ENSAYO
Por Alma Bolón
A fines de 2021, Pablo Rocca publicó una investigación sobre la vida cultural en Montevideo durante la primera mitad del siglo XIX. Un comentario de mi autoría destinado a Cahiers Lautréamont(2) procuró destacar lo que en esta obra hay de interés para los estudios ducassianos y, en general, para los lectores de Los cantos de Maldoror. A continuación, para eXtramuros, el texto en autotraducción.
En Historias tempranas del libro, Pablo Rocca se propone seguir las huellas de los primeros editores, libreros, impresores y textos en ese territorio situado al este del río Uruguay, hoy llamado República Oriental del Uruguay, y cuya ciudad portuaria, Montevideo, constituía entonces y hoy la capital.
El período abarcado por este estudio va de 1807 -la región todavía se encuentra bajo el yugo español y Montevideo repele dos intentos de invasión por las tropas inglesas- hasta 1851, fecha en la que la república independiente, instalada en 1828 por los afanes de la diplomacia inglesa, pone fin a un período de guerras civiles y, de paso, al sitio de Montevideo. Porque, entre 1843 y 1851 la ciudad portuaria ubicada en el estuario del Plata había sido sitiada por una coalición que reunía a soldados uruguayos y argentinos sostenidos por los ingleses, mientras que era defendida por soldados uruguayos apoyados por legiones extranjeras compuestas de inmigrantes franceses, italianos y vascos instalados en la ciudad. Lo que estaba en juego en esta “nueva Troya”, como entonces ya se nombraba a Montevideo, era el control de la navegación (¡y del comercio!) en la cuenca del Plata.

Los límites temporales y espaciales fijados por el autor a su investigación no le impiden a veces ultrapasarlos y alcanzar épocas posteriores, para fortuna de los estudios ducassianos, siempre interesados en esta región durante esos decenios.
Revisando una bibliografía a menudo descuidada y explorando los archivos del siglo XIX, en particular los anuncios publicitarios de la prensa local y la correspondencia conservada, Rocca vuelve a encontrar las condiciones materiales del mundo de la edición o, más precisamente, de su propio nacimiento, puesto que la primera imprenta montevideana data de 1807. Rezagada con respecto a Buenos Aires y a las Misiones jesuíticas del norte de Argentina, Paraguay y Bolivia, la existencia de esta imprenta fue fugaz, ya que su llegada estuvo ligada a la invasión de la ciudad por las tropas inglesas, desembarcadas con una máquina destinada a la publicación del periódico bilingüe The Southern Star/La Estrella del Sur. Una vez que la población fiel al imperio español puso en fuga a los ingleses, la imprenta fue comprada por impresores de Buenos Aires, y recién en 1810 montevideanos partidarios de la monarquía española ruegan a Carlota de Borbón, hermana del rey de España y esposa del rey de Portugal, que les hiciera llegar una imprenta para contrarrestar el avance de las ideas revolucionarias. Esta imprenta llega a Montevideo desde Río de Janeiro; estamos en 1810, falta un poco más de una treintena de años para el nacimiento, en la Ciudad Vieja montevideana, de Isidore Ducasse.
Acercándose a la historia “anticuaria” descrita por Nietzsche, Rocca hurga con celo en los tan escasos archivos que Uruguay quiso conservar. Así, conocemos a los hermanos Ayllón(3), llegados a Montevideo en 1821 desde Buenos Aires, nacidos en el Alto Perú, es decir en la actual Bolivia, probablemente mestizos de español y de indígena, tipógrafos e impresores que, instalados en la ciudad portuaria, trabajan para desarrollar las artes gráficas, haciéndose cargo también de la corrección gramatical y ortográfica de los textos impresos. Partidarios de la independencia americana, mientras Montevideo y la región se encuentran bajo la férula del imperio luso-brasileño, los hermanos Ayllón, con su sapiencia viven en la pobreza. En 1825, luego de la derrota de los españoles a manos de los soldados americanos en la batalla de Ayacucho, el mismísimo Simón Bolívar(4) recurre a los conocimientos de los Ayllón, quienes abandonan para siempre Montevideo, lugar donde ninguna calle ni ningún monumento les rinde homenaje, señala Rocca.
Igualmente, el lector entra en conocimiento de un español llegado a Montevideo en 1832, « casado y librero », Jaime Hernández (5), quien, a semejanza de sus colegas europeos ejercerá simultáneamente los oficios de editor, impresor, librero y tendero. Protagonista indiscutible de la vida intellectual montevideana durante varios decenios, no por eso Jaime Hernández se privó en su comercio de negociar esclavos de origen africano.
La generosidad de los datos recogidos y la calidad de las informaciones reunidas por Pablo Rocca permiten imaginar en cierto modo la atmósfera así como las circunstancias intelectuales y materiales de la ciudad en la que Isidore Ducasse vio el día. Así, aunque Montevideo había multiplicado el número de sus habitantes -9000 en 1829, 31000 en 1843- la miseria había hecho lo mismo; la desocupación, la insalubridad, la pobreza y la enfermedad crecían a medida que el sitio de la ciudad se perpetuaba. A este propósito, Rocca cita a un viajero francés, Jules Sauret, quien en 1851, publica un ensayo de « climatología médica de Montevideo », en el que da cuenta de un cortejo de enfermedades: la disentería, el tifus, el escorbuto y, para los años 1844-45, una epidemia de tos ferina, luego otra de escarlatina, y varias más por el estilo. Estamos en vísperas del nacimiento de Isidore.
En 1845 y en 1847, la prensa de Montevideo publica dos artículos y correos de lectores en los que se refieren los olores nauseabundos, las inmundicias, la pobreza y la suciedad. En 1850, el sitio está a punto de terminar e Isidore es un niño pequeño; un viajero montevideano retorna luego de una larga estadía en París, y en sus memorias cuenta la muy mala impresión que tuvo al volver a su ciudad: no solo es una ciudad chata -apenas un piso- sino que además se encuentra en estado de deterioro y de abandono, sus calles no tienen pavimento, están sucias y los picos de luz que arden con aceite de potro, demasiado alejados unos de otros, no son encendidos cuando el calendario indica luna llena, lo que deja la ciudad entre tinieblas al interponerse las nubes ante la luz natural del cielo nocturno.
El fin de la guerre y del sitio no será el fin de la crisis y de la miseria, los años 50 serán aún más duros. Estas descripciones de un Montevideo andrajoso pueden hacer pensar, en todo caso me hacen pensar, en la denominación « la Coquette » empleada por Ducasse para designar la ciudad de Montevideo en el “Canto Primero” de Los cantos de Maldoror. Si todo ese pasaje constituye, a mis ojos, una parodia del comienzo de la crónica panfletaria Montevideo ou Une nouvelle Troie (Alexandre Dumas, 1850), la denominación « la Coquette » pega un giro aún más irónico, a la luz de esas descripciones tan poco entusiastas. ¿Cuánto había cambiado la ciudad, en 1867, cuando Isidore Ducasse vuelve? ¿Cuánto perduraba en el poeta el recuerdo de la ciudad de sus primeros trece años?
No obstante, como esta historia de impresores y de libreros montevideanos lo muestra perfectamente, a pesar de las condiciones materiales tan penosas, el libro, en particular la ficción literaria, no estaba ausente en la ciudad.
Porque, a pesar del sitio, a pesar de la pobreza y a pesar de una producción literaria autóctona muy limitada (aunque por fortuna enriquecida por la existencia del monumental Francisco Acuña de Figueroa y por la presencia de los poetas y novelistas exilados de Buenos Aires) la ficción arriba a Montevideo. A este respecto, Rocca presenta los catálogos de las librerías, como la del ya referido Jaime Hernández, quien hacía traer sus libros de París, de Madrid, de Londres, a pesar de la dureza de la situación.
En una carta fechada en marzo de 1846, Jaime Hernández escribe a Andrés Lamas, Jefe Político de Montevideo pero también su amigo y su asociado en la imprenta del periódico « El Nacional », que el estado de su comercio es deplorable: está abundantemente abastecido y sin embargo hay días en los que no vende ni por un centavo, lo que lo « vuelve loco ». El libro, aunque numeroso, es un artículo de lujo cuya venta es anunciada junto con las joyas y los muebles, afirma Rocca.
En 1850, el periódico montevideano «El Comercio del Plata» anuncia una lista de libros que se encontraban en la librería de Pablo Domenech: « obras clásicas », de literatura, de derecho, diccionarios y gramáticas del español, del latín, del italiano y especialmente del francés, una Histoire de la Révolution Française, deAdolphe Thiers y Le comte de Monte-Cristo, entre otros libros. Más sorprendente es, en mi parecer, el anuncio en el periódico montevideano « El Siglo », de la puesta a la venta en la « Mercería Francesa. Gran Bazar de Eduardo Maricot » de una selección de diversas novelas francesas, entre las cuales se encontraba Les misérables, en diez tomos encuadernados sin tapa dura o encuadernados con tapa dura o encuadernados con tapa dura y acompañados de veinte y seis ilustraciones. El periódico está fechado el 1ero de febrero de 1863; Victor Hugo había publicado Les Misérables en 1862, por lo que poco tardó la novela en llegar a Montevideo.
De igual modo, es interesante encontrar la publicidad en la prensa de Montevideo de las obras de Eugène Sue, en particular Les mystères de Paris et Le juif errant. Así, en 1845, el periódico « El Comercio del Plata » publica en su planta baja, en el lugar habitual del folletín, un poema que la española Carolina Coronado dedica « A Mr. Eugenio Sue por su obra El judío errante ». Esta poesía termina con una especie de planto : « ¡Oh, Dios Todopoderoso! ¿Por qué no es español tan gran hombre? ».
Les mystères de Paris es publicado en Montevideo en 1845, en francés, por la Imprimerie du Patriote Français, es decir, por la imprenta que publica desde el inicio del sitio el periódico montevideano en lengua francesa Le Patriote Français. En 1846, la Imprimerie du Patriote Français publica Le juif errant ; en cuanto a la edición local montevideana de la traducción, Misterios de Paris, se la anuncia en « El Comercio del Plata » en junio de 1847, nos dice Rocca. Los relatos de Sue siguen siendo publicados en el periódico « El Conservador », dirigido por el poeta José Mármol, exilado de Buenos Aires en Montevideo ; entre 1847 y 1848, le toca el turno a la novela Arturo.
Hacia fines de 1857, algunos meses después de la muerte de Eugène Sue, la revista « La semana » publica la traducción de Les lutins de la boîte à ouvrage, texto firmado bajo el pseudónimo Léo Lespès; se trata de un relato sobre la lectura de las novelas de Sue y de Dumas, infinitamente preferibles a las labores de costura.
Por su parte, en 1853, el escritor y futuro presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento no dudará en afirmar que en América la difusión generalizada de Don Quijote y de Gil Blas de Santillana (sic) es menor, según lo que sabe, que la de El Judío Errante y la de los Misterios de París. Sarmiento atribuye la difusión al gran número de ediciones hechas, en español, de estas dos obras. Pablo Rocca, a propósito del título Los misterios del Paraná o la descripción del combate de Obligado, poema compuesto en 1845 par Hilario Ascasubi, argentino exilado en Montevideo, observa la pregnancia del título « les Mystères de X », a partir de la novela de Sue.
Los ducassianos que tuvieron la oportunidad de conocer las investigaciones de Éric Walbecq en torno a los lazos entre el pseudónimo Lautréamont y la obra Latréaumontpublicada por Eugène Sue, en mi opinión, aprovecharán con entusiasmo los datos proporcionados por Rocca sobre la amplia difusión y la gran popularidad del novelista Sue en estas comercas que vieron a Isidore nacer, crecer y por cierto leer. Los valiosos datos recogidos por Rocca, a mis ojos, refuerzan, por si hubiera sido necesario, la tesis sostenida por Walbecq.
Sin duda alguna, Historias tempranas del libro permite imaginar, gracias a la calidad de la investigación llevada adelante por Pablo Rocca, la ciudad de Montevideo y la vida de sus letrados, una población poco numerosa pero que seguía la actualidad literaria francesa, durante los años de infancia de Isidore Ducasse. En este sentido, sugiero que en próximas ediciones, algunas erratas y algunas faltas de sintaxis sean corregidas, así como la ortografía, a veces muy aproximativa, que toman los anuncios de prensa mal entendidos en lengua francesa (por ejemplo, entre otros, « Almanaque » en lugar del Télémaque de Fénelon).
Igualmente, antes de concluir esta nota, me gustaría detenerme sobre las numerosas páginas en cuyo curso Pablo Rocca se dedica a la consideración de textos llamados “gauchescos” a la luz de la oposición «erudito/popular ». Puede entonces lamentarse que el autor, una vez planteada la muy sensata perpectiva desarrollada por Roger Chartier, no se haya atenido a ésta. La « cultura popular » es, para Chartier, una « catégoría erudita » que solo corre entre quienes recurren a ella para caracterizar algunas obras ; dicho de otro modo, para Chartier, la oposición « erudito/popular » no forma parte de las obras literarias sino de las categorías forjadas y aplicadas por la crítica. En consecuencia, esta oposición debe ser criticada, cosa que Chartier no deja de hacer, contrariamente a Rocca, que acumula definiciones incompatibles, como si no hubiera conflicto de perspectivas entre ellas. Es pues una lástima que Rocca haya perseverado en un intento de clasificación y de caracterización tipológica de la « gauchesca » a partir de la oposición « popular/erudito » o « bajo/elevado ». Aunque por momentos Rocca intenta escapar a las lecturas sociológicas de la literatura y a las teorías del reflejo,esas tentativas no prosperan y la mirada socilogizante se impone : siendo la sociedad así, la literatura así es; estando la sociedad compuesta por los dominantes y los dominados, las obras literarias responden a las representaciones que los dominantes hacen de los dominados y de sus supuestos deseos de decir. Atribuir a los autores de la « gauchesca » una supuesta apropiación de la voz de las personas dominadas implica olvidar que todo narrador se apropia de la voz ajena, apropiación que es lo propio de la ficción : Homero se apropia de la voz de un joven guerrero colérico, Victor Hugo de la voz de un condenado a trabajos forzados fugitivo de la justicia, alfabetizado en los calabozos, Maupassant de la voz de campesinas normandas, la picaresca española de la voz de “pícaros”, la poesía mística española de la voz de una mujer o de un hombre poseídos por un amor divino. Al ignorar el juego propio de la ficción, y al aplicarle categorías sociológicas (« alto/bajo ») teóricamente muy discutibles, el análisis de Rocca se atasca, lo que es una pena, dada la calidad de su trabajo de archivo.
Notas
- Pablo Rocca, Historias tempranas del libro. Impresores, textos, libreros en el territorio oriental del Uruguay , 1807-1851, Montevideo, Linardi y Risso, septiembre de 2021, 413 páginas.
- Alma Bolón, « À propos d’Historias tempranas del libro », Cahiers Lautréamont, n° 4, 2022, p. 25-33, Paris, Garnier. (Se suprimen en la versión en español algunas notas dirigidas a lectores menos familiarizados con la historia regional.)
- Los pasaportes de los hermanos José Rosendo y Valentín Ayllón no indican su lugar de nacimiento preciso, sino sus edades, oficios y estados civiles. José Rosendo había nacido en 1796, Valentín tenía más edad, en 1821, alcanzaba los treinta y un años; los dos eran «relojeros», «solteros» y tal vez mestizos, según los imagina Pablo Rocca, atento a la descripción física proporcionada por los documentos. De acuerdo con las fuentes consultadas por otros investigadores citados por Rocca, Valentín había nacido en 1790, en el pueblo de Poacata, en la provincia de Chayanta, en una familia acomodada y partidaria de las ideas liberales e independentistas, lo que le había permitido ir a estudiar primero a La Paz y después à Chuquisaca, hoy Sucre, ciudad en la que estudió filosofía. Sus ideas independentistas los llevaron al exilio; el padre se instaló en Salta, en el norte argentino, y los hermanos llegaron hasta Buenos Aires, desde donde cruzaron a Montevideo, ciudad en la que tendrán la responsabilidad de l funcionamiento del reloj del Cabildo (institución colonial fundamental en la que tenían lugar las deliberaciónes de los vecinos de la ciudad y cuyo edificio se ubica en la cercanía del Hôtel des Pyramides en donde pocos años más tarde vivió y murió François Ducasse). Pero sobre todo, en Montevideo, los hermanos Ayllón desarrollaron las artes gráficas mientras seguían publicando textos que promovían las ideas liberales y americanistas, inclusive bajo la ocupación luso-brasileña. Llamado por Simón Bolívar, Valentín volverá a la actual Bolivia, en donde se reunirá con su esposa y su hija, luego de cinco años de lejanía.
- En 1824 la batalla de Ayacucho, en el actual Perú, sella la derrota del ejército colonial español y la victoria de una fuerza bajo las órdenes de Simón Bolívar y de José Antonio de Sucre. Es luego de esta batalla decisiva que Simón Bolívar manda llamar a los hermanos Ayllón, exilados en Montevideo, para que retornen y participen en la construcción de la independencia americana recién obtenida.
- Jaime Hernández nació en Valencia (España) en 1803 y murió en Montevideo, en 1861. Había llegado en 1832, « casado y librero », aunque ya había sido tipógrafo, oficio que siempre seguirá apreciando, como siempre estará atento a presentarse en todas las ocasiones como « cajista » antes que como librero-editor o director de periódico, según afirma un primer biógrafo citado por Rocca. A lo largo de esos treinta años, algunos de los cuales fueron vividos del lado oeste del río Uruguay, Jaime Hernández fue una figura fundamental en la difusión de las obras impresas que hacía venir de Paris, Madrid, Londres, Buenos Aires u otros lugares, tanto como las editaba por su cuenta, en su imprenta. Jaime Hernández estuvo vinculado con el gobierno que defendía la ciudad durante el sitio, lo que no le significó, aparentemente, ningún enriquecimiento personal, dada la mínima dimensión del mercado del libro. Pablo Rocca señala que a pesar de sus búsquedas no pudo encontrar en los Archivos Nacionales huellas de su testamento o de documentos ligados a la sucesión de sus bienes, a pesar de la existencia de una viuda que retomó sus actividades editoriales.