PORTADA
Por Diego Andrés Díaz
La compra de la red social Twitter por el empresario Elon Musk ha suscitado una catarata de terrorismo mediático por parte de la progresía pietista que gobierna EE.UU. (me suelen preguntar de donde saco el término pietista para referirme a la izquierda progresista estadounidense, algo de eso escribí para números anteriores), acusando a Musk de representar todo lo malo en este mundo y vaticinado poco más que el fin de la libertad de expresión en la red. Recordemos que Twitter, como las demás redes sociales más influyentes, han ejercido una sistemática y repugnante censura y cancelación lisa y llana, a toda expresión cultural, política o social que intente cuestionar el poder de la elite progresista. En una nueva versión de mensaje orweliano, se han dedicado a sostener que, para que la libertad de expresión se consagre, hay que proteger a la población de los llamados discursos de odio, que no son otra cosa que cualquier opinión disidente con sus ideas “woke”. El empresario Musk es ahora el cartón ligador de la campaña basura del poder mediático -El New York Time publicó una delirante columna donde le lanza todos los dardos “woke” de supremacismo que encontró– que ha demostrado con total claridad que, para el progresismo internacional del primer mundo, NUNCA fue un tema de preocupación la libertad de expresión. Sino más bien todo lo contrario.
Lo interesante del fenómeno es que son esos medios -medios que son parte del llamado “estado ampliado”, es decir, que conforman el aparato cuasi estatal de información de las agencias de partidos políticos y estados profundos –deep state- de las potencias- los que son replicados como fuentes confiables en los medios dominantes de los demás lugares de occidente, incluida Sudamérica, y Uruguay. En cada uno de estos países existe una o varias sucursales de “chequeo de información” -los “fact checkers”- que se dedican a amplificar estas campañas ideológicas. Los medios dominantes tradicionales están en una encrucijada muy singular, alardeando de un poder notorio, pero en disputa, que alcanzó su clímax durante la pandemia. Y en ese clímax, quedó al desnudo.
Los medios de prensa han vivido un proceso de transformaciones inéditos en las últimas décadas. Internet, la telefonía móvil y las redes sociales, entre otros factores -la baja de los costos de acceso son claves también- han cambiado radicalmente las formas de comunicación, tanto cualitativa como cuantitativamente, impactando directamente en las técnicas de publicidad, prensa y propaganda. Pero estos campos son antiguos en la lucha por el poder -ya sea a través de la política o la guerra- solo que han incorporado -como siempre- los avances técnicos de forma vertiginosa.
En los últimos tiempos, fruto de su relación carnal con el poder político, muchas redes sociales han desarrollado formas de censura, control del discurso publico y campaña de propaganda construidas sobre un diseño reglamentario de sus redes en sintonía con la ideología dominante en estas primeras décadas del siglo XXI: el progresismo pietista de pretensión globalista e inspiración “woke”. Esto no es nuevo en esencia -siempre los poderes políticos han construido diferentes mecanismos de persecución y censura de los enemigos- pero si en naturaleza. La ideología progresista necesita transmitir en sus postulados intenciones maximalistas de bondad ideológica y superioridad moral indiscutida para sostener su pretensión globalizante, aunque lo que se esté justificando sea la censura o la cancelación. Por eso se observa a diario esa disonancia atroz entre las palabras dulces que describen sus acciones autoritarias o censoras, (dicen proteger la libertad de expresión y la democracia, cuando promueven censuras duras y puras). Ya nos hemos referido al Wokismo como religión ecuménica del centralismo político, que tiene en el control del discurso público uno de sus pilares fundamentales.
Las operaciones de propaganda, información, contrainformación, manipulación del enemigo, que fueron un elemento siempre presente en las acciones de los estados, contra otros estados o a la interna de los países, también ven impactadas con los cambios técnicos. Estas las hacen más efectivas, personalizadas, y además, de tendencia global. Las acciones de información, manipulación y censura en el período de la pandemia de Covid 19 fueron un buen ejemplo del alcance e impacto de estos procesos.
Sin embargo, los discursos catastrofistas o concluyentes con respecto a la relación entre la técnica y el control político y económico de masas -que es un abono importante para los discursos rupturistas pero maximalistas y maniqueos- suelen obviar que la relación entre técnica y poder es dinámica, y la tecnología que hoy es usada para promover el control incentiva la proliferación de respuestas técnicas para disolver sus efectos. Idolizar cierta técnica y convencerse en su infalibilidadha sido una constante en la historia de la humanidad. Como ya señalamos en un artículo anterior “…Esta idolización suele traer consigo que los usuarios más beneficiados de una técnica superior, con el tiempo, tienden a no concebir otra forma alternativa en ese campo que dominan…” Un ejemplo que señalábamos era el del control y censura en las redes sociales. En ese campo, los que obtienen beneficios directos del uso de estas para la censura y control discursivo suelen “dormirse en los laureles” de su circunstancial técnica victoriosa, y no advierten de los procesos de respuesta y reacción, y de la tendencia a la obsolescencia de cualquier técnica. “…La historia de una técnica prontamente obsoleta está anticipada por el predominio de esta, y la fascinación que causa en sus mayores beneficiarios. No sería extraño que, a futuro, se repitiesen con las redes sociales las mismas lógicas observables detrás del duelo entre David y Goliat. En este punto, Goliat no esperaba jamás que su oponente presentase batalla con armas diferentes a las que conocía, y esperaba para vencer con su lanza, a otro lancero…”.
Resulta por lo menos extraño –
pecando conscientemente de ingenuidad- que no sea parte del debate actual el análisis del impacto de la técnica en la Historia y la sociedad, en dos campos especialmente actuales: las comunicaciones y la técnica bélica. Ambos se relacionan directamente con la primera línea de cualquier conflicto, y los dos hoy están transformando esos campos de una forma similar. En este sentido, la tecnología aplicada a la guerra y la comunicación están haciendo de la misma un fenómeno donde predomina la acción individual, autónoma y descentralizada que confluye en un impacto colectivo, centralizado y coordinado, debido a que cada actor (sea una campaña de propaganda, un twitero, o un soldado) tiende a concentrar en sí mismo los medios técnicos para la acción.
El orden postguerra consolidó una enorme cantidad de organismos e instituciones formales (como la ONU, y sus diferentes agencias) e informales (como la cultura de los derechos humanos, la democracia, la prensa libre, y un largo etcétera) que manifestaron históricamente una especie de Pax Anglo-estadounidense, más allá de la emergencia del mundo “bipolar” en principio, y unipolar post disolución del “socialismo real”. Ese cúmulo de organizaciones reales y simbólicas, otrora las bases de un orden político occidental relativamente predecible se han transformado definitivamente en las herramientas de promoción y acción política de lo que podemos denominar la nomenklatura globalista.
Esta nomenklatura, con sus agendas, su retórica apocalíptica si no le entregamos el control de nuestras vidas, su constante insistencia en lo imprescindibles que son, su centralismo político y su progresismo ideológico, han logrado parasitar todos y cada uno de estos organismos, instituciones y marcos legales que nacieron en occidente a partir de la “pax estadounidense” a su beneficio directo. La relación entre la nomenklatura globalista y los medios de comunicación es de tal envergadura que cualquier observador informado puede advertir con bastante exactitud el origen gubernamental o paragubernamental -es decir, que agencia exacta, y de que país, está detrás- de cada una de las noticias que se replican en las agencias de información más importantes del globo.
Todo este proceso es bastante anárquico y en competencia feroz en un campo notoriamente diferente al que está acostumbrado la mayor parte de la población: no se explica por lógicas de estados nación. La maraña yuxtapuesta de intereses y operaciones de propaganda ponen a la vista la puja interna que involucra a los estados profundos y sus agencias, la nomenklatura global, los estados ampliados y los medios de comunicación adheridos a los estados ampliados, relación ya abordada en esta revista. Un ejemplo local de esto pudo advertirse a partir de una noticia sobre la “libertad de prensa” en Uruguay. En este caso, una de las tantas “organizaciones no gubernamentales” que hacen de aparato auxiliar de promoción de la nomenklatura globalista –“Reporteros sin fronteras”- publico uno de sus típicos informes sobre el nivel de libertad de prensa en el mundo. El capítulo uruguayo arrojó un deterioro de las condiciones de esta en nuestro país, señalando un retroceso considerable.
La controversia desnudo por lo menos dos elementos extremadamente llamativos: por un lado, en ningún caso, el deterioro estuvo relacionado con el escandaloso manejo de la información y el rol de la prensa en los años de la pandemia. No fue parte del análisis de esta oenegé la absoluta cancelación y censura a cualquier mirada alternativa a lo que estaba sucediendo con respecto a las respuestas globales al covid 19, ya que estas organizaciones estaban absolutamente alineadas a la ortodoxia covid que emanaba de los mismos organismos internacionales que las financian. Por otro lado, en un mensaje enviado por Twitter, RsF realiza una serie de descargos ante las críticas que el gobierno realizó a su ranking y el tratamiento que le dio a Uruguay –nuestro país quedo por debajo de Burkina Faso o Moldavia- rechazando que ese organismo “tiene una agenda política contra el gobierno uruguayo”. Más allá de este debate, uno de los factores que emergen en estos temas son las diferentes operaciones o acciones están directamente relacionadas con los vaivenes en la financiación publica de los medios de comunicación. La lucha por absorber los dineros públicos nacionales o internacionales de los diferentes medios de comunicación cobra así niveles delirantes de operaciones de prensa y rankings de pureza, llegando incluso a usarse a nivel de venganza personal entre diferentes actores de la prensa. La Prensa asociada al globalismo –tema ya abordado en la revista anteriormente– tiene mucho que ganar -en financiación e influencia- simplemente replicando lo que las agencias -nacionales o internacionales- lanzan a modo de “información”.
Así, parece evidente que la “libertad de prensa” no gira entorno a decir cosas incómodas a los distintos niveles de poder de una sociedad, sino más bien a que esos periodistas y sus medios no accedan a la cuantiosa financiación estatal nacional o internacional. Que no exista la más mínima referencia al rol de la prensa en pandemia describe acaso uno de los modelos mas abyectos de prebendarismo y relación simbiótica de las ultimas décadas, donde la prensa fue el ministerio de propaganda de la ortodoxia covid de gobiernos y organismos internacionales. En estos días, además, empiezan a surgir cuestionamientos al manejo político y sanitario de la pandemia -especialmente el capítulo cuarentenas y vacunas- incluso que se cuelan en los medios mainstream. El futuro inmediato de la prensa y los medios esta aun jugándose en los despachos del poder político, en las oficinas de los parlamentos y empresas ideológicas, y también en los laboratorios tecnológicos y las universidades donde se estudia comunicación y psicología de masas. Hasta ahora, parecen darle la razón a Chesterton cuando señalo que “los periódicos empezaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se oiga”