PORTADA
Por Diego Andrés Díaz
La corriente general del centralismo político ha empujado a promocionar y plantear como un proceso inevitable esta tendencia en cuanto ámbito de la vida social ha encontrado. En el caso de la comunicación, la libertad de expresión y la promoción del debate público libre, la centralización vive el mismo proceso que las coordenadas del proceso político. La “planificación central” aplicada a la libertad de expresión ha derivado en un entramado infame de organismos y agencias que hacen de guardianes de lo que se debe o no debatir u opinar.
Los grandes medios de comunicación internacionales alienados al tan promocionado proyecto globalista han advertido hace tiempo que las redes sociales más importantes -donde se han instalado buena parte de los debates públicos- se han transformado en una zona demasiado liberada y poderosamente impermeable a la agenda que manejan. A esta realidad -que se sumó a la proliferación de medios independientes- estos medios han respondido con un programa de acción -coordinado con agencias gubernamentales internacionales y nacionales- donde construyen diferentes niveles de capas de intervención y control, que van desde la censura absoluta, la cancelación de voces y la desaparición de contenidos, hasta campañas soft de sistemas de advertencias sobre ciertos temas e informaciones.
Este trabajo ha sido en general ejercido por comunicadores y activistas que, insuflados de un espíritu mesiánico y misional de su labor de censura, se dedican a elegir que cosas si pueden ser parte del debate publico y que no. Lo importante a señalar aquí no es que se han comprado el verso de que representan algún equipo técnico de analistas sobre lo que es verdad y lo que no -los cazadores de fake news– sino que el círculo autoritario más increíble es que deciden directamente que opiniones o puntos de vista merecen existir en el debate publico y cuáles no.
Por estos lares, esta actividad de censura en general es desplegada -a nivel retorico y práctico- por un conjunto de activistas del progresismo cultural. En general, estos sectores sociales pueden ser descritos como funcionarios del mundo académico universitario/ prensa tradicional que participan de los típicos movimientos de “puerta giratoria” del “estado ampliado”: entran y salen de ser funcionarios públicos de la cultura a directores de medios tradicionales de comunicación con relaciones carnales con el estado y el poder político. Lo impactante es que suelen manifestar una reivindicación radical de la censura porque perciben un combo -no exento de cinismo y utilitarismo- muy conveniente de misión superior de su accionar con el mantenimiento de los privilegios que les da -en rentas y poder- ser parte de los “dadores de verdades” a la sociedad.
Hace unos días fue censurada en circunstancias bastante polémicas una revista digital uruguaya. Como extramuros. Lo impactante es que el “proletariado intelectual” local, buena parte de la runfla de periodistas culturales “Cordón Sur”, salió rauda a celebrar con beneplácito la censura absoluta de la publicación. Así, sin más: celebraron, justificaron y se regocijaron por una censura absoluta de un medio de comunicación, porque no les gustaba lo que decían allí .
Ésta censura además tiene la naturaleza más evidente del modelo autoritario de las nuevas izquierdas pietistas -el wokismo- donde el otro simplemente debe de dejar de existir. La cancelación es eso y solo eso, no hay mucho que referenciar ni contextualizar, debatir o refutar, ni incluso caracterizar: simplemente debe de ser eliminado como opinión. Ya hemos referido bastante sobre el wokismo como religión del centralismo político en esta etapa histórica, y su adopción como ideas prestigiosas por las élites urbanitas y académicas occidentales. Pero esta película tendrá inevitablemente nuevos episodios, y no será la primera ni ultima vez que el jacobinismo instrumental de las izquierdas occidentales termine guillotinando sin piedad a los viejos compañeros de ruta, más si la guillotina está afilada por la piedra angular del wokismo.
El proyecto de occidente “Woke” ya ha despertado en enemigos, adversarios y eventuales aliados un ostracismo singular, fruto de ser en todos los casos, un arma de doble filo. Es bastante sintomático de este factor que sus aliados ideológicos entran en distintos momentos en conflicto con sus postulados -la izquierda ortodoxa siglo XX es una de sus víctimas predilectas- a tal punto que reciben con continuidad diferentes dosis de su carácter corrosivo. El Wokismo en su esencia es “deconstrucción instrumental”, por lo que su carácter disolvente “en sí” -y no tanto como “medio”- atropella toda manifestación de cultura que es presentada como hegemónica, sin tener el bagaje y la sofisticación de las viejas teorías revolucionarias de las izquierdas tradicionales. Cuando estas le ponen algún tipo de limite -establecido como resultado de una meta- el wokismo corroe y disuelve su contorno y sus pilares, porque su esencia es el método. A las viejas metáforas de “revolución perpetua” que balbuceaban los revolucionarios del siglo XX, el wokismo le impone la lógica de llevar este conjunto de prácticas a su lógica finalista.
Portando en su mano derecha un arsenal de teoricismo basado en denunciar estructuras y sistemas desiguales, la filosofía igualitarista que está detrás alimenta le destrucción constante de cualquier marco de acción -o sistema- porque supone algún tipo de estructura de poder, que debe de ser disuelta. La obsesión milenarista por la igualdad de resultados -igualdad existencial radical- lleva que cualquier señal de diferenciación -es decir, cualquier señal de humanidad- requiere ser atacada.
Occidente está en un tobogán de totalitarismo sin antecedentes ni límites claros en su destrucción de las libertades más básicas. Lo más dramático de este proceso es que, fruto de prestigios pasados y aspectos abstractos de su constitución filosófica, este autoritarismo es vendido como inevitable, deseable y parte de la religión del progreso. Para los enemigos de la libertad de entrecasa, provincianos, por ahora su cruzada contra cualquier opinión disidente les ha representado beneficios, poder, rentas, estatus y espíritu misional de ser guardianes de la fe progresista igualitarista y universal. Como sucedió incontables veces, su propia lógica jacobina no les permite ver como destruyen las bases del debate libre y la libertad de expresión. Esa que desprecian con soberbia y los hace unos autoritarios cabales.
Y los presuntos defensores de las ideas de la libertad locales, se muestran temerosos, dubitativos y miedosos de defender los derechos individuales, esos que hay que amparar en época de crisis, cuando es más difícil y poco prestigiosa su defensa. Ya mostraron la hilacha en la Pandemia.
Mi solidaridad con los integrantes de A Contrapelo