Coronel P. Bermúdez y al General Leandro Gómez, ambos a la entrada del Cementerio Central.


Otro escultor de renombre de siglo XIX es el italiano Leonardo Bistolfi. Nacido en Casal Monferrato un 14 de marzo de 1859, sus obras más famosas son: el monumento funerario al pintor Giovanni Segantini (1859 – 1899), en 1906, actualmente en la Galería Nacional de Roma, El sacrificio (1908) para el monumento a Víctor Manuel en Roma, El amor y la vida (1902) para la familia Abbeg en Zurich, Suiza; y el monumento de Garibaldi en San Remo. Entre 1908 y 1910 efectúa varios trabajos para el Teatro Nacional de México. Después de una grave enfermedad, muere en Turín en septiembre de 1933. Es considerado el mayor exponente del simbolismo italiano, donde destaca un perfil sentimental propio de la sensibilidad romántica.
En el cementerio del Buceo puede encontrarse una escultura funeraria que realizó para el marmolista uruguayo Ángel Giorello. Éste era marmolista en Montevideo y realizaba también trabajos para los cementerios. Es uno de los fundadores de la Sociedad de Marmolerías del Uruguay, de la cual fue vocal según consta en el reglamento de dicha asociación del 18 de abril de 1907.
La obra se denomina El entierro del héroe del trabajo. Y dice J. P. Argúl de este trabajo: “…El monumento de Bistolfi es un cuerpo yacente conducido por un pueblo; las figuras de este son en altorrelieve. La composición de ese friso muestra enlaces de un fogoso arabesco. Toda la gama de posibilidades de la talla, desde su ruda presencia hasta el más acariciado terminado están presentes, tan valorados y sensibles la uno como el otro en esta obra maestra, una de las mejores, sin duda, que ha producido el famoso escultor del neorromanticismo…”


G. Butti, miembro de una familia de varios escultores de Milán, es el artífice de una obra que se encuentra en el Cementerio Central en una composición, según J.P. Argul, de “vigoroso realismo”.

Otras obras de autores italianos son las de Lavarello Tecce realiza la obra a pedido de Santiago Mussio, en la cual el desconsolado marido fotografió a su mujer fallecida para ser retratada.

A. Biggi de Carrara, y Juan del Vecchio de Carrara, la del genovés Domenico Carli.


Es especialmente llamativa la que dedica Santiago Mussio: en un folleto anónimo que se encuentra en la Biblioteca Nacional, se hace una interesante descripción de la escena inmortalizada: “…El monumento se compone de un lecho mortuorio donde ella duerme el sueño de la muerte y de pie él … la contempla…La estatua de él representa unos cincuenta años, rostro simpático, viste levita y zapatos de punta cuadrada. En cambio, el ropaje de ella es muy sencillo, donde el escultor a despegado su genio es en las ropas de la cama. Las almohadas se destacan perfectamente, pero sobre todo lo que está inimitable son las sábanas y dibujo de crochet y festones… [El Inspector del Cementerio, Don. Eloy García, comentó al autor del folleto que Mussio] iba todos los días al cementerio y pasaba las horas al lado del sepulcro que contenía unas cenizas tan queridas. Cuando finalmente el monumento fue enviado desde Italia él mismo ayudó a colocarlo en el lugar en que actualmente se encuentra…”.
No es benevolente el citado Argul a la hora de categorizar el trabajo de estos autores: “…Retratos, cabezas o recortados bustos de facturas mezquinas que muestran el doble inconveniente de la documentación “post mortem” y de la infelicidad de marmolistas obreros llevados a complejas labores superiores a su alcance. Además, alegorías y gustos de momentos ya pasados que a nadie hoy le interesa entender…”
Estos escultores, igualmente, absorbieron la mayoría de la demanda de obras funerarias. Uno de los que destacan por la importante cantidad de trabajos es el genovés Juan Azzarini: miembro fundador de la Sociedad de Dueños de Marmolerías de Montevideo, siendo vocal de dicha agrupación, son de la autoría de su taller los siguientes trabajos: el Ángel coronado con busto para Andrés Rosello, la Parca, el Ángel y el Cristo crucificado, de la escultura funeraria de Domingo Jaunsolo.


Otros marmolistas de la sociedad de propietarios que tienen trabajos son: La escultura funeraria de la joven Blanca Baglietto, de Alejandro Pellistri.
La mayoría de las obras consisten en simples bustos, algunas cubiertas con cúpulas, columnas, lápidas, urnas, casi todas relacionadas con el historicismo clásico y el academicismo, con algunas de cierta inspiración historicista neogótica.

No escapó la sociedad montevideana al terror a la peste. Este terror es recogido claramente en el Reglamento de los Cementerios de la Capital, de 1867. En el capítulo 2º, artículo 24, donde se menciona que “… en las épocas de epidemia, todos los cuerpos que sean conducidos para sepultar serán cubiertos de cal fuerte indistintamente. La Comisión designará las épocas, de acuerdo con la Junta de Higiene, en que esto deberá tener lugar…”
Quizá la epidemia de 1867 este detrás de la muerte de los hermanos Luis y Juan Peña conocieron la muerte, ya que en la lápida se lee: “Aquí reposan los restos de los hermanos Luis y Juan Peña fallecidos el uno el 19 y el otro el 20 de mayo de 1886 sus cariñosos padres le dedican este recuerdo”.

Existió de forma temprana una preocupación para el mantenimiento de cierto perfil en las obras creadas en los cementerios. El Reglamento de los Cementerios de la Capital de Montevideo, de junio de 1867, especifica: “…todo individuo que quisiese construir un sepulcro en el cementerio de esta ciudad tendrá que presentar una solicitud a la Comisión, y si hubiese de levantar en el mismo sitio un mausoleo acompañará un diseño para que este pase a informe del Inspector Científico, quien aconsejará si está o no arreglado al arte…” La evidencia del valor estético y artístico que se condensa en algunos cementerios llevó a que en 1889 se publicara el folleto Epitafios y Monumentos de los Cementerios de Montevideo, describiendo las características de varias obras.
Otro tema recurrente es el religioso, con gran cantidad de obras de ángeles o parcas y a Cristo crucificado, así como también numerosas cruces. La obra de María Vatteone muestra esta sensibilidad religiosa de época. Allí, María, con expresión de misericordia y compasión le entrega una limosna a una niña que se encuentra tirada a sus pies con rostro suplicante. Se puede observar también el monedero o “limosnero”.

En todos los casos, un paseo por allí es un flash sombrío, emocionante y profundo dentro del incesante deseo de trascendencia de la humanidad. Ante el colapso de nuestro mundo cuando la muerte es protagonista, el sentimiento de estar a la deriva genera el impulso de vencer al tiempo.