ENSAYO
Por Fernando De Lucca
En esta tercera parte del ensayo me gustaría compartir con el lector, la importancia del autoconocimiento o también podríamos llamarlo, la capacidad para amplificar la conciencia y así llegar a lugares en nosotros mismos que tal vez hace mucho tiempo que no contactamos o tal vez nunca lo hicimos.
El ser humano tiene una conciencia que comparte con otros seres vivos de otras especies aunque posee una cualidad de conciencia única que podemos denominar como reflexiva. Es la conciencia de poseer conciencia. Es ser conscientes de serlo. Así nos auto observamos en pensamientos, sentimientos y en acciones. Recuerdo cuando un paciente me preguntó en cierta oportunidad si yo pensaba en mí mismo todo el tiempo. Le respondí que sí, que no era un tema de voluntad sino de hábito. El hecho de ser consciente de uno mismo no es exactamente pensar en sí, sino de ser “una especie de testigo” de estar viviendo. Cuando se obtiene por la propia condición humana este estado natural y constante de ser testigo, presente, informador, espectador y secretario de la propia vida, se da testimonio.
¿Qué quiero decir con esto?
Dar testimonio de la vida no es solo ser un espectador consciente, es ser “alguien interesado en algo” y ese “algo” determina al “alguien”. Por lo tanto lo que nos interesa o nos atrae o nos incentiva es decisivo en la manera en que se desarrolla nuestra vida. A este conjunto de actos podríamos llamar: responsabilidad. La responsabilidad no es solo elegir lo que se va necesitando para vivir, sino que es un acto de elección que lleva a tener una buena vida o todo lo contrario. Somos responsables de nuestros errores y por lo tanto de nuestra vida nos guste o no admitirlo. Ya que es nuestro foco el tema de los abusos que cometemos o han cometido otros con nosotros, podríamos decir que somos responsables –siempre que conscientes- de nuestras acciones así como de la forma que actuamos según las acciones de los otros sobre nuestra vida.
¿Qué determina que un acto responsable y consciente nos conduzca a una buena vida o no?
El ego.
¿Y qué es el ego?
El ego es una estructura interna defensiva y adaptativa que hemos construido –creativamente- durante toda nuestra vida infantil y pre adolescente y que se cristalizó en una forma rígida y estereotipada. Podríamos crear una metáfora. Imaginemos que el ego es como la formación de una roca –rígida- que se enfría después de ser magma –líquido y maleable- emanado de un volcán que une la superficie con el centro de la tierra. Así es nuestra vida; algo emana de nuestro interior que en general en su estado primario es indeterminado, plástico y flexible para afrontar los acontecimientos, para adaptarnos y defendernos. Es así como formamos conductas, sentimientos y pensamientos que están muchas veces actuando fuera de contexto y haciendo que nuestros errores sean reiterados y nos mantengan inoperantes. No podríamos decir que no somos responsables ni tampoco podríamos decir que no somos conscientes.
Sin embargo sí podemos percibir que la conciencia está limitada por ese ego –que acabamos de definir- lo cual lleva a una retracción de la capacidad de ver más allá de lo inmediato. La inmediatez es un paliativo, un analgésico y curiosamente un acto excitante a pesar de que parezca contradictorio.
Lo inmediato como acción produce euforia, una cierta embriaguez en la medida en que al no tener una repercusión témporo espacial, no tiene limitaciones y eso lo hace aparentemente muy poderoso. Es un acto responsable con restricciones y poco consciente, aunque está claro que no es irresponsable ni tampoco inconsciente.
Recordemos que el tema central de esta tercera parte del ensayo acerca del abuso es el autoconocimiento. Por y para ello se hace necesario llevar lo expresado hasta ahora al terreno de la psico espiritualidad. El modelo antropológico que inspira mi trabajo psicoterapéutico y las enseñanzas tanto universitarias como en el instituto en que enseño fenomenología gestáltica y Eneagrama, es bio-psico-socio-espiritual. He de destacar –aunque parezca obvio- que lo espiritual no es otra cosa que buscar lo trascendente y no está de forma alguna ligado a ningún tipo de ritual religioso. De esta forma es que un ser humano ha de buscar una armonía entre estas cuatro dimensiones y a su vez equilibrar el pensar, el sentir y el actuar. El marco en el cual todo esto se realiza es considerar que lo propio, lo del prójimo y lo social –lo de todos- ha de tener la misma presencia dentro del ser.
Entonces, ¿qué es el autoconocimiento?
Algo así como modelar la vida muy de a poco aunque de manera constante y continua hacia el paulatino logro de esta actitud. El autoconocimiento es una actitud. Es una actitud y un propósito. El propósito es ser responsable, altamente consciente y feliz. Está claro que esta es una intensión que no solo lleva la vida entera sino que supone resolver los conflictos fundamentales de la propia existencia.
Auto conocerse es producto de un camino que ha de ser transitado con disciplina y de un método en el cual decidimos confiar. Más allá que es necesario prestarle atención, no imaginemos que hay que vivir en una cueva en el Himalaya o en un monasterio recluidos del mundo. Una forma de auto conocerse es saber divertirse, saber gozar de la mayoría de los aspectos de la vida y todo esto mientras nos ganamos la vida haciendo más o menos lo que nos parece valioso. Como si fuera poco hemos de vivir en el aquí y el ahora considerando el futuro como proyecto del presente y el pasado como un objetivo de transformación y aprendizaje.
Sin esta intensión realmente considero que caeríamos irremediablemente en abusos ya sea que provengan de otros o que surjan de nosotros mismos. Está claro que no es producto de ninguna erudición, sino todo lo contrario. Fundamentalmente la actitud es la de aceptar no saber para ser un real buscador. Los “poderosos del saber” también pueden ser abusadores y en general altamente sofisticados en su accionar. La inteligencia puede nutrir al ego y aún la sensibilidad puede colaborar también para producir confusión. Por ello la integridad de todos estos factores se transforman en virtud en la medida en que son “actitud”.
Es claro entonces que el “momento del acto abusivo”, esa “hora” en la cual lo sufrimos o lo propiciamos; ese acto de víctima o de perpetrador, es una demostración de lejanía de nosotros mismos que lleva el desamor como bandera.
Seamos conscientes de como abusamos y no tanto de como abusaron de nosotros. Seamos conscientes de nuestra capacidad de amar y no tanto de cómo y cuánto nos aman los demás. Así seremos menos manipuladores y más responsables de nuestra vida. Dar es siempre más bonito que recibir y recibir es más bonito que saquear el alma ajena.